sábado, 8 de octubre de 2011

Para curar la economía

Mientras persiste la crisis económica que comenzó en 2007, la pregunta en la mente de todo el mundo es obvia: ¿Por qué? Si no comprendemos bien las causas de la crisis, no podemos implementar una estrategia efectiva de recuperación. Y, hasta ahora, no tienen lugar ni lo uno ni lo otro. 

Nos dicen que fue una crisis financiera, de modo que los gobiernos a ambos lados del Atlántico se concentraron en los bancos. Se presentaron programas de estímulo como si fueran un paliativo temporario, necesario para cerrar la brecha hasta que se recuperara el sector financiero y se reanudaran los préstamos privados. Pero, aunque la rentabilidad y las bonificaciones de los bancos han vuelto, los préstamos no se han recuperado, a pesar de tasas de interés récord a largo y corto plazo. 

Los bancos afirman que los préstamos siguen limitados por una falta de prestatarios dignos de crédito, debido a la economía enferma. Y datos clave indican que tienen razón aunque sea solo en parte. Después de todo, las grandes empresas poseen unos pocos billones (millones de millones) de dólares en efectivo, de modo que lo que les impide invertir y contratar no es el dinero. Algunas, tal vez muchas, pequeñas empresas están, sin embargo, en una posición muy diferente: faltas de fondos no pueden crecer, y muchas se ven obligadas a contraerse. 

A pesar de todo, la inversión general en los negocios –excluyendo la construcción– ha vuelto a un 10% del PIB (de un 10,6% antes de la crisis). Con tanto exceso de capacidad en el sector inmobiliario, la confianza no se recuperará en un futuro previsible al nivel previo a la crisis, no importa lo que se haga en el sector bancario. 

La inexcusable temeridad del sector financiero, que obtuvo rienda suelta gracias a una desregulación insensata, fue el factor obvio que precipitó la crisis. El legado de capacidad inmobiliaria excesiva y de grupos familiares sobre-endeudados dificulta aún más la recuperación. 

La paja que rompió la espalda del camello
Pero la economía estaba muy enferma antes de la crisis; la burbuja de la vivienda simplemente ocultó sus debilidades. 

Sin un consumo apoyado por la burbuja, habría habido una falta masiva de demanda agregada. En su lugar, la tasa de ahorro personal cayó a 1%, y el 80% inferior de los estadounidenses estaba gastando, cada año, aproximadamente un 110% de sus ingresos. 

Incluso si se reparase totalmente el sector financiero, e incluso si esos despilfarradores estadounidenses no hubieran aprendido una lección sobre la importancia del ahorro, su consumo se limitaría al 100% de sus ingresos. Por lo tanto cualquiera que hable del “retorno” del consumidor, incluso después del desapalancamiento, vive en un mundo de fantasía. 

El arreglo del sector financiero fue necesario para la recuperación económica, pero lejos de ser suficiente. Para comprender lo que hay que hacer, tenemos que comprender los problemas de la economía antes del inicio de la crisis. 

Primero, EE.UU. y el mundo fueron víctimas de su propio éxito. Los rápidos aumentos de la productividad en la manufactura habían superado el crecimiento en la demanda, lo que significó la disminución del empleo en la manufactura. La mano de obra tuvo que pasar a los servicios. 

El problema es análogo a lo que se produjo al principio del Siglo XX, cuando el rápido crecimiento de la productividad en la agricultura obligó a la mano de obra a irse de las áreas rurales a centros urbanos de manufactura. Con una disminución de los ingresos de las granjas en exceso de un 50% de 1929 a 1932, se podría haber previsto una migración masiva. Pero los trabajadores estaban “atrapados” en el sector rural: No tenían los recursos para desplazarse, y la disminución de sus ingresos debilitó tanto la demanda agregada que el desempleo urbano en la manufactura aumentó considerablemente. 

Para EE.UU. y Europa, la necesidad de que la mano de obra abandonara la manufactura se complicó con el cambio en la ventaja comparativa: no solo la cantidad de puestos de trabajo en la manufactura es limitada globalmente, sino una parte más pequeña de esos puestos serán locales. 

La globalización ha sido uno, pero solo uno, de los factores que han contribuido al segundo problema clave, la creciente desigualdad. La transferencia del ingreso de los que lo gastarían a los que no lo harán disminuye la demanda agregada. Al mismo tiempo, el aumento de los precios de la energía transfirió poder de compra de EE.UU. y Europa a los exportadores de petróleo, quienes, reconociendo la volatilidad de los precios de la energía, ahorraron correctamente gran parte de esos ingresos. 

El problema final que contribuyó a la debilidad en la demanda agregada global fue la masiva acumulación de reservas en divisas extranjeras de los mercados emergentes, motivada en parte por la mala administración de la crisis del Este de Asia de 1997-1998 por el Fondo Monetario Internacional y el Tesoro de EE.UU. 

Los países reconocieron que, sin reservas, se arriesgaban perder su soberanía económica. Muchos dijeron: “Nunca más”. Pero, mientras la acumulación de reservas, actualmente unos 7,6 billones de dólares, en las economías emergentes y en desarrollo las protegió, el dinero depositado en reservas no se gastó. 

¿Dónde estamos actualmente en la tarea de encarar esos problemas subyacentes? Para comenzar por el último, esos países que acumularon grandes reservas fueron capaces de capear mejor la crisis económica, de modo que el incentivo de acumular reservas es aún más fuerte.

De la misma manera, mientras los banqueros han recuperados sus bonificaciones, los trabajadores ven que sus salarios se erosionan y sus horas de trabajo disminuyen, ampliando aún más la brecha en los ingresos. Además, EE.UU. no se ha liberado de su dependencia del petróleo. Con precios del petróleo que han vuelto a sobrepasar los 100 dólares por barril este verano –y siguen altos– el dinero se transfiere otra vez a los países exportadores de petróleo. Y la transformación estructural de las economías avanzadas, implicada por la necesidad de sacar a la mano de obra de las ramas manufactureras tradicionales, ocurre con mucha lentitud. 

El gobierno juega un papel central en el financiamiento de los servicios que la gente necesita, como la educación y la atención sanitaria. Y la educación y capacitación financiadas por el gobierno, serán particularmente críticas en la restauración de la competitividad en Europa y EE.UU. Pero ambos han elegido la austeridad fiscal, asegurando prácticamente que las transiciones de sus economías serán lentas. 

La prescripción para lo que sufre la economía global proviene directamente del diagnóstico: Fuertes gastos gubernamentales, que apunten a facilitar la reestructuración, la promoción de la conservación de energía, y la reducción de la desigualdad, y una reforma del sistema financiero global que cree una alternativa a la acumulación de reservas. 

En última instancia, los dirigentes del mundo –y los votantes que los eligen– llegarán a reconocerlo. A medida que las perspectivas de crecimiento se sigan debilitando, no tendrán otra alternativa. ¿Pero cuánto dolor tendremos que soportar hasta entonces?

Joseph E. Stiglitz es profesor de la Universidad de Columbia y premio Nobel de Economía, y autor de Freefall: Free Markets and the Sinking of the Global Economy.

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Este artículo fue publicado primero en Project Syndicate.

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