El autor, responsable
del área de internacional de Ecologistas en Acción, analiza los ejes de
la reciente Cumbre Río+20. Explica que Gobiernos y multinacionales
apuestan por implementar el modelo económico a través de la explotación
de la naturaleza.
Economía verde es un concepto
impulsado desde Naciones Unidas (NNUU) que, con la idea puesta en la
celebración de la Conferencia de Río+20, publicó ya en 2009 la hoja de
ruta “Hacia una economía verde”.
La propia conferencia se marcaba como uno de los ejes de
discusión la “economía verde en el contexto del desarrollo sostenible y
la erradicación de la pobreza”. Así, NNUU pretendía anclar el concepto
al aspecto social y distributivo. En dicho informe, se aclara que la
economía verde es aquella “baja en carbono, eficiente en recursos, y
socialmente inclusiva”. Todo en un mismo pack.
En un ejercicio de buenismo miope, la línea argumental de NNUU
a la hora de defender este enfoque era: dada la estrecha relación entre
el estado de los recursos y la capacidad de los países de conseguir su
bienestar, al estar ligados ambos términos, no se podrá hablar de
economía verde independientemente de acciones directamente ligadas a
atender las necesidades de los grupos más vulnerables, por un lado, y,
por otro, no podrá existir una economía verde si los patrones de consumo
y producción no garantizan que la mejora en el estado del medio
ambiente y los beneficios sociales estén presentes.
Se puede hablar en el mejor de los casos de “ingenuidad” de la ONU, pues el
planteamiento que hace es cambiar de rumbo sin cambiar nada.
La economía verde incorpora aparentemente el
cuestionamiento al modelo de desarrollo sin proponer en realidad cambiar
las bases que lo sustentan. No hay nada en la economía verde
que invite a alterar aquellos pilares sobre los que se asienta el
sistema actual: ni la producción con el máximo beneficio, ni la
concetración de capital, ni la competenia entre capitales,... todo esto
permanece.
Por tanto, hay que huir de interpretaciones bien
intencionadas del término y de la imagen de una economía trabajando por
el interés de las personas, del bien común, y operando dentro de los
límites de los ecosistemas -como, por cierto, llevan décadas defendiendo
los estoicos teóricos de la economía ecológica-.
Cuando se habla de economía verde se está hablando de
capitalismo verde. Y el capitalismo nunca podrá ser verde. En Río 92 se
cometió el “error” de recetar más crecimiento económico para solucionar
la desigualdad y la pobreza y se confió en el avance tecnológico para
solucionar los impactos ambientales.
No hemos aprendido nada, cuando volvemos a aceptar que “nos coloquen” el crecimiento económico en el lado de las soluciones en lugar de en el de las causas. Un crecimiento que ahora será verde.
El propio PNUMA, autor del informe mencionado, reconoce que para que la economía verde sea posible,
tiene que ser “atractiva” para inversores. No se está haciendo por
tanto un llamado a detener las dinámicas devastadoras dominantes, sino
que se parece más a una maniobra distractoria encaminada a
tranquilizarnos respecto del abismo al que nos asomamos.
Empresas que sacan rédito de la naturaleza
Las empresas se han sumado rápidamente a ese discurso.
La situación ambiental ha pasado de ser negada por los intereses
económicos a ser reconocida, al convertirse en una oportunidad de
negocio. Se nos dice: “cierto, el planeta está fatal, pero no se
preocupe, nosotros lo vamos a solucionar”.
El escenario está servido para inversiones millonarias
del sector financiero en esta nueva economía. Cabe esperar por tanto más
privatización, mercantilización y especulación del patrimonio natural
que aún hoy tenga un uso público o sea del común.
Nuevamente la lógica del buenismo que caracteriza al
ambientalismo de mercado es: en estos 20 años no se han corregido los
impactos ambientales y sociales porque los mercados han operado bajo
señales equivocadas, al no valorar adecuadamente los recursos y
servicios que tomábamos “gratuitamente” de la naturaleza.
Ahora, al ponerle precio a todo (incluyendo, por
ejemplo, los “servicios” de regulación del clima que hacen los bosques
al captar el carbono, como ya se está promoviendo desde los programas
REDD) e incluirlo en la lógica de la mercantilización, evitaremos el
derroche de recursos porque estos serán valorados.
Además, la economía verde es el caballo de Troya para la
introducción de toda una plétora de “soluciones” tecnológicas para la
crisis ambiental. Desde la fractura hidráulica (que
considera al gas no convencional como combustible de transición) o el
secuestro de carbono, hasta la geoingeniería, la última locura
tecnológica para controlar el calentamiento global mediante masivos
bombardeos de productos químicos a la atmósfera, masiva fertilización de los océanos, etc.
De momento, hay una moratoria internacional al respecto,
veremos cuanto tardan las corporaciones en derribarla. Pero quizás el
nuevo sueño tecnológico más peligroso es la nueva economía de base
biológica: un plan para que la biomasa, en una suerte de “nuevo”
petróleo, se convierta en la materia prima a transformar mediante
tecnologías basadas en la bioingeniería (genómica, nanotecnología,
biología sintética) y ser convertida en productos de alto valor
(alimentos, energía, materiales, fármacos,....). Una huída hacia delante
en toda regla.
Las multinacionales se llevan el botín
Es fácil adivinar quién saldrá ganando en todo esto. Las
nuevas oportunidades de negocio están promoviendo foros y directrices a
inversionistas sobre cómo sacar mejor partido de la economía verde4. Se
están produciendo fusiones y reorganizaciones de compañías para
situarse mejor ante el nuevo panorama.
Las 10 mayores empresas del mundo en sectores como el
agua, la energía, las semillas, la pesca, las sustancias químicas, los
fertilizantes, los fármacos... están tomando posiciones. Viejos nombres
como BP, Exxon, DuPont, Monsanto, Shell, Cargill, Chevron, Statoil, Dow, Novartis, Total,... para una “nueva” economía.
Samuel Martín- Sosa Rodríguez
Diagonal
No hay comentarios:
Publicar un comentario