Desde la década de los años ochenta del siglo XX se comenzó a
condenar el déficit público, al que se consideraba que era algo
realmente perverso que había que combatir. Las políticas de ajuste que
se obligaron a hacer a los países menos desarrollados, sobre todo en
América Latina, insistían en ello. El Fondo Monetario Internacional
(FMI) y el Banco Mundial lo convirtieron en un principio fundamental de
la política económica que, por diferentes mecanismos, imponían a estos
países y esto se convirtió en un dogma de fe.
El Consenso de Washington acordado en 1989 sancionaba también este
principio de disciplina fiscal, y se consideraba que los déficits
presupuestarios, medidos adecuadamente con la inclusión de los gobiernos
locales, las empresas estatales y el banco central, deben ser
suficientemente pequeños para no tener que financiarse con el impuesto
de la inflación. El Consenso de Washington se convirtió en la única
receta de política económica que los países endeudados, fundamentalmente
los menos desarrollados, tenían que llevar a cabo.
El principio de que el déficit tiene que ser suficientemente pequeño
también se incorporó en el Tratado de Maastricht de la Unión Europea(UE)
como uno de los requisitos indispensables para que los países pudieran
acceder a la moneda única cuando se pusiera en funcionamiento. El pacto
de estabilidad presupuestario se ha mantenido una vez que el euro quedó
implantado. La ortodoxia económica que se empezó a imponer como
dominante en esta década impuso este principio como si fuera una ley
inexorable del funcionamiento de la economía, al igual que si se tratara
de la ley de la gravedad.
Ahora bien, mientras los países menos desarrollados se sometían a
estas políticas de ajuste y restricciones, así como los miembros de la
UE que querían acceder a la moneda única, los Estados Unidos, a pesar de
ser los adalides de este pensamiento económico neoliberal, tenían un
gran déficit público, no cumpliendo en absoluto lo que ellos
recomendaban al resto. Este importante déficit era debido
fundamentalmente a la considerable expansión de los gastos militares. La
práctica de este keynesianismo militar, además de procurar reforzar la
hegemonía imperialista, que se había deteriorado un tanto en el decenio
anterior, sirvió para que su economía saliera antes que los países
europeos de la recesión que se inició en 1979.
Otro tanto sucedió en la recesión de comienzo de los noventa, pues
los elevados déficits públicos de Estados Unidos continuaban, mientras
la UE seguía con políticas de estabilidad presupuestaria. El déficit
público estadounidense se comenzó a corregir en la época del gobierno de
Clinton, esto es a partir de 1993. No deja de ser una paradoja de que
fueran las presidencias republicanas de Reagan y Bush padre las que
tuvieron elevados déficit, mientras que la presidencia demócrata de
Clinton consiguiera disminuirlos, e incluso lograr un superávit.
Las épocas republicanas también coincidieron con la disminución de
los impuestos a los más ricos con lo que la distribución de la renta y
riqueza en Estados Unidos empeoró, y la concentración de riqueza en unos
pocos adquirió cotas históricas. Estas proposiciones se dieron también
en la mayor parte de los países europeos, aunque con grados diferentes,
lo que supuso a su vez tendencias crecientes hacia una mayor
desigualdad. Este cambio en las políticas fiscales que supuso una
ruptura con el modelo de posguerra, también vino acompañado de una
oleada de privatizaciones de empresas y servicios públicos.
De lo que sucedió en los años finales del siglo XX, se deduce que
identificar al déficit público con la izquierda, y al equilibrio
presupuestario con la derecha, es una enorme simplificación, pues han
sido los gobiernos más reaccionarios que ha tenido Estados Unidos en los
últimos tiempos, Reagan y los dos Bush, los que han expandido más el
déficit público. Por el contrario, fue un Gobierno demócrata el que lo
combatió, además con éxito. En Europa los partidos socialdemócratas han
asumido, a veces con el entusiasmo de los conversos, la estabilidad
presupuestaria impuesta por Maastricht. Si bien es cierto que es el
pensamiento más neoliberal en economía y más conservador el que defiende
con más ardor el equilibrio presupuestario, y que trata de imponer a
todos los países del mundo como la única política económica posible.
Los hechos, sin embargo, como hemos visto, difieren de lo que los
planteamientos teóricos dominantes han formulado en estos últimos
tiempos. Aunque en el caso de Estados Unidos la política fiscal
expansiva ha tenido un claro objetivo geoestratégico y ha beneficiado
fundamentalmente al complejo militar-industrial, mientras que se
reducían escandalosamente impuestos a los ricos y se recortaban gastos
sociales. También este país ha podido tener elevados déficit públicos
sustentados en la hegemonía que tiene su moneda el dólar en la economía
mundial. Tanto la expansión internacional de sus empresas, como los
gastos militares en el exterior, han sido posibles por el papel que
desempeña el dólar en el sistema monetario internacional.
El debate sobre el déficit o el superávit en abstracto no tiene
sentido si no lo encuadramos en el papel que el sector público debe
desempeñar en la economía contemplado desde una posición de izquierdas.
Así, es importante, en primer lugar señalar lo fundamental que resulta
la dimensión de este sector público y el porcentaje que representa en el
Producto Interior Bruto. La izquierda debe apostar por un sector
público con una importancia grande en la actividad económica. Esto es
una condición necesaria para que se puedan llevar a cabo las prioridades
que, las formaciones que representan este ideario, deberían tener:
corregir los innumerables fallos del mercado y crear las condiciones
para fomentar modelos socialmente deseables, esto es, avanzar en el
desarrollo sostenible, en mejoras en la distribución de la renta y la
riqueza, así como en la igualdad de género y en los derechos y
oportunidades.
Todas estas prioridades suponen la existencia de un sistema fiscal
progresivo sobre la renta, y la riqueza, así como el combate decidido en
la lucha contra el fraude fiscal. Pero también es importante el gasto,
cuales son los fines que se pretenden conseguir, pues no es lo mismo que
se destinen cuantiosos recursos a los gastos militares que a las
políticas sociales. Por esto es por lo que más allá de debatir las
excelencias del déficit o superávit, lo importante es saber qué es lo
que se encuentra detrás de esas cifras, tanto si se refiere a los
ingresos como los gastos.
En todo caso, hay que señalar que si bien no resulta conveniente
tener un déficit público elevado y prolongado en el tiempo, pues ello
tiene sus costes, hay momentos en que la existencia de un déficit se
encuentra más que justificado. Esos momentos son precisamente los que
estamos pasando de recesión económica. El déficit es un instrumento
básico de la política económica para reanimar a una economía enferma y
sobre todo para mantener gastos sociales, cuyo fin primordial consista
en evitar que los costes que toda crisis trae consigo recaigan de una
manera muy fuerte sobre los grupos más vulnerables, o los que han sido
golpeados por la baja de la actividad económica. Al tiempo que resulta
indispensable mantener los gastos en educación e investigación.
En suma, que hay que cuestionar las ideas que pretenden dejar a los
gobiernos sin armas con las que luchar contra la crisis y a favor de los
más desfavorecidos. La política fiscal y el manejo del déficit es una
de ellas. Conviene recordar que economistas prestigiosos defienden la
necesidad del déficit público en fases de recesión, como es el caso de
Krugman Y Stiglitz. El argumento que mantienen para defender sus tesis
es muy evidente: el problema principal no es el déficit público, sino el
desempleo y la baja actividad económica. Resulta curioso, pero si
desempolvamos la hemeroteca, podemos encontrar un artículo en “ Le
Monde” en los años noventa de Olivier Blanchard, actualmente economista
jefe del FMI, y profesor en el MIT, que venía a decir lo mismo
aproximadamente, que estos dos Nobel de la economía: en épocas de
recesión de lo que hay que preocuparse no es del déficit, sino del
empleo. El déficit se irá corrigiendo con el paso del tiempo y cuando
venga la recuperación.
Carlos Berzosa – Consejo Científico de Attac
Sistema Digital
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