lunes, 25 de junio de 2012

La deriva especulativa

No podemos dejar de percibir que la crisis ha tomado un aspecto circular, en la medida en que a las decisiones en materia de déficit público tomadas por los gobiernos han seguido reacciones bursátiles y movimientos financieros de desconfianza. Esto se testa principalmente a través de las continúas caídas de la bolsa y el aumento de las primas de riesgo. Para atenuar la caída y el aumento se anuncian reuniones a todos los niveles, lo cual, produce una especie de expectativa que suaviza las condiciones que devienen de nuevo en pánico y tormenta una vez anunciadas las nuevas medidas surgidas de dichas reuniones, todas ellas, no está de más decirlo una vez más, encaminadas al expolio del dinero real de la gente y que ha convenido en llamarse recortes o rescates. 

Así, la crisis parece haber quedado anclada en el siguiente patrón: medidas gubernamentales (recortes, rescates bancarios)-pánico-medidas gubernamentales-pánico… Ahora bien, este aspecto circular no permanece siempre igual a sí mismo sino que más bien, a cada vuelta que le damos al patrón, es más que visible un desgaste; ya que el dinero que se quita de un sitio para ponerlo en otra parte no es infinito, desgaste que se ha traducido en un empobrecimiento de la población, principal afectada del desvío. 

El caso es que nos encontramos de nuevo en una fase de reformas por venir en un escenario casi total de agotamiento. Por utilizar un símil, estamos ante las últimas gotas de la naranja, exprimida hasta el punto de que ya se está extrayendo el jugo a la piel. En este caso la piel se trata, principalmente en Europa, del esqueleto del estado del bienestar, sus principios básicos: sanidad, salarios altos, jubilación y educación. Los sucesivos pánicos desatados después de paquetes reformistas se han demostrado en este sentido como una aceleración de la máquina de exprimir. Aceleración que por otra parte especula con el punto máximo de beneficio en forma de prima de riesgo y el dinero que aún resta por desviar. En este sentido, el pánico, lejos de ser una reacción ante la amenaza por la propia vida, es la campanada que abre las apuestas acerca de la capacidad de la máquina, el punto máximo de especulación sobre un territorio en amenaza de quiebra. 

Los gobiernos, durante estos ataques de pánico, solo se dedican a observar la evolución de las cifras y a preparar los anuncios de nuevas reformas, pasando por el altavoz de los medios de desinformación de masas. En esta intervención de los medios, el pánico pasa de ser el catalizador de la orgía especulativa a convertirse en reacción irracional ante el miedo por la propia vida, tanto colectiva como individual. O reformas o catástrofe total. Asimismo, al miedo a la catástrofe total se le agrega una falsa esperanza de que algún día, no muy lejano, la rueda del crédito volverá a circular y a irrigar el sistema para que brote la recuperación económica. En otras palabras, solo con las reformas es posible la recuperación. Ahora bien, ¿qué es exactamente lo que se quiere recuperar? ¿Es posible, por ejemplo, recuperar un sistema de pensiones y salarios altos después de la reformas? ¿Es posible recuperar la sanidad universal y casi gratuita después de privatizarla? ¿Es posible un trabajo seguro después de otorgar el poder a los patronos en la negociación colectiva? La recuperación, vista desde el punto mass mediático, es una recuperación en las cifras macroeconómicas y nada más. Lo importante es que aumente el PIB, baje el paro, baje el déficit, aumenten las exportaciones y por tanto los niveles de competitividad. Recuperación, por lo tanto, de unas cifras anteriores al desencadenamiento de la crisis y que se supone que hace bien a todos. No obstante, cabe recordar que ha habido un desgaste, un desvío.

La especulación incide sobre lo real desgastándolo mediante la conversión de recursos reales en beneficio. Allá donde no hay beneficio podríamos denominarlo el desierto de lo especulativo. Allí no hay nada con lo que se pueda comerciar. Allí lo especulativo y la fluctuación financiera no están. Pero más importante que no estar es que también puede que hayan dejado de estar, lo cual supone que han sacado el máximo beneficio y han advertido de que ya no pueden sacar más; entonces se van a otra parte, a un nuevo yacimiento, a un nuevo país emergente. Lo especulativo deja tras de sí territorios agotados, los desertiza. En este sentido los esfuerzos de los gobiernos con las reformas se encaminan a demostrar que aún se pueden sacar beneficios si no retiran la inversión. No se vayan todavía, aún hay más, lo cual supone una apuesta política por lo especulativo y con las reservas sociales de dinero como aval. 

No hay que perder de perspectiva el hecho de que cuando lo especulativo ha desertizado un territorio deja tras de sí una población. Una población a la que habían adulado, ofrecido, atosigado y a veces colmado mientras era rentable. Trabaja y consume, compra pisos, endéudate con tan solo enseñar tu nómina mensual. En otros territorios es mejor vender armas y desertizarlo con guerras. La población es considerada por lo especulativo como un factor más a tener en cuenta en el rédito esperado a corto, medio y largo plazo. Lo mismo ocurre con su muerte. Aunque la muerte suele dispararse cuando la población se encuentra, de golpe, en medio del desierto, ya sin el espejismo de la nómina y el crédito ilimitado. 

La desertización no se produce tan solo mediante la retirada. Puede haber una permanencia condicionada. Es evidente que la permanencia solo se produce si hay beneficios a esperar. Ahora bien, la obtención de beneficios pasa claramente por una devaluación de la población, de su trabajo, y de sus condiciones de vida. En este sentido el desierto sería la esclavitud, allá donde solo eres un cuerpo que ejecuta ordenes, veinte horas al día, siete días a la semana. Pero la permanencia condicionada depende de la connivencia de la clase política, la cual sanciona la esclavitud y la legitima, en nombre de un sacrificio nacional que finalmente nos devolverá a los buenos tiempos. Asimismo asegura por derecho el desvío del dinero invertido en la población hacia la esfera de lo especulativo, preferentemente en forma de deuda. 

La connivencia de la clase política con la esfera especulativa pone en evidencia que la gestión de la crisis mediante la circulación del patrón al que antes aludíamos, esta deviniendo en una economía sin política. Una economía sin política en tanto que la población no tiene peso decisorio y a cambio es determinada como un factor pasivo a la hora de calcular los beneficios posibles, tal y como puede serlo el clima, la plaga de langostas o el precio de la moneda. En este sentido nos estamos enfrentando a un dominio total de la economía especulativa basado en la amenaza de abandono y en el horizonte de esclavitud. 

Ahora bien, tanto la amenaza de abandono como el horizonte de esclavitud no resultarían efectivos sin el altavoz de los medios de comunicación de masas, en la medida en que el abandono es presentado como miedo a la gran catástrofe, mientras que el horizonte de la esclavitud es presentado como una apelación al sacrificio , con el cual, además de evitar el abandono se regresará tarde o temprano a los buenos tiempos. Así, aceptar el supuesto del miedo y el supuesto del sacrificio significa por tanto aceptar el dominio total del capital, la aceptación total de la plusvalía como única fuente de bien. En este sentido cabe decir que es bueno si es rentable, es malo si no lo es. Y es bueno a pesar de que la rentabilidad pasa por la financiación de guerras o por el desahucio de miles de familias. Supone aceptar la buena fortuna de un trabajo por horas tres días a la semana y dependiente de una llamada los días que quedan por ocupar, con letras e impuestos e iva´s e irpf´s con porcentajes que solo dejan para comer pasta y con suerte una lata de salsa, y no te pongas enfermo, porque la enfermedad solo es rentable si la puedes pagar y ya sabes cuál es el precio de la gripe. Así, la población, bajo la deriva hacia el dominio total de lo especulativo, se encuentra bajo la encrucijada del miedo y de la esclavitud. 

Pero, ¿no son el miedo y la esclavitud una catástrofe en sí mismos? 
 
Juan José Colomer Grau
Rebelión

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