jueves, 26 de febrero de 2009

La isla de Pascua y el colapso global

El destino inmediato del capitalismo liberal, que se precipita en caída libre hacia la implosión de un agujero negro impulsado por el continuo agravamiento de su crisis sistémica y fatalmente atraído por el succionante maëlstrom de un ominoso colapso global, exhibe fascinantes paralelos con la súbita extinción de la cultura de los moaís que tuvo lugar en la polinesia isla de Pascua. Me refiero claro está a esas célebres estatuas gigantes, cerca de 900 en total, que hoy admiran a los turistas en un páramo perdido, árido y casi desierto a miles de kilómetros de las costas vecinas. Pues bien, esos impresionantes moaís fueron erigidos con fines ceremoniales por una floreciente civilización que se embarcó en un proceso de crecimiento acelerado cuyo cenit culminante se alcanzó en el siglo XVII de nuestra era, para precipitarse a partir de ahí (1680) en una vorágine de autodestrucción colectiva que acabó con la civilización de Pascua justo antes de la llegada de colonizadores europeos.

El mejor relato de esta tragedia cultural se contiene en un libro de obligada lectura, Colapso (2005), del geógrafo evolucionista Jared Diamond, que la utiliza de pedagógica ilustración (entre otras extinciones análogas, como la de los mayas del Yucatán o los vikingos de Groenlandia) para explicar cómo la intensificación de la competencia por los recursos puede acabar con el suicidio colectivo de los competidores. Para ello Diamond recurre a la llamada "tragedia de los bienes públicos", propuesta por el biólogo Russell Hardin en 1968, que predice el agotamiento de los ecosistemas a partir de un cierto umbral de explotación. Pero la originalidad de Diamond reside en que, pese a ser un ecologista reconocido, deduce que la causa última del colapso no es biológica sino social. Lo que hace al sistema inviable y le fuerza a colapsarse no es la escasez de los recursos (según el argumento maltusiano) sino el exceso de su explotación, como un efecto sólo derivado de la escalada social de la competición. Los diversos clanes de Pascua se embarcaron en un juego colectivo de prestigio ostentoso donde todos pugnaban por superar a los demás en la erección de moaís, para lo que no dudaron en agotar el bosque del que extraían la madera para transportar las piedras a edificar. Y al escasear la madera dejaron de producir canoas con las que pescaban su principal fuente de proteínas. Pese a lo cual siguieron erigiendo moaís cada vez mayores hasta que ya no pudieron hacerlo más. Entonces los golpistas tomaron el poder, estalló la guerra civil y la isla de Pascua se desangró hasta extinguirse.

Pues bien, el paralelo que les propongo con la actual deriva de la crisis global resulta transparente: los moaís son las burbujas especulativas que erigen nuestros clanes estatales y empresariales,unos moaís hechos de especulación financiera e inmobiliaria que, al adentrarse en una escalada de intensificación de la competencia, no tardan en agotar los recursos productivos de la economía real.

Véase si no el deprimente ejemplo que dan esas ciudades vacías de la costa mediterránea (Manilva) o la periferia madrileña (Seseña), auténticos moaís desiertos y abandonados por el estallido de la burbuja inmobiliaria. Y al igual que los isleños de Pascua se endeudaron a muerte agotando sus fuentes de subsistencia para erigir sus moaís, también para erigir sus apalancadas pirámides especulativas nuestros isleños del capitalismo liberal han esquilmado el suelo público, el crédito solvente, el empleo productivo y el tejido empresarial, encaminando al sistema a un colapso colectivo.

¿Cómo detener e invertir esta deriva autodestructiva? ¿Qué escenarios de salida cabe imaginar para esta continua escalada de la crisis global? Jared Diamond señala que, cuando se entra en una espiral de competición intensificada, sólo hay dos medios de evitar el colapso colectivo: la autolimitación de los competidores o el racionamiento impuesto por el poder público. Dos soluciones que equivalen a la autorregulación de los mercados y a la intervención keynesiana del Estado. Pero cada una de ellas excluye a la otra, mientras que hoy se siguen intentando ambas a la vez, por lo que no sabemos todavía cuál de ambas se impondrá a la larga. Así que hagamos un poco de ciencia-ficción y especulemos sobre las cuatro posibles salidas de la crisis.

La primera es la salida liberal que proponen los poderes financieros globales respaldados por los organismos internacionales como la UE, el FMI o la OCDE: una crisis intensa y aguda, que durará dos o tres años hasta que se complete el proceso de desapalancamiento con altísimos costes sociales, tras lo que se iniciará una lenta recuperación que dará paso a un nuevo proceso estable de crecimiento autosostenido, eventualmente susceptible de abrir nuevas fuentes de negocio convertibles en moaís (pirámides o burbujas especulativas). Este escenario cíclico implica mantener intacto el sistema de mercado, quedando relegado el Estado keynesiano a un papel meramente accesorio, servil y transitorio, tras cuya excepcional intervención se restaurará la dominación absoluta del mercado global. Pero esta salida es de incierta probabilidad porque el keynesianismo light a lo Barack Obama parece predestinado a fracasar, ya que los mercados libres no se pueden gobernar, siendo como son un orden espontáneo. La mano visible del Estado puede regularlos variando su estructura de incentivos pero no puede imponerles normas ejecutivas, pues cuando intenta hacerlo la mano invisible del mercado reacciona generando un desorden espontáneo como el actual.

Así llegamos a la segunda salida previsible de la crisis, que es el colapso definitivo de los mercados tras el fracaso del keynesianismo light, lo que obligará a los Estados a una intervención hardcore mediante nacionalizaciones masivas de la banca y de las empresas en quiebra con el posible cierre de las Bolsas. Esta salida estatal implica la supresión o al menos la suspensión de los mercados libres, que quedarán sustituidos por un proteccionismo mercantilista (colbertismo) de estilo chino e inspiración prusiana. Pero con ello se anula la virtualidad de los ciclos económicos, y la crisis deja de ser un punto de inflexión entre las fases recesiva y ascendente para convertirse en un estado estacionario de estancamiento en forma de L (ramal descendente de caída en picado seguida de una duradera depresión lateral).

Pero si la depresión se eterniza, la salida estatal o proteccionista agravará extraordinariamente el clima de conflictividad social. Y entonces comenzará a ser posible y quizás probable la tercera salida, que podemos llamar violenta: bélica o incluso revolucionaria. Al fin y al cabo, el colapso de la isla de Pascua terminó en un baño de sangre, y lo mismo ocurrió con la depresión económica de los años treinta, cerrada con el crepúsculo de los dioses proteccionistas.

Confiemos en que la memoria histórica nos enseñe a evitar lo peor y nos permita aprender a buscar otra salida menos autodestructiva. ¿Cuál podría ser ésta? Queda una cuarta posibilidad, al menos teórica por improbable que sea, y es la de convertir la actual crisis de los mercados en una verdadera crisis del sistema, eventualmente capaz de dar a luz un nuevo modelo de sociedad. Una sociedad sostenible y ya no basada en el depredador capitalismo neoliberal, que de ciclo a ciclo y de burbuja en burbuja está conduciendo al planeta a un inminente colapso como el de la isla de Pascua, ahora masivamente amplificado a escala global.

Enrique Gil Calvo es profesor titular de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid.

Fuente: El País



martes, 24 de febrero de 2009

Minicumbre europea en Berlín: mucho ruido (mediático) y pocas nueces (decisiones concretas)

“Europa quiere que el G-20 ponga coto a los paraísos fiscales” “La UE pedirá la regulación de todos los productos financieros”. Eran los titulares del lunes 23 febrero 2009 en primera página de un periódico, antes independiente por la mañana y ahora, global. Los demás decían casi lo mismo y con el mismo escaso fundamento.

Ejemplos de desinformación interesada, mero eco de los comunicados de prensa y “charletas” de los portavoces de la campaña mediática de unos gobiernos que siguen sin querer abordar en serio la reforma de un sistema financiero global en crisis y apoyado en la opacidad de la banca en la sombra.

Primera falsedad: En la reunión del domingo 22 febrero 2008 en Berlín, preparatoria de la reunión del G-20 en Londres, a la que se refería la información amparada por esos titulares, no asistió Europa ni siquiera la Unión Europea sino solamente siete países europeos (Alemania, Francia, Reino Unido, Italia, España, Holanda y la República Checa por su presidencia euro escéptica). Los socios restantes no saben y ya veremos que contestan.

Segunda falsedad: En la prensa internacional no aparece ningún documento que acredite tal acuerdo explícito contra los paraísos fiscales ni menos que la Unión Europea haya pedido una regulación de todos los productos financieros. ¿A quién tiene que pedírsela cuando podría hacerla por si misma?

Tercera falsedad: Los supuestos acuerdos para suprimir los paraísos fiscales.
¡Ojalá hubieran acordado todo eso!

¿Está de acuerdo Berlusconi que ha llegado a Presidente del Gobierno italiano, gracias al secretismo de los paraísos fiscales, como cuento en La Europa opaca de las finanzas y sus paraísos fiscales offshore?

¿Está de acuerdo Brown en suprimir los centros offshore británicos, quien como Ministro de hacienda del gobierno Blair fue incapaz de aplicar a Jersey y a las islas del Canal las recomendaciones de transparencia del Informe Edwards?

¿Está de acuerdo Merkel que no ha pedido la expulsión de Liechtenstein del Espacio Económico Europeo que le asocia a la UE, a pesar del amparo que presta a la evasión fiscal en Alemania y en Europa, como demostró el famoso DVD adquirido ilegalmente por su gobierno hace menos de un año?

¿La Comisión europea acepta ahora regular los fondos de alto riesgo o hedge funds, cuando lleva dos años oponiéndose a su regulación como le ha pedido el Parlamento europeo?

¿Por qué no explican el incumplimiento en la aplicación de la tercera directiva antiblanqueo dirigida contra los paraísos fiscales porque casi nadie ha traslado a sus legislaciones antes de terminar 2007, como estaba previsto?

¿Por qué los gobiernos europeos, incluido el gobierno Zapatero, ayudan con dinero público y avalan a los bancos, sin exigirles que supriman sus filiales en notorios paraísos fiscales donde no tienen negocio bancario local?

Con Obama muy ocupado en los propios problemas económicos e intereses imperiales de EEUU, podemos anticipar ya los decepcionantes resultados de la próxima cumbre del G-20 en Londres, entre otras razones, porque ningún gobierno europeo parece capaz de adoptar medidas de control sobre la banca y las finanzas para superar la crisis del sistema bancario.

Por eso, entre tanto, ¡tenemos política de ruido mediático para distraer al personal agobiado por la crisis de sus bolsillos!

Juan Hernández Vigueras. Consejo científico de ATTAC España

www.laeuropaopacadelasfinanzas.com

Nacionalizaciones‏

"La nacionalización es la única respuesta. Estos Bancos están, efectivamente, en bancarrota". Son palabras del Premio Nobel Joseph Stiglitz. El periodista le pregunta: "Los economistas Nouriel Roubini y Nassim Taleb, quienes predijeron el descenso de la economía global, han hecho un llamado para la nacionalización de los Bancos a fin de detener la debacle económica, ¿Está usted de acuerdo?". Y la contestación de Stiglitz no deja lugar a dudas: "Lo cierto es que los Bancos están en muy mala situación. El Gobierno de EEUU ha vertido cientos de miles de millones de dólares con muy pocos resultados. Los ciudadanos norteamericanos se han convertido en propietarios mayoritarios de un gran número de Bancos importantes. Pero no tienen el control. Cualquier sistema que tenga una separación de la propiedad y el control es una receta para el desastre. La única respuesta es la nacionalización. Esos Bancos ciertamente están en bancarrota".


Las Autoridades no lo quieren decir pero lo que ocurre es eso: los Bancos están en bancarrota y tratan de salir a hurtadillas de la situación con el dinero de los ciudadanos. Primero se fueron al casino con sus ahorros y ahora acuden a ellos para que le financien la fiesta.


Vivimos no sólo la mayor debacle financiera de la historia sino también la desvergüenza económica más increíble: nunca en la historia tan pocos pretendieron quedarse, como ahora, con el dinero de tantos.


Los Gobiernos y los Bancos centrales no paran de ayudar a los Bancos con la excusa de que el sistema bancario es imprescindible para que la economía funciones pero los Bancos que las reciben no las usan para ejercer como financiadores de la actividad económica porque su agujero es mucho más que inmenso.


¿Siguen siendo, pues, imprescindibles "estos" Bancos? Por supuesto que no. Lo es el sistema financiero para cualquier economía pero los bancos dedicados a la especulación y a financiar el casino global son perfecta y deseablemente prescindibles. Lo que sí hay que hacer es salvar la financiación de la economía pero no al sistema financiero corrupto y a la Banca irresponsable que ha hundido a la economía mundial que lo que hace es justamente lo contrario, que se paralice la actividad económica.


¿Pero cómo hacerlo? Stiglitz viene a decir con razón que los Bancos están ya nacionalizados de facto pero que el control sigue estando en manos de los irresponsables: un doble escándalo al que se debe poner fin y que no puede confundirse con lo que debiera ser la intervención adecuada de los Estados.


La cuestión es compleja porque, por un lado, la nacionalización seguramente va a ser inevitable a medida que al agujero se vaya abriendo, como es de esperar que suceda. Pero, por otro, la mera nacionalización tampoco es una alternativa que resuelva todo por sí misma mientras no se modifiquen algunas cuestiones esenciales.


La primera de ellas, el modo de funcionamiento de la inversión financiera que se ha instituido en los últimos años contando, no lo olvidemos, con el visto bueno de gobiernos, bancos centrales y organismos internacionales.


Si se quiere acabar con el cáncer que corroe a la economía mundial hay que terminar para siempre con la especulación financiera que detrae recursos de la actividad económica que crea riqueza y puestos de trabajo. Hay que poner fin a los paraísos fiscales, controlar los movimientos de capital y establecer impuestos sobre las operaciones que no estén vinculadas con la economía real.


La segunda, el régimen en que se viene dando la actividad bancaria basada en una capacidad prácticamente ilimitada para crear dinero a través de procedimientos que son peligrosísimos para la estabilidad macroeconómica y para la propia solvencia del sistema financiero, tal y como estamos viendo. Hay que ir restringiéndola hasta llegar a un sistema de plenas reservas. Le guste o no a los banqueros, esta crisis será el principio del fin de la banca que hemos conocido hasta ahora. No hay más remedio y el tiempo lo dirá.


La tercera cuestión a la que hay que hacer frente es al desgobierno mundial, o mejor dicho, al gobierno ejercido solamente por los poderes financieros. Es preciso crear instituciones mundiales representativas y democráticas para que los mecanismos nacionales se coordinen y la financiación fluya de modo eficiente. Las actuaciones que hoy día se lleven a cabo a nivel nacional, salvo en el caso de Estados Unidos y en menor medida la Unión Europea que pueden externalizar sus costes, están condenadas al fracaso si no se dispone de esa coordinación global. Y, por supuesto, hay que cambiar la orientación de las políticas económicas que han traído consigo una desigualdad creciente que está en la raíz de los problemas financieros de nuestros días.


Se está ocultando obcecadamente que la causa última de la crisis es la acumulación extraordinaria de beneficios en manos de los grupos sociales más ricos que se produce lógicamente a costa de las rentas más bajas. El ex Secretario de Trabajo de Clinton, Robert Reich, lo recordaba hace unos días en un artículo: la fracción del crecimiento de las rentas que se apropia el 1% más rico pasó de ser el 45% en la etapa de Clinton al 73% en la de Bush. Y al mismo tiempo señalaba que no podía ser una simple casualidad que esta concentración haya llegado a ser tan grande como la que había en 1928.


Para combatir de raíz la crisis es necesario incrementar la capacidad potencial de crecimiento sostenible, lo que no debe entenderse como el aumento de la producción de "males" que hoy día predomina sino en el sentido de ampliar la gama de fuentes de satisfacción humana, una idea, por tanto, que no sólo no es incompatible con las tesis del decrecimiento sino que las refuerza aunque se exprese de otro modo. Para lo cual resulta imprescindible que se asuma un cambio radical en la pauta de distribución y que se acepten principios de equidad que hoy día rechazan los poderosos y que son radicalmente incompatibles con las rebajas fiscales o la eliminación de impuestos que se vienen realizando.


En consecuencia, nacionalizar los Bancos manteniendo la misma lógica financiera hasta ahora existente no resolverá muchas cosas porque ni siquiera así se garantiza que los Bancos nacionalizados puedan actuar a medio plazo en un sentido diferente a como lo hacen ahora. Ya lo hemos visto claramente en el caso de las cajas de ahorros españolas. Se trata, ciertamente, de una medida de urgencia, que evitará nuevos desmanes a corto plazo y que al menos garantiza que los ciudadanos sean dueños de aquello que efectivamente se capitaliza con sus recursos. Pero no mucho más, aunque no sea poco. Lo que se necesita no es sólo pasar la porquería bancaria a manos del estado, ni crear el "Banco malo" del que se habla (una idea sencillamente utópica cuando se está estimando que sólo en la Unión Europea se pueden haber acumulado 18 billones de euros en productos financieros tóxicos). Lo que se necesita es un espacio financiero de nuevo tipo, con una Banca, que puede ser incluso pública o privada pero comprometida realmente con la inversión real y con la puesta en marcha de otro tipo de políticas económicas y, sobre todo, con un control social mucho más democrático y efectivo que el que hasta ahora se ha realizado incluso en el propio sector público.


Respecto a España, es pronto para saber si a corto plazo habrá algunos Bancos en la misma situación que los de los demás países con bancarrota bancaria. La situación de alguna caja de ahorros ya ha obligado a iniciar un proceso de fusión acelerado y acabamos de asistir al primer "corralito" protagonizado por la banca privada del Banco de Santander.


Dada la morosidad que se va incrementando, la deuda inmobiliaria que pesa sobre muchos de ellos y los efectos de la crisis global que aún no se han manifestado en toda su extensión no se puede descartar nada. Pero en el caso de las cajas de ahorro se estaría a tiempo de modificar la deriva en la que han ido en los últimos años. Deberían pasar a ser la base de ese nuevo espacio o polo financiero de nuevo tipo y cuanto más se tarde en cambiar de rumbo más difícil será llegar a buen puerto.

Juan Torres López
Artículo publicado en Sistema Digital.

La banca y el desempleo

Ha sido una constante en la historia de nuestra democracia que cuando el desempleo aumenta en España la comunidad bancaria, dirigida por el Banco de España, lo atribuye siempre a las supuestas rigideces del mercado de trabajo, consecuencia del excesivo proteccionismo promovido por los sindicatos.

De ahí que fuera predecible que al aumentar el desempleo en España (mayor que en cualquier otro país de la Unión Europea) haya habido una respuesta del gobernador del Banco de España, el Sr. Miguel Angel Fernández Ordóñez (conocido por su pensamiento económico liberal) que ha centrado sus recetas de cómo resolver la crisis de empleo en la necesidad de flexibilizar todavía más el mercado de trabajo. Estas declaraciones han contrastado con un silencio ensordecedor sobre la enorme responsabilidad que la banca ha tenido en la crisis financiera y económica del país, causa mayor del elevado desempleo. Veamos los datos.

Durante la década y media siguiente a la Transición, dos de los hechos que llamaban más la atención eran el elevado precio del dinero que prestaba la Banca (uno de los más altos en la Comunidad Europea), y la exhuberancia de sus beneficios (la tasa de beneficios netos de la Banca española fue casi tres veces mayor que la tasa de beneficios netos de la Banca francesa, casi el doble que la Banca alemana, más de cuatro veces que la Banca belga, casi el doble de la Banca italiana, casi tres veces mayor que la Banca holandesa y casi el doble de la Banca británica (ver "La Economía Política de la Banca Española" en Navarro, V., Globalización Económica, Poder Político y Estado del Bienestar". Ariel Económica. 2000). Tales beneficios no se basaban en su mayor eficiencia, sino en un comportamiento oligopolístico, resultado de unas políticas del Estado altamente proteccionistas de la banca española, la cual se opuso exitosamente a la apertura del sector bancario al capital extranjero. Como consecuencia de ello, el coste de pedir el dinero a la banca por parte del empresariado español era el más elevado de Europa. El empresariado de la manufactura en España tenía que pagar casi el doble que el empresario de la manufactura en EE.UU., y más del doble que el empresariado japonés. Ello explica, en parte, las enormes dificultades que experimentó la manufactura, con la consiguiente destrucción de empleo y elevado crecimiento del desempleo. Este fue uno de los orígenes de la desindustrialización de España y del establecimiento de una economía especulativa basada en el matrimonio banca-industria inmobiliaria. Como bien dijo entonces el Finantial Times (15 marzo 1991), "Durante los años expansivos de la economía española, se vio un gran crecimiento en las inversiones financieras que en su mayor parte derivaron hacia actividades de tipo especulativo –principalmente hipotecario- en lugar del incremente del tejido productivo". No podía haberse escrito más claro. Estas políticas fueron bendecidas por el Banco de España con la aprobación de los sucesivos gobiernos españoles. Este complejo banca-inmobiliarias y empresas constructoras han sido el eje del crecimiento económico de España desde entonces.

El mundo empresarial de la manufactura y de los servicios intentó compensar la enorme carestía del dinero prestado por la Banca mediante la reducción de los salarios, intento exitoso puesto que el crecimiento anual real salarial por persona trabajadora creció durante aquel periodo sólo un 1,8% comparado con el promedio de la UE-15, que fue de 5,2%.

El elevado coste del dinero implicaba también una peseta sobrevalorada que dificultaba las exportaciones españolas. El origen de la elevada negatividad de la balanza del comercio exterior se basa precisamente en aquel hecho. La entrada de España en la zona euro ha eliminado esta situación, pero tal entrada se ha realizado (en la década de los años noventa) de manera beneficiosa a la banca y a costa de un gran sacrificio de la población asalariada y de un considerable subdesarrollo de nuestro estado del bienestar. Como he demostrado en otro lugar ("El Subdesarrollo Social de España: causas y consecuencias. Anagrama. 2006), la reducción del déficit del presupuesto del Estado (exigido por el Pacto de Estabilidad), se hizo a costa de que los recursos que durante los años ochenta iban a corregir el enorme retraso del gasto público social de España se gastaran en los años noventa en reducir el déficit del presupuesto del Estado de manera tal que cuando las cuentas del Estado se equilibraron (para alcanzar incluso más tarde un superávit), el déficit social de España, medido por la diferencia del gasto público social por habitante entre España y la UE-15 (el grupo de países de desarrollo económico más semejante al nuestro) había aumentado considerablemente. Esto quiere decir que nosotros gastamos cada vez menos (en términos proporcionales) en nuestras escuelas, en nuestros servicios sanitarios, en nuestra vivienda social y en nuestras pensiones que el promedio de países de la UE-15. La integración monetaria se hizo a costa de nuestro estado del bienestar. Y también a costa de una reducción de la masa salarial (porcentaje que las rentas del trabajo representan de toda la renta nacional). Ello ha ido acompañado de un incremento exuberante de las rentas del capital, y muy en especial de las rentas de la Banca, la cual continúa siendo una de las que muestran beneficios mayores en el mundo. Ahora bien, la burbuja inmobiliaria (estimulada por el comportamiento especulativo del complejo banca-inmobiliaria) explotó. La mitad del desempleo creado se debe al colapso de la construcción sostenido por aquel complejo. Es más, el pánico creado en la Banca ha determinado también la dificultad de conseguir crédito, causa mayor de la recesión y de la destrucción de empleo, atribuida por el Gobernador del Banco de España (como era de esperar) a una inexistente rigidez del mercado laboral.

Vicenç Navarro es catedrático de Políticas Públicas. Universidad Pompeu Fabra

Fuente: Rebelion

lunes, 16 de febrero de 2009

El 13% del PIB mundial está en paraísos fiscales

El diccionario de la Real Academia Española habla de blanquear como la acción de “ajustar a la legalidad fiscal el dinero procedente de negocios delictivos o injustificables”. La definición legal lo califica como la “adquisición, utilización, conversión o transmisión de bienes procedentes de actividades delictivas”. Blanquear dinero procedente de actividades ilegales es la actividad más destacada de unos 48 países en todo el mundo, los denominados paraísos fiscales. Territorios repartidos por los cinco continentes que, además de carecer de tasas tributarias, ocultan o dificultan el control a las autoridades financieras, según un estudio del Sindicato de Técnicos del Ministerio de Hacienda (Gestha).

Solo en Europa, existen 10 paraísos fiscales, algunos tan conocidos como Mónaco, Luxenburgo o la Isla de Man, y otros tan conocidos y mucho más cercanos como Gibraltar. En estos paraísos fiscales se calcula, según los datos manejados por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), que se encuentra depositado alrededor del 13% del Producto Interior Bruto (PIB) mundial, una cifra que la organización cuantifica entre los 5 y los 7 billones de dólares.

Un estudio de Merrill Lynch asegura, por su parte, que en los paraísos fiscales de todo el mundo existen actualmente depósitos por valor de casi 6 billones de dólares, una cantidad equivalente a casi un tercio de los activos colocados en el mundo por las fortunas particulares. Otras estimaciones, como la del Fondo Monetario Internacional (FMI) lo sitúan en una cuarta parte de la riqueza mundial. Sólo en las Islas Caimán, consideradas como la quinta potencia financiera mundial, hay más de 570 bancos con depósitos superiores a los 500.000 millones de dólares, muchos de ellos pertenecientes a sociedades que en estos territorios encuentran el anonimato para blanquear sus fondos procedentes de algún tipo de actividad delictiva.

En todo el mundo, según Gestha, se blanquean cada año alrededor de 600.000 millones de dólares, capital proveniente en su mayoría de negocios como el narcotráfico, la trata de blancas o el tráfico de armas. La misma cantidad desparece anualmente de las arcas públicas en los países occidentales.

LUCHA COMUNITARIA

En 2000, la OCDE identificó un total de 35 países y territorios que, a su juicio, merecían la consideración de paraísos fiscales. En ella se encontraban nombres tan familiares para España como Andorra o Gibraltar, y otros más lejanos como las Bahamas, Barbados, Seychelles o Liberia. Todos ellos fueron conminados por la OCDE a comprometerse a eliminar sus prácticas fiscales lesivas en el plazo de dos años. Transcurrido ese plazo, solo siete territorios rechazaron este compromiso y son considerados desde entonces “no cooperadores” contra el fraude fiscal: Andorra, Mónaco, Liberia, Liechtenstein, Nauru, Islas Marshall y Vanautu.

Para Gestha, las medidas de los organismos monetarios son insuficientes para terminar con los paraísos fiscales y el blanqueo de dinero. Para solucionar esta problemática, que mueve miles de millones de dólares, los técnicos de Hacienda apostaron por la unión entre países, a nivel mundial. “De no ser así es imposible, porque hoy cualquiera puede, desde su casa, hacer trasferencias desde España a las Caimán sin más requerimientos”, aseguraron.

Ana Camiño. Xornal de Galicia



sábado, 14 de febrero de 2009

Pura ideología

Si en estos momentos de debacle económica hay quienes deberían callar con más justificación que nadie son, sin duda, los bancos centrales.

Con todo el poder en sus manos no han sido capaces de evitar el desastre. Con los que se jactan de ser los mejores equipos de estudios económicos a su servicio ni de lejos adivinaron lo que se nos venía encima. Habiendo adquirido la independencia a costa de provocar una quiebra histórica en los principios del estado democrático moderno, no han sabido utilizarla sino para ser cómplices de los que han provocado una crisis que terminará seguramente por alcanzar una magnitud sin precedentes. A la vista está, como en Estados Unidos, su corresponsabilidad en la gestión de la crisis.

El caso de los bancos centrales de nuestros días es verdaderamente sorprendente: se trata de instituciones a las que se les da cada vez más poder a pesar de que no aciertan en sus pronósticos; a pesar de que no son eficaces a la hora de lograr sus objetivos (ni siquiera en el de la lucha contra la inflación cuando han sido independientes, como ha sido demostrado); a pesar de que han sido concausantes o corresponsables de las crisis más severas que se han conocido en la historia económica; a pesar de que predican una cosa y constantemente hacen lo contrario (como cuando reclaman mercados libres y favorecen la concentración y los privilegios de los banqueros y los financieros). Se les concede un estatuto de tecnócratas apolíticos cuando es una evidencia clamorosa que sus decisiones tienen efectos inmediatos sobre la distribución de la renta y la riqueza y que a quien atienden con preferencia y a quienes favorecen directamente es siempre a los más ricos. Y se les da un reconocimiento teórico singular a pesar de que sus principios esenciales no solo carecen del respaldo empírico básico que es consustancial a las ideas científicas sino que son constantemente puestos en cuestión por la tozuda realidad de los hechos. Basta ir hacia atrás y comprobar hasta qué punto trabajan habitualmente con predicciones completamente erradas.

Los bancos centrales se han convertido en instituciones al servicio del status quo financiero recurriendo para ello a una retórica manida, a la prédica constante del rosario de prejuicios liberales que no tienen otro efecto que producir un reparto cada vez más injusto de la renta. Basta ver dónde terminan sus gobernadores y dirigentes cuando terminan sus mandatos.

Sea cual sea la coyuntura, sea cual sea la situación económica, bien que crezca la actividad económica, bien que se reduzca, no habrá consignas de los bancos centrales que no sean las de reducir salarios, dejar que los más poderosos tengan cada vez más libertad en los mercados, reducir el gasto público, privatizar al máximo, aliviar la carga fiscal de los más ricos, reducir los gastos sociales, eliminar al máximo la protección de los trabajadores... ¡siempre lo mismo!

Los bancos centrales han conducido el vehículo de la economía que les ha correspondido sin espejo retrovisor, con una sola marcha, sin ser conscientes de los demás que circulaban a su alrededor, y lo que es peor, mirando siempre en la misma dirección con independencia de cuál era el camino y los vericuetos por donde iban transitando. Así hasta que nos han estrellado a todos y sin que hasta el último momento hayan sido capaces de detectar el más mínimo peligro, como si nada hubiera estado pasando.

Ahora vuelven con lo mismo. Como siempre, sea lo que sea que esté ocurriendo.

Aquí, como en otros sitios, una vez más el gobernador del Banco de España sale con lo de siempre. En román paladino, que hay echar aún más carga sobre los trabajadores.

Un Premio Nobel de Economía que no es nada sospechoso de izquierdismo, Robert Solow, decía días atrás que lo que España necesita no es flexibilizar los mercados laborales sino tecnología. ¡Es evidente!... salvo para el banco de España.

Sus sesudos y bien pagados economistas no pueden concluir otra cosa que no sea la de abaratar los costes del trabajo, la estrategia de competir como pobres y empobreciéndonos. Que es la situación a la que nos ha llevado, precisamente, la política que están logrando imponer desde hace años, para regusto de los grandes capitales que en España vienen haciendo el agosto sin que al Banco de España se le ocurra pensar que se genera así un modelo que es materialmente insostenible a medio plazo, si no incluso a corto.

Los bancos centrales se han convertido en instituciones empoderadas en el error, en un error que cuesta mucho sufrimiento social y grandes pérdidas económicas.

En lugar de dejarles pontificar libremente sin que nadie pueda osar criticarlos, los bancos centrales deberían empezar a estar sometidos a mucho mayor control. Empezando, por ejemplo, por la publicidad de sus actas y terminando por ponerlos al servicio de las políticas definidas democráticamente y no de las que solo responden a las preferencias de los privilegiados que pueden influir en sus responsables. Y continuando incluso por el establecimiento de garantías para que sus gabinetes de estudio no sean simples manifestaciones del sectarismo ideológico, como sabe perfectamente que ocurre cualquiera que conozca sus entresijos; sencillamente, para que dentro de ellos hubiera pluralidad de pensamiento y responsabilidad ante el desacierto constante.

Antes de querer seguir siendo los brujos de la aldea, lo primero que tendrían que hacer los responsables de los bancos centrales es analizar críticamente lo que han venido diciendo hasta ahora y reconocer que sus teorías han fallado, que sus principios han resultado falsos y equivocados y que nada de lo que han venido diciendo que había que hacer y que se ha hecho ha logrado los objetivos que se decía perseguir.

¿Donde está la estabilidad de los mercados, dónde el crecimiento sostenido, dónde las virtudes de lo privado y la inutilidad de los público?

La patética e impotente intervención masiva de los bancos centrales solo para echarle una mano más a quienes han desatado la crisis, poniendo a disposición de los bancos los recursos billonarios que en mucha menor cantidad han tratado siempre de evitar que se dirijan a proyectos y políticas sociales, ha sido la última puesta en escena de su perversa y lamentable trayectoria política e ideológica.

Los bancos centrales asustan. Pueden hacerlo. Disponen de mucho poder, del suyo propio y del que le prestan los que se benefician de los prejuicios ideológicos que logran que se pongan en práctica. Por eso hablan como hablan. Por eso pueden permitirse aparecer como si estuvieran por encima del bien y del mal, como técnicos asépticos a quien nadie puede llevar la contraria.

Frente a ellos, los gobiernos tienen la legitimidad del voto y no deberían renunciar a poner en marcha las políticas que prefieran las mayorías que los mantienen. Cuando se doblegan ante los santones de la religión liberal, como ha ocurrido tantas veces, perdemos todos.

Juan Torres López es catedrático de Economía Aplicada (Universidad de Sevilla).
El plural

jueves, 12 de febrero de 2009

La ignorada causa de la crisis

Una de las causas más importantes de la crisis económica y financiera actual que apenas ha salido en los medios de información ha sido la polarización en la distribución de las rentas que ha ocurrido desde los años ochenta en la mayoría de los países de la OCDE a partir de la revolución neoliberal iniciada por Ronald Reagan en EEUU y por Margaret Thatcher en Gran Bretaña. Durante el periodo 1980-2005 hemos visto en estos países la desregulación de los mercados laborales y financieros, el aumento de la regresividad fiscal (con políticas fiscales claramente favorables al mundo empresarial y a las rentas superiores), la privatización de los servicios públicos y el desarrollo de políticas monetarias que han favorecido al capital financiero (los bancos) a costa del mundo productivo, dando prioridad al control de la inflación sobre el estímulo económico.

Tales políticas han sido promovidas a nivel mundial por el Fondo Monetario Internacional y por el Banco Mundial y, a nivel europeo, por la Comisión Europea (cuyos Comisarios de Economía y Asuntos Monetarios han sido los guardianes de tal ortodoxia liberal inscrita en el Pacto de Estabilidad que ha dificultado el incremento del gasto público) y por el Banco Central Europeo (cuyas políticas de control de la inflación se han realizado a costa del crecimiento económico y de la creación de empleo). Como resultado de tales políticas, ha habido en la mayoría de los países de la UE un aumento del desempleo (mayor en el periodo 1980-2005 que en el periodo anterior 1950-1980 cuando las políticas existentes eran de corte keynesiano) y un descenso muy marcado de las rentas del trabajo como porcentaje de la renta nacional, descenso especialmente notable en los países de la eurozona, que fueron los que siguieron con mayor celo tales políticas. En el promedio de los países de la eurozona, las rentas del trabajo pasaron de representar el 70% de la renta nacional en 1992, a un 62% en el año 2005. En España, tal descenso fue incluso mayor. Las rentas del trabajo pasaron de representar el 72% al 61% de la renta nacional durante el mismo periodo. Este descenso de tales rentas (medidas por la masa salarial) es la mayor responsable de la caída de la demanda (causa mayor de la crisis económica).


Ahora bien, ¿por qué ocurre la crisis ahora y no antes? Para responder a esta pregunta tenemos que entender la otra cara de la polarización de rentas. La disminución de las rentas del trabajo como porcentaje de la renta nacional se ha hecho a costa de un crecimiento muy acentuado de las rentas del capital y, muy en especial, del capital financiero. Este era, por cierto, el objetivo de las políticas neoliberales. Este crecimiento de las rentas superiores significó, sin embargo, un aumento del ahorro más que del consumo. Los ricos, al tener tanto dinero, necesitan menos para consumir y ahorran, poniendo el ahorro en bancos. De ahí que el aumento del dinero a los ricos no estimula el consumo (que es lo que se necesita), sino el ahorro y la inversión. Ahora bien, ¿dónde invierten los ricos y los bancos? (España es uno de los países con mayor número de millonarios que existen, pero que no declaran su renta). Lo hacen donde pueden sacar más beneficios. Durante estos años invirtieron no tanto en la economía productiva (donde el descenso de la demanda estaba mermando los beneficios), sino en actividades especulativas, como las inmobiliarias, donde los beneficios alcanzaron dimensiones exuberantes.


El complejo capital financiero-especulación inmobiliaria-industria de la construcción, fue durante estos años el motor del desarrollo económico tanto en EEUU como en España (y en Gran Bretaña), facilitado en España, cuando no estimulado por las políticas fiscales del Estado, tanto central como local, que favorecieron la propiedad. Los precios de la vivienda subieron astronómicamente y las clases populares tuvieron que endeudarse hasta la médula. Recuerden que, durante varios años, las empresas constructoras y la banca españolas iban a comerse el mundo. Pero se pasaron de rosca: construyeron en exceso y la burbuja estalló. Ahora el complejo bancario-inmobiliario-construcción tiene en sus manos nada menos que 1,6 millones de viviendas que no se venden, siendo la demanda real de sólo 220.000 unidades. Y el problema es incluso mayor, pues los bancos saben que el precio de las viviendas que tienen es un 30% superior al que tal demanda determinaría. De ahí la enorme resistencia a dar créditos, pues la banca está encima de un volcán que está explotando no sólo como consecuencia del incremento de la morosidad, sino también por el descenso del precio de sus activos.


Hubiera sido mejor que la banca (y las cajas) hubieran invertido más en áreas de clara necesidad social (en lugar de construir siete veces más viviendas de las que el país necesita). Y que el Estado hubiera estado dirigido por mentalidades menos liberales y más keynesianas, estimulando otra política crediticia menos favorable a la especulación y más favorable a la producción de bienes y consumos necesarios.


¿Cuál es la solución? La derecha propone reducir los impuestos como manera de estimular la economía, lo cual se ha demostrado una y otra vez que tiene un impacto estimulante menor, pues las clases populares, enormemente endeudadas, utilizan los fondos extras para pagar sus deudas. Más eficaz es conseguir el aumento de las rentas del trabajo (que se consumen casi en su totalidad) y el descenso de las rentas del capital a través de políticas redistributivas; y aumentar inmediatamente la demanda a través del gasto público, excesivamente bajo en España (una de las causas de su baja productividad), creando empleo en obras públicas y en servicios públicos, como sanidad, escuelas de infancia, servicios domiciliarios y otros servicios que están claramente subfinanciados.

Vicenç Navarro es Catedrático de Políticas Públicas de la Universidad Pompeu Fabra y director del Observatorio Social de España

miércoles, 11 de febrero de 2009

Keynes y los movimientos especulativos de capital‏

"La postura favorable de Keynes al control de los movimientos especulativos de capital".

Ante el actual desorden financiero, económico, político y social, que ha puesto al mundo patas arriba en los últimos años, son muchas las voces que desde hace tiempo vienen denunciando los riesgos asociados a un fenómeno típico del neoliberalismo: la liberalización a ultranza de los movimientos especulativos de capital, tanto en el ámbito nacional como internacional.

Cada vez son mayores las facilidades para que el dinero fluya atendiendo a su función tradicional de medio de pago de bienes y servicios, así como de financiación de inversiones productivas que ofrecen una renta periódica a largo plazo (rentabilidad). Pero también, y aquí está el riesgo, cada vez más por motivos estrictamente especulativos, buscando maximizar las ganancias de capital a corto plazo asociadas a la reventa de activos financieros que tras de sí no tienen el respaldo de actividad productiva alguna, sino tan solo más demanda especulativa que contribuye a hinchar la burbuja de su precio, aunque ello implique operaciones que atenten incluso contra la garantía de los más elementales derechos humanos.

Hilando con esto último, en demasiadas ocasiones, las inversiones tanto productivas como especulativas en activos financieros o reales, respaldados por materias primas, fuentes de energía, alimentos, viviendas y servicios sanitarios, educativos y de pensiones contribuyen a reforzar un sistema económico tremendamente injusto, donde la opulencia de una minoría de la población crece a costa de la insatisfacción de derechos humanos básicos de la mayoría, bajo el principio capitalista que prioriza la “maximización de la remuneración monetaria obtenida por los factores de producción” (en este caso el capital).

Ante esta crisis del capitalismo neoliberal, mundial y sistémica, novedosa tanto en sus causas como en sus durísimas consecuencias, es frecuente poner en primer plano economistas del pasado, tanto para reivindicar la vigencia de sus análisis teóricos como de sus propuestas de política económica. Así, los nombres y la obra de John Maynard Keynes y Karl Marx vuelven a estar en el candelero debido fundamentalmente a sus postulados favorables a una mayor intervención del sector público en el ámbito económico, tanto con carácter anticíclico en el marco de la economía de mercado (caso de Keynes) como con en el horizonte de la revolución social (caso de Marx).

A continuación se repasa brevemente la postura de Keynes respecto a la conveniencia o no de establecer controles públicos a los movimientos especulativos de capital. Por cuestión de espacio, no será un recorrido exhaustivo por su obra, sino simplemente unas notas sobre algunas referencias concretas que puedan sernos de utilidad a la hora de analizar el presente.

En 1919 Keynes escribió The Economic Consequences of the Peace (Las consecuencias económicas de la paz) para llamar la atención sobre las excesivas indemnizaciones que en la Conferencia de Paris se impusieron a Alemania tras la I Guerra Mundial en concepto de reparaciones a los países vencedores, y que finalmente contribuyeron a la crisis económica de la República de Weimar en los años 20, como preludio del auge del nazismo tras la crisis de 1929.

Salvando las distancias, en esta primera década del siglo XXI también tenemos ejemplos similares de ello en el expolio del petróleo iraquí por las empresas multinacionales afines a las potencias que desencadenaron la guerra contra Irak en 2003, con el “pequeño matiz” de que ya no indemniza quien inició el conflicto por los daños causados (EE.UU y sus aliados) sino que paga en especie el país que sufre los bombardeos y la invasión (Irak) por el coste de movilizar y utilizar la maquinaria bélica necesaria para infligirle dichos daños.

Del mismo modo, el problema generado por la deuda externa en los países empobrecidos desde los años 70 a esta parte podría entenderse desde un punto de vista similar, enlazando especulación y alto riesgo, algo muy parecido a lo acontecido en la crisis actual. Por una lado dinero caliente acumulado por los países exportadores de petróleo, que es reciclado por los bancos occidentales y colocado en forma de préstamos a países empobrecidos, sin importarles demasiado la representatividad democrática de los gobiernos, el destino final de los fondos, ni las verdaderas posibilidades de hacer frente a su devolución en posibles escenarios adversos que pudieran producirse (subida de los tipos de interés, bajada de precios de determinadas materias primas básicas de exportación). Resultado final: durísimos planes de ajuste avalados por el FMI, aumento de las desigualdades sociales y auge de regímenes dictatoriales de corte fascista.

En el libro mencionado anteriormente, Keynes (1919, 328) señala una circunstancia de absoluta vigencia en el momento presente, por lo que se refiere a la necesaria ruptura con el paradigma neoliberal hegemónico durante los últimos 30 años, dice así: “las fuerzas del siglo XIX han cumplido su destino y están agotadas. Los ideales de aquella generación ya no nos satisfacen: hemos de encontrar nuevos caminos y habremos de sufrir el malestar”. Absolutamente conciso y esclarecedor, sin concesión a la tibieza que emplean la mayor parte de los líderes políticos en el presente. De ahí que cuando en los momentos actuales, para salir de la crisis se sigue haciendo referencia a la necesidad de recuperar el consumo y la inversión en su acepción económica tradicional, sea preciso denunciar su inviabilidad ecológica y social, y en su lugar apostar por nuevos desarrollos de estilos de vida ligados al concepto del “decrecimiento económico” y a la “satisfacción austera de las necesidades humanas básicas”. Años más tarde Keynes vuelve sobre este tema, y en el Prefacio de su Teoría General (1936, 11) señala, para referirse al necesario cambio de paradigma, que “La dificultad reside no en las ideas nuevas, sino en rehuir las viejas que entran rondando hasta el último pliegue del entendimiento de quienes se han educado en ellas”, a lo que podría añadirse, y también de quienes se han beneficiado y siguen beneficiándose de ellas.

En 1936 Keynes publica The General Theory of Employment, Interest and Money (Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero). Se trata de un alegato a favor de la intervención del Estado con el fin de alcanzar el pleno empleo mediante el gasto, la inversión y la regulación pública, como mecanismos fundamentales para la cohesión social en el seno del mercado. En el capítulo 12 toma clara postura en contra de los movimientos especulativos de capital, proponiendo el establecimiento de tributos sobre las transacciones bursátiles y lanzando duros ataques contra esta práctica. Afirma que “Los especuladores pueden no hacer daño cuando sólo son burbujas en una corriente firme de espíritu de empresa; pero la situación es seria cuando la empresa se convierte en burbuja dentro de una vorágine de especulación. Cuando el desarrollo del capital en un país se convierte en subproducto de las actividades propias de un casino, es probable que aquél se realice mal (…) Generalmente se admite que, en interés público, los casinos deben ser inaccesibles y costosos, y tal vez esto mismo sea cierto en el caso de las bolsas de valores. El hecho de que los pecados de la bolsa de valores de Londres sean menores que los de Wall Street, quizás no se deba tanto a las diferencias en el carácter nacional, como a la circunstancia de que, para el inglés de tipo medio, Throgmorton Street es inaccesible y muy costosa comparada con Wall Street para el mismo tipo de norteamericano. La comisión del corredor de bolsa, los fuertes cargos de los comisionistas y el pesado impuesto sobre operaciones o traslado de títulos que se paga a la Tesorería, gastos todos estos que acompañan a las operaciones en la bolsa de valores de Londres, reducen la liquidez del mercado lo bastante para eliminar gran parte de las operaciones características de Wall Street. La implantación de un impuesto fuerte sobre todas las operaciones de compraventa podría ser la mejor reforma disponible con el objeto de mitigar en Estados Unidos el predominio de la especulación sobre la empresa. El espectáculo de los mercados de inversión modernos me ha llevado algunas veces a concluir que la compra de una inversión debe ser permanente e indisoluble, como el matrimonio, excepto por motivo de muerte o de otra causa grave” (Keynes, 1936, 145-146).

Toda una contundente toma de postura a favor de las inversiones productivas a largo plazo, y por lo tanto, una crítica implícita a las inversiones especulativas a corto plazo que anteponen las ganancias de capital privadas del inversor a la rentabilidad social asociada a la actividad de esa empresa por su capacidad para satisfacer necesidades sociales (bienes, servicios, empleo). Además, señala muy a las claras una de las características básicas de los mercados financieros actuales (incipiente entonces) y que no es otra que su común acceso a la mayor parte de la población en los países enriquecidos, mediante fórmulas como los planes de pensiones, los fondos de inversión y los préstamos hipotecarios que han resultado fundamentales para difundir los riesgos financieros a lo largo y ancho del mundo, terminando por invadir y socavar los cimientos de la economía real.

Igualmente, su propuesta de establecer tributos sobre transacciones bursátiles especulativas es un antecedente de lo que más tarde propondría James Tobin en 1972: gravar los movimientos de capitales especulativos con un impuesto, con el fin de "arrojar unos granos de arena en los ejes de las ruedas de la especulación", como le gustaba decir metafóricamente. El establecimiento de la Tasa Tobin, el control democrático de los mercados financieros y la supresión de los paraísos fiscales son temas que están de absoluta actualidad en la opinión pública, siendo las reivindicaciones principales del movimiento ciudadano internacional ATTAC desde hace 10 años.

Bibliografía:

Galindo Martín, Miguel Ángel (2003): Keynes y el nacimiento de la macroeconomía, Editorial Síntesis, Madrid.

Keynes, John Maynard (1919): The Economic Consequences of the Peace, Macmillan, London.

Keynes, John Maynard (1936): The General Theory of Employment, Interest and Money, Macmillan, London (Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero, FCE, México, 1943. Las citas y números de páginas que aparecen en el texto corresponden a la versión en castellano).

Gregorio López Sanz

Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales. Universidad de Castilla-La Mancha (Albacete)

gregorio.lopez@uclm.es

http://gregoriolopezsanz.blogspot.com/

¡Que se vayan todos!

Viendo a las multitudes en Islandia blandiendo y golpeando ollas y cacerolas hasta hacer caer a su gobierno me acordaba yo de una popular consigna coreada en los círculos anticapitalistas en 2002: "Ustedes son Enron; nosotros, la Argentina".

Su mensaje era suficientemente simple. Ustedes –políticos y altos ejecutivos amalgamados en alguna que otra cumbre comercial— son como los temerarios estafadores ejecutivos de Enron (claro que entonces no sabíamos ni la mitad de lo ocurrido)—. Nosotros –el populacho mantenido al margen— somos como los argentinos, quienes, en medio de una crisis económica misteriosamente parecida a la nuestra, salieron a la calle con ollas y cacerolas al grito de: "Que se vayan todos". Forzaron la dimisión de cuatro presidentes en menos de tres semanas. Lo que hizo única la rebelión argentina de 2001-2002 fue que no iba dirigida contra ningún partido político concreto, ni tampoco contra la corrupción en abstracto. Su objetivo era el modelo económico dominante: fue la primera revuelta de una nación contra el capitalismo desregulado de nuestros días.

Ha tomado su tiempo, pero, finalmente, desde Islandia hasta Letonia, pasando por Corea del Sur y Grecia, el resto del mundo está llegando al mismo resultado: ¡que se vayan todos!

Las estoicas matriarcas islandesas que sacaban sus cacerolas mientras sus hijos buscaban proyectiles en el frigorífico (huevos, desde luego, ¿también yogures?) reproducen las tácticas que se hicieron famosas en Buenos Aires. Un eco de la rabia colectiva contra unas elites que destruyeron un país otrora próspero pensando salir de rositas. Como dijo Gudrun Jonsdottir, una oficinista islandesa de 36 años: "Estoy hasta el moño de todos esto. No me fío del gobierno, no me fío de los bancos, no me fío de los partidos políticos y no me fío del FMI. Teníamos un país estupendo, y se lo han cargado".

Otro eco: en Reikiavik, los manifestantes no se conforman con un mero cambio de rostros en la cúspide (aunque la nueva primera ministra sea una lesbiana). Exigen ayudas al pueblo, no a los bancos; investigación penal de la debacle; y una profunda reforma electoral.

Parecidas exigencias pueden oírse en Letonia, cuya economía ha experimentado la contracción más drástica dentro de la Unión Europea y en donde el gobierno se halla al borde del precipicio. Durante semanas, la capital se ha visto sacudida por protestas, incluidos unos disturbios en toda regla el pasado 13 de enero. Como en Islandia, los letones están indignados por la negativa de sus dirigentes a aceptar la menor responsabilidad por la catástrofe. Preguntado por la Televisión Bloomberg por las causas de la crisis, el ministro de finanzas letón soltó displicentemente: "ninguna en especial".

Pero los disturbios letones sí son especiales: las mismas políticas que permitieron al "Tigre Báltico" crecer a una tasa del 12% en 2006, están ahora causando una violenta contracción que se estima del 10% para este año: el dinero, emancipado de toda barrera, viene tan prontamente como se va, tras rellenar, eso sí, algunos bolsillos políticos. No es casual que muchas de las catástrofes de hoy sean los "milagros" de ayer: Irlanda, Estonia, Islandia, Letonia.

Pero todavía hay algo más argentinesco en el aire. En 2001, los dirigentes argentinos respondieron a la crisis con un brutal paquete de austeridad dictado por el FMI: 9 mil millones de dólares de recorte del gasto público, señaladamente en sanidad y educación. Lo que se reveló un error fatal. Los sindicatos de los trabajadores realizaron una huelga general, los maestros sacaron sus clases a la calle, y por doquiera proseguían las protestas.

Esa misma negativa de los de abajo a ser inmolados en la crisis es lo que une hoy a muchos manifestantes de todo el mundo. En Letonia, buena parte de la cólera popular se ha centrado en las medidas gubernamentales de austeridad –despidos masivos, recorte de servicios sociales y brusca disminución de los salarios en el sector público— tomadas para hacer méritos ante el FMI, de quien se espera un préstamo de urgencia: no, definitivamente, nada ha cambiado. Las revueltas del pasado diciembre en Grecia fueron desencadenadas por el asesinato a tiros por la policía de un adolescente de 15 años. Pero lo que las mantiene vivas, con los agricultores recogiendo el testigo de los estudiantes, es la general cólera que desierta en el pueblo griego la respuesta del gobierno a la crisis: se ofrece a los bancos un rescate por valor de 36 mil millones de dólares, mientras se recortan las pensiones de los trabajadores y se da a los campesinos poco más que nada. A pesar de las molestias causadas por el bloqueo de carreteras de los tractores, el 78% de los griegos opina que las exigencias de los agricultores son razonables. Análogamente en Francia, en donde la reciente huelga general –desencadenada en parte por los planes del presidente Sarkozy de reducir espectacularmente el número de profesores— se atrajo el apoyo del 70% de la población.

Acaso el hilo más robusto que atraviesa a toda esa revuelta global sea el rechazo a la lógica de la "política extraordinaria", por emplear la expresión acuñada por el político polaco Leszek Balcerowicz para describir el modo en que los políticos acostumbran ahora a ignorar las disposiciones legislativas para avilantarse a "reformas" de todo punto impopulares. Un ardid que está dejando de funcionar, como acaba de descubrir ahora el gobierno de Corea del Sur. En diciembre pasado, el partido gobernante trató de servirse de la crisis en curso para lanzarse a un más que discutible acuerdo de libre comercio con los EEUU. Llevando a nuevos extremos la política de puertas cerradas, los legisladores se cerraron a cal y canto en la Cámara para poder votar en privado: defendieron la puerta con mesas, sillas y butacas. Los políticos de la oposición no se dejaron impresionar: con martillos percutores y sierras eléctricas, echaron la puerta abajo y entraron en el Parlamento organizando una sentada que habría de durar doce días. Se aplazó el voto, a fin de permitir un mayor debate. Una victoria para un nuevo tipo de "política extraordinaria".

Aquí, en Canadá, la política es notoriamente menos pronta a escenas chocarreras que terminan en YouTube, pero tampoco ha estado exenta de sorprendentes acontecimientos. El pasado octubre, el Partido Conservador ganó las elecciones nacionales con un programa sin ambición. Seis semanas después, nuestro primer ministro tory se sacaba de la chistera un proyecto presupuestario que privaba del derecho de huelga a los trabajadores del sector público, abolía la financiación pública de los partidos políticos y no contenía el menor atisbo de estímulo económico. Los partidos de oposición replicaron con la formación de una coalición histórica, que no consiguió hacerse con el poder sólo porque se suspendió abruptamente la sesión parlamentaria. Los tories han regresado ahora con un presupuesto revisado: las políticas extremistas de derecha han desaparecido, y hay un paquete de estímulos económicos.

La pauta es clara: los gobiernos que responden a la crisis creada por la ideología de libre mercado con una acrecida dosis de la desacreditada medicina, no sobrevivirán al intento. Como están gritando en la calle los estudiantes italianos: "No pagaremos por vuestra crisis".

Naomi Klein es autora de numerosos libros, incluido el más reciente The Shock Doctrine: The Rise of Disaster Capitalism .

Traducción para www.sinpermiso.info : Roc F. Nyerro

domingo, 8 de febrero de 2009

Para un nuevo modelo económico y social ¡Pongamos las finanzas en su sitio!

Llamamiento sometido a la firma de asociaciones, sindicatos y movimientos sociales
La crisis financiera es una crisis sistémica, inscrita en un contexto de crisis globales múltiples (climática, alimentaria, energética, social,...) y de un nuevo equilibrio de poderes.

Esta crisis proviene de treinta años de transferencia de ingresos del trabajo al capital, una tendencia que hay que revertir. La crisis es consecuencia de un sistema de producción capitalista basado en la auto regulación y alimentado por la acumulación por una minoría de beneficios a corto plazo, los desequilibrios financieros internacionales, la repartición desigual de riquezas, un sistema comercial injusto, la perpetración y acumulación de deuda irresponsable e ilegítima, el pillaje de recursos naturales y la privatización de servicios públicos.

Esta crisis afecta a toda la humanidad, empezando por los más vulnerables (trabajadores, desempleados, campesinos, migrantes, mujeres,…) y los países del Sur, que son víctimas de una crisis de la que no son responsables.

Los recursos utilizados para salir de la crisis se limitan a socializar pérdidas para salvar, sin contrapartida real, al sistema financiero causante del cataclismo actual. ¿Dónde están los recursos para las poblaciones víctimas de la crisis? El mundo no sólo necesita regulaciones sino también un nuevo paradigma que ponga las finanzas al servicio de un nuevo sistema democrático fundado en la satisfacción de todos los derechos humanos, el trabajo decente, la soberanía alimentaria, el respeto del medio ambiente, la diversidad cultural, la economía social y solidaria y un nuevo concepto de riqueza. Por ello pedimos:

  • Poner a las Naciones Unidas, reformadas y democratizadas, al centro de la reforma del sistema financiero, ya que le G 20 no es un foro legítimo para aportar respuestas adecuadas a esta crisis sistémica.
  • La puesta en marcha de mecanismos internacionales, permanentes y obligatorios, de control de movimientos de capitales.
  • El establecimiento de un sistema monetario internacional fundado sobre un nuevo sistema de reserva que incluya la creación de monedas de reserva regionales, afín de acabar con la supremacía del dólar y asegurar la estabilidad financiera internacional.
  • La puesta en marcha de un mecanismo global de control público y ciudadano de los bancos e instituciones financieras. La intermediación financiera ha de ser reconocida como un servicio público garantizado a todos los ciudadanos y ciudadanas del mundo y ha de sacarse fuera de los acuerdos de libre comercio.
  • La prohibición de los fondos especulativos y los mercados no regulados, donde se intercambian productos derivados y otros productos tóxicos fuera del control público.
  • La erradicación de la especulación sobre las materias primas, empezando por los alimentos y productos energéticos, mediante la puesta en marcha de mecanismos públicos de estabilización de precios.
  • El desmantelamiento de los paraísos fiscales, el establecimiento de sanciones a sus usuarios (individuos, compañías, bancos e intermediarios financieros) y la creación de una organización fiscal internacional encargada de detener la competencia y evasión fiscales.
  • Anular la deuda insostenible e ilegítima y establecer un sistema responsable, democrático y justo de financiamiento soberano al servicio de un desarrollo justo y sostenible.
  • Establecer un nuevo sistema internacional de repartición de riquezas mediante la puesta en marcha de una fiscalidad más progresiva a escala nacional y mediante la creación de tasas globales (sobre transacciones financieras, actividades contaminantes y grandes fortunas) con el fin de financiar los bienes públicos mundiales.

Hacemos un llamamiento a asociaciones, sindicatos y movimientos sociales para converger y crear una fuerza ciudadana a favor de este nuevo modelo y para multiplicar las movilizaciones en todas las partes del mundo, y en concreto ante el G 20, a partir del 28 de marzo del 2009.

Envío de la firma de organizaciones a: finance@eurodad.orgEsta dirección de correo electrónico está protegida contra los robots de spam, necesita tener Javascript activado para poder verla o en http://www.choike.org/gcrisis
(nombre de la organización, país y contacto e-mail)

viernes, 6 de febrero de 2009

La ética en la salida a la crisis

Dice José Luis Sampedro que las sociedades en marcha acaban muriendo inevitablemente. El capitalismo es una forma viva y se deshace. Cuando estamos padeciendo una crisis alimentaría, energética, climática, financiera, económica, social, de valores y una crisis política de deslegitimización de las instancias reguladoras del sistema internacional: FMI, BM, OCM y ONU no podemos sino hablar de la Crisis con mayúscula del Sistema capitalista que ya no puede responder y resolver las necesidades mundiales de supervivencia para toda la humanidad.

Una de las dimensiones diferenciales de la actual crisis con respecto a las anteriores es la competición de los países desarrollados con los países emergentes Brasil, Rusia, India y China que representan, sólo ellos cuatro, más del 40% de la humanidad, por los recursos naturales del planeta. Sin ellos no hay mercado futuro para la producción y el consumo, pero con ellos no hay posibilidad de producir y consumir todos.

La necesidad de eliminar la especulación financiera puesta de manifiesto por la actual crisis financiera obliga a recuperar los valores éticos de la economía, y como decía Keynes “a dar a los motivos monetarios su verdadero valor”. La especulación financiera que aún se da sobre los bienes alimentarios, energéticos y monetarios está en la raíz de todas las crisis, y en el auge de los paraísos fiscales que garantiza la opacidad y encubrimiento de toda clase de operaciones delictivas. Eliminar esta especulación financiera supone reducir el crecimiento monetario, el PIB, aunque también hará recuperar la estabilidad financiera y aumentará la satisfacción de las necesidades humanas.

Vivimos un profundo cambio civilizatorio que provoca la inseguridad, la perdida de identidad y el atrincheramiento en las formas e instituciones del pasado. Los fundamentalistas del mercado están provocando deliberadamente la fragmentación de la humanidad para poder mantener el Poder. Impiden con ello la generación del “demos” de una única, aunque rica por su diversidad y colorido, humanidad que habita un único planeta y que debe gobernarse de forma unitaria. Un “demos” basado en los cimientos comunes y compartidos por las distintas culturas y civilizaciones del planeta Tierra.

Hoy ya esta claro que el crecimiento ilimitado es insostenible; que el Producto Interior Bruto (PIB) no es el indicador adecuado para que nos guíe en la salida racional de las actuales crisis, y que necesitamos de una nueva teoría económica que devuelva el sentido común a la humanidad. Volver a preguntarnos y respondernos qué mundo queremos para nuestros descendientes; qué producimos, con qué lo producimos, para qué y para quienes lo producimos; qué Poder con qué autoridad, reglas e instituciones; qué hay que mantener y qué hay que suprimir del mundo actual. Porque la alternativa que se le abre a la humanidad en este momento histórico de su devenir es seguir con el crecimiento que acaba con sus dos fuentes de riqueza, la humanidad y la naturaleza, o cambiar para sobrevivir.

Hemos entrado en la gran depresión económica en este principio de milenio de la mano del colapso de la burbuja financiera, histórica por su volumen e integración mundial; la lucha por el control de los recursos naturales; y el choque y ruptura de las estructuras internacionales de control por la emergencia de los nuevos actores internacionales que suponen los cuatro países del BRIC. Otro mundo mejor posible no se dará sin lucha, sin enfrentamiento entre el Norte y el Sur.

La Cumbre de Washington, fue un intento de implicar a los países emergentes (BRIC) en la defensa del sistema y la ideología del libre mercado recuperando el intercambio desigual y los desacreditados FMI, Banco Mundial y OMC. Ha sido un fracaso ya que a las presiones para que China revaluara el Yuan esta ha respondido devaluándolo; la OMC no ha logrado ni siquiera convocarse; y las ayudas a los sectores nacionales de cada país no son sino políticas proteccionistas de cada Estado nación en el sálvese quién pueda.

Son las sociedades las que tienen la fuerza, la capacidad y las necesidades. Liberando su iniciativa y creatividad, cambiando el uso y destino que se dan a los recursos disponibles y recuperando la razón y la ética se resolverán todos los problemas sin dificultad.

Fernando Moreno Bernal - ATTAC Cádiz

jueves, 5 de febrero de 2009

Desconcierto en Davos

Juan Francisco Martín Seco. Público
En medio del caos reinante destaca una única coincidencia. La crisis económica actual es de una enorme envergadura. Los grandes gurús de la política y de la economía reunidos en Davos, en el World Economic Forum, han mostrado su desconcierto. El que más y el que menos ha reconocido que la situación por la que atraviesa la economía internacional no tiene nada que ver con otras crisis anteriores y que su dimensión alcanza una proporción hasta ahora desconocida.

Sin embargo, a la hora de ofrecer soluciones se pierde el consenso. Algunos, como el Partido Popular en España, proponen medidas que sólo pueden empeorar la situación. Otros propugnan actuaciones parciales copiadas de otras crisis. Los más lúcidos y avanzados se permiten adelantar que se precisa un mayor control del sector financiero, evitar la especulación y las ganancias desmedidas de los grandes ejecutivos. La mayoría reniega del fundamentalismo del mercado, dogma en los años anteriores. Convendría recordar que fue precisamente aquí, en este foro de Davos, donde el renacido capitalismo salvaje se quitó la careta, y que fue precisamente Han Tietmeyer, entonces gobernador del poderoso Bundesbank, el que se encargó de proclamar lo que muchos pensaban pero no se atrevían a verbalizar: “Los mercados serán los gendarmes de los poderes políticos”.

Ahora, las voces que se escuchan van en otra dirección y piden que sean los Estados los que recojan de nuevo las riendas. Pero dudo mucho de que sean conscientes de lo que esto significa y las profundas transformaciones que se necesitan. La dimensión de la crisis cuestiona todo el sistema económico implantado a lo largo de los 30 últimos años, al que unos llaman globalización, pero que en realidad es lisa y llanamente liberalización del poder económico con respecto al poder político. Es todo ese andamiaje el que hay que demoler para retornar a los principios, leyes y estructura de la economía mixta. No valen parches ni consignas generales. Con los condicionantes económicos establecidos, Tietmeyer tiene razón, los mercados mandan y los gobiernos obedecen. Para invertir el proceso, es necesario destruir los fundamentos en que se basa el actual sistema económico.

Si no se limita la circulación de capitales, no se podrá hablar de estabilidad en los mercados financieros, por mucha coordinación internacional que se proyecte. La pretensión de producir en los países de salarios misérrimos para vender la producción en las naciones prósperas conduce a un enorme desequilibrio en las balanzas de pagos que antes o después tiene que explotar. Instar a los ciudadanos a que consuman productos nacionales cuando el Estado ha renunciado a toda medida proteccionista es mero voluntarismo, del mismo calibre que exigir a los bancos que actúen por utilidad social y no optimizando su beneficio. No se puede pedir que los bancos dejen de ser bancos, pero sí hay que pedir al Estado que sea Estado y que recobre las competencias de las que nunca debió abdicar, entre otras la de mantener una fuerte banca pública que pueda actuar en situaciones de crisis. El negocio bancario es un asunto demasiado importante para dejarlo en manos de los banqueros.

Juan Francisco Martín Seco es Economista



miércoles, 4 de febrero de 2009

Algunas propuestas altermundistas frente a la crisis global

Habría que aclarar primero de qué crisis se está hablando, ¿de una crisis financiera más del capitalismo mundial o de la crisis del capitalismo financiero global? En Attac pensamos que se trata de la crisis del capitalismo, que en la actualidad es un capitalismo financiero global. Y por tanto, las explicaciones que razonan como si se tratara de la explosión de una nueva burbuja financiera del sistema, de la que se volverá tarde o temprano a la economía productiva y keynesiana de antes de la globalización, es una confusión que dificulta el análisis y las soluciones.

Desde la perspectiva de Attac, el proceso de acumulación capitalista ha sufrido una profunda mutación en estos treinta años de globalización. En la actualidad se asienta sobre la creación de valor financiero, lo que implica que el sistema ha sustituido la centralidad del salario (y por tanto del trabajo y de su sujeto social transformador que es el trabajador asalariado), por la centralidad de la renta (y por lo tanto del cambio, quedando pendiente de identificar quién pasaría a ser el nuevo sujeto social transformador).

Esto es relevante porque de ello resulta que el capital ya no se nutre de la apropiación de valor creado por el trabajo, sino que el capital ha pasado a ser hoy la expresión del valor actualizado de un flujo de rentas, y se fundamenta en la creación de valor financiero a partir de la especulación con las cotizaciones bursátiles, con el cambio de divisas, con los créditos y las hipotecas, con los fondos de pensiones… y con las burbujas por venir.

En este planteamiento, la centralidad del sistema ya no es el salario sino el tipo de interés, que se ha convertido en la variable estratégica del capitalismo financiero. De forma muy esquemática podemos decir que cumple tres funciones simultáneas: a) donde interviene el tipo de interés logra crear un espacio financiero que permite medir y calcular; gracias a la gran liquidez de que se ha dotado el sistema, el tipo de interés interviene en cada vez mas ámbitos “no económicos” como las relaciones familiares y afectivas, por ejemplo; b) es el instrumento para elegir y para decidir en los proyectos de inversión de las empresas, a través de la comparación de la rentabilidad del dinero; y c) es un instrumento sancionador, pues a través del riesgo-país los mercados financieros castigan a las situaciones económicas que asumen excesivos “riesgos” (o se alejan de la norma neoliberal).

El capitalismo financiero global tiene una característica adicional: es totalizador; esto es, no quiere dejar nada fuera de su ámbito, lo que supone que todo, las cosas pero también las personas, tiene una existencia económica en tanto y en cuanto se conviertan en activos financieros. El tipo de interés como variable estratégica del sistema explica la importancia de la estabilidad monetaria y financiera en el sistema y establece que la inflación y la volatilidad son los grandes peligros que la amenazan. La gestión de esta estabilidad es tan relevante que se saca de “la política” y se le encarga a los bancos centrales, escamoteándosela a los ciudadanos, gracias a la pretendida independencia de aquellos respecto a los gobiernos, pero no de los mercados financieros.

En 2008 los mercados financieros han entrado en crisis y lo han hecho porque ha colapsado el tipo de interés y la liquidez, esto es los dos grandes instrumentos con los que el capitalismo financiero global funciona y se reproduce. Aunque Attac no es una formación con un proyecto político para administrar el capitalismo -y mucho menos para gestionar su profunda crisis- sí ofrece a la ciudadanía un conjunto de propuestas políticas, que se podrían estructurar en tres bloques:

1º.- Aunque la corrupción y la especulación sean sistémicas, hay que penalizar a los corruptos y a los especuladores financieros. Por tanto, un primer bloque de propuestas son las que de manera muy enérgica se dirigen a sancionar a los corruptos, esto es, a sustituir a las actuales elites financieras mundiales corruptas, persiguiendo judicialmente a los que hayan cometido delitos financieros.

Y cuando falten leyes que les penalicen, la propuesta es presionar socialmente para que se creen, de forma que el delito financiero sea un delito tanto o más grave que los de hurto o robo de bienes materiales de cualquier tipo. Además de acabar con la impunidad financiera que supone la libertad de movimiento de capitales y la ausencia de impuestos a las transacciones especulativas, dentro de este bloque se incluirían propuestas como la prohibición de aplicar de elevadas gratificaciones complementarias a los gestores financieros; el vincular el derecho de voto accionarial a un período mínimo de posesión de las acciones (5-10 años); o el incremento de la transparencia y del control de los lobbys y asesores financieros.

2º.- El segundo bloque se estructura en torno al concepto de control ciudadano de las finanzas. Las propuestas van encaminadas a crear mecanismos sociales, que no han de ser necesariamente estatales o nacionales, de gestión y de control del proceso financiero. Hay que ser conscientes que no le estamos pidiendo al Estado central, ni a los gobiernos autonómicos ni a los Ayuntamientos que gestionen los problemas que ha creado el capitalismo financiero. Aunque le pidamos a los poderes públicos que actúen en la emergencia y que apoyen a los más perjudicados por la debacle financiera, los mecanismos a largo plazo tienen que pasar por procesos sociales de gestión y control. Por tanto, el objetivo sería socializar la banca mas que nacionalizarla o estatizarla, conscientes de que se trata de un proceso largo encaminado a erradicar tanto la corrupción financiera en la banca privada como la enquistada en las instancias estatales y políticas.

Para ello, habría que proceder al cierre efectivo e inmediato de todos paraísos fiscales, la supresión del secreto bancario y profesional (en el caso de los abogados de bufetes financieros) y a un apoyo condicionado a la intermediación financiera de las Cajas de Ahorros, exigiendo que funcionen de otra manera, con otra rendición de cuentas no solo a los impositores sino al conjunto de la ciudadanía. El control social de las finanzas implica igualmente la prohibición de las stock options y de las ventas al descubierto; la fijación de un límite a los activos bajo control y de las operaciones bilaterales al margen del mercado (OTC); y la exigencia de negociar los derivados en mercados normalizados y autorizados entre otras propuestas.

3º.- Y el tercer bloque de propuestas tiene como objetivo la consolidación de un espacio social no financiero donde las decisiones se tomen conjugando criterios de eficacia económica con otros de justicia y de equidad. Lo que se persigue es sustraer a las finanzas aquellos asuntos que la ciudadanía decida mantener fuera del juego financiero.

Las propuestas parten de una defensa explícita y decidida de la fiscalidad directa y progresiva en cada estado, especialmente para financiar los bienes públicos y los servicios sociales, que se quieren sustraer del espacio de las finanzas; en concreto, educación y sanidad como servicios públicos, prevención social, pensiones, bienes públicos, etc.; la creación de un Fondo Especial para afrontar la crisis en cada país constituido a través de una contribución extraordinaria y puntual sobre todas las ganancias de capital superiores a 50.000 euros y con un impuesto extraordinario de un 1% sobre todos los beneficios empresariales del sector financiero; la reversión de los procesos de privatización de la educación, la sanidad, los fondos de pensiones, el agua, etc.; y la implantación progresiva de una renta básica de ciudadanía financiada con impuestos.