sábado, 29 de diciembre de 2012

Razones y sinrazones de la moderación salarial: lo que está en juego

Uno de los indicadores que utilizan los economistas con más frecuencia para medir y explicar la competitividad de las economías es el de costes laborales unitarios nominales (CLUn), ratio que relaciona los salarios nominales y la productividad real y que expresa el coste laboral por unidad producida. No son pocos los estudios que presentan este indicador como prueba concluyente de la pérdida de competitividad de la economía española (y de las del Sur) frente a la de Alemania (y las del norte).

Parecería que los datos conforman ese diagnóstico, pues los CLUn han seguido una persistente tendencia ascendente en nuestra economía, que sólo se habría detenido en plena crisis, a partir de 2009. Muy distinta ha sido la evolución observada en la economía alemana, que ha conocido desde comienzos de los años 90 un virtual estancamiento de este indicador, llegando a retroceder en algunos años. 

Pero vayamos por partes antes de avanzar una conclusión y, sobre todo, antes de dar por buena la que ofrece el pensamiento económico dominante.

Realicemos, en primer lugar, algunas precisiones con respecto a la dinámica salarial seguida en Alemania. Es cierto que ha estado dominada por el estancamiento de las remuneraciones de sus trabajadores (que ha supuesto, no lo olvidemos, que más una cuarta parte de los mismos se sitúen cerca o por debajo de los umbrales de la pobreza). No olvidemos tampoco que, pese a todo, estamos ante una economía de altos salarios relativos, cuyo potencial competitivo descansa en una variedad de factores relacionados con su reconocida capacidad de innovación tecnológica, la calidad de sus infraestructuras y los altos estándares de su sistema educativo. 

La política salarial contractiva ha servido para reforzar su competitividad estructural, si bien cabe albergar serias dudas de que este paquete competitivo sea sostenible en el tiempo, por el efecto anti innovador que generan esas políticas salariales sobre la estructura productiva y la cultura empresarial y porque alimenta una estrategia mercantilista (el motor del crecimiento económico reside en las exportaciones y en la obtención de excedentes comerciales) que está en el origen mismo de la crisis económica.

 
Fuente: Ameco

Es igualmente cierto que se ha reducido la diferencia que existía entre los salarios percibidos por los trabajadores de Alemania y España (en unos quince puntos porcentuales entre 1996 y 2010, según la Organización Internacional del Trabajo), pero continúa siendo considerable: el recibido por un trabajador español era en este último año inferior en un 40%.

Si descomponemos los CLUn en sus dos componentes: los costes laborales unitarios reales (CLUr), que representan el peso de los salarios en la renta nacional, y los precios llegamos a punto clave de la argumentación para entender el comportamiento de los salarios en nuestro país. 

La información proporcionada por Eurostat revela que la parte de los salarios (ajustados y como porcentaje del PIB) ha conocido a lo largo de las últimas décadas un retroceso importante: en el período 1981/1990 suponían  el 68,3%; en el siguiente, el 66,9%, en 2007 alcanzaban el 61,7 % y en 2012 el 57,3%. Se espera que en 2013 este porcentaje ya se sitúe en el 56,3%. 

Así pues, la evolución de los salarios, lejos de haber debilitado la competitividad de la economía española, ha contribuido a su mejora (al menos en lo que concierne al impacto que sobre esta variable tiene la evolución de los costes laborales). El crecimiento de los CLUn, al que antes se aludía, se explicaría, en consecuencia, por el aumento en los precios. Más concretamente por el impacto que tienen los excedentes empresariales en su formación.

De nuevo tomando como referencia los datos estadísticos aportados por Eurostat, podemos apreciar que en dos de los diez años de la década de los 80 el indicador de compensación real por empleado retrocedió; en el conjunto de la década aumentó a un ritmo medio del 0,9%. En la siguiente, se triplicó el número de "años malos" para los trabajadores y en el cómputo total el crecimiento de los salarios se redujo en dos décimas (0,7%). En el período comprendido entre 2000 y 2007, perdieron capacidad adquisitiva en seis de los siete años (-0,4% de media). Lo mismo ha ocurrido en tres de los cinco años comprendidos entre 2008 y 2012, si bien en términos promedio han aumentado en un 1,2% (como consecuencia, sobre todo de que el ajuste de plantillas ha recaído en mayor medida en los trabajadores con menores niveles de cualificación y que, por esa razón, perciben retribuciones más bajas). Las previsiones para el año que ahora comienza apuntan a una nueva degradación de las condiciones salariales.

Para valorar correctamente estas cifras hay que tener presente que, al utilizar un indicador promedio, se omite la desigual distribución de la masa salarial entre los diferentes grupos de trabajadores. Y sobre todo se pasa por alto un hecho de crucial importancia: dentro de la categoría salarial se encuentran las remuneraciones de los directivos y altos ejecutivos, cuyos ingresos no han dejado de crecer, incluso en los tiempos de crisis.

Así pues, el ajuste salarial, lejos de responder a una exigencia de la coyuntura, está instalado en el corazón mismo de la dinámica económica; no sólo aparece en los episodios de crisis, sino también en los momentos de relativa prosperidad, cuando cabría esperar que mejorasen también los ingresos de los trabajadores. 

Más recientemente, la denominada devaluación interna -termino con el que se pretende justificar y al mismo tiempo ocultar una estrategia cuyo único objetivo es reducir las remuneraciones de los trabajadores y mejorar de este modo la competitividad-precio de nuestras exportaciones- no mejoran la posición comercial de la economía española. Con desigual intensidad, en todos los años comprendidos entre 1980 y 2012 nuestro comercio arroja registros deficitarios, especialmente pronunciados en el trienio 2006-2008. La relativa mejora observada en los últimos años se explica, antes que nada, por el impacto contractivo que tiene la crisis económica sobre la demanda de importaciones. Pero la referida devaluación sí empeora la actual recesión: a los continuos y masivos recortes de gasto público se une la contracción del consumo privado, provocado por los ajustes salariales; todo ello en un contexto donde tanto familias como empresas intentan reducir sus elevados niveles de endeudamiento. 

Si estas políticas no son eficaces, si nos hunden aún más en la crisis, ¿por qué se mantienen e incluso se refuerzan? Una de las razones se encuentra, probablemente, en el dogmatismo del pensamiento económico dominante, tan influyente en los foros académicos y en las esferas políticas y mercantiles donde se toman las decisiones. Pensamiento que sitúa las denominadas políticas de austeridad (de las que forman parte la presión sobre los salarios) como condición necesaria (casi suficiente) para recuperar la actividad económica. 

Pero hay más, mucho más. La "austeridad presupuestaria" y la "devaluación interna" están favoreciendo una masiva e histórica redistribución de la renta y la riqueza hacia las élites económicas, políticas y sociales, como nunca antes habíamos visto en la Unión Europea. Las leyes laborales y las políticas impuestas desde Bruselas han otorgado un poder sin límites a la clase empresarial y a los mercados. Se ha producido un vuelco en los equilibrios y en las relaciones de poder que hace posible que los beneficios empresariales se nutran del retroceso de los salarios, así como del alargamiento de la jornada de trabajo, la intensificación de los ritmos de producción y el desmantelamiento de las políticas de bienestar social. Esta deriva lastra sin duda las posibilidades de crecimiento económico y acaso amenace la propia supervivencia del euro, pero por qué deberían cambiar esta situación los grupos ganadores si han abierto una vía de acumulación y de apropiación insospechada hasta hace poco y pueden llevar a una derrota histórica y rotunda de las izquierdas. El desafío de los poderes fácticos, más fuertes que nunca, es colosal, pero hay alternativas: la palabra y la acción de la ciudadanía, consciente del momento histórico que nos ha tocado vivir y sufrir, puede detener este proceso.

Fernando Luengo
Miembro del colectivo econoNuestra y profesor de Economía aplicada en la Universidad Complutense de Madrid 
Público.es

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