lunes, 29 de septiembre de 2008

Financiación autonómica: un debate con trampa neoliberal

Desde hace meses los ciudadanos contemplamos, yo creo que bastante atónitos, una puesta en escena verdaderamente lamentable entre las diversas comunidades autónomas. Casi todas contra todas, pugnan entre ellas para tratar de llevarse la mayor parte posible de la tarta de la financiación autonómica.

Además, al coincidir esa batalla con una crisis de tanta envergadura como la que vivimos, los planteamientos se desdibujan, las reivindicaciones se radicalizan e incluso algunos generalmente lúcidos como Felipe González proponen que se retrase el asunto, olvidando que hay compromisos constitucionales y estatutarios que nunca es bueno que nazcan para ser incumplidos.

Justicia, entre personas
Lo más lamentable quizá sea que los argumentos tienden a territorializarse, olvidándose a menudo que la equidad, la solidaridad y la justicia más auténticas no son las que se dan o dejan de darse entre espacios sino entre personas. Y, sobre todo, que tal y como se está planteando el asunto es inevitable que todos veamos en el debate una contienda sin sentido del Estado, muy disgregadora y simplista.

Balanzas fiscales
Ahí está, por ejemplo, el desgraciado recurso de las balanzas fiscales, un instrumento de análisis que en sí mismo constituye una preclara expresión de lo imperfecto a la hora de evaluar la contribución de unos y otros, toda vez que, como foto fija que es, no permite nunca contemplar las realidades dinámicas, el peso de los factores históricos y, por supuesto, los idiosincráticos, las condiciones de entorno que unos han provocado sobre otros y que tanta importancia han tenido y siguen teniendo.

Ganadores y perdedores
Pero lo que en mi opinión constituye el verdadero meollo de la cuestión es que el debate de la financiación autonómica se está planteando como un juego de suma cero que no puede resolverse sino en términos de ganadores y perdedores. Por eso estamos continuamente entrando en el discurso estúpido y peligroso de quién debe a quién, de quién se aprovecha del otro o de quién recibe más ayuda de los demás, es decir, en una espiral de juicios comparativos (como digo, generalmente a través de instrumentos de análisis bastante imperfectos y casi siempre concebidos ad hoc para demostrar lo que quiere ser demostrado) que no pueden crear sino sentimientos de insolidaridad y una suma de agravios entre comunidades que terminarán por erosionarnos a todos.

¿Y por qué me parece que este es un planteamiento falseado?

Lo neoliberal, determinante
Lo que está ocurriendo es que las políticas económicas neoliberales que se vienen aplicando orientadas a controlar el gasto y especialmente el social están provocando un continuo deterioro en el fondo de recursos que las comunidades necesitan para afrontar la consolidación de un auténtico estado de bienestar en España.

Aumentar la tarta
La trampa del debate sobre la financiación autonómica, su falseamiento, consiste en que se obliga a las comunidades a luchar por el reparto de fondos insuficientes cuando lo que se precisa sería un aumento sustancial del tamaño de la tarta.

Reducción imparable
Esa es la cuestión. Los gobiernos vienen reduciendo el porcentaje del gasto social sobre el PIB español desde 1993, lo que significa que en lugar de converger con la Europa avanzada, se incrementa nuestro déficit social. Ni siquiera con el gobierno de Zapatero se ha logrado romper de modo sustantivo la tendencia que ya inició el último de Felipe González (en parte por la crisis de 1992 y en parte por el peso de las corrientes más liberales dentro del PSOE) y que se exacerbó de modo extraordinario en el mandato de Aznar.

Estabilidad presupuestaria
Aunque Zapatero ha manifestado su voluntad de romper la tendencia anterior, la realidad es que su supeditación a un dogma tan reaccionario, injustificado, sin base científica y socialmente tan dañino como el de la estabilidad presupuestaria, le está impidiendo conseguir que las series estadísticas cambien como sería necesario para acercarnos a los estándares europeos.

La realidad: ricos y pobres
Estamos entrando en un pelea de vecinos entre las comunidades no porque éstas sean insolidarias, o porque nuestro estado de las autonomías sea intrínsecamente perverso. No es por eso. Lo que está provocando esta situación es la insistencia en una política de gasto público antisocial e insuficiente que beneficia a los ricos (de unas comunidades y de otras) y que perjudica a los pobres (de unas comunidades y de otras). Los dirigentes socialistas que están gobernando deberían tener la inteligencia de abordar el asunto con realismo y el valor para enfrentarse a dogmas sin fundamento científico, sin rigor y sin efectos positivos contrastados sobre la estabilidad económica y el bienestar.

¿Para qué ha servido?
Ahí está la crisis abriendo las tripas de todas las economías para que quien quiera ver a dónde llevan las desregulaciones, las privatizaciones, la renuncia de los gobiernos a gobernar y la demonización de lo público lo vea sin dificultades. ¿Dónde está la eficacia de todo eso para lograr estabilidad?

Cambiar de modelo
Lo que se debería hacer ahora que estamos en crisis no es ahuecar la cabeza debajo del ala dejando para otro momento un problema fundamental. Todo lo contrario, si queremos que la crisis se convierta en una oportunidad para iniciar un camino diferente, lo que hemos de pensar es el modo en que podemos hacer que nuestra economía descanse sobre otras bases.

Evitar los privilegios
Podemos aumentar la tarta del gasto público, como demanda nuestra sociedad y como es necesario para parecernos cada vez más a nuestro entorno. Claro que para ello hemos de empeñarnos en hacer que nuestra sociedad sea más justa y, sobre todo, en evitar que los ricos (que son los que no necesitan gasto público social) tengan cada vez más privilegios.

Juan Torres López - El Plural

La ideología del libre mercado está lejos de su fin

Sea cual sea el significado de los eventos de esta semana, nadie debiera creer las afirmaciones exageradas de que la crisis del mercado representa la muerte de la ideología del "libre mercado". La ideología del libre mercado ha servido siempre los intereses del capital, y su presencia sube y baja según su utilidad para esos intereses.

Durante los tiempos de la bonanza, es rentable predicar el laissez faire, porque un gobierno ausente permite que se inflen las burbujas especulativas. Cuando esas burbujas revientan, la ideología se convierte en un obstáculo, y se adormece mientras el gran gobierno parte al rescate. Pero tranquilizaos: la ideología volverá con toda su fuerza cuando los salvatajes hayan terminado. Las masivas deudas que el público está acumulando para rescatar a los especuladores pasarán entonces a formar parte de una crisis presupuestaria global que será la justificación para profundos recortes en programas sociales, y para un nuevo ímpetu para privatizar lo que queda del sector público. También nos dirán que nuestras esperanzas de un futuro verde son, lamentablemente, demasiado costosas.

Lo que no sabemos es como reaccionará el público, Hay que considerar que en Norteamérica todo el que tiene menos de 40 años creció mientras se le decía que el gobierno no puede intervenir para mejorar nuestras vidas, que el gobierno es el problema no la solución, que el laissez faire es la única opción. Ahora, repentinamente, vemos a un gobierno extremadamente activista, intensamente intervencionista, aparentemente dispuesto a hacer cualquier cosa que sea necesaria para salvar de ellos mismos a los inversionistas.

Este espectáculo provoca necesariamente la pregunta: ¿si el Estado puede intervenir para salvar a corporaciones que tomaron riesgos imprudentes en los mercados de la vivienda, por qué no puede intervenir para impedir que millones de estadounidenses sufran inminentes ejecuciones hipotecarias? De la misma manera, si 85.000 millones de dólares pueden ser puestos a disposición instantáneamente para comprar al gigante de los seguros AIG ¿por qué la atención sanitaria de pagador único – que protegería a los estadounidenses de las prácticas depredadores de las compañías de seguro de salud – parece ser un sueño tan inalcanzable? Y si cada vez más corporaciones necesitan fondos públicos para permanecer a flote ¿por qué no pueden los contribuyentes exigir a cambio cosas como topes a la paga de ejecutivos, y una garantía contra más pérdidas de puestos de trabajo?

Ahora, cuando quedó claro que los gobiernos pueden ciertamente actuar en tiempos de crisis, les será mucho más difícil pretender impotencia en el futuro. Otro cambio potencial tiene que ver con las esperanzas del mercado en cuanto a futuras privatizaciones. Durante años, los bancos globales de inversión han estado cabildeando a los políticos a favor de dos nuevos mercados: uno que provendría de la privatización de las pensiones públicas y otro resultante de una nueva ola de carreteras, puentes y sistemas de agua privatizados o parcialmente privatizados. Esos dos sueños acaban de hacerse mucho más difíciles de vender: los estadounidenses no están de humor para confiar una mayor parte de sus activos individuales y colectivos a los imprudentes tahúres de Wall Street, especialmente porque parece más que probable que los contribuyentes tendrán que pagar para recuperar sus propios activos cuando reviente la próxima burbuja.

Ahora, con el descarrilamiento de las conversaciones en la Organización Mundial de Comercio, esta crisis también podría ser un catalizador para un enfoque radicalmente alternativo a la regulación de los mercados y sistemas financieros mundiales. Ya estamos viendo un movimiento hacia la "soberanía alimentaria" en el mundo en desarrollo, en lugar de dejar el acceso a los alimentos a la merced de los caprichos de los negociantes de materias primas. El momento puede haber llegado finalmente para ideas como impuestos al comercio, que retrasaría la inversión especulativa, así como para otros controles del capital global.

Y ahora, cuando nacionalización ya no es una palabrota, las compañías de petróleo y gas debieran tener cuidado: alguien tendrá que pagar por el giro hacia un futuro más verde, y tiene mucho sentido que el grueso de los fondos provengan del sector altamente rentable que tiene la mayor responsabilidad por nuestra crisis climática. Ciertamente tiene más sentido que crear otra peligrosa burbuja en el comercio de carbono.

Pero la crisis que estamos presenciando pide cambios más profundos. El motivo por el que se permitió que proliferaran esos préstamos chatarra no fue sólo porque los reguladores no comprendieron el riesgo. Es porque tenemos un sistema económico que mide nuestra salud colectiva exclusivamente sobre la base del aumento del PIB. Mientras los préstamos chatarra alimentaban el crecimiento económico, nuestros gobiernos los apoyaron activamente. De modo que lo que hay que cuestionar realmente debido a la crisis es el compromiso indiscutido con el crecimiento a todo precio. Esta crisis debiera llevarnos a un camino radicalmente diferente en la forma en la que nuestras sociedades miden la salud y el progreso.

Nada de esto, sin embargo, sucederá sin una inmensa presión pública sobre los políticos en este período crucial. Y no se trata de un cabildeo cortés sino de una vuelta a las calles y al tipo de acción directa que produjo el Nuevo Trato en los años treinta. Sin eso, habrá cambios superficiales y un retorno, lo más rápido posible, a los negocios como si tal cosa.

Naomi Klein - Rebelión

sábado, 20 de septiembre de 2008

La semana en la que el capitalismo tampoco cambiará

« ¡Qué difícil es ser liberal! |

En estos días extraños en los que la patronal pide un paréntesis en el libre mercado, George Bush nacionaliza las pérdidas de la banca y el Gobierno comunista chino puja por comprar el único gran banco de inversión que aún no ha quebrado, ¿alguien sabe en qué cueva se esconde el Fondo Monetario Internacional (FMI)? En Corea del Sur se acuerdan mucho de él. Hace una década, durante la crisis de los tigres asiáticos, a finales de los 90, el FMI puso una condición innegociable para rescatar al país del terremoto financiero: que el gobierno no ayudase a los bancos y demás empresas al borde de la bancarrota. Decían los apóstoles del FMI que era mejor para la economía que esas compañías quebrasen porque así el ‘ajuste’ –ese eufemismo– sería mucho más rápido. Medicina neoliberal: la mejor manera de sanar al enfermo es matarlo para que su hijo ocupe pronto su lugar en la fábrica.

Ahora que el enfermo es Estados Unidos la receta es muy distinta. No es país para corralitos. “Está muy bien decir ‘dejen que el sistema financiero siga, que consiga su equilibrio’ (…) pero cuando se enfrentan ataques especulativos, los precios se pulverizan y parece que las grandes corporaciones van a colapsar, es natural que el gobierno intervenga y diga ‘no podemos dejar que esto suceda”, argumenta ahora Raghuram Rajan, ex economista jefe del FMI. Y así, como lo más natural del mundo, el país donde supuestamente mejor funciona el mercado descubre que la mano incorrupta y milagrosa de Adam Smith, de tan invisible, ni está ni se la espera. “La intervención del Gobierno era esencial, dado el precario estado de los mercados”, explica George Bush, presidente de los Estados Socialistas de América.

Entre los 700.000 millones de dólares de este último empujón y lo que ya llevan gastado en los demás ‘rescates’, la factura ya ronda los dos billones de dólares; cerca del 15% del PIB anual estadounidense. Es probable que esta losa –un nuevo éxito para los libros de historia de la era neocon de Bush– agudice aún más otro proceso que ya está en marcha: la decadencia del imperio americano, el fin de la hegemonía unilateral de la que disfruta EEUU desde la caída del muro de Berlín. ¿Será también el fin del capitalismo tal y como lo conocemos? ¿Aprenderá el mundo de sus errores? ¿Nacerá de estas cenizas un nuevo modelo económico donde el libre mercado sea un método y no un fin? Por desgracia, la respuesta es no.

Hay una viñeta de Tintín que describe muy bien qué ha sucedido en los mercados financieros durante los últimos años. Es uno de los gags de “Aterrizaje en la Luna”. Tintín avisa a la tripulación, que flota ingrávida, de que en pocos segundos el cohete entrará dentro del campo de gravedad de la Tierra. “Sujetaos a algo”, grita Tintín. Y los inefables detectives Hernández y Fernández obedecen. Hernández se agarra a Fernández. Fernández se aferra a Hernández. Y, cuando la gravedad regresa, ambos se van al suelo.

La explosión de la burbuja inmobiliaria ha recordado al mercado la manzana de Newton: que lo que sube tiene que bajar. “Hemos llevado al capitalismo a su perfección, hemos acabado con el riesgo”, presumía hace unos años un bróker de la City londinense. El invento, sobre el papel, parecía bueno. El riesgo también se puede vender, y sobre eso se desarrolló el capitalismo abstracto sobre el que se levantaba el castillo de naipes que ahora se ha desmoronado. Doy hipotecas a los que no las pueden pagar, al tiempo que emito un bono (con una rentabilidad menor que el tipo de interés que cobro al hipotecado) que me permita recuperar el dinero lo antes posible y así volverlo a prestar otra vez. Esos bonos de cobro dudoso, los de las hipotecas de los pobres, quedan en teoría compensados por otros más seguros, los de las hipotecas de la clase media. Se mezcla el chóped con el jamón y así el riesgo desaparece; la banca siempre gana y los pisos nunca bajan de precio. Con esa misma fórmula, repetida mil veces, el riesgo se coló en la máquina y ascendió más y más hasta el corazón de las finanzas. Por el camino, una serie de vigilantes privados a sueldo del vigilado (que alguien pruebe ese mismo método en las cárceles, a ver qué tal) certifican que el enfermo goza de buena salud. Todo va bien mientras gira el carrusel. Todo va bien hasta que vuelve la ley de la gravedad –los hipotecados dejan de pagar, primero los pobres pero después también la clase media– y la banca se estrella contra el suelo mientras se pregunta qué paso, si no había riesgo posible. Si AIG Hernández sujetaba a Lehman Brothers Fernández. Y viceversa.

En realidad, ni siquiera es un invento nuevo. Ya pasó otra vez hace poco más de 20 años, en el crash de 1987. En aquella ocasión, los bonos basura –que era como se llamaba a esos bonos de alto riesgo- fueron también una de las causas que llevaron a Wall Street a su lunes negro, el 19 de octubre de 1987: la mayor caída de la bolsa desde 1929. En aquel momento, igual que ahora, se habló de nuevos controles más estrictos para evitar los excesos del capitalismo abstracto. Entonces, igual que ahora, se decía que el mercado había aprendido la lección, que el crash serviría de vacuna para la siguiente fiebre. Es obvio decir que de poco valió.

El capitalismo no es malo, lo han dibujado así. Es el peor sistema económico posible, a excepción de todos los demás. Sí, el mercado libre es la fuerza más poderosa de la galaxia, la búsqueda egoísta de la rentabilidad mueve el mundo, para lo bueno y para lo malo. Pero su voracidad es tan grande que siempre encuentra el camino para sortear –o desmantelar, a través de esa subespecie del poder económico llamada poder político– las regulaciones con las que sus víctimas intentan defenderse de sus excesos. Cada dos o tres décadas, más o menos, el mercado se olvida de que también es mortal, el cielo financiero se desploma sobre nuestras cabezas y hay que ceder al chantaje y pagar con los impuestos los errores de los bancos porque la alternativa es aún peor. Cada dos o tres décadas, la intervención del Estado demuestra ser la única vacuna para salvar al capitalismo de su avaricia caníbal. Cada dos o tres décadas, el libre mercado recuerda, por las malas, que hasta los deportes más agresivos necesitan un árbitro. Y entonces todo cambia para que todo siga igual.

Ignacio Escolar. Diario Público. 20/9/2008

jueves, 18 de septiembre de 2008

Docenas de miles de millones para salvar a los bancos; nada para salvar a las personas

El Banco Central Europeo acaba de inyectar docenas de miles de millones de euros en los mercados para salvar a los bancos. Solo 70.000 millones en un solo día, y muchos más en los anteriores y siguientes. La Reserva Federal ha hecho exactamente igual: llegó a inyectar 50.000 millones de dólares en una jornada, y tamben otros muchos miles de millones de recursos públicos para hacerse cargo de las pérdidas de bancos en quiebra o para refinanciar a otros que están hasta el cuello como consecuencia de sus operaciones arriesgadísimas.

Es verdad que estos bancos centrales no ponen dinero a disposición libre de los bancos en crisis, sino que lo que hacen es proporcionar financiación, la mayoría de las veces a través de fórmulas muy sofisticadas, que en realidad no suponen que aumente la disposición efectiva de dinero de quien lo recibe. Pero, en cualquier caso, estas inyecciones de liquidez en los mercados suponen una válvula de escape para los bancos, que gracias a ello pueden seguir realizando sus operaciones habituales y, en consecuencia, continuar obteniendo nuevos y más altos beneficios.

Se trata de operaciones que solo agravan el problema. En primer lugar, porque lo que hacen los bancos con esa liquidez es continuar con lo que hoy día saben y les conviene hacer: especular con productos financieros muy arriesgados (como las hipotecas subprime o los "paquetes" compuestos con ellas) que son los que han provocado la crisis. Y, en segundo lugar, porque así no abordan la cuestión de fondo fundamental: acabar de una vez con la regulación tramposa que ha permitido que las finanzas internacionales sean un auténtico espacio opaco de chanchullos, de engaños, de corrupción, de opacidad y de riesgo extraordinario aunque muy rentable para los bancos y especuladores.

Estas dos circunstancias son las que permiten afirmar sin ningún género de dudas que los bancos centrales han sido, primero, corresponsables de la crisis (por haber establecido la regulación que ha permitido que pase lo que ha pasado); luego, cómplices de los bancos que han llevado a cabo las operaciones que han provocado la crisis (por hacer oídos sordos a las demandas de intervención que se se han hecho para evitar las corruptelas y el riesgo); y, a la postre, pirómanos metidos a bomberos (por aplicar políticas y tomar decisiones que no hacen sino alimentar la crisis que dicen abordar).

Por todo ello, los bancos centrales, sometidos como hoy día lo están a la ideología ciega de los neoliberales que los gobiernan, se han convertido en unas instituciones verdaderamente negativas y peligrosas para la estabilidad de la economía mundial. Pero no solo por esas razones.

Hay que tener muy poca vergüenza, una falta de sensibilidad infinita y un cinismo visceral para estar haciendo todo eso para favorecer a los bancos propiedad de los más ricos del mundo y, al mismo tiempo, no tener más discurso que demandar salarios más bajos y austeridad para los que menos tienen. Y, por supuesto, hay que tener una sangre muy especial para ser capaces de estar proporcionando a los mercados bancarios cientos de miles de millones de dólares de financiación privilegiada y no tener ni un miserable euro, ni un podrido dólar para ponerlo a disposición de los 900 millones de hambrientos del planeta, de las poblaciones pobres de Haití, de Cuba que padecen los destrozos de los huracanes o de otros países que pasan sufrimientos de todo tipo.

Tienen todo el poder y el dinero, pero carecen de la generosidad y de la sensibilidad que diferencia a los seres humanos de los animales. Son eso, animales programados solamente para ganar dinero: dispuestos a darlo todo para salvar a los bancos, pero incapaces de dar nada para salvar a las personas.

Lo que está pasando en nuestro planeta es realmente increíble: los organismos internacionales, las ONG, miles y miles de personas reclamamos solidaridad, ayuda, cooperación, un reparto más equitativo de la riqueza, sensibilidad ante e sufrimiento ajeno. Y los gobiernos y los bancos siempre dicen lo mismo: que no hay dinero, que hay que recortar gastos, que no es bueno que los estados intervengan... Lo contrario de lo que hacen cuando los necesitados son los ricos. Entonces, todo es ayuda y los discursos de antes se olvidan.

Un discurso cínico y criminal contra el que es preciso que los ciudadanos nos rebelemos de la manera que sea con toda nuestra fuerza.

Juan Torres López - Comité Científico de ATTAC España

lunes, 15 de septiembre de 2008

Desequilibrios estructurales del capitalismo actual

La actual crisis económica y financiera internacional se inscribe en el marco de un largo ciclo de recesión, del cual el capitalismo no ha logrado salir, desde su inicio a mediados de los años setenta del siglo pasado. Sin esa inserción, es difícil la comprensión del carácter de esta crisis, de las consecuencias que puede producir y del escenario que debe surgir después de ella.

Los ciclos y las crisis

El capitalismo vive, por la propia naturaleza de su proceso de reproducción, articulado por ciclos, cortos y largos. Estos conjugan los ciclos cortos, en una perspectiva expansiva, si la curva de las subidas y los descensos de las oscilaciones cortas apuntan para arriba; recesiva si apuntan para abajo, de acuerdo a la teoría del economista ruso Kondratieff, retomada teórica e históricamente por Ernst Mandel.

En la segunda post-guerra, el capitalismo vivió su "edad de oro", según Eric Hobsbawn, en que coincidieron virtuosamente la mayor expansión concomitante de las grandes economías capitalistas - los Estados Unidos, Alemania, Japón - , el llamado "campo socialista", dirigido por la Unión Soviética, y las economías periféricas, como México, Argentina, Brasil, con sus procesos de industrialización dependiente. La economía capitalista no dejó de presentar sus ciclos cortos de crisis, pero en cada nuevo ciclo se retomaba la expansión y empujaba la economía a niveles cada vez más altos.

Fue un largo ciclo expansivo comandado por las grandes corporaciones internacionales de carácter industrial y comercial, apoyadas por un sistema financiero en expansión y por grandes transformaciones en la producción agrícola. Un modelo hegemónico regulador - o keynesiano o de bienestar, como quieran llamarlo - incentivaba las inversiones productivas, tendía a fortalecer la demanda de consumo interno, promovía el fortalecimiento de los estados nacionales y la protección de sus economías.

Las crisis, como es típico en el capitalismo, expresaban procesos de superproducción o de subconsumo - como quieran llamarlos-, reflejando el desequilibrio estructural de ese sistema entre su - ya reconocida por Marx en el Manifiesto Comunista - enorme capacidad de expansión de las fuerzas productivas, pero que se confrontaba constantemente con su incapacidad para distribuir la renta en la misma medida de aquella expansión.

En su fase final, el largo ciclo expansivo de la segunda pos-guerra vio ese excedente, resultado acumulado del desfasaje entre producción yconsumo convertido en capital financiero - los llamados eurodólares, que fue aprovechado por países como Brasil, para reciclar su modelo económico diversificando su dependencia externa y favoreciendo la reanudación de la expansión económica interna, incluso antes del final del largo ciclo expansivo. Este factor - el golpe militar fue en el ciclo expansivo - diferenció el escenario económico brasilero de los demás países de la región, donde las dictaduras coincidieron con la recesión, por haberse dado durante el largo ciclo recesivo del capitalismo internacional.

¿Qué características tuvo el final de ese ciclo y el comienzo del nuevo, de carácter recesivo? Habiendo triunfado el diagnóstico de que el estancamiento económico se debía al exceso de regulaciones, el nuevo modelo se centró en la desregulación, por lo que las privatizaciones, las aperturas para el mercado externo, las políticas de "flexibilización laboral" y de ajuste fiscal, fueron sus expresiones más claras .

Dos consecuencias importantes deben ser recordadas aquí, para comprender el carácter de la crisis actual y sus efectos en los países de América Latina. La primera de ellas, el gigantesco proceso de transferencia masiva de capital del sector productivo hacia el especulativo, que la desregulación promovió a escala nacional e internacional. Libre de trabas, el capital migró masivamente para el sector financiero y en particular para el sector especulativo, donde obtuvo muchos más beneficios, con mucha mayor liquidez y menos o ningún tributo para circular.

Se configuró así, la hegemonía del capital financiero bajo la forma de capital especulativo, haciendo que más del 90% de los movimientos económicos se dieran, no en la esfera de la producción o del comercio de bienes, sino en la compra y venta de papeles, en las Bolsas de Valores o de papeles de las deudas públicas de los gobiernos.

Se promovió la financierización de las economías, lo que significa, en primer lugar, la financierización de los Estados, cuyo primer y mayor compromiso pasa a ser el pago de las deudas, es decir, la reserva de recursos mediante el llamado "superávit primario" y la transferencia masiva y sistemática de los recursos del sector productivo para el capital financiero. Grandes grupos económicos con un banco o institución financiera a la cabeza,acostumbran a ganar más en inversiones financieras que en aquellas que dieron origen a las empresas que los componen. Gran cantidad de pequeñas y medianas empresas, entraron en procesos de endeudamiento, de los cuales no consiguieron salir. Otras, así como los consumidores, no se atrevieron a pedir préstamos, por el temor a endeudarse con altas tasas de interés.

El capital financiero pasó a ser la sangre que corre por las economías de los países, definiendo el metabolismo que las preside. Un capital que tiene en la volatilidad, en la extrema liquidez, un elemento esencial, inherente, que le permite moverse rápidamente para donde puede tener mayores ventajas y, al mismo tiempo le atribuye un gran poder de presión, frente a las economías débiles que dependen estructuralmente de él.

Las crisis en la fase neoliberal

De estas características resulta el carácter centralmente financiero de las crisis en el período neoliberal, como se evidenció en la crisis mexicana, asiática, rusa, brasilera y argentina, entre otras. El sector financiero canalizó para sí los excedentes de capital, producto del desfasaje estructural entre producción y consumo, agudizada en la fase actual del capitalismo, en que el aumento de la productividad y la creatividad tecnológica siguieron profundizándose al mismo tiempo que se dieron procesos de concentración de renta entre las clases sociales, entre países y regiones del mundo.

El poder devastador de estas crisis y el potencial de contagio se revelaron de la misma dimensión del tamaño de la apertura de las economías al mercado internacional y al peso que el capital financiero pasó a desempeñar en escala nacional y mundial. México siguió sufriendo los efectos de la crisis de 1994 durante muchos años. Lo mismo ocurrió con los países del sudeste asiático. En Brasil, la crisis de 1999 significó el pasaje a años de recesión, que sólo recientemente fueron superados. En Argentina la crisis tuvo consecuencias devastadoras desde el punto de vista económico, financiero, político y social.

Son crisis que se desatan a partir del eslabón más frágil, más sensible, del proceso de reproducción - el sector financiero -, pero querápidamente se propagan por el resto de la economía, por el papel central que este sector pasó a tener y por los aspectos psicológicos en los que se basa. No por casualidad el segundo libro de Francis Fukuyama se llama "Confianza", para indicar cómo las expectativas, positivas o negativas, asumen fuerza material en el juego especulativo.

América Latina fue así, víctima privilegiada de estas crisis, que no por casualidad alcanzaron justamente a sus tres economías más fuertes, que habían sido exhibidas como modelos - la mexicana, brasilera y argentina. En los tres casos la crisis tomó la forma de ataque especulativo, de crisis financiera, que se extiende para el conjunto de la economía. Los capitales especulativos se valen del peso desestabilizador que tienen en la economía, para hacer valer esa posición, presionando con una salida brusca y masiva de capitales, acciones gubernamentales o simplemente el juego del mercado, lucrando enormemente con esas operaciones.

Las crisis anteriores tenían como escenarios países de la periferia, con efectos que intensificaron la tendencia al debilitamiento de los países globalizados y la intensificación de la concentración de la renta y del poder de los países globalizadores.

Incluso la crisis en Rusia podría ser caracterizada como la de una economía transformada en periférica, especialmente a mediados de la década de 1990. La excepción fue el ataque del megaespeculador George Soros a la libra esterlina inglesa, pero terminó siendo un caso puntual, lo que no modifica la norma general de las crisis en la periferia.

En su conjunto, comocrisis neoliberales, provocaron demandas de medicina neoliberal: más apertura de las economías - como sucedió fuertemente en los países del sudeste asiático - mayores préstamos del FMI y las correspondientes Cartas de Intención, con un incremento de los ajustes fiscales. La economía mexicana recibió un préstamo gigante de los Estados Unidos en el momento de la crisis de 1994, inclusive porque coincidía con el momento en que se firmaba el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA) y el surgimiento de la rebelión de los zapatistas en Chiapas. Como compromiso, México usó esos recursos para pagar los préstamos de los bancos norteamericanos y siguió profundizando el modelo neoliberal.

El gobierno brasilero de Fernando Enrique Cardoso, frente a la crisis de 1999, elevó la tasa de interés al 49% y firmó la tercera Carta de Intención con el FMI, cuyas consecuencias extendieron la recesión por varios años. En la Argentina, la crisis provocada por la explosión del modelo de paridad peso/dólar, produjo la mayor regresión económica y social que el país conoció en toda su historia. El gobierno de Fernando de la Rúa trató de mantener el modelo heredado de Carlos Menem y con esto cayó a los pocos meses de asumir su mandato presidencial.

La crisis actual y sus consecuencias

La anterior crisis de la economía norteamericana se dio en el año 2000, cuando se desvanecía la ilusión de que la "nueva economía" permitiría que el capitalismo no sufriese más sus crisis cíclicas, ya sea porque la informática le permitiría preverlas y así evitarlas,ya sea porque nuevas demandas como las de las computadoras, generarían, de la misma forma que en el caso delos automóviles, el lanzamiento anual de nuevos modelos, que extenderían cada vez más la demanda. En aquel momento, el papel de los mercados norteamericanos en el mundo, seguía siendo determinante, transfiriendo los efectos de su recesión para la economía mundial.

Esta vez la crisis norteamericana se produce en un escenario internacional que ha cambiado. La continua expansión de los países emergentes - entre ellos principalmente China e India, pero también los países de América Latina, que mantienen constante el ritmo de crecimiento, en particular Brasil y Argentina – amortigua la disminución de la demanda de los Estados Unidos y, por primera vez, la recesión de la economía norteamericana no tiene efectos directos y devastadores sobre la economía mundial.

Pero, como esta crisis se ve agravada con el aumento de los precios de los productos agrícolas y la continua crisis del petróleo, se constituye en verdad en una triple crisis: sus efectos son más profundos y extensos que una simple crisis cíclica de la economía norteamericana. Son afectadas no solo las exportaciones para los Estados Unidos, sino también los importadores de energía y productos agrícolas, que en mayor o menor proporción afecta a todos los países en el mundo.

Sin embargo, al igual que cualquier fenómeno de un sistema caracterizado por la extrema desigualdad de la riqueza y del poder entre regiones y países y dentro de cada país, los efectos de las crisis no se distribuyen por igual entre todos. Hay ganadores y perdedores, verdugos yvíctimas.

Como la crisis está en pleno desarrollo, sus alcances no pueden ser evaluados en toda su plenitud, se dan pugnas para ver quien consigue sacar ventaja, quien trata de perder menos, por lo que aún no es posible evaluar con precisión los daños en toda su extensión y quien los asumirá. Es verdad que el mundo cambiará a partirde esta crisis, inclusive porque toca tres puntos nodales de las relaciones económicas y del poder actual: dinero, energía y alimentos. Sin embargo, las estructuras de poder, de producción y de distribución de la riqueza reinante, garantizan resultados muy diferentes para las distintas regiones y países como consecuencia de las crisis.

En la combinación del aumento de los precios del petróleo, de los productos agrícolas y la disminución de la demanda de los Estados Unidos y de Europa, los países más pobres, que son la gran mayoría del África, Asia y América Latina, perderán claramente, con fuertes presiones recesivas, déficit en la balanza comercial y el aumento del endeudamiento. Los países exportadores de petróleo y de productos agrícolas con alzas más significativas, tendrán sus situaciones atenuadas, pero las presiones inflacionarias no perdonan a ningún país, y con ellas, las políticas recesivas vuelven a imponerse.

En América Latina, los efectos son más pesados y directos para los países que siguen dependiendo en mayor medida del comercio con los Estados Unidos: México, América Central y el Caribe en primer lugar. En segundo lugar, los países con pautas exportadoras menos valorizadas o aquellos quehubiesen tenido su ciclo de expansión económica excesivamente centrado en las exportaciones, especialmente las economías más abiertas, entre ellas las que tienen tratados de libre comercio con los Estados Unidos, como Chile , Perú, además de los ya mencionados México, Costa Rica y otros países centroamericanos y caribeños. Deben ser relativamente menos afectados los países con pautas exportadoras más diversificadas – ya sea en los productos, ya sea en los mercados - como Brasil, en parte Argentina, y los que participan en los procesos de integración regional – ya sea en el Mercosur o en el Alba. Para estos, las crisis son una oportunidad especial para acelerar e intensificar los procesos de integración, del comercio, así como los planos financieros y energéticos.

Ya sea por la combinación de las crisis, ya sea porque afecta profundamente a los Estados Unidos, en el momento en que, por primera vez, su peso en la economía mundial disminuye, el mundo y América Latina en particular, tendrán fisonomías distintas, ya sea acelerando transformaciones que ya están en marcha, o dando inicio nuevas dinámicas, pasadas las crisis – cuya duración y profundidades, aún no pueden ser medidas con precisión.


Texto original en portugués: Agencia Carta Maior / www.cartamaior.com.br

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