El interés compuesto nos empuja a un imposible crecimiento continuo
En una crisis sistémica
como la actual, es sorprendente que todas las soluciones que se están
planteando, incluso desde algunos sectores críticos, estén enfocadas a
volver al crecimiento económico. Sin embargo, la crisis responde a la
misma lógica que la fase de auge anterior. Se trata de la lógica del
crecimiento infinito del sistema económico. La necesidad de crecimiento
permanente responde a la deuda insostenible que genera el tipo de
interés, elemento clave de los mercados financieros.
La creación de dinero y de deuda
Vivimos en el momento histórico de mayor creación y existencia de dinero. Pero, ¿cómo se crea el dinero?
El Banco Central Europeo (BCE) es uno de los entes que crea dinero en
la UE. Lo hace mediante subastas de euros periódicas en las que pone
una cantidad en circulación. Los bancos también producen dinero cuando
prestan dinero por encima de los depósitos que tienen. Además, las
empresas pueden crear dinero, por ejemplo las ampliaciones de capital
son nuevas acciones que ponen en circulación en los mercados
financieros. Con ello generan nuevo dinero financiero (acciones) y
consiguen nuevo capital para su actividad.
Todas estas formas de creación de dinero serían sin deuda. Pero
entonces, ¿dónde aparece la deuda? La deuda surge justo después de crear
el dinero, al ponerlo en circulación. Cuando el BCE crea euros no se
los da a los bancos gratis, sino que pone un tipo de interés. De este
modo, cuando el Santander toma dinero del BCE tendrá que devolverle algo
más de lo que pidió, generando una deuda mayor que el préstamo.
Por lo tanto, es evidente que siempre habrá una deuda mayor que el
dinero existente para devolverla. Así existe una escasez irresoluble de
dinero, por más dinero que se emita, siempre habrá una deuda mayor.
Además, para obtener liquidez, los Estados, bancos y empresas
necesitan recurrir, masiva y habitualmente, a la petición de préstamos
para su funcionamiento cotidiano. Como esto se realiza con un interés
compuesto (el BCE pone un tipo de interés del 1% al Santander, pero este
presta luego el dinero al 4%, por ejemplo), esta circulación de
préstamos hace que el monto total de deuda se incremente más.
Una vez que vencen los plazos de devolución de la deuda, es habitual
que no se restituya, sino que las entidades pidan nuevos préstamos con
los que devolver capital e intereses de deudas pasadas, incrementando la
deuda total aún más. También es digno de mención el efecto de las
agencias de calificación de riesgos sobre el crecimiento de la deuda, ya
que estas agencias pueden influir (en ocasiones de forma torticera,
según diversas denuncias que han recibido) para que el tipo de interés
que necesita pagar un país o empresa por endeudarse se incremente sin
razón que lo justifique.
Finalmente hay otro elemento importante. La imagen tradicional del
oro respaldando los billetes en circulación ya no es válida. En 1971 el
dólar dejó de estar anclado al oro y dos años después, en cascada, el
resto de monedas mundiales dejaron de estar ligadas al dólar. Desde ese
momento, la creación de dinero ha vuelto (como antes de la II Guerra
Mundial, en esas épocas del crac del 29) a no tener ningún límite
físico. Ya no hay lingotes de oro en las arcas de los bancos centrales
que respalden el dinero en circulación. Esto ha tenido múltiples
consecuencias y una de ellas ha sido la creación de dinero de la nada de
forma acelerada.
Pero, si no hay ningún valor detrás del dinero, ¿qué es lo que le
respalda? En realidad lo que da credibilidad al dinero es que creamos
que nos lo van a aceptar como medio de pago y que lo vayamos a tener
disponible. Por eso, el límite a la creación de dinero en la práctica es
el índice de inflación. Una alta inflación implica que podemos comprar
menos cosas con el mismo dinero, es decir, que el valor del dinero es
menor porque hay demasiado en el mercado. Mientras el nivel de precios
no aumente por encima de ciertos niveles, no hay ninguna limitación
práctica al volumen de dinero en circulación.
Aparte de esto, garantizar la disponibilidad del dinero en el banco
es esencial. Lo que permite crear dinero a un banco es que no vayamos en
masa a retirar nuestros fondos de él (lo que sería imposible pues no
los tiene disponibles sino que está especulando con ellos). Y en cuanto a
los bancos centrales, lo que les permite crear dinero es que confiamos
en que esos billetes son un depósito de riqueza. La confianza es lo que
sostiene hoy día el dinero. Por eso se dice que el dinero es una
convención.
¿Por qué el límite de la inflación no supone hoy día demasiado
límite? Por la sencilla razón de que cuando suben de forma generalizada
los precios de los activos no se denomina inflación. Por ejemplo, la
vivienda dejó de formar parte de la cesta de bienes y servicios con los
que se calcula el índice de precios al consumo (IPC) mientras era
ministro Rodrigo Rato y se estaban gestando las bases para la burbuja
inmobiliaria que sobrevendría después. Hemos asistido a una burbuja
financiera tras otra: la de las punto com, la urbanística o la de las
materias primas. Estas burbujas están alimentadas, en última instancia,
por una creación de dinero brutal.
En resumen, todo esto provoca una situación paradójica, cuanto más
dinero se pone en circulación, más crece la deuda y, en definitiva, más
escaso es el dinero. Al mismo tiempo, cuanto más escaso es el dinero,
más dinero tiende a ponerse en circulación.
Mantenimiento de un sistema endeudado
Entonces, ¿cómo se mantiene este sistema que produce deudas
crecientes que no pueden ser devueltas? Pues con la estrategia del
patadón pa’lante: el sistema toma prestado contra el futuro sobre la
base del crecimiento continuo. Quienes han recibido los préstamos
prometen que devolverán las deudas sobre la base de la riqueza generada
por el crecimiento futuro.
Este crecimiento, como muestran todos los indicadores, solo es
posible con un consumo en aumento de materia y energía, que además es
cada vez en mayor porcentaje de origen no renovable [1].
Pero este consumo creciente de materia y energía es imposible en un
planeta con unos recursos cada vez más escasos, como es el caso de los
combustibles fósiles. El dato más relevante es que la Agencia
Internacional de la Energía ya ha confirmado que en 2006 se atravesó el
pico del petróleo convencional [2],
momento que indica un inexorable declinar de la principal fuente
energética. De este modo, no existe capacidad de crecimiento para
devolver la inmensa burbuja de deudas.
Además de la imposibilidad de crecimiento continuado, hay un problema
de cantidad. El monto de deuda existente en el mundo es de unos
158.000.000 millones de dólares, de los cuales el 75% es deuda privada.
La española asciende a 5.400.000 millones de dólares (4 veces el PIB),
de los cuales solo el 16% es deuda pública, el resto está en manos de
bancos y empresas (64%) y hogares (20%) [3].
Las burbujas especulativas se han ido sucediendo unas a otras.
Tapando los efectos perversos de la anterior con más financiación para
alimentar a la burbuja siguiente. En esto se traduce la solución de
volver a crecer, en una escalada de deuda que ha llegado a unos
volúmenes intolerables.
La única forma de parar esto es dejar de devolver parte de la deuda,
una estrategia que también contempla el sistema: son sus crisis
periódicas.
El poder financiero
Los enfoques tradicionales marxistas atribuyen el poder económico a
la propiedad de los medios de producción, de los que el capitalista
extrae la plusvalía. El capitalista lleva a cabo el ciclo
capital-dinero: invierte dinero en insumos y medios de producción, con
ello produce un bien o servicio que lleva al mercado, donde se vende y
de este modo se vuelve a convertir en un dinero en el que está
comprendida la plusvalía (beneficio).
Pero la nueva realidad financiera, la posibilidad de crear dinero de
la nada, ha provocado cambios importantes en esta forma de ejercer el
poder económico. Ya que las nuevas condiciones del sistema monetario y
financiero han creado una fuente de financiación abundante que permite
crecer al capital a velocidades mucho mayores, y así, acceder a más
mercados, obtener economías de escala y conseguir una rentabilidad mucho
mayor. Y la llave de todo esto la tiene el poder financiero. De este
modo, si el capitalista propietario de los medios de producción tiene la
capacidad de extraer la plusvalía, el capitalista financiero tiene la
capacidad de multiplicar esa plusvalía (y el volumen de operaciones de
la empresa), desbancando a la competencia.
Así, la clave del poder económico en nuestros días es el capital
financiero. Ya no se trata de quien posee los medios de producción, sino
de quien controla la financiación. Ese poder es todavía mayor desde que
la progresiva concentración en el sector financiero ha permitido la
creación de entidades demasiado grandes para caer, entidades cuyas
pérdidas se socializan, mientras que sus ganancias se privatizan.
Pinchando la burbuja de la deuda
El inevitable deshinchado de la deuda puede ser de formas muy
distintas. Grosso modo, los principales poderes están intentando que se
pague lo más posible de la deuda contraída con la banca y los fondos de
inversión especulativa a costa de bombear recursos desde las clases
populares (incluido el pequeño empresariado). Esto se está haciendo con
el desmontaje del Estado del bienestar y con una imposición fiscal cada
vez más regresiva.
Pero las clases populares no han sido las que han tomado las
decisiones que llevaron a la financiación de la burbuja especulativa del
mercado inmobiliario. Tampoco han participado en la decisión de
rescatar a la banca pero no a las personas, evitando quiebras bancarias
pero no desahucios de hogares. Todo ello para sostener un modelo de
imposible crecimiento infinito. Además, la gran mayoría de la deuda es
de origen privado en manos del gran capital, aunque se esté convirtiendo
progresivamente en pública por vía de los rescates bancarios. La
situación actual visualiza que el poder financiero es el poder
hegemónico de nuestro tiempo, los gobiernos democráticos se postran ante
él en una deudocracia.
Por todo ello es el momento de que la ciudadanía tome el poder del
dinero. Es el momento de empezar a hablar de que la deuda es impagable,
que no pertenece a la inmensa mayoría de la población, que hay que
auditarla y, simplemente, dejar de pagar la que se ha empleado para la
destrucción ambiental y social.
Esto implica una oportunidad para recuperar lo común o, por lo menos,
una parada en el expolio de lo público con la excusa de la devolución
de una deuda impagable, injusta e insostenible. En definitiva,
ilegítima.
Sin embargo esto solo es una parte de la solución, es lo que nos permitirá vaciar la inmensa bañera de deuda que existe.
La necesidad de un nuevo sistema
La otra parte de la solución es cerrar el grifo de la deuda
insostenible que genera el sistema monetario y financiero actual,
impedir que vuelva a crearse (llenarse la bañera) y que esto nos lleve a
continuar la suicida carrera del crecimiento continuado. Para cerrar el
grifo de la deuda tenemos que socavar sus bases: habilitar fuentes de
creación monetaria que no consistan en el préstamo a interés.
Pero el tipo de interés es un elemento imprescindible de los mercados
financieros. Y los mercados financieros son los que asignan los
recursos, los que dan los préstamos. Sin tipo de interés ni mercados
financieros, necesitamos un nuevo mecanismo para asignar el crédito de
forma eficiente y acorde a las necesidades de la ciudadanía. Por lo
tanto, un sistema económico sin interés implica otra teoría económica [4].
¿Cómo funcionaría este nuevo sistema económico? En él, el dinero (la
deuda) se crearía, poniéndolo en circulación sin interés, para poner en
marcha la producción de un bien o servicio que la sociedad considera
interesante. Todo aquello que una empresa comprara a otra empresa
serviría para compensar la deuda de la empresa proveedora y aumentar la
de la empresa cliente, y de este modo la deuda irá transmitiéndose de
una empresa a la siguiente. Además, todas las empresas generarían pagos a
sus empleados/as, lo que pondría el dinero en manos del público. En
cualquier caso, tanto la deuda, que se movería en el círculo
empresarial, como el dinero que terminase en el bolsillo de los/as
trabajadores/as, tendría un final: desaparecer en el consumo último de
bienes y servicios por compensación de saldos (deuda contra dinero). De
este modo, en este sistema económico el dinero (la deuda) nace, realiza
su función, y muere en el consumo final.
En un sistema monetario y financiero sin interés las deudas no serían
imposibles de devolver y tampoco sería necesario el crecimiento
permanente, con lo que el volumen de dinero en el sistema (y la
producción económica) se mantendría a escala humana. En todo caso, sería
necesario analizar si la creación de dinero debiera estar anclada a
algún tipo de límite físico de nuestro planeta.
Los cambios acaecidos en los últimos tiempos nos sitúan en
circunstancias diferentes en las que esta nueva teoría económica es
posible. En la actualidad el 90% de la masa monetaria es digital:
consiste en anotaciones en cuenta accesibles por medios telemáticos.
Este nuevo tipo de dinero tiene potencialidades poco exploradas. Un
sistema de dinero digital transparente podría permitir, por ejemplo, la
diferenciación del dinero puesto al servicio de la producción de bienes y
servicios, del dinero como instrumento especulativo. Esto permitiría
financiar la actividad productiva necesaria y, al mismo tiempo, no
financiar las burbujas especulativas, lo que nos llevaría a la
erradicación de las crisis financieras.
La soberanía financiera ciudadana se materializaría en un control
social del crédito, es decir, que se decidiese democráticamente en qué
invertir y que esta decisión no la tomase la banca. Una experiencia en
este sentido es COOP57 [5].
Esto tendría muchos efectos beneficiosos. Por un lado, probablemente
cambiaría el modelo productivo facilitando su racionalización ecológica.
Sin necesidad de crecimiento infinito, no habría necesidad de
obsolescencia programada, ni de promover el consumismo. Las personas
podrían fomentar la financiación de la producción de bienes más
duraderos, reciclables o reutilizables, ejerciendo su derecho a tomar
parte en la creación de su destino como sociedad.
A largo plazo, otro efecto beneficioso sería la posibilidad de
repartir el empleo sin bajada de los ingresos de los/as trabajadores/as,
para disfrutar del ahorro de mano de obra que se origina en los
aumentos de productividad en forma de ocio, en lugar de sufrirlo como
desempleo. Al no haber necesidad de crecimiento constante y existir un
control democrático de la economía, el objetivo del pleno empleo podría
alcanzarse repartiendo el trabajo.
Para que este sistema sea posible, haría falta libertad para utilizar
una banca sin intereses. Pero también escapar del monopolio de la
moneda de curso legal que nos impone el poder financiero, para poder
crear nuevas monedas que persigan la satisfacción de las necesidades
humanas y no la retribución del capital financiero, y en la que los
criterios para otorgar financiación fueran decididos por la gente que
participa en estas monedas.
Susana Martín Belmonte, economista autora de Nada está perdido,
Luis González Reyes, Ecologistas en Acción. Revista El Ecologista nº 71.
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