En nuestras sociedades occidentales existe la extendida creencia de
que los ricos son los principales creadores de empleo. Los argumentos
esgrimidos en base a este juicio son muy simples: puesto que las
personas más acaudaladas disponen de muchos recursos, pueden
destinarlos a la inversión en la actividad económica y así crear
puestos de trabajo. Esta idea se recoge incluso en las facultades de
economía, siendo transmitida sistemáticamente a los que en el futuro se
encargarán de las políticas económicas. Asociada a este planteamiento
aparece la necesidad de disminuir los impuestos a las grandes fortunas,
para que dispongan de la mayor cantidad de dinero posible en sus
bolsillos presuponiendo que en última instancia esos fondos se
invertirán en algún negocio que termine creando puestos de trabajo.
Por lo tanto, según este razonamiento de carácter neoliberal, la secuencia lógica sería la siguiente:
La conclusión es que bajar los impuestos a las grandes fortunas es el medio para crear riqueza y puestos de trabajo.
Pero analicemos detenidamente esa secuencia argumental, para descubrir hasta qué punto es correcta o no.
El paso de la fase 1 a la fase 2 parece no dar mucho
pie a discusión. Si el gobierno reduce los impuestos a las grandes
fortunas, éstas dispondrán de mayor cantidad de fondos disponibles. Es
totalmente evidente; aquí hay poco que objetar.
El paso de la fase 2 a la fase 3 ya parece menos
evidente. El hecho de que las personas más acaudaladas tengan en sus
bolsillos más recursos no nos dice nada del uso que le darán a los
mismos. Es cierto que podrían utilizar esos recursos para originar un
nuevo negocio o ampliar uno ya existente, pero es que también podrían
simplemente guardarlo y no gastarlo, o podrían dedicarlo a consumir
bienes y servicios (de lujo), o podrían destinarlo a operaciones de
especulación, o podrían regalar una parte al partido político que esté
por la labor de seguir bajando los impuestos a los ricos, etc. Es decir,
no existe ningún indicio que nos empuje a pensar que estas personas
emplearán su dinero en la creación o ampliación de actividades
productivas que generen empleo. Más bien todo lo contrario,
lo que parece más probable es que personas que ya gozan de una
excelente calidad de vida prefieran no embarcarse en operaciones tan
complejas, arriesgadas, sufridas, y lentas como lo son la creación o
ampliación de actividades productivas. Es mucho más cómodo dedicarse al
ocio o al placer que lanzarse a una nueva aventura empresarial.
Esto último, que se puede deducir simplemente con el uso de la razón, es además corroborado por los datos. Por ejemplo, un estudio reciente
de una empresa de análisis de mercados (Market Watch) analizó qué hacen
los súper ricos con su dinero. Una de las conclusiones del estudio es
que la enorme cantidad de dinero que tienen los súper ricos no se
invierte en actividades productivas (donde se crean puestos de trabajo).
De hecho, el 90% de ese dinero de los súper ricos estaba en compra y
venta de propiedad inmobiliaria, en bonos del Estado, en cuentas
personales y en otras actividades de uso personal o actividad
especulativa. Sólo un 1% se invertía en el establecimiento de nuevas
empresas que crearan empleo. Otros estudios han llegado a conclusiones
semejantes.
Por si todo ello fuera poco, el paso de la fase 3 a la fase 4
tampoco es automático. Una persona puede invertir su dinero en la
economía productiva y no tener como resultado un aumento de la riqueza o
del empleo. Esto es así porque el hecho de invertir no garantiza que el
proyecto salga bien. Es más, puede salir muy mal y terminar perdiendo
todo el dinero invertido. En todo esto tiene mucho que ver el clima de
las expectativas empresariales y la capacidad adquisitiva de la
población a la que se dirige el negocio. Pensemos por ejemplo lo inútil
que podría ser que un empresario comprara más máquinas y contratara más
trabajadores para producir más productos, si al final no encontrase a
clientes que los fuesen a comprar. Ni que decir tiene que en un período
de recesión como el actual no hay muchas expectativas de sacar adelante
un nuevo negocio rentable.
En definitiva, esa secuencia argumental ni es automática ni se está
dando en la realidad. Bajar los impuestos a las grandes fortunas no
conduce a un aumento de la riqueza y del empleo. Lo que provoca bajar
los impuestos a las grandes fortunas es un mayor enriquecimiento de esas
personas a costa de un perjuicio en las arcas públicas que son al fin y
al cabo el medio para financiar prestaciones, bienes y servicios
públicos como la sanidad y la educación.
Por último, no me resisto a añadir un vídeo en el que podemos ver a
un empresario rico estadounidense explicar prácticamente lo mismo que se
expone en este artículo. Es interesante comprobar que hasta a ciertos
millonarios les resulta imposible negar la evidencia.
Eduardo Garzón Espinosa
Saque de Esquina
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