Una postura característica de la sabiduría convencional dominante en las
élites gobernantes de la Unión Europea, tal como el Consejo Europeo, la
Comisión Europea y el Banco Central Europeo (BCE), así como del Fondo
Monetario Internacional y de los gobiernos de los países miembros de la
Unión Europea, es que España debe salir de la crisis a base de disminuir
sus salarios, hecho que le permita aumentar su competitividad,
estimulando así la economía a base del crecimiento de sus exportaciones.
De ahí que el gobierno Rajoy está siguiendo el mandato de aquellas
instituciones, realizando la reforma laboral más radical que se haya
hecho hasta ahora en España en el periodo democrático que tiene como
principal objetivo la reducción salarial y el debilitamiento, cuando no
la eliminación de la protección social.
El punto débil de tal
postura es que la evidencia empírica científica existente no la avala,
es decir no muestra ni su veracidad, ni su certeza, ni su credibilidad.
Veamos los datos (ver también mi artículo en Público “Salarios y
competitividad”, 23.02.12). El argumento que asume que el estancamiento
de la economía española se debe al elevado nivel de los salarios y al
escaso crecimiento de la productividad, (lo cual lleva a una pérdida de
competitividad, causa de la lenta recuperación económica) ignora varios
hechos. Uno es que España fue uno de los países de la UE-15 con mayor
crecimiento económico y mayor crecimiento de empleo durante los últimos
diez años (antes de que se iniciara la crisis) y ello a pesar de tener
un nivel salarial bastante parecido al actual. El salario medio
(descontando inflación) de 1995 era casi el mismo que en 2008 y ello no
fue obstáculo para que el crecimiento económico y la creación de empleo
fueran mucho mayores que ahora, en el momento de recesión. Algo debería
ocurrir, ajeno s los salarios, que explicara el estancamiento económico
ahora y no entonces. Y este algo, es que la demanda doméstica y exterior
fue mucho mayor que ahora, punto al que haré referencia más tarde.
Otro dato que se ignora es que tal como ha señalado Marc Weisbrot,
director del Center for Economic and Policy Research en Washington,
EEUU, en su artículo “Spain’s troubles are Tied to Eurozone Policies”
publicado en The Guardian (11.02.11), el nivel de productividad del
sector manufacturero (el sector exportador más importante) en España ha
sido alrededor del 64% del nivel de productividad del mismo sector en
Alemania durante el periodo 1999 (cuando España ingresó en la Eurozona) a
2009.Y durante el mismo período el salario por hora del sector
manufacturero creció en los mismos porcentajes en España y en Alemania.
No ha habido, pues, un declive de la productividad en el sector
manufacturero (un sector clave en la competitividad española) tal como
se está indicando con excesiva frivolidad, siendo el último ejemplo de
tal frivolidad, las últimas declaraciones sobre competitividad del
gobernador del Banco de España, el Sr. Fernández Ordóñez.
El
tercer hecho que se desconoce es que, en realidad, el crecimiento de la
economía alemana en los últimos años no se debe a la moderación de los
salarios de los trabajadores alemanes, ni tampoco al precio de los
productos exportados. La propia Comisión Europea ha indicado que el
crecimiento de las exportaciones el periodo 1999-2008 (un crecimiento
del 7,3%) se debió primordialmente al crecimiento de los mercados
importadores. Sólo un 0,3% se debió al cambio de los precios de los
productos exportados. Estudios económicos realizados en Alemania
muestran que una reducción del 10% en su precio sólo aumentaría las
exportaciones un 4%. Todos los datos disponibles muestran que la
moderación salarial alemana no ha sido un factor en el crecimiento de
las exportaciones. Sí, en cambio, ha sido un factor muy importante en
determinar el enorme incremento de los beneficios empresariales. Y ahí
está el punto que ni siquiera se considera. La distribución del producto
creado a base de incrementar la productividad (véase mi artículo
“Productividad y renta” en Público. 24.03.11). Una situación semejante
ocurre en España. La variabilidad en los precios no es el mayor
determinante en las exportaciones españolas. El punto clave es la
demanda de los países importadores.
Los beneficios son también costes de producción
Otro supuesto también cuestionable es que los salarios de los
trabajadores juegan un papel clave en determinar los precios y, por lo
tanto, la competitividad de los productos. De nuevo, tal supuesto debe
cuestionarse. Los costes laborales representan un porcentaje menor en
los costes totales de la producción (siendo España el país donde tal
porcentaje es uno de los menores), habiendo disminuido este porcentaje
durante el periodo 2000-2008. La relación entre costes laborales e
ingresos netos de explotación es de alrededor de un 20% en la mayoría de
países de la UE, comparado con un 14% en España (ver Alvarez Peralta,
I. y Luengo, F., Competitividad y Costes Laborales en la UE. ICEI
Working Papers. 2011).
Es significativo comparar esta gran
atención mediática en los salarios con el silencio y/o ocultación del
impacto de los beneficios empresariales en la competitividad, otro
elemento de los costes de producción que apenas aparece en el debate de
cómo reducir los costes de producción para aumentar la competitividad.
En realidad, durante todos estos años hemos visto como el crecimiento de
los beneficios ha sido mayor que el crecimiento de los salarios. Hoy
las rentas del capital son mayores que las rentas del trabajo. A estos
beneficios empresariales hay que añadir también los pagos a directivos y
accionistas, cuya contribución al coste de producto no es menor.
Es importante señalar que el crecimiento elevado de los beneficios se
justifica con el argumento de que además de incentivar a los empresarios
(argumento que se ignora frecuentemente en el impacto desmotivador que
tiene la bajada de salarios) genera inversión, asumiendo que parte de
los beneficios van a la inversión productiva. Pero ello no es siempre
así. Antes al contrario, la tendencia en los últimos años no ha sido
aumentar la inversión productiva, sino incrementar la inversión
financiera especulativa, que es mucho más rentable que la productiva. Y
ahí está parte del problema. Los súper ricos no invierten en producir
coches porque hay una disminución de la demanda de coches. Pero sí que
invierten, por ejemplo, en los sectores inmobiliarios, como hicieron los
súper ricos alemanes (y los ricos españoles), depositando sus fondos en
bancos de inversión que invirtieron en la burbuja inmobiliaria
española. Esta burbuja dio grandes beneficios a los accionistas de los
bancos alemanes donde se depositaba el dinero conseguido del aumento de
los beneficios, consecuencia del aumento de la productividad de los
trabajadores alemanes. Si en lugar de depositarlo en el sector
inmobiliario español hubieran permitido una disminución de los
beneficios a costa de un aumento de los salarios alemanes, el estímulo
económico hubiera dependido más del consumo doméstico que de las
exportaciones de capital financiero, lo cual hubiera beneficiado a toda
la UE.
La desigualdad como problema en la competitividad
Y ello nos lleva al tema más silenciado de todos los temas. El impacto
de las desigualdades en la competitividad. Bajos salarios quiere decir
escasa demanda y baja productividad. Altos salarios quiere decir elevada
demanda y elevada productividad. El dogma neoliberal asume que la baja
productividad es la responsable de los bajos salarios, cuando la
realidad sigue un orden inverso, pues mantener los salarios bajos es la
mejor garantía de mantener la baja productividad. Si los salarios son
altos, además de garantizar mayor demanda y estímulo económico, estimula
a una mayor inversión, mayor incentivación y mayor productividad. De
ahí el enorme error de las políticas públicas impuestas por el gobierno
Rajoy. Bajar los salarios es mantener a España en el terreno de la baja
productividad. La evidencia de ello es abrumadora. Rajoy y su gobierno
transformarán España en un país del tercer mundo, con una enorme
polarización de las rentas, donde la mayoría de la población, que deriva
las rentas del trabajo, perderá todavía más su poder adquisitivo, su
bienestar y la calidad de vida de sus miembros.
Esto es lo que
está haciendo el gobierno que se autodefine como popular. No tengo
ninguna duda de que, como en Grecia, será muy pronto muy impopular. El
problema es que la posible alternativa, el socialismo español, no ha
hecho suficiente autocrítica, cambiando 180º la orientación de sus
políticas. Esperemos que las movilizaciones populares vayan
radicalizando sus posturas, a lo cual puede contribuir el crecimiento de
los partidos y movimientos a su izquierda. Esta es la esperanza. En
este aspecto es muy positiva la creciente agitación por el movimiento
15-M y el movimiento sindical a fin de protestar por aquellas políticas
de austeridad y recortes salariales. Tales movilizaciones son necesarias
y urgentes.
Vicenç Navarro
El Plural