De todas las excusas que el PSOE ha dado para no elevar los impuestos
 a los más ricos, tal vez la más indignante sea la que el jueves 
defendió José Blanco. “No hay tiempo”, aseguró el portavoz del Gobierno 
y, como premio de consolación, prometió que esta medida irá en el 
programa socialista. ¿Hay tiempo para reformar la Constitución en dos 
semanas pero es materialmente imposible aumentar los impuestos para los 
más ricos? ¿Es ésta una excusa coherente para un partido que lleva casi 
ocho años en La Moncloa? ¿Cómo es posible que Francia y Portugal –ambos 
gobernados por la derecha– hayan aprobado impuestos para las rentas más 
altas y en España un gobierno que dice ser socialista no se haya 
atrevido a tan razonable medida a pesar de la durísima situación 
económica?
Mientras media Europa se replantea su modelo fiscal 
para evitar que la crisis la paguen sólo los más débiles, en España, la 
tendencia es justo la contraria: no sólo no suben los impuestos para los
 más ricos, sino que no han parado de bajar, un proceso que se inició 
con Aznar y que después continuó Zapatero. Hace 20 años, el marginal 
máximo del IRPF –el tipo para las rentas más altas– era del 65%. Ahora 
es del 45%.
Sin embargo, el porcentaje que hay que mirar no es el 
tipo máximo, sino el tipo efectivo: lo que de verdad pagan los más ricos
 de media, una vez aplicada la letra pequeña: las desgravaciones. Según 
los datos de la Agencia Tributaria que este lunes recopiló Público,
 una persona que declarase ganar 30 millones de pesetas al año en 1993 
pagó casi la mitad al fisco: el 49,5%. En 2008, una renta equivalente 
–291.000 euros al año, si corregimos los 30 millones teniendo en cuenta 
la inflación- pagó sólo el 30,8%: 18 puntos menos. Para una renta 
altísima –para alguien que en 2008 declarase ganar 600.000 euros al 
año–, el tipo efectivo en 2008 fue incluso más bajo: el 27,4%.
Pero
 los porcentajes reales que pagan los ricos sin duda son inferiores 
porque son muy pocas las grandes fortunas que tributan sus ingresos a 
través de la declaración de la  renta. La mayoría utiliza sociedades 
patrimoniales o, si son aún más ricos, las SICAV o los paraísos 
fiscales, donde los impuestos son todavía más bajos o directamente 
inexistentes.
Uno de los datos económicos más escandalosos del año –que ha pasado bastante desapercibido, a pesar de su gravedad– es que las empresas españolas sólo pagaron en impuestos el 9,9% de sus beneficios
 en el año 2010. Desde que se registra este porcentaje nunca ha sido tan
 bajo y el descenso no es exclusivamente achacable a la crisis porque 
hablamos de un porcentaje sobre los beneficios declarados, no sobre la 
actividad económica. En 1999, el tipo efectivo era del 22,8%. En teoría,
 el impuesto de sociedades en España es del 30% (el 25% para las PYMES).
 Pero en la práctica, las numerosas desgravaciones y las maniobras 
fiscales de las empresas hacen que el tipo efectivo esté por debajo del 
nominal de Irlanda que, con un impuesto de sociedades del 12,5%, es 
considerada un paraíso fiscal dentro de la Unión Europea.
Con este
 panorama, escandaliza aún más la respuesta que dio el jueves la 
vicepresidenta Elena  Salgado al elogiar el recorte del 20% que María 
Dolores de Cospedal anunció para Castilla-La Mancha. "En la elección de 
los gastos, es posible que la opinión del actual Gobierno (de 
Castilla-La Mancha) no coincida con la del PSOE, pero el fundamento de 
la medida es lo que nos parece que debe hacerse", aseguró Salgado, para 
pasmo de gran parte de su propio partido.
La vicepresidenta de 
Economía parece olvidar algo fundamental: que hay dos maneras de cuadrar
 un presupuesto para evitar el déficit. Una pasa por disminuir los 
gastos. La otra consiste en aumentar los ingresos: los impuestos. 
Mantenerlos así de bajos para los más ricos en una situación tan crítica
 como la actual no es ni de izquierdas ni de derechas. Es simplemente 
suicida.
Ignacio Escolar
Estrella Digital
 

 
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