La evasión de impuestos a nivel mundial en paraísos fiscales supera
los 200 billones (no los ‘billion’ americanos) de dólares, repartidos
entre más de 3 millones de sociedades, fundaciones, o particulares,
según cálculos de la ONG Tax Justice Network. Esta cantidad de dinero
cubriría de forma sobrada el objetivo de la ONU de reducir la pobreza a
la mitad para el año 2015.
Suiza ha bloqueado las cuentas de los dictadores que depositaban en
sus bancos las fortunas robadas en sus países de origen. También ha
restituido parte de esos fondos a los estados de los que fueron
extraídos. Es un paso adelante. El estado suizo ha tomado la iniciativa,
pero en el mundo operan con total impunidad y sin ningún escrúpulo más
de 70 paraísos fiscales, en los que se mueve la cuarta parte del PIB
mundial.
Gibraltar tiene una extensión de 4,5 kilómetros cuadrados y una
población de 30.000 habitantes. El número de empresas y sociedades en su
territorio es de más de 28.000. Casi una por persona. Sólo en
Luxemburgo, las entidades bancarias manejan activos que superan el PIB
de muchos Estados. Liechtenstein tiene el doble de empresas que de
habitantes. Ejemplos similares se podrían encontrar en Mónaco, Jamaica, o
en las Islas Salomón.
Atendiendo a su definición académica de los paraísos fiscales son
“aquellos territorios o estados caracterizados por la escasa o nula
tributación a que someten a determinadas personas o entidades que, en
estas jurisdicciones encuentran cobertura y amparo”. Ellos mismos se
autocalifican como países de ‘baja tributación’ o de ‘tributación
privilegiada’. En realidad son túneles de lavado del dinero de mafias,
dictadores y /> Traficantes de armas, drogas o personas, mercenarios
de guerra, políticos corruptos, o grandes multinacionales son los
visitantes más frecuentes de este tipo de países. La corriente de dinero
que circula por sus bancos se estima en números de diez cifras. Esto
reduce el dinero ingresado por los Estados mediante impuestos y que es
destinado a la educación, la sanidad o la seguridad pública.
También las figuras públicas y los famosos eligen paraísos fiscales.
Es el caso del ex campeón del mundo de automovilismo, Fernando Alonso,
que asegura haberse traslado a Suiza para evitar “el acoso de la
prensa”. Su predecesor Michael Shumacher y su sucesor Lewis Hamilton
tampoco van muy atrasados en esta faceta. Steffi Graff y Boris Becker
no son ajenos a esta moda. Bono, el caritativo cantante de U2 tributa
sus ingresos en un paraíso fiscal holandés. Hasta hace poco el Banco
Santander ofrecía a sus clientes con grandes fortunas la posibilidad de
desplazarse su dinero en estos paraísos.
Los delincuentes de cuello blanco acumulan sus fortunas en paraísos
fiscales por insignificante cobro de impuestos, y sobre todo, por el
secreto bancario, que impide que se descubra a los titulares de las
cuentas. El cliente tiene el anonimato y la confidencialidad, tanto de
su nombre y los movimientos que realice en su cuenta bancaria, como el
origen de sus caudales. En todos ellos hay una restrictiva norma que
impide el levantamiento del secreto bancario.
Las grandes multinacionales se valen de la más sofisticada
ingeniería financiera para hacer su evasiones fiscales. Las principales
asesorías, como Deloitte o Ernst & Young, donde llegaron a trabajar
actuales figuras de la política, son una parte más del engranaje de la
corrupción legal.
¿Qué pasaría si todas las personas que pagan impuestos trasladasen
sus ahorros a estos “Bancos Offshore”? El brasileño Emir Sader afirmaba
que la globalización liberal requiere a los paraísos fiscales como la
institución familiar tradicional a los prostíbulos, como compensación al
matrimonio indisoluble, y como vía de escape de las necesidades no
atendidas por la esposa. Quizás el problema no radique entonces en los
paraísos fiscales, sino en el sistema económico que les permite.
Iván González Alonso
Periodista
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