Cuándo
fue la última vez que una economía capitalista se mantuvo en expansión y
en armonía social? Parece que hay que hacer un buen ejercicio de
memoria porque no es fácil recordar semejante episodio de placidez. Y
sin embargo, en el imaginario social perdura la creencia de que en una
época perdida que habría que recuperar, el capitalismo pudo hacer
entrega de buenos resultados. Quizás el anhelo profundo del ser humano
es ese mundo de paz, bienestar y justicia. Pero esa aspiración no
significa que ese mundo anhelado sea posible bajo la feroz regla del
capital.
La historia del capitalismo revela un proceso de continua expansión y
eso ha sido interpretado como señal de éxito. En esa misma historia hay
una nutrida sucesión de episodios de contracción y descalabro. Es como
si la crisis incesante fuera el estado natural del capitalismo.
La lista de crisis y dislocaciones traumáticas en la marcha del
capitalismo es densa. En ella se entrelazan la especulación financiera,
la caída en la demanda agregada provocada por recortes salariales, el
exceso de capacidad instalada y, por supuesto, las expectativas
optimistas de los inversionistas que fueron una y otra vez desmentidas
por el mercado. En varios momentos los límites a la acumulación de
capital condujeron a confrontaciones inter-imperialistas y a políticas
de colonización que buscaban superar esas limitaciones. En todos estos
casos la secuela de desempleo y empobrecimiento, destrucción y guerras
dejó cicatrices sombrías.
El mítico periodo glorioso del capital es algo endeble. Hagamos abstracción de las crisis de siglos anteriores, como la de la South Sea Company
inglesa (1720) o las del siglo XIX: la depresión post-napoleónica, la
crisis de 1837 en Estados Unidos, la de 1847, las de 1857 y 1873-96
(llamada la ‘Larga Depresión’). Pasemos al siglo XX.
En 1907 explota una feroz crisis en Nueva York que amenaza todo el
sistema bancario y desemboca en la creación de la Reserva Federal. En
1920-21 se presenta una crisis deflacionaria que precedió a la Gran
Depresión. Ésta dejó una huella profunda en la historia económica y
política de la primera mitad del siglo.
Después de la Segunda Guerra viene la llamada
época doradade expansión capitalista. Esa fase (1947-1970) estuvo sostenida por circunstancias excepcionales e insostenibles: la demanda de la reconstrucción post bellum y del consumo postergado desde la crisis de 1929. La era dorada duró poco: a fines de los sesenta comienza el agotamiento de oportunidades rentables para la inversión. En 1973 concluye el crecimiento de los salarios y arranca la crisis de estancamiento con inflación, misma que desemboca en el alza brutal de las tasas de interés y desencadena la crisis de los años 80 a escala mundial. En América Latina nos acostumbramos a decir
la década perdidade los 80. Olvidamos que en los países centrales la crisis se había gestado precisamente en la
era dorada. La crisis de los 80 le pega a todo el mundo.
A finales de los 70 estalla la crisis de las cajas de ahorro y
crédito en Estados Unidos. El costo fue enorme y los efectos se
prolongaron a lo largo de 10 años
hasta que en 1987 sobrevino el Lunes Negro. Durante los años 90 la
economía estadunidense experimenta un episodio de bonanza artificial y
hasta las finanzas públicas alcanzan a tener un superávit. Mientras en
Estados Unidos se está gestando la burbuja de las empresas de ‘alta
tecnología’, en el resto del mundo se presenta una nutrida serie de
crisis: México, Tailandia y el sudeste asiático, Rusia, Turquía, Brasil.
Para cuando los atentados del 9-11 la recesión ya tenía dos años de
golpear en Estados Unidos.
No hay pausa para respirar. El capitalismo vive a través de
mutaciones patógenas continuas. Es como si se tratara de un enfermo que
en momentos de aparente buena salud estuviera preparando los momentos de
graves convulsiones.
No hay que caer en una visión reduccionista. No todas las crisis son
iguales, ni tuvieron las mismas causas. El desarrollo del capitalismo es
un proceso contradictorio y por ello ha tenido fases de relativa
prosperidad. Precisamente en esas etapas de estabilidad se gestan las
mutaciones que conducen a más crisis.
El análisis de corte marxista ofrece las perspectivas más ricas para
el análisis teórico de la crisis como esencia del capital. Pero hasta en
una disposición reformista, à la Keynes, es fácil observar que
la crisis es el apellido del capitalismo: no existe un mecanismo de
ajuste que permita solucionar el problema de la inestabilidad de las
funciones de inversión y de preferencia de liquidez en una economía
monetaria de tal manera que se alcance una situación de pleno empleo. El
punto es este: no es que no funcione el mecanismo, sino que no existe.
Definitivamente, la visión ingenua sobre el capitalismo debe ir a
reposar en el museo de los mitos curiosos. Se desprende una importante
tarea política e histórica para la izquierda, la única fuerza capaz de
cuestionar las bases del capitalismo.
Alejandro Nadal
La Jornada
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