miércoles, 1 de febrero de 2012

Por una economía democrática

I
El Sistema global hoy dominante se nos había presentado en la teoría y política económica como eminentemente racional. Antes de 2008 parecía capaz de determinar los libres impulsos de los agentes económicos en el Mercado, dónde interactuaban los egoísmos particulares en supuesta armonía, movidos por una “Mano Invisible”, tal como la formuló Adam Smith en su Teoría de los sentimientos morales (1759).

Resulta que la realidad ha hecho sucumbir a la fuerza todos estos planteamientos y esquemas racionalistas del Mercado Perfecto. Todo eran espejismos, humos y burbujas. El Mercado ni es “Perfecto”, ni puede serlo, ni existe un galimatías denominado Libre Mercado así como tampoco la supuesta Mano Invisible, que ciertamente ni es una ni es invisible (Mercados Financieros y Gobiernos).

Después de la 2º Guerra Mundial, el mundo “libre” parecía navegar viento en popa impulsado por la creación de una serie de organismos desde Bretton Woods: el Banco Mundial, la Organización Mundial del Comercio, el Fondo Monetario Internacional… Todos ellos junto con la Reserva Federal y los demás Bancos Centrales, parecían conformar una excelente superestructura para un gobierno financiero mundial al servicio de la banca internacional de inversión y grandes corporaciones.

Este auge pareció intensificarse con el derrumbe del comunismo soviético a finales de los ochenta y la expansión de mercados consiguiente en la década de los noventa y primeros años del nuevo siglo. Lo que antes no se había visto por el espejismo de los frutos de la especulación financiera global bajo una época de paz, bonanza y burbujas, hoy, sin embargo, ya es un hecho incontestable: es una red burocrática y financiera mafiosa y peligrosa. Su peligro radica en que está fuera del control de la ciudadanía e incluso de un gran parte de los inversores. Sus decisiones nos afectan a todos pero ellos no responden ante nadie. A decir verdad, no pueden responder ante nadie, porque ninguna institución en el mundo tiene suficiente poder ni competencias jurisdiccionales para responsabilizar a la oligarquía financiera mundial de sus crímenes. Y esto se debe a la sencilla razón de que muchos gobiernos, por no decir casi todos, son cómplices de sus maniobras e intereses al tener contraídas unas deudas soberanas con sus prestamistas que les imposibilitan cualquier movimiento en pro de la justicia.

A menudo estas corporaciones tienen presupuestos y poderes superiores a gobiernos elegidos democráticamente y su influencia es muy superior a cualquier organización internacional.

II
Paradójicamente este Sistema capitalista global imperante en la actualidad funciona con esquemas racionalistas revestidos de aparato matemático cuyo mecanismo errático y cíclico ha devenido inútil para la búsqueda de cualquier solución desde dentro del propio Sistema. Las soluciones al Sistema no se encuentran porque el Sistema que conocemos se está transmutando en uno peor, donde a los ingredientes habituales de la lógica del lucro hay que añadir un mecanismo enemigo de la libertad política y del bien común sustentado en la confianza y cooperación entre los pueblos.

Por eso las soluciones a este Sistema no pueden formularse desde dentro porque se encuentran fuera del mismo. Las soluciones inteligentes han de buscarse fuera del Sistema y fuera de la lógica de los esquemas de pensamiento que la élite oligárquica quiere transmitir a través de sus terminales mediáticas y de sus programas de manipulación educativa masiva. 

El Sistema se cae ante nuestros propios ojos porque sus ideólogos no contemplaron en su formulación los aspectos más básicos de la antropología humana: que el hombre desde que lo es no siempre se comporta racionalmente. Es más, la condición de racionalidad presupone la sociabilidad del ser humano y su participación en la política de acuerdo con su tradición y herencia cultural.

Lo que observamos es justo lo contrario. De una sociedad globalista cada vez más deshumanizada, atomizada e individualista no puede esperarse una economía real que opere con racionalidad y equidad. No hay más que ver, sin caer en el pesimismo ni en la desolación, la decadencia material y espiritual de las grandes urbes, la precariedad de sus gentes, la insatisfacción generalizada ante la vida y el empleo o desempleo de tantas personas, el hastío que se observa ante una globalización ultracompetitiva, el aumento de la criminalidad y de la consiguiente vigilancia policial. Incluso el arte, prostituido por una posmodernidad fatua y frívola, y el modelo de ocio violentamente materialista, falaz y absurdo, dan fe del derrumbe moral que antecede a toda injusticia y precariedad económica. Y por supuesto, el deterioro de la naturaleza y la desconexión de la sociedad humana con ella, así como la falta de valores que hacen del mundo tecnocrático y liberal, un ámbito poco proclive donde crecer y madurar como personas libres, responsables y comprometidas.

III
La economía capitalista, a pesar de sus aparentes ventajas materiales a las que sólo unos pocos pueden tener acceso, no es un ejemplo en su praxis de racionalidad ni de eficiencia, sino de injusticia y decadencia humana.

Es evidente, les guste o no reconocerlo a los defensores del supuesto Libre Mercado, que han sido las propias conductas humanas (a veces irracionales), el desaforado intervencionismo estatal (incrementos inaceptables del déficit público consentido por ciertos gobernantes y sectores sociales) y las fuerzas psicológicas de los especuladores financieros las que han resquebrajado los pilares del Sistema y la confianza entre los agentes que participan de él. Han llevado ellos mismos el Sistema al punto de colapso con el consentimiento de una sociedad adormecida y sin instrumentos democráticos para revertir a tiempo la situación.

Es curioso ver cómo los culpables de la crisis (Banca Internacional y gobernantes irresponsables) pasan por alto los postulados del Sistema que ellos mismos defendieron y tratan en vano de mantener a flote. Cuando llegan las insolvencias empresariales, las quiebras bancarias y las bancarrotas financieras de las arcas públicas, en vez de proceder a las reformas urgentes de todo el Sistema político-financiero, han decidido huir hacia delante con la disparatada opción del dinero-deuda vía rescates multimillonarios con fondos públicos ficticios, difiriendo el problema a las generaciones futuras. En vez de rectificar los errores evidentes, han preferido prevalerse de su poder para seguir profundizando en un Sistema injusto donde sus estructuras anquilosadas (Mercados Financieros y castas gubernamentales y burocráticas) viven a costa del trabajo del ciudadano contribuyente. Han conseguido finalmente lo que pretendían: privatizar su beneficio y socializar sus pérdidas.

IV
No es ilógico ni contradictorio según ellos que, en consecuencia, su mala praxis financiera y sus negligentes decisiones políticas los paguemos todos con nuestro dinero. Es decir, a través de los presupuestos públicos y métodos confiscatorios. Esto redunda en un empobrecimiento progresivo: recortes de derechos, de prestaciones sociales y, por supuesto, subidas brutales de impuestos. Todo ello con el objetivo de crujir a la clase media, que es, por lo general, el único sector de la sociedad que produce riqueza real y al estar mayoritariamente volcada en el trabajo, no dispone de tiempo para organizar una rebelión cívica.

Así, en el marco de una economía global de corte capitalista de mercado, la importancia no radica tanto en la mera escasez de recursos, inherente a todo espacio con límites, sino en la actuación del hombre inclinado por su instinto de supervivencia y voluntad de poder. Ambos factores han contribuido a una ineficiente distribución de los recursos básicos a lo largo y ancho del planeta, provocado directamente por ciertos agentes que jugaron a un juego mundial donde las pocas reglas que existían sobre sus productos financieros las habían creado ellos y para ellos. 

De tal modo que de ese peligroso juego trucado los que salieron perdiendo, como siempre, fueron millones de familias alrededor del mundo, que viven situaciones de injusticia prolongada, a sabiendas, por esas mismas estructuras de poder que acumularon tanto capital durante tanto tiempo y tan groseramente. En efecto, los mismos que pregonaron y aún pregonan el llamado “desarrollo sostenible” necesitan que exista un empobrecimiento sistemático pero controlado y una demanda en un mercado objetivo “libre” de mecanismos democráticos. Pero mientras esos círculos financieros protegen su “mundo de dinero-deuda virtual”, ajeno a la realidad humana y social, siempre han de ser otros los que soporten un empobrecimiento “sostenible” para garantizar los lucros de sus operaciones corporativas de concentración de capital.

V
Por otro lado, los políticos han sido incapaces de dar solución al problema que supone la subordinación del bien común al Sistema financiero. Esto se debe principalmente a que nuestros supuestos representantes políticos han sido financiados por los mismos que gobiernan el Sistema financiero mundial. Su actuación en la práctica se limita a la de ser meros criados de esa casta de desalmados financieros. De ahí que no sea extraño observar cómo cooperan con ellos en sus maniobras de saqueo fiscal al contribuyente. Únicamente están devolviendo el favor al amo del Gran Capital que les ha permitido saborear los fugaces privilegios de la gloria política. La mayoría de estos títeres políticos tienen la función de mantener al margen del proceso político a los pueblos que dicen representar y al mismo tiempo limpiar de obstáculos el terreno para que desembarquen en sus territorios los tentáculos de la oligarquía financiera más pervertida. 

Lo sangrante es que todavía la democracia occidental no ha podido desarrollar mecanismos apropiados para imputar los costes de estas políticas económicas a sus verdaderos responsables. Tampoco puede esperarse un cambio en este sentido si las sociedades no despiertan ya y reforman desde dentro el propio Sistema democrático.

Difícilmente pueden construirse sociedades desarrolladas, pacíficas y prósperas si todo gira en torno a una compleja e injusta distribución de recursos escasos realizada por una compleja superestructura financiera internacional formada por un entramado de organismos y corporaciones imposibles de controlar, responsabilizar y desmantelar.

VI
El Mercado no puede estar por encima de los Gobiernos y los Gobiernos no pueden estar por encima de sus ciudadanos.

Son los ciudadanos, los que sólo a través de sus representantes políticos directos en las instituciones del Estado, pueden ordenar al Gobierno lo que hay que hacer en relación con los asuntos de orden económico. Sólo de ese modo puede garantizarse que los ciudadanos estén por encima de los Mercados, pues la razón de la economía es servir a la sociedad y no al revés.

El poder, en definitiva, no puede localizarse en superestructuras, organismos y corporaciones multinacionales alejadas e incontrolables, si luego se quiere exigir responsabilidad efectiva de sus actos. El poder tiene que localizarse en un lugar y ámbito concreto donde pueda fiscalizarse su actuación y eso pasa por construir primeramente una economía democrática basada en el comercio justo, y orientada hacia el bien común, porque sin una economía democrática no es posible una auténtica democracia política.

Una democracia política sin una economía democrática es una farsa insultante. Eso es precisamente lo que tenemos representado en los parlamentos nacionales de nuestro entorno político: un pésimo teatro de subalternos.

Por tanto, la búsqueda de soluciones que hacen válida una óptima salida de la crisis global es la reforma total de la democracia política sobre la base de una economía democrática enfocada para la justicia social. Y esto lógicamente es incompatible con un Sistema fraudulento basado en el reparto injusto de los recursos escasos. Es el momento de cambiar las reglas del juego. Unas reglas todavía trucadas por una élite corrupta y deshumanizada que utiliza las armas silenciosas de la ingeniería social y financiera de sus organismos y corporaciones globales para seguir conservando su status abusivo y privilegiado.
 
Pablo Sanz
Rebelión

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