Por todas partes,
austeridad es la exigencia del día. Claro que pareciera haber algunas
excepciones, momentáneamente, en unos cuantos países –China, Brasil, los
Estados del Golfo y, quizá, unos cuantos más. Pero éstas son
excepciones a la demanda que permea el sistema-mundo hoy. En parte, esta
demanda es absolutamente trucada. En parte, esto refleja un problema
económico real. Pero, ¿cuáles son los puntos?
Por un lado, el increíble desperdicio de un sistema capitalista en
verdad condujo a una situación en que el sistema-mundo está amenazado
por su real incapacidad para continuar consumiendo globalmente en el
nivel en que el mundo lo ha estado haciendo, sobre todo porque el nivel
real de consumo incrementa de un modo constante. Estamos agotando de
hecho los elementos básicos para la sobrevivencia humana, puesto que el
consumismo ha sido la base de nuestras actividades productivas y
especulativas.
Por otro lado, sabemos que el consumo global es muy desigual, tanto
entre países como dentro de los países. Es más, la brecha entre los
actuales beneficiarios y los actuales perdedores crece con persistencia.
Estas divergencias constituyen la polarización fundamental de nuestro
sistema-mundo, no sólo en lo económico, sino también política y
culturalmente.
Esto ya no es un secreto para las poblaciones mundiales. El cambio
climático y sus consecuencias, la escasez de los alimentos y el agua, y
sus consecuencias, son visibles para más y más gente, mucha de la cual
comienza a llamar a un viraje en los valores civilizatorios y a
alejarnos del consumismo.
De hecho, las consecuencias políticas son muy preocupantes para
algunos de los más grandes productores capitalistas, que se percatan de
que ya no cuentan con una posición política sostenible y, por tanto,
enfrentan la inevitable incapacidad de controlar recursos y riqueza. La
demanda actual en pos de austeridad es una suerte de dique de último
recurso para detener la marea de la crisis estructural del
sistema-mundo.
La austeridad que se está poniendo en práctica es una austeridad
impuesta a los segmentos económicamente más débiles de las poblaciones
mundiales. Los gobiernos buscan salvarse a sí mismos de la perspectiva
de la bancarrota y buscan escudar a las mega-corporaciones
(especialmente a los mega-bancos, pero no sólo a ellos) de que paguen el
precio de sus egregias locuras y sus heridas infligidas por ellos
mismos (con el desplome de sus ganancias). El modo en que intentan
lograrlo es esencialmente recortando las redes de seguridad (si no es
que eliminarlas del todo) que se erigieron históricamente para salvar a
los individuos de las consecuencias del desempleo y las enfermedades
graves, del embargo de las viviendas y de todos los otros problemas
concretos que las personas y sus familias enfrentan comúnmente.
Aquellos que buscan sacar ventaja en el corto plazo continúan jugando
en el mercado de la bolsa en transacciones constantes y rápidas. Pero
en el mediano plazo éste es un juego dependiente de la capacidad para
hallar compradores para los productos en venta. Y la efectiva demanda
está desapareciendo constantemente, debido a estos recortes en las redes
de seguridad y debido al miedo masivo de que todavía haya más recortes
por venir.
Los proponentes de la austeridad regularmente nos aseguran que
estamos a punto de darle vuelta a la esquina, o que lo haremos pronto, y
de que volverá una prosperidad general revivida. Sin embargo, de hecho
no estamos doblando esta esquina mítica y las promesas de un
resurgimiento se vuelven más y más modestas y se calcula que tardarán
más de lo previsto.
Hay también otros que piensan que una solución socialdemócrata está
al alcance. En lugar de austeridad debemos aumentar los gastos del
gobierno y fijarle impuestos a los segmentos más acaudalados de la
población. Aun si esto fuera políticamente realizable, ¿funcionaría? Los
proponentes de la austeridad tienen un argumento plausible. No hay
recursos suficientes a escala mundial para responder al nivel de consumo
que todo mundo desea conforme más y más individuos exigen políticamente
estar dentro de los consumidores más grandes.
Aquí es donde entran las excepciones a las que me refiero. En este
momento hay lugares que están expandiendo la cantidad de grandes
consumidores, no sólo cambiando la localización geográfica de estos
grandes consumidores. Los países que tienen
excepcionesestán, por tanto, aumentando los dilemas económicos en lugar de resolverlos.
Sólo hay dos formas de salir del dilema real implicado en esta crisis
estructural. Una es establecer un sistema-mundo autoritario no
capitalista que utilice la fuerza y el engaño en vez del
mercado, para permitir y aumentar la distribución mundial no igualitaria del consumo básico. La otra es cambiar nuestros valores civilizatorios.
Para poder concretar un sistema histórico relativamente igualitario y relativamente democrático en donde vivir no necesitamos
crecimiento, sino lo que se conoce en América Latina como buen bivir. Esto significa involucrarnos en una discusión racional continua acerca de cómo es que el mundo entero podría asignar los recursos del mundo de tal modo que no sólo todos podamos tener lo que realmente necesitamos para sobrevivir, sino que podamos también conservar la posibilidad de que las generaciones futuras logren esto mismo.
Para algunos segmentos de la población mundial esto significa que sus hijos
consumiránmenos; para otros, que
consumiránmás. Pero en un sistema así todos contaremos con una
red de seguridadde una vida con garantías de la solidaridad social que un sistema así hace posible.
Los siguientes 20 a 40 años habrá una enorme batalla política no en
torno a la sobrevivencia del capitalismo (el cual ha agotado sus
posibilidad como sistema), sino acerca de qué sistema deberemos
elegircolectivamente para reemplazarlo –un modelo autoritario que imponga una polarización continua (y expandida) o uno relativamente democrático y relativamente igualitario.
Immanuel Wallerstein
La Jornada
Traducción: Ramón Vera Herrera
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