Uno de los indicadores que utilizan los economistas con más
frecuencia para medir y explicar la competitividad de las economías es
el de costes laborales unitarios nominales (CLUn), ratio que relaciona
los salarios nominales y la productividad real y que expresa el coste
laboral por unidad producida. No son pocos los estudios que presentan
este indicador como prueba concluyente de la pérdida de competitividad
de la economía española (y de las del Sur) frente a la de Alemania (y
las del norte).
Parecería que los datos conforman ese
diagnóstico, pues los CLUn han seguido una persistente tendencia
ascendente en nuestra economía, que sólo se habría detenido en plena
crisis, a partir de 2009. Muy distinta ha sido la evolución observada en
la economía alemana, que ha conocido desde comienzos de los años 90 un
virtual estancamiento de este indicador, llegando a retroceder en
algunos años.
Pero vayamos por partes antes de avanzar una
conclusión y, sobre todo, antes de dar por buena la que ofrece el
pensamiento económico dominante.
Realicemos, en primer lugar,
algunas precisiones con respecto a la dinámica salarial seguida en
Alemania. Es cierto que ha estado dominada por el estancamiento de las
remuneraciones de sus trabajadores (que ha supuesto, no lo olvidemos,
que más una cuarta parte de los mismos se sitúen cerca o por debajo de
los umbrales de la pobreza). No olvidemos tampoco que, pese a todo,
estamos ante una economía de altos salarios relativos, cuyo potencial
competitivo descansa en una variedad de factores relacionados con su
reconocida capacidad de innovación tecnológica, la calidad de sus
infraestructuras y los altos estándares de su sistema educativo.
La
política salarial contractiva ha servido para reforzar su
competitividad estructural, si bien cabe albergar serias dudas de que
este paquete competitivo sea sostenible en el tiempo, por el efecto anti
innovador que generan esas políticas salariales sobre la estructura
productiva y la cultura empresarial y porque alimenta una estrategia
mercantilista (el motor del crecimiento económico reside en las
exportaciones y en la obtención de excedentes comerciales) que está en
el origen mismo de la crisis económica.
Fuente: Ameco
Es
igualmente cierto que se ha reducido la diferencia que existía entre
los salarios percibidos por los trabajadores de Alemania y España (en
unos quince puntos porcentuales entre 1996 y 2010, según la Organización
Internacional del Trabajo), pero continúa siendo considerable: el
recibido por un trabajador español era en este último año inferior en un
40%.
Si descomponemos los CLUn en sus dos componentes: los
costes laborales unitarios reales (CLUr), que representan el peso de los
salarios en la renta nacional, y los precios llegamos a punto clave de
la argumentación para entender el comportamiento de los salarios en
nuestro país.
La información proporcionada por Eurostat revela
que la parte de los salarios (ajustados y como porcentaje del PIB) ha
conocido a lo largo de las últimas décadas un retroceso importante: en
el período 1981/1990 suponían el 68,3%; en el siguiente, el 66,9%, en
2007 alcanzaban el 61,7 % y en 2012 el 57,3%. Se espera que en 2013 este
porcentaje ya se sitúe en el 56,3%.
Así pues, la evolución de
los salarios, lejos de haber debilitado la competitividad de la economía
española, ha contribuido a su mejora (al menos en lo que concierne al
impacto que sobre esta variable tiene la evolución de los costes
laborales). El crecimiento de los CLUn, al que antes se aludía, se
explicaría, en consecuencia, por el aumento en los precios. Más
concretamente por el impacto que tienen los excedentes empresariales en
su formación.
De nuevo tomando como referencia los datos
estadísticos aportados por Eurostat, podemos apreciar que en dos de los
diez años de la década de los 80 el indicador de compensación real por
empleado retrocedió; en el conjunto de la década aumentó a un ritmo
medio del 0,9%. En la siguiente, se triplicó el número de "años malos"
para los trabajadores y en el cómputo total el crecimiento de los
salarios se redujo en dos décimas (0,7%). En el período comprendido
entre 2000 y 2007, perdieron capacidad adquisitiva en seis de los siete
años (-0,4% de media). Lo mismo ha ocurrido en tres de los cinco años
comprendidos entre 2008 y 2012, si bien en términos promedio han
aumentado en un 1,2% (como consecuencia, sobre todo de que el ajuste de
plantillas ha recaído en mayor medida en los trabajadores con menores
niveles de cualificación y que, por esa razón, perciben retribuciones
más bajas). Las previsiones para el año que ahora comienza apuntan a una
nueva degradación de las condiciones salariales.
Para valorar
correctamente estas cifras hay que tener presente que, al utilizar un
indicador promedio, se omite la desigual distribución de la masa
salarial entre los diferentes grupos de trabajadores. Y sobre todo se
pasa por alto un hecho de crucial importancia: dentro de la categoría
salarial se encuentran las remuneraciones de los directivos y altos
ejecutivos, cuyos ingresos no han dejado de crecer, incluso en los
tiempos de crisis.
Así pues, el ajuste salarial, lejos de
responder a una exigencia de la coyuntura, está instalado en el corazón
mismo de la dinámica económica; no sólo aparece en los episodios de
crisis, sino también en los momentos de relativa prosperidad, cuando
cabría esperar que mejorasen también los ingresos de los trabajadores.
Más
recientemente, la denominada devaluación interna -termino con el que se
pretende justificar y al mismo tiempo ocultar una estrategia cuyo único
objetivo es reducir las remuneraciones de los trabajadores y mejorar de
este modo la competitividad-precio de nuestras exportaciones- no
mejoran la posición comercial de la economía española. Con desigual
intensidad, en todos los años comprendidos entre 1980 y 2012 nuestro
comercio arroja registros deficitarios, especialmente pronunciados en el
trienio 2006-2008. La relativa mejora observada en los últimos años se
explica, antes que nada, por el impacto contractivo que tiene la crisis
económica sobre la demanda de importaciones. Pero la referida
devaluación sí empeora la actual recesión: a los continuos y masivos
recortes de gasto público se une la contracción del consumo privado,
provocado por los ajustes salariales; todo ello en un contexto donde
tanto familias como empresas intentan reducir sus elevados niveles de
endeudamiento.
Si estas políticas no son eficaces, si nos
hunden aún más en la crisis, ¿por qué se mantienen e incluso se
refuerzan? Una de las razones se encuentra, probablemente, en el
dogmatismo del pensamiento económico dominante, tan influyente en los
foros académicos y en las esferas políticas y mercantiles donde se toman
las decisiones. Pensamiento que sitúa las denominadas políticas de
austeridad (de las que forman parte la presión sobre los salarios) como
condición necesaria (casi suficiente) para recuperar la actividad
económica.
Pero hay más, mucho más. La "austeridad
presupuestaria" y la "devaluación interna" están favoreciendo una masiva
e histórica redistribución de la renta y la riqueza hacia las élites
económicas, políticas y sociales, como nunca antes habíamos visto en la
Unión Europea. Las leyes laborales y las políticas impuestas desde
Bruselas han otorgado un poder sin límites a la clase empresarial y a
los mercados. Se ha producido un vuelco en los equilibrios y en las
relaciones de poder que hace posible que los beneficios empresariales se
nutran del retroceso de los salarios,
así como del alargamiento de la jornada de trabajo, la intensificación
de los ritmos de producción y el desmantelamiento de las políticas de
bienestar social. Esta deriva lastra sin duda las posibilidades de
crecimiento económico y acaso amenace la propia supervivencia del euro,
pero por qué deberían cambiar esta situación los grupos ganadores si han
abierto una vía de acumulación y de apropiación insospechada hasta hace
poco y pueden llevar a una derrota histórica y rotunda de las
izquierdas. El desafío de los poderes fácticos, más fuertes que nunca,
es colosal, pero hay alternativas: la palabra y la acción de la
ciudadanía, consciente del momento histórico que nos ha tocado vivir y
sufrir, puede detener este proceso.
Fernando Luengo
Miembro del colectivo econoNuestra y profesor de Economía aplicada en la Universidad Complutense de Madrid
Público.es
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