I
El Sistema global hoy dominante se nos había presentado en
la teoría y política económica como eminentemente racional. Antes de
2008 parecía capaz de determinar los libres impulsos de los agentes
económicos en el Mercado, dónde interactuaban los egoísmos particulares
en supuesta armonía, movidos por una “Mano Invisible”, tal como la
formuló Adam Smith en su Teoría de los sentimientos morales (1759).
Resulta
que la realidad ha hecho sucumbir a la fuerza todos estos
planteamientos y esquemas racionalistas del Mercado Perfecto. Todo eran
espejismos, humos y burbujas. El Mercado ni es “Perfecto”, ni puede
serlo, ni existe un galimatías denominado Libre Mercado así como tampoco
la supuesta Mano Invisible, que ciertamente ni es una ni es invisible
(Mercados Financieros y Gobiernos).
Después de la 2º Guerra
Mundial, el mundo “libre” parecía navegar viento en popa impulsado por
la creación de una serie de organismos desde Bretton Woods: el Banco
Mundial, la Organización Mundial del Comercio, el Fondo Monetario
Internacional… Todos ellos junto con la Reserva Federal y los demás
Bancos Centrales, parecían conformar una excelente superestructura para
un gobierno financiero mundial al servicio de la banca internacional de
inversión y grandes corporaciones.
Este auge pareció
intensificarse con el derrumbe del comunismo soviético a finales de los
ochenta y la expansión de mercados consiguiente en la década de los
noventa y primeros años del nuevo siglo. Lo que antes no se había visto
por el espejismo de los frutos de la especulación financiera global bajo
una época de paz, bonanza y burbujas, hoy, sin embargo, ya es un hecho
incontestable: es una red burocrática y financiera mafiosa y peligrosa.
Su peligro radica en que está fuera del control de la ciudadanía e
incluso de un gran parte de los inversores. Sus decisiones nos afectan a
todos pero ellos no responden ante nadie. A decir verdad, no pueden
responder ante nadie, porque ninguna institución en el mundo tiene
suficiente poder ni competencias jurisdiccionales para responsabilizar a
la oligarquía financiera mundial de sus crímenes. Y esto se debe a la
sencilla razón de que muchos gobiernos, por no decir casi todos, son
cómplices de sus maniobras e intereses al tener contraídas unas deudas
soberanas con sus prestamistas que les imposibilitan cualquier
movimiento en pro de la justicia.
A menudo estas corporaciones
tienen presupuestos y poderes superiores a gobiernos elegidos
democráticamente y su influencia es muy superior a cualquier
organización internacional.
II
Paradójicamente este
Sistema capitalista global imperante en la actualidad funciona con
esquemas racionalistas revestidos de aparato matemático cuyo mecanismo
errático y cíclico ha devenido inútil para la búsqueda de cualquier
solución desde dentro del propio Sistema. Las soluciones al Sistema no
se encuentran porque el Sistema que conocemos se está transmutando en
uno peor, donde a los ingredientes habituales de la lógica del lucro hay
que añadir un mecanismo enemigo de la libertad política y del bien
común sustentado en la confianza y cooperación entre los pueblos.
Por
eso las soluciones a este Sistema no pueden formularse desde dentro
porque se encuentran fuera del mismo. Las soluciones inteligentes han de
buscarse fuera del Sistema y fuera de la lógica de los esquemas de
pensamiento que la élite oligárquica quiere transmitir a través de sus
terminales mediáticas y de sus programas de manipulación educativa
masiva.
El Sistema se cae ante nuestros propios ojos porque sus
ideólogos no contemplaron en su formulación los aspectos más básicos de
la antropología humana: que el hombre desde que lo es no siempre se
comporta racionalmente. Es más, la condición de racionalidad presupone
la sociabilidad del ser humano y su participación en la política de
acuerdo con su tradición y herencia cultural.
Lo que observamos
es justo lo contrario. De una sociedad globalista cada vez más
deshumanizada, atomizada e individualista no puede esperarse una
economía real que opere con racionalidad y equidad. No hay más que ver,
sin caer en el pesimismo ni en la desolación, la decadencia material y
espiritual de las grandes urbes, la precariedad de sus gentes, la
insatisfacción generalizada ante la vida y el empleo o desempleo de
tantas personas, el hastío que se observa ante una globalización
ultracompetitiva, el aumento de la criminalidad y de la consiguiente
vigilancia policial. Incluso el arte, prostituido por una posmodernidad
fatua y frívola, y el modelo de ocio violentamente materialista, falaz y
absurdo, dan fe del derrumbe moral que antecede a toda injusticia y
precariedad económica. Y por supuesto, el deterioro de la naturaleza y
la desconexión de la sociedad humana con ella, así como la falta de
valores que hacen del mundo tecnocrático y liberal, un ámbito poco
proclive donde crecer y madurar como personas libres, responsables y
comprometidas.
III
La economía capitalista, a pesar
de sus aparentes ventajas materiales a las que sólo unos pocos pueden
tener acceso, no es un ejemplo en su praxis de racionalidad ni de
eficiencia, sino de injusticia y decadencia humana.
Es evidente,
les guste o no reconocerlo a los defensores del supuesto Libre Mercado,
que han sido las propias conductas humanas (a veces irracionales), el
desaforado intervencionismo estatal (incrementos inaceptables del
déficit público consentido por ciertos gobernantes y sectores sociales) y
las fuerzas psicológicas de los especuladores financieros las que han
resquebrajado los pilares del Sistema y la confianza entre los agentes
que participan de él. Han llevado ellos mismos el Sistema al punto de
colapso con el consentimiento de una sociedad adormecida y sin
instrumentos democráticos para revertir a tiempo la situación.
Es
curioso ver cómo los culpables de la crisis (Banca Internacional y
gobernantes irresponsables) pasan por alto los postulados del Sistema
que ellos mismos defendieron y tratan en vano de mantener a flote.
Cuando llegan las insolvencias empresariales, las quiebras bancarias y
las bancarrotas financieras de las arcas públicas, en vez de proceder a
las reformas urgentes de todo el Sistema político-financiero, han
decidido huir hacia delante con la disparatada opción del dinero-deuda
vía rescates multimillonarios con fondos públicos ficticios, difiriendo
el problema a las generaciones futuras. En vez de rectificar los errores
evidentes, han preferido prevalerse de su poder para seguir
profundizando en un Sistema injusto donde sus estructuras anquilosadas
(Mercados Financieros y castas gubernamentales y burocráticas) viven a
costa del trabajo del ciudadano contribuyente. Han conseguido finalmente
lo que pretendían: privatizar su beneficio y socializar sus pérdidas.
IV
No
es ilógico ni contradictorio según ellos que, en consecuencia, su mala
praxis financiera y sus negligentes decisiones políticas los paguemos
todos con nuestro dinero. Es decir, a través de los presupuestos
públicos y métodos confiscatorios. Esto redunda en un empobrecimiento
progresivo: recortes de derechos, de prestaciones sociales y, por
supuesto, subidas brutales de impuestos. Todo ello con el objetivo de
crujir a la clase media, que es, por lo general, el único sector de la
sociedad que produce riqueza real y al estar mayoritariamente volcada en
el trabajo, no dispone de tiempo para organizar una rebelión cívica.
Así,
en el marco de una economía global de corte capitalista de mercado, la
importancia no radica tanto en la mera escasez de recursos, inherente a
todo espacio con límites, sino en la actuación del hombre inclinado por
su instinto de supervivencia y voluntad de poder. Ambos factores han
contribuido a una ineficiente distribución de los recursos básicos a lo
largo y ancho del planeta, provocado directamente por ciertos agentes
que jugaron a un juego mundial donde las pocas reglas que existían sobre
sus productos financieros las habían creado ellos y para ellos.
De
tal modo que de ese peligroso juego trucado los que salieron perdiendo,
como siempre, fueron millones de familias alrededor del mundo, que
viven situaciones de injusticia prolongada, a sabiendas, por esas mismas
estructuras de poder que acumularon tanto capital durante tanto tiempo y
tan groseramente. En efecto, los mismos que pregonaron y aún pregonan
el llamado “desarrollo sostenible” necesitan que exista un
empobrecimiento sistemático pero controlado y una demanda en un mercado
objetivo “libre” de mecanismos democráticos. Pero mientras esos círculos
financieros protegen su “mundo de dinero-deuda virtual”, ajeno a la
realidad humana y social, siempre han de ser otros los que soporten un
empobrecimiento “sostenible” para garantizar los lucros de sus
operaciones corporativas de concentración de capital.
V
Por
otro lado, los políticos han sido incapaces de dar solución al problema
que supone la subordinación del bien común al Sistema financiero. Esto
se debe principalmente a que nuestros supuestos representantes políticos
han sido financiados por los mismos que gobiernan el Sistema financiero
mundial. Su actuación en la práctica se limita a la de ser meros
criados de esa casta de desalmados financieros. De ahí que no sea
extraño observar cómo cooperan con ellos en sus maniobras de saqueo
fiscal al contribuyente. Únicamente están devolviendo el favor al amo
del Gran Capital que les ha permitido saborear los fugaces privilegios
de la gloria política. La mayoría de estos títeres políticos tienen la
función de mantener al margen del proceso político a los pueblos que
dicen representar y al mismo tiempo limpiar de obstáculos el terreno
para que desembarquen en sus territorios los tentáculos de la oligarquía
financiera más pervertida.
Lo sangrante es que todavía la
democracia occidental no ha podido desarrollar mecanismos apropiados
para imputar los costes de estas políticas económicas a sus verdaderos
responsables. Tampoco puede esperarse un cambio en este sentido si las
sociedades no despiertan ya y reforman desde dentro el propio Sistema
democrático.
Difícilmente pueden construirse sociedades
desarrolladas, pacíficas y prósperas si todo gira en torno a una
compleja e injusta distribución de recursos escasos realizada por una
compleja superestructura financiera internacional formada por un
entramado de organismos y corporaciones imposibles de controlar,
responsabilizar y desmantelar.
VI
El Mercado no puede estar por encima de los Gobiernos y los Gobiernos no pueden estar por encima de sus ciudadanos.
Son
los ciudadanos, los que sólo a través de sus representantes políticos
directos en las instituciones del Estado, pueden ordenar al Gobierno lo
que hay que hacer en relación con los asuntos de orden económico. Sólo
de ese modo puede garantizarse que los ciudadanos estén por encima de
los Mercados, pues la razón de la economía es servir a la sociedad y no
al revés.
El poder, en definitiva, no puede localizarse en
superestructuras, organismos y corporaciones multinacionales alejadas e
incontrolables, si luego se quiere exigir responsabilidad efectiva de
sus actos. El poder tiene que localizarse en un lugar y ámbito concreto
donde pueda fiscalizarse su actuación y eso pasa por construir
primeramente una economía democrática basada en el comercio justo, y
orientada hacia el bien común, porque sin una economía democrática no es
posible una auténtica democracia política.
Una democracia
política sin una economía democrática es una farsa insultante. Eso es
precisamente lo que tenemos representado en los parlamentos nacionales
de nuestro entorno político: un pésimo teatro de subalternos.
Por
tanto, la búsqueda de soluciones que hacen válida una óptima salida de
la crisis global es la reforma total de la democracia política sobre la
base de una economía democrática enfocada para la justicia social. Y
esto lógicamente es incompatible con un Sistema fraudulento basado en el
reparto injusto de los recursos escasos. Es el momento de cambiar las
reglas del juego. Unas reglas todavía trucadas por una élite corrupta y
deshumanizada que utiliza las armas silenciosas de la ingeniería social y
financiera de sus organismos y corporaciones globales para seguir
conservando su status abusivo y privilegiado.
Pablo Sanz
Rebelión
No hay comentarios:
Publicar un comentario