Mientras
los círculos políticos alertan sobre los peligros de la desintegración
europea y discuten la manera cómo se debe administrar y solucionar la
crisis económica occidental, el sociólogo estadounidense Immanuel Wallerstein diagnostica la agonía del sistema. Según este pensador, “el problema no consiste en curar al capitalismo, sino más bien acompañarlo al ataúd”.
Wallerstein no duda en proclamar la defunción del capitalismo: dice que “su
desintegración es irreversible, porque está a la vista el final de su
declive iniciado en la década de los años ‘70 del siglo pasado y cuya
lenta agonía tomará entre veinte y cuarenta años más: el capitalismo
moderno alcanzó el fin de la cuerda. No puede sobrevivir como sistema y
por ello pasa por la etapa final de una crisis estructural de larga
duración. No es una crisis de corto plazo, sino un despliegue
estructural de grandes proporciones”.
Este
influyente catedrático de la Universidad de Yale recurre a la
bifurcación del sistema para explicar el fin del capitalismo y el
surgimiento de un nuevo sistema: sus raíces se encuentran en la
imposibilidad de continuar el principio básico del capitalismo que es la
acumulación del capital y que ha funcionado de alguna forma bien
durante 500 años. Señala que ha sido un sistema extremadamente exitoso,
pero que ha terminado por deshacerse a sí mismo porque su clase
dirigente y sus élites políticas son incapaces de resolver el problema
de incertidumbre en el que se han metido.
“El capitalismo moderno ha llegado al final de su camino. No es capaz de sobrevivir como sistema”, dice Wallerstein y agrega: “Lo
que estamos viendo es la crisis estructural del sistema. Una crisis
estructural que comenzó en la década de los años setenta del siglo XX y
que mantendrá sus nefastos estertores por diez, veinte o cuarenta años.
No es una crisis a resolver en el curso de un año o un momento. Se
trata, de la mayor crisis de la historia. Estamos en la transición a un
sistema nuevo y la lucha política real que se ha desatado en el mundo
con el repudio de la gente, no plantean el nuevo curso del capitalismo,
sino sobre el sistema que habrá de reemplazarlo”.
Resulta
apasionante el debate que nos propone este sociólogo. Y más apasionante
aún porque no proporciona una causa precisa sobre el por qué se está
dando esta crisis estructural del capitalismo, y por qué éste ya no es
capaz de acumular.
Y
claro, aquí comienza el camino de las hipótesis, de los pensamientos
diversos, de los puntos de vista disímiles. Y como mi deber es escribir y
opinar, eso voy a hacer.
Hace
aproximadamente 20 años que el dogma neoliberal ocupó el centro de la
escena y se encargó de colocar sobre la mesa de la economía
internacional las virtudes y las condiciones que se exigen para
desarrollar un capitalismo exitoso.
Bien,
el ítem clave, el requisito esencial, que requiere un capitalismo
moderno y triunfante se resume en una palabra decisiva: competencia. Los
países deben adoptar sus estructuras productivas para poder competir en
los mercados internacionales. Las empresas deben modernizarse, adquirir
tecnología de punta, implementar los métodos más eficientes de
logística, comunicación y transporte, con el único y supremo objetivo de
competir.
La palabrita santa es competir. Axioma número 1 del capitalismo neoliberal.
Y
axioma número 2, globalización. Este fenómeno omnipresente fue
publicitado como una panacea social, cultural y económica por los medios
de comunicación más importantes y poderosos del mundo. Nos aseguraron
que la globalización posibilitaría el desarrollo cultural de las
personas de este mundo, al poder ponernos en contacto y compartir
nuestros conocimientos e inquietudes, sin importar las distancias o los
lugares de residencia. Y que permitiría un incremento notable del
comercio, lo que derivaría en una baja de los costos y en una mayor
posibilidad para los consumidores. Buena parte de estas predicciones se
han cumplido.
Pero
hete aquí que ha sucedido algo inesperado en el universo de las
naciones que siempre fueron el símbolo de este sistema creado por Adam Smith (autor de “La riqueza de las naciones”,
en 1776, una especie de Biblia del sistema capitalista). Y lo ocurrido
tiene muchísimo que ver precisamente con los dos elementos señalados: la
competencia y la globalización.
Leamos, al respecto que opina Walter Graziano, en su magnifica obra “Nadie vio Matrix”: “El
resultado de la globalización ha sido diferente, más bien el contrario.
Una verdadera trituradora de empleos y salarios en Occidente y una
redistribución de ingresos que favoreció a los grandes capitales
occidentales que se radicaron con su propio nombre o a través de
subsidiarias en países asiáticos para explotar sus inferiores costos de
producción. Lo que parecía un sueño se transformó en una pesadilla para
millones y millones de personas de los sectores medios y más pobres. El
sistema económico capitalista ha esclavizado con bajos salarios a Asia y
otros continentes, y con desempleo a millones de trabajadores de países
desarrollados”.
Nos
vamos acercando al quid de la cuestión. El capitalismo extremo obligó a
competir, sí o sí, a las empresas occidentales. Cuando irrumpió la
revolución tecnológica, a fines de los años ’70 y comienzos de los ’80,
esta competencia se volvió más necesaria y obligatoria aún. La compañía
que se tecnificaba triunfaba en la batalla por conquistar los mercados y
la que no se tecnificaba, quedaba desplazada. Así ante esta exigencia y
con el panorama descripto por delante, las Nike, Ford, General
Electric, Volkswagen, General Motors, Toyota, Siemens, Samsung,
Motorola, Adidas, Peugeot, Renault, Nokia, Mercedes Benz, BMW, etc.,
etc., etc., se percataron que en China, Singapur, Hong Kong, Taiwán,
Pakistán, Indonesia y demás, los salarios eran infinitamente más bajos,
la contracción al trabajo de los operarios óptima y la tecnología
disponible no tenía nada que envidiarle a la de las naciones más
avanzadas de Occidente. Y decidieron “levantar campamento” y trasladar, en gran número, sus plantas industriales al continente asiático.
Y
esta decisión ocasionó una tremenda crisis en Estados Unidos y en el
Viejo Continente. Alto desempleo, necesidad de incrementar los
subsidios, necesidad de pergeñar “burbujas” inmobiliarias que superaran el mal momento y atenuaran el paro, pero que en algún momento (por lógica) explotarían.
Y
Estados Unidos y Europa, según mi punto de vista, están en un problema
serio. En un problema de muy difícil resolución. Por eso coincido con Wallerstein
en que esta crisis no es pasajera. De ninguna manera, es una crisis que
separará dos tiempos históricos en el terreno de la economía mundial.
Escuchaba días pasados al economista argentino Claudio Katz en el programa “Visión 7 Internacional”, afirmar que “ahora
son las propias grandes empresas europeas las que le están exigiendo a
sus gobiernos que bajen el nivel de calidad de vida de los habitantes,
para así bajar el costo laboral. Si no lo hacen nos vamos, es la amenaza
increíble pero real de muchas de ellas”, dijo el profesor universitario.
Claro,
el sendero a transitar evidentemente pasará por ese tópico: los
capitalistas no resignarán sus pretensiones desmedidas de siempre, está
en su naturaleza intrínseca intentar ganar, ganar y ganar la máxima
cantidad de dinero posible, para ello pretenderán que los obreros de sus
propios países sean explotados y resignen los beneficios (o parte de
ellos) sociales y laborales que llevaron años de lucha obtener.
No
lo lograrán. Ya es tarde. La diferencia con los costos salariales de
Asia son demasiado grandes. Y además la conciencia política y el ánimo
de lucha de los trabajadores europeos y estadounidenses, será la barrera
infranqueable que frenará su deseo depredador. El ejemplo de los “indignados” demuestra la veracidad de esta aseveración.
Señores
capitalistas voraces: vuestro tiempo ha comenzado a terminar, ya ha
tomado la recta final de esta carrera económica. La crisis será muy
extensa, sin duda. Pero una vez finalizada, alumbrará un nuevo período:
más justo, más equitativo, más racional, más humano.
Ricardo Osvaldo Rufino
Hoy Internacional
1 comentario:
Ya hace cinco años en mi libro Kandire anunciamos la transición hacia una nueva era de la humanidad la que denominamos, en el desarrollo realizado en mi blog, con el nombre de Humanismo Superior.
Es claro que estamos frente a una crisis terminal. Los detalles se encontraran en "Humanismo Superior" de Google
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