A pesar de que la
crisis no cede y sus efectos se propagan cada vez más a todas las
sociedades, los bancos mantienen sus formas de operación y la regulación
que los rige está prácticamente de rodillas. Los incentivos y las
responsabilidades en ese sector siguen siendo los mismos de antes de la
crisis.
En J. P. Morgan estalló el riesgo en exceso que tomó su unidad de inversiones, provocando una pérdida de 5.8 billones de dólares a los que se pueden sumar otros 1.7 billones. Esto se confronta con la Regla Volcker, que limita la actividad de inversión de los fondos propios de los bancos por su posible efecto nocivo sobre la estabilidad del sistema en su conjunto. El director del área de inversiones de Morgan administra 350 billones de dólares, lo que equivale al PIB de países como Suiza, Singapur, Ucrania o Perú.
Los bancos venden a sus clientes productos sin la suficiente información y con altos riesgos, aunque muy rentables para ellos. Así ocurrió en el caso de Novagalicia en España, que ha pedido perdón por colocar participaciones preferentes que han perdido su valor. HSBC está acusado de tener controles muy laxos para prevenir el lavado de dinero asociado con el narcotráfico y las actividades terroristas. Así, la reputación de los bancos es bastante mala aunque no todas sus operaciones sean de este tipo.
Este es ya el cuarto año desde que quebró Lehman Brothers y se desató en Estados Unidos y Europa la recesión productiva, el desempleo y la extensa intervención de los gobiernos para reordenar la economía.
Hasta ahora ni se ha restaurado el crecimiento, ni absorbido el desempleo y, menos aún se ha ordenado el sistema financiero. Lejos de ello, los bancos más grandes, con sus diferentes brazos operativos, siguen en el centro de la crisis y generan mucha inestabilidad e inequidad. La contraparte es la recesión y mayor deuda pública.
Se crea así una fuerte discordancia en las políticas de los gobiernos, sobre todo en la asignación de los recursos. El ajuste económico y las medidas para enfrentar la crisis chocan con la operación del sistema financiero, concentrado en relativamente pocos grandes bancos con un enorme poder.
La política va a la zaga en este proceso. La creación de enormes cantidades de dinero por parte de la Reserva Federal con tasas de interés de casi cero, no ha sido capaz de promover la demanda y el gasto en inversión.
En Europa el camino ha sido distinto, pero igualmente
ineficaz. El ajuste del gasto pretende reducir el alto nivel de la deuda
pública, cuyo crecimiento se debe a la misma crisis financiera. El
círculo vicioso no se puede romper.
Las calificadoras de riesgo castigan la deuda soberana y los
inversionistas exigen altas tasas de interés para comprar los bonos de
los países más débiles. Mientras, otros como Alemania y Francia colocan
deuda a tasas reales negativas (por debajo de la inflación). Esta
disparidad no es sostenible por mucho tiempo.
Un aspecto clave de la crisis tiene que ver con el modo de operación
de los bancos. Durante largo periodo el financiamiento de activos creó
episodios especulativos cuyo fin acarrea costos cada vez más altos. El
caso de las hipotecas basura fue uno más en una serie de eventos que
desde mediados de la década de 1980 han provocado crecientes tensiones
en los mercados financieros y requerido rescates, acomodos de las bolsas
de valores, mantenimiento de políticas de bajas tasas de interés y
ajustes fiscales.
La amplia desregulación de las transacciones ha creado un conjunto de
instrumentos que facilitan la especulación y el aumento de los riesgos,
los que llegaron a ser de carácter sistémico.
La expansión económica que se creó llegó a su fin en 2008 y se
requiere un balance concienzudo para apreciar la naturaleza sus
repercusiones frente a las condiciones de la crisis que finalmente se
provocó. Los costos de la crisis parece que serán más grandes que los
beneficios del largo proceso de crecimiento y estabilidad. Eso que se ha
llamado la era de la
Gran Moderaciónen el desarrollo del capitalismo en los países avanzados desde mediados de 1980, se acabó abruptamente.
En medio de este ciclo de auge y crisis, los bancos han desempeñado
un papel crucial. Las reglas cambiaron con la revocación de la Ley Glass
Steagall en 1999 y la separación de las funciones de la banca de
inversión y la banca comercial. Junto con las innovaciones financieras y
los cambios tecnológicos se alteró el papel de financiamiento y se
separó de forma creciente la relación con las actividades productivas.
Se creyó haber alcanzado una especie de nirvana, donde se podía pasar de
dinero a más dinero sin necesidad de distraerse en las creación de
mercancías, de empleo e ingresos para la gente. El ideal del dinero como
expresión general del valor parecía haberse consumado.
León Bendesky
La Jornada
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