Los responsables, a nivel nacional e internacional, precisan una mayor dosis de arrojo, inconformismo y espíritu de innovación. Al igual que necesitan una puesta al día muchos de los principios y postulados vigente.
La situación actual de la economía es realmente preocupante, tanto en lo que concierne a la propia realidad económica, como a la teoría y los modelos económicos que supuestamente sirven para mejorar dicha realidad. Quizá sea necesario repensar, y por qué no, rehacer a fondo tanto una como otra, comenzando por cambiar algunos de los principios y postulados económicos que, como fruto de una larga inanición intelectual en este terreno, se vienen asumiendo convencionalmente desde hace ya muchas décadas.
Sería necesario partir de cero en muchos casos, y plantear supuestos
de base diferentes (decía Einstein que buena parte de su éxito
científico radicó en pensar a diario durante un rato de forma diferente
-incluso opuesta- a los demás). Quizá sea el momento de que los
economistas nos demos un sincero y realista baño de humildad,
reconozcamos que una buena parte de nuestros modelos no sirven para
mucho (no hay más que ver la cruda realidad), y comencemos a pensar
diferente y a formular nuevas propuestas y planteamientos. Nos vamos a
permitir exponer algunas ideas para el debate en este contexto.
En
el terreno más teórico y axiomático, una primera y posible vía sería
adoptar una cierta visión multidisciplinar, y aprovechar así el bagaje
de otras disciplinas. Un ejemplo podría ser el de la medicina, y
comenzar así a pegarnos más a la realidad y formular una economía basada
en la evidencia, aprovechando el ya largo recorrido de la medicina
basada en la evidencia. También habría que aprender de la física y la
termodinámica, y proyectar en nuestro campo el concepto de entropía; la
aplicación de la entropía económica en muchos de los planteamientos y
decisiones, podría evitar la adopción de medidas claramente anentrópicas
y desordenadas, tanto en las políticas económicas, como sobre todo en
las monetarias.
En el ámbito de los macromodelos internacionales,
convendría ir trazando a largo plazo una hoja de ruta para la futura
existencia de una moneda única mundial, la solución más natural a los
múltiples problemas monetarios a escala global (formulada por el ya
desaparecido premio Nobel Robert Mundell), la cual evitaría los
gigantescos costes actuales derivados de la existencia de tantas
monedas, y desaparecerían para siempre las crisis monetarias
internacionales.
Continuando con esta orientación supranacional de
la economía, y ya en un terreno más inmediato, se debería urgir la
adopción de medidas fiscales globales, como la tasa Tobin, que
contribuiría a dar estabilidad y mayor coherencia a los mercados
financieros, sobre todo a los gigantescos mercados especulativos de
divisas y otros activos financieros. En estos mercados, el dinero ha
dejado de tener la función de instrumento de cambio y de financiación de
la economía real, para convertirse en descomunales mercados con vida
propia, con miles de millones de operaciones diarias, que no pagan
además impuestos. Un gravamen mínimo sobre dichas transacciones
permitiría redirigir una muy importante cantidad de recursos desde esta
economía financiera especulativa a la economía real, la más cercana a
las personas, y también a los Estados, que necesitan perentoriamente una
gran cantidad de esos recursos.
Por otra parte, deberíamos
adoptar como principio vital de nuestra sociedad, el de la
transparencia, de forma que fuesen totalmente transparentes nuestras
instituciones públicas, nuestros gobernantes, y también nuestras
empresas. Habría que institucionalizar que todas las entidades públicas
(más de 21.000 en España) pasaran por un análisis coste-beneficio que
justificase la utilidad y la conveniencia de las mismas. En el terreno
de las empresas, sería interesante, por ejemplo, que se fomentase el
conocimiento público del 10/10 en sus escalas de retribuciones, es
decir, que se publicase la cifra o proporción que representan las
retribuciones totales del 10% del personal que más gana (directivos,
consejeros, etcétera) en las empresas, respecto al 10% de los empleados
más modestos y menos retribuidos. Como decimos los investigadores de
cualquier disciplina, obtengamos la información. Y a ver qué ocurre...
Entrando
ahora en el terreno de las mediciones económicas, nunca hemos entendido
del todo por qué en los cálculos del índice de inflación o del coste de
la vida no se tiene en cuenta un coste fundamental para un gran número
de ciudadanos como es el que pagan por alquilar el dinero, es decir, los
intereses que pagan por los préstamos (por ejemplo, las hipotecas), y
que suponen una parte significativa del coste de la vida de muchas
personas y familias; en el IPC sí se incluyen en cambio otros
alquileres, por ejemplo, los que se pagan por las viviendas u otros
bienes, pero no así el del dinero. Además, constituye un predicado
fundamental de la política de los bancos centrales que hay que subir los
tipos de interés para combatir la inflación, lo cual pensamos que es
apagar el fuego con gasolina, ya que ello aumenta realmente el coste de
la vida para los ciudadanos, aunque esto no aparezca en los índices de
precios (ello aparte de que una subida de los tipos de interés perjudica
no solo a los ciudadanos, sino también a las empresas -las no
bancarias- ya que encarece sus costes financieros, y también a las
instituciones públicas, que han de pagar más por sus préstamos y deuda
pública emitida). Sería bueno en este sentido un replanteamiento de la
medición del IPC, o al menos probar a calcular paralelamente otro IPC,
en el que se pueda añadir el coste del uso de dinero como un componente
más del mismo. Y a ver qué ocurre...
Siguiendo con las mediciones
económicas, habría también que rehacer algunas formulaciones básicas a
la hora de medir el crecimiento y la actividad económica, cuestionando
el PIB y otros indicadores de culto en los organismos internacionales, y
adoptar oficialmente (o al menos de forma paralela o complementaria)
otros de los numerosos índices existentes, más refinados y menos
entrópicos que el PIB. Deberían publicarse paralelamente unas y otras
mediciones. Y a ver qué ocurre...
A un nivel más sociológico,
habría que fomentar estructuralmente la generación de ideas y la
canalización de iniciativas de los ciudadanos, que saben mucho de muchas
cosas, y que estarían dispuestos a aportarlas si alguien les
preguntase, o al menos les escuchase; por ejemplo, en el terreno de la
crisis económica, habría que consultar a una muestra representativa de
los cinco millones de trabajadores desempleados, a los más de un millón
de pequeños empresarios, etcétera, para así conocer y hacer públicas sus
opiniones y propuestas, facilitando los debates y unas enormes
sinergias sociales. Igualmente habría que buscar la colaboración de los
más de tres millones de ciudadanos que son empleados públicos,
preguntándoles y fomentando -incluso incentivando- sus ideas e
iniciativas con vistas a ahorrar gastos en los servicios o centros en
los que trabajan, a detectar lo superfluo, a evitar despilfarros,
etcétera.
En resumen, habría que asumir que la principal riqueza
económica nacional es de carecer intangible, y se deriva de la enorme
cantidad de información, ideas y creatividad que tienen los ciudadanos
de este país; habría que canalizar dicha participación y publicar los
resultados. Y a ver qué ocurre...
Y en el terreno de la profesión
económica deberíamos ser más valerosos muchos de los economistas
investigadores y académicos, y dejar de escribir e investigar bajo el
perverso imperio de las elitistas revistas JCR, dedicándonos a hacer
investigaciones más realistas y útiles socialmente (que son a veces las
más simples) y escapar a esa obsesión de publicar artículos
supuestamente científicos, cargados de complejas ecuaciones matemáticas,
que sirven para muy poco, y que además tienen muy escasos lectores.
Sería
bueno en este contexto, finalmente, que los responsables económicos a
nivel nacional e internacional tuvieran una cierta dosis de arrojo,
inconformismo y espíritu de innovación, no exento lógicamente de
prudencia; no se trata de derribar el entramado económico, financiero y
fiscal imperante, sino dar entrada paralelamente a nuevos análisis,
cálculos y estimaciones diferentes a los convencionales. Y a ver qué
ocurre...
Jesús Lizcano Álvarez es catedrático de la Universidad Autónoma de Madrid y presidente de Transparencia Internacional España.
El País
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