Hay una generalización malsana sobre el papel que durante mucho
tiempo jugaron las cajas de ahorros en España. Hay algunas que han
funcionado bien hasta ahora, cajas que siguen teniendo políticos y
sindicalistas en sus consejos sin que hayan hecho un uso espurio de su
poder, y que, además, eligieron bien a los gestores que debían regirlas.
El abuso en la negatividad de las cajas contribuye a ayudar a quienes
han querido apoderarse de ellas, o desviar la atención de sus propios
problemas.
En las cajas de ahorros que han salido rana existe un conjunto de
irresponsabilidades en cascada, de distinta naturaleza. Por ejemplo, en
el deterioro de sus activos inmobiliarios —y empresariales— tiene mucho
que ver la duración y la profundidad de la crisis económica, que han
hecho que haya disminuido su valor.
Hay un segundo tipo de responsabilidad que tiene que ver con la mala
gestión en general. Seguramente a esto es a lo que se refería el
presidente del Banco Central Europeo. Mario Draghi, cuando —mencionando
explícitamente a Bankia— declaraba que a veces la principal reacción de
los administradores, Gobiernos o los supervisores nacionales es
subestimar la importancia de los problemas.
Hay otro tipo de responsabilidad más nociva: cuando se utiliza la
institución como un cortijo y se la exprime. Entre los aspectos que
faltan por detallarse del caso de Bankia está el momento en que algunos
de sus directivos multiplicaron sus sueldos o sus pensiones por 10, por
ejemplo, respecto a los de sus antecesores. O cómo se convenció a la
gente para que adquiriesen las participaciones preferentes que han
constituido una trampa para tantos; o si en alguna de las siete cajas
que conformaron la cuarta entidad financiera del país se destinó dinero a
la financiación directa de los partidos o indirecta a través de las
fundaciones.
O desde cuándo su situación económica era comprometida. El
antepenúltimo presidente de Caja Madrid, Jaime Terceiro (años 1988-1996)
hizo una intervención en la Academia de Ciencias Morales y Políticas
hace un año en la que afirmó que en el ejercicio 2010 de Caja Madrid
“se observa una variación negativa en los fondos propios [pérdidas] de
4.010 millones de euros, pese a que el Banco de España autorizó
registrar unos beneficios aparentes de 180 millones de euros,
probablemente para poder pagar los intereses de las participaciones
preferentes”.
Terceiro, sustituido por un Miguel Blesa cuyo principal activo era
ser amigo de Aznar (no tenía precedentes financieros profesionales),
entiende la percepción de los ciudadanos de que las ingentes ayudas
recibidas por algunas cajas no son exclusivamente un apoyo a la
estabilidad del sistema financiero, sino que también son un apoyo a la
continuidad de directivos y miembros de los órganos de gobiernos que
“fueron los responsables no solo de una pésima gestión sino también
(...) de comportamientos fraudulentos”.
Joaquín Estefanía
El País
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