martes, 4 de octubre de 2011

Cómo evitar una nueva recesión económica

En el blog de Socialist Economic Bulletin el economista John Ross publicó el otro día un artículo del que quisiera recuperar algunos datos esclarecedores. No añade nuevo a lo que muchos venimos diciendo desde que comenzó la crisis, pero sí que resume de forma muy gráfica por qué estamos como estamos y por qué, si seguimos el camino de las recomendaciones de la troika (BCE+FMI+Comisión Europea) y de los economistas de cabecera del PP y PSOE, vamos directos al abismo.

Como bien se sabe, la definición técnica de recesión es que la economía se sitúe durante dos trimestres seguidos con crecimiento negativo. El crecimiento se mide en contabilidad a partir del Producto Interno Bruto, y por el lado de la demanda se calcula como la suma de Consumo, Inversión, Gasto Público y Exportaciones netas (lo que se exporta menos lo que se importa). Observemos en el siguiente gráfico lo que ha ocurrido en la Eurozona con esos componentes desde el primer trimestre de 2008 hasta el segundo trimestre de 2011.


Podemos comprobar que en el PIB (Gross Domestic Product, en inglés) -barra negra- se ha desplomado fundamentalmente como consecuencia de la caída de la inversión -barra roja- y, en menor medida, por la caída del consumo privado -barra verde-. Lo que ha compensado la caída ha sido el saldo positivo de las exportaciones netas (barra morada) y, claro está, el gasto público -barra azul oscura-.

Es obvio que las empresas de la eurozona ya no invierten, y como no lo hacen entonces no sólo no contratan trabajadores sino que de hecho los despiden. Eso lleva a un aumento del desempleo, que a su vez tiene efectos depresivos sobre el consumo privado. Y es que todos los nuevos desempleados son personas que antes consumían y que ahora no lo harán por falta de ingresos. Aquí la prestación por desempleo actúa como mecanismo corrector (en economía se llama mecanismo anticíclico), pero de eficacia reducida y temporal. A todo eso hay que sumarle las expectativas de los hogares, ya que muchas personas dejarán de consumir por temor a ser despedidos (ya se sabe… “si las barbas de tu vecino..”).

Hasta aquí todo es evidente y ningún economista pondrá ninguna objeción. Donde aparecen las divergencias es a la hora de responder a la siguiente pregunta: ¿por qué no invierten las empresas?

En opinión de los economistas de inspiración neoclásica (para que nos entendamos, los que gobiernan las instituciones internacionales y los grandes partidos en España) los problemas principales son de mercado de trabajo y de acceso a la financiación. Por un lado argumentan que contratar trabajadores es demasiado caro y que por eso las empresas no se arriesgan en invertir. Por otro lado argumentan que la crisis financiera ha desestabilizado el acceso a la financiación (a los préstamos) y por lo tanto las empresas ven menos rentable pedir prestado para invertir. También pueden sumar la reivindicación de que los trámites burocráticos para crear empresas e invertir son demasiado elevados, o incluso la reclamación de que el Estado recorta oportunidades de inversión privada. Por esa razón recomiendan un pack de medidas que incluyen a) una reforma del mercado de trabajo (con especial atención al “contrato único”), b) mejoras en las condiciones de acceso a la financiación (con bajadas de los tipos de interés, inyecciones de liquidez, etc.) y c) reforma de la administración pública.

En opinión de los economistas críticos, más keynesianos o marxistas heterodoxos, la crisis es debida a la falta de demanda. Es decir, que hay poco consumo porque la gente es demasiado pobre. Como la gente es demasiado pobre las empresas no quieren invertir porque saben que nadie les comprará sus productos. Keynes hablaba de la “trampa de la liquidez” para explicar el hecho de que aunque las empresas tuvieran préstamos muy baratos (a tipo de interés casi 0%) no querrían invertir; ni con dinero regalado quiere alguien pedir un préstamo para invertir y luego tener que quedarse la producción. Lo mismo ocurre con el mercado laboral: aunque los salarios cayeran a cero euros, nadie contrataría trabajadores para producir algo que no te pueden comprar.

¿Qué habría pasado en la economía? Pues que con los salarios cayendo durante décadas y los beneficios creciendo (ver este artículo), lo que ha crecido ha sido la desigualdad (ver aquí datos) y por lo tanto la inestabilidad del sistema (leer aquí explicación teórica). La única forma que ha tenido la economía para sortear la crisis ha sido el acceso al crédito y las burbujas. Es decir, la desigualdad se ha “escondido” tras la falsa percepción de un efecto riqueza. La gente -en conjunto- ha consumido por encima de sus ingresos y se ha creído más rica al tener acceso a más bienes y ver sus propiedades acrecentadas en valor monetario (las viviendas). El sistema ha podido seguir creciendo hasta que esos mecanismos artificiales se han caído, es decir, hasta que ha estallado la burbuja financiera internacional y la burbuja inmobiliaria española. En términos de PIB podemos decir que la inversión empresarial se ha centrado en el sector de la construcción (alentado por las normas y leyes de PP y PSOE), y el consumo se ha disparado debido al crédito (endeudamiento familiar en torno al 140% de la renta personal disponible en 2007).

Cuando esa “demanda virtual” (crédito e inversión en construcción) se cae, el PIB se hunde. Pero el Estado apareció para salvarlo compensando con incrementos de gasto público. Incrementos, todo sea dicho, muy mal orientados. Eso produjo un crecimiento del déficit y del endeudamiento, llevando, junto con la especulación financiera (ver artículo aquí) a la crisis de deuda (ver artículo aquí).

Las solución pasa por a) crecer, y b) crecer de otra forma. El Gasto Público es el único componente económico que puede rescatar a la economía de una crisis de demanda (ver aquí una explicación teórica), pero para ello necesita disponer de los ingresos suficientes. En España, y en toda Europa, nuestros gobiernos han rebajado impuestos a las clases más ricas y han permitido mecanismos de evasión fiscal que han deteriorado las finanzas públicas. Así que cuando hemos necesitado el dinero no lo teníamos. Y se lo hemos tenido que pedir prestado a las mismas personas a las que dejamos de cobrarles impuestos.

Necesitamos crecer, para lo cual necesitamos gasto público y crear escenarios para la inversión. Tenemos por lo tanto que recuperar ingresos (política fiscal: coser a impuestos a las clases altas -rentas y riqueza- y luchar activamente contra paraísos fiscales y fraude fiscal en general) y resolver el problema de desigualdad. Para esto segundo se requiere un compromiso capital-trabajo que se base, sencillamente, en la recuperación de poder adquisitivo (o lo que es lo mismo, caída de la participación de los beneficios en la renta). Además, hay que posibilitar que las pequeñas y medianas empresas inviertan, cosa que ahora no pueden porque los bancos prefieren especular en los mercados financieros, para lo cual es una exigencia una banca pública y fuerte regulación financiera. La banca pública daría créditos a las empresas para invertir, y la regulación financiera crearía un nuevo esquemas de incentivos para que el dinero fluyera de nuevo hacia la economía.

Y crecer de otra forma, claro. Necesitamos ser conscientes de los límites naturales del planeta y de la imposibilidad de crecer ad infinitum. Por lo tanto, hay que abandonar el criterio de la rentabilidad -que estimula el crecimiento permanente- y recuperar el criterio social. Eso significa ir estableciendo por etapas un nuevo modelo de producción y consumo que pase por un consumo más local y más eficiente en términos energéticos, un eficaz y eficiente sistema de transporte público que permita abandonar el transporte privado, unas industrias orientadas hacia la energía renovable, menores tiempos de trabajo y mejoras en la gestión empresarial. Todo ello conduce, por cierto, a incrementos de productividad que nos permiten seguir mejorando las condiciones de vida sin deteriorar el planeta ni los servicios públicos.

Alberto Garzón Espinosa

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