Como una tradición de Año Nuevo, economistas y autoridades
gubernamentales de nuestros países se enfrascan (y a veces se enfrentan)
en el debate sobre el crecimiento económico del año anterior y en las
proyecciones de crecimiento del nuevo año. Este debate surge en tanto
este dato es considerado en el pensamiento neoclásico como el indicador
clave para medir el desempeño y/o la gestión de cualquier sistema
económico. Dentro de esta lógica, se asume que si la tasa de crecimiento
es alta se puede concluir que ha sido un buen año para la economía y si
es baja, se asume lo contrario.
Resulta interesante y hasta
entretenido, escuchar los análisis que sobre estos resultados se
realizan dependiendo de si se está en la oposición o en el gobierno. Una
misma persona puede analizar el mismo dato de crecimiento de la
economía de manera distinta dependiendo de su posición en el sistema de
relaciones de poder en un momento determinado. Si está en la oposición
política y su credibilidad (e incluso su salario) depende de evidenciar
la incapacidad de la gestión del partido gobernante, una tasa de
crecimiento baja será utilizada como la prueba más fehaciente de la
incapacidad de un gobierno de administrar la economía y de garantizar el
bienestar de la población. Sí esa misma persona, luego está en el
gobierno, y su puesto depende de la confianza de sus votantes y/o
patrocinadores, una baja tasa de crecimiento pasará a ser justificada
como el resultado de “factores exógenos” sobre los cuales la política
económica gubernamental no tiene control (catástrofes naturales, cambio
climático, recesión mundial, etc.), los cuales de no existir,
permitirían un mejor dato de crecimiento y más bienestar para la
sociedad. En uno y en otro caso, este análisis no deja de estar basado
en una simple ilusión.
La ilusión de la tasa de crecimiento deviene tanto de lo que mide como de la forma en que lo mide.
La
tasa de crecimiento anual no es más que la variación porcentual de la
producción de bienes y servicios que se realiza dentro de un país
durante un año con respecto a la producción del año anterior. Este
calculo tiene al menos tres características que es necesario conocer: 1)
se hace en términos de precios indexados o precios constante (precios a
los cuales se les ha eliminado el efecto de la inflación de ese año
para que puedan compararse con los precios de un año de referencia); 2)
Solamente se toma en consideración en este calculo los bienes y
servicios que se comercializan en el mercado, y 3) Esta estimación no
toma en cuenta las condiciones y/o relaciones dentro de la cuales se
realiza la producción de estos bienes y servicios (incluyendo las
relaciones de distribución de lo que se produce).
En otras
palabras, el crecimiento (o decrecimiento) de la producción de bienes y
servicios no es un reflejo del bienestar (o malestar) de la población de
un país, porque este indicador no da cuenta de todo lo que se produce en un sistema económico, ni tampoco da cuenta de las implicaciones de la producción social anual en términos de la vida de las personas.
En
primer lugar, el Producto Interno Bruto (PIB) que sirve de referencia
para la formula de la tasa de crecimiento, excluye la producción de
bienes y servicios que realizan las familias para su atender necesidades
del cuidado de sus miembros y/o de la comunidad. Debido a que esta
producción se realiza mediante la utilización de fuerza de trabajo
(mayoritariamente femenina) que no recibe remuneración alguna, no entra a
formar parte de la estimación del crecimiento económico y esta omisión
hace que el indicador de crecimiento ofrezca un panorama incompleto de
la dinámica económica de un país.
Esta omisión no constituye una
cifra banal, al menos en el caso de El Salvador. En 2005 se estimó que
el valor monetario de la producción de los hogares para satisfacer
necesidades del cuidado para sus miembros y para las comunidades,
ascendió a $5,436 millones, equivalente al 32% del PIB de ese año, y
superior a la producción de los principales sectores económicos
(agropecuario, manufactura), a las exportaciones y a las remesas. No
considerar el aporte económico del trabajo no remunerado de las familias
no es solo una imprecisión metodológica en la estimación del PIB sino
que impide darse cuenta del importante papel compensatorio que la
producción de los hogares desempeña en las distintas fases del ciclo
económico. En efecto, la producción de bienes y servicios en los hogares
(preparación de alimentos, cuidado a personas enfermas, producción
agropecuaria para el autoconsumo, actividades voluntarias comunitarias,
etc.) aumenta en tiempos de crisis económica, para compensar la caída en
el poder adquisitivo de los salarios e ingresos y/o la caída en el
gasto público social. Es decir, una caída en el crecimiento del PIB no
implica necesariamente una disminución de la producción social, sino
únicamente una reducción de la producción que contabiliza el sistema de
cuentas nacionales. El análisis económico y el diseño de políticas
económicas estarán incompletos mientras en la discusión del crecimiento
económico no se incorpore la contribución de los hogares a la producción
social anual.
Otro elemento que vuelve ilusorio al crecimiento
como medida del desempeño económico y del bienestar, es la cuestión de
la distribución de la producción social. Una economía durante un año,
puede aumentar significativamente su producción pero eso no puede leerse
como un aumento en el bienestar de TODAS las personas. Tomemos por
ejemplo el caso de China, que en los últimos 20 años ha reportado las
mayores tasas de crecimiento a nivel mundial (10% promedio anual), al
mismo tiempo que se ha convertido en una de las sociedades más
desiguales del mundo, incluso más que Estados Unidos. De acuerdo al
Fondo Monetario Internacional (FMI) el Índice de Gini – que mide la
igualdad/desigualdad en la distribución de la riqueza de un país- en el
caso de China pasó de 0.35 (menos desigualdad) en 1979 a 0.47 (más
desigualdad) en 2010. Esto se traduce en hechos como que en 2010 habían
en China alrededor de 140 personas con una fortuna personal de más de
$1,000 millones mientras que 500 millones de sus compatriotas
sobrevivían con menos de dos dólares diarios.
Pero más allá de
la distribución de lo que se produce, se encuentra el problema de las
condiciones bajo las cuales se produce el crecimiento. Un mayor
crecimiento de bienes y servicios puede estar fundamentado en
condiciones que amenazan la vida de las personas si la economía crece a
costa de un mayor deterioro en los recursos naturales, en la pérdida de
la soberanía alimentaria y/o de la destrucción de fuentes de ingresos.
Como
ilustración observemos los “motores del crecimiento” que están
utilizando algunos países africanos, como Etiopía, Ghana, Angola,
Tanzania, Nigeria, Mozambique, Zambia y Libia, que por sexto año
consecutivo han crecido en 2011 a una tasa promedio superior al 6%.
Estos motores consisten nada y nada menos que en una agresiva política
de atracción de Inversión Extranjera Directa (IED), que está permitiendo
a empresas transnacionales apropiarse de millones de hectáreas de
tierra para hacerse de jugosas ganancias mediante la minería extractiva
(hierro, diamantes, oro) y la producción para la exportación de
productos agrícolas destinados al consumo humano, al consumo animal y a
la producción de agro combustibles.
¿Cuál es el problema de esta
forma de crecimiento de África? Para los gobiernos y las empresas
transnacionales no parece haber por el momento ningún problema. Mediante
los Asocios Público Privados (APP) los gobiernos africanos le abren las
puertas a la IED y les ofrecen en propiedad o en concesión tierras
fértiles, agua, salarios bajos, cero regulaciones medioambientales e
incluso subvenciones y a cambio reciben apoyo político, militar y
económico de los gobiernos de los países de origen de estas inversiones,
que los mantienen en el poder y les permiten seguir gozando de
privilegios en medio de la pobreza generalizada.
Las cosas son
diferentes para la gente, especialmente si se toma en cuenta que el 80%
de la población africana subsiste gracias a la agricultura familiar y
que utilizan la tierra deshabitada como “despensas naturales” de las que
obtienen de manera gratuita frutos, leña, caza , pastos, agua, entre
otros recursos para su la reproducción de su vida. Tomemos por ejemplo
el caso emblemático de Etiopía, que dicho sea de paso es uno de los
países que abastecieron en 2011 de frijol importado a países
centroamericanos, como El Salvador y Honduras.
Etiopía es uno de
los países africanos que más tierra ha concesionado a las empresas
transnacionales: más de 2,500 kilómetros de tierra fértil han sido
entregadas a empresas provenientes de 36 países en la región de
Ganbella, al mismo tiempo que serán desalojados de esa zona más de
15,000 ciudadanos/as etíopes, que quedarán sin acceso a los recursos
necesarios para su supervivencia. En esa región, la multinacional
Karaturi (India) ha alquilado 311,000 hectáreas de tierra para producir
arroz destinado al consumo de la India y la multinacional Star (Arabia
Saudita) ha invertido más de $2,000 millones en la compra de tierras
destinadas al cultivo de alimentos para la exportación a países del
Oriente Medio. Todo esto sucede mientras miles de personas de la región
de Ogaden, mayoritariamente mujeres, corren el riesgo de morir de hambre
según la FAO.
Un caso parecido podría ocurrir en El Salvador con
la política de asocios para el crecimiento con el Gobierno de Estados
Unidos, que tiene como objetivo facilitar el entorno de negocios a las
empresas transnacionales de ese país y en el cual se cifran grandes
esperanzas del gobierno actual para lograr un repunte en la tasa de
crecimiento del PIB a partir de 2012. Se podría traer a cuenta la
reciente aprobación de los permisos para la apertura de la sucursal de
Wal-Mart en el municipio de Mejicanos, con una superficie de 27 mil
metros cuadrados y que creará 500 empleos directos. De acuerdo a
estudios realizados por Geólogos del Mundo, el sitio donde se pretende
construir esta superficie comercial se encuentra situada en una de las
zonas más proclives a deslizamientos de tierra de la zona, por lo que la
construcción de Wal-Mart hará más vulnerable a la población de ese
municipio. Adicionalmente, de acuerdo a la Mesa Permanente para la
Gestión de Riesgos (MPGR) la construcción obstruirá la quebrada El
Arenal que sirve de evacuación natural a escorrentías que bajan del
volcán en época lluviosa, con lo cual se incrementará el riesgo de
inundaciones y de muerte de los habitantes de las comunidades aledañas.
¿Cuántas vidas de salvadoreños/as de la zona de Mejicanos se tiene
disponibilidad de sacrificar por un punto o más de crecimiento del PIB
en el 2012? Además debería añadirse a este cálculo la suma de los
ingresos monetarios y de los empleos directos e indirectos que se
perderán con el inicio de las operaciones de Wal-Mart , como resultado
de la caída en las ventas del sector de comerciantes minoristas locales
(integrado mayoritariamente por mujeres) que no podrá competir con la
agresiva política de “los precios más bajos todos los días” que impulsa
esta multinacional en el mundo entero.
Establecido lo anterior,
se puede concluir que el debate sobre el crecimiento económico y de su
relevancia para determinar el buen o mal desempeño de la economía
constituye un debate estéril desde el punto de vista del objetivo
fundamental de cualquier sistema económico.
Probablemente es
tiempo de recordar la advertencia que Adam Smith hace en una nota al pié
de página del primer capítulo de su obra “La Riqueza de las
Naciones”(1776) , y en la cual después de afirmar que la riqueza de una
nación se refleja en el bienestar de sus habitantes, nos advierte que
“el bienestar de la nación debe calcularse por el bienestar promedio de
sus miembros, y no por el agregado”. ¿Es el bienestar promedio una
medida subjetiva? Seguramente lo es, ya que dependerá del paradigma de
estilo de vida que colectivamente y/o personalmente se considere el
ideal de desarrollo. Este paradigma puede situarse dentro de un amplio
espectro de posibilidades y/o de preferencias que en la actualidad
pueden oscilar entre el Vivir Bien (American Dream, Rich & Famous´s Lifestyle) y el Buen Vivir (Sumak Kawsay).
Sin
embargo, tanto ahora como en 1776 y como en toda la historia de la
humanidad, cualquiera que sea el modelo de producción, distribución y/o
consumo predominante en una sociedad, hablar del bienestar promedio de
los miembros de esa sociedad solo tiene sentido si TODOS sus miembros,
una vez nacidos, tienen garantizada su VIDA en las distintas etapas de
su ciclo natural. La discusión y/o preferencia entre Vivir Bien o el
Buen Vivir, solo tiene razón de en este contexto, fuera de él, no es más
que un espejismo para la mayoría de la sociedad. Hinkelammert y Mora
(2009) lo expresan en los siguientes términos: “La satisfacción de las
necesidades hace posible la vida, la satisfacción de preferencias puede
hacerla más o menos agradable. Pero para poder ser agradable, antes
tiene que ser posible”.
Por lo tanto, si se quiere analizar
realmente el desempeño anual de cualquier economía, se tiene que
sustituir el actual foco de atención de este análisis. Es preciso pasar
del indicador del crecimiento económico y de sus criterios asociados
(productividad, competitividad, libertad económica, tasa de
rentabilidad, etc.) hacia el indicador de la reproducción de la vida de
todos los hombres y todas las mujeres que forman la sociedad. Este
análisis debe incorporar por supuesto el estado anual de las condiciones
materiales y no materiales que hacen posible la vida digna, tales como
la calidad , disponibilidad y acceso a alimentos y al agua para consumo
humano, las condiciones del cuidado para los miembros de la sociedad, la
sostenibilidad de los recursos agroecológicos, entre otras.
Para
avanzar en la construcción de una sociedad y de una economía
alternativa fundamentada realmente en la Vida, es preciso comenzar a
analizar el desempeño económico desde nuevos paradigmas, nuevas
categorías y sobre todo, con nuevos y/o mejores indicadores. He aquí un
desafío para las nuevas generaciones de economistas, que frente a los
estragos que el predominio del pensamiento neoclásico ha provocado en la
teoría y en la práctica económica, desean pasar de la indignación a la
acción.
Julia Evelyn Martínez es economista feminista,
profesora del departamento de Economía de la Universidad Centroamericana
“José Simeón Cañas” de El Salvador.
Rebelión
No hay comentarios:
Publicar un comentario