No podemos dejar de percibir que la crisis ha tomado un aspecto
circular, en la medida en que a las decisiones en materia de déficit
público tomadas por los gobiernos han seguido reacciones bursátiles y
movimientos financieros de desconfianza. Esto se testa principalmente a
través de las continúas caídas de la bolsa y el aumento de las primas de
riesgo. Para atenuar la caída y el aumento se anuncian reuniones a
todos los niveles, lo cual, produce una especie de expectativa que
suaviza las condiciones que devienen de nuevo en pánico y tormenta una
vez anunciadas las nuevas medidas surgidas de dichas reuniones, todas
ellas, no está de más decirlo una vez más, encaminadas al expolio del
dinero real de la gente y que ha convenido en llamarse recortes o
rescates.
Así, la crisis parece haber quedado anclada en el
siguiente patrón: medidas gubernamentales (recortes, rescates
bancarios)-pánico-medidas gubernamentales-pánico… Ahora bien, este
aspecto circular no permanece siempre igual a sí mismo sino que más
bien, a cada vuelta que le damos al patrón, es más que visible un
desgaste; ya que el dinero que se quita de un sitio para ponerlo en otra
parte no es infinito, desgaste que se ha traducido en un
empobrecimiento de la población, principal afectada del desvío.
El caso es que nos encontramos de nuevo en una fase de reformas por
venir en un escenario casi total de agotamiento. Por utilizar un símil,
estamos ante las últimas gotas de la naranja, exprimida hasta el punto
de que ya se está extrayendo el jugo a la piel. En este caso la piel se
trata, principalmente en Europa, del esqueleto del estado del bienestar,
sus principios básicos: sanidad, salarios altos, jubilación y
educación. Los sucesivos pánicos desatados después de paquetes
reformistas se han demostrado en este sentido como una aceleración de la
máquina de exprimir. Aceleración que por otra parte especula con el
punto máximo de beneficio en forma de prima de riesgo y el dinero que
aún resta por desviar. En este sentido, el pánico, lejos de ser una
reacción ante la amenaza por la propia vida, es la campanada que abre
las apuestas acerca de la capacidad de la máquina, el punto máximo de
especulación sobre un territorio en amenaza de quiebra.
Los
gobiernos, durante estos ataques de pánico, solo se dedican a observar
la evolución de las cifras y a preparar los anuncios de nuevas reformas,
pasando por el altavoz de los medios de desinformación de masas. En
esta intervención de los medios, el pánico pasa de ser el catalizador de
la orgía especulativa a convertirse en reacción irracional ante el
miedo por la propia vida, tanto colectiva como individual. O reformas o
catástrofe total. Asimismo, al miedo a la catástrofe total se le agrega
una falsa esperanza de que algún día, no muy lejano, la rueda del
crédito volverá a circular y a irrigar el sistema para que brote la
recuperación económica. En otras palabras, solo con las reformas es
posible la recuperación. Ahora bien, ¿qué es exactamente lo que se
quiere recuperar? ¿Es posible, por ejemplo, recuperar un sistema de
pensiones y salarios altos después de la reformas? ¿Es posible recuperar
la sanidad universal y casi gratuita después de privatizarla? ¿Es
posible un trabajo seguro después de otorgar el poder a los patronos en
la negociación colectiva? La recuperación, vista desde el punto mass
mediático, es una recuperación en las cifras macroeconómicas y nada más.
Lo importante es que aumente el PIB, baje el paro, baje el déficit,
aumenten las exportaciones y por tanto los niveles de competitividad.
Recuperación, por lo tanto, de unas cifras anteriores al
desencadenamiento de la crisis y que se supone que hace bien a todos. No
obstante, cabe recordar que ha habido un desgaste, un desvío.
La especulación incide sobre lo real desgastándolo mediante la
conversión de recursos reales en beneficio. Allá donde no hay beneficio
podríamos denominarlo el desierto de lo especulativo. Allí no hay nada
con lo que se pueda comerciar. Allí lo especulativo y la fluctuación
financiera no están. Pero más importante que no estar es que también
puede que hayan dejado de estar, lo cual supone que han sacado el máximo
beneficio y han advertido de que ya no pueden sacar más; entonces se
van a otra parte, a un nuevo yacimiento, a un nuevo país emergente. Lo
especulativo deja tras de sí territorios agotados, los desertiza. En
este sentido los esfuerzos de los gobiernos con las reformas se
encaminan a demostrar que aún se pueden sacar beneficios si no retiran
la inversión. No se vayan todavía, aún hay más, lo cual supone una
apuesta política por lo especulativo y con las reservas sociales de
dinero como aval.
No hay que perder de perspectiva el hecho de
que cuando lo especulativo ha desertizado un territorio deja tras de sí
una población. Una población a la que habían adulado, ofrecido,
atosigado y a veces colmado mientras era rentable. Trabaja y consume,
compra pisos, endéudate con tan solo enseñar tu nómina mensual. En otros
territorios es mejor vender armas y desertizarlo con guerras. La
población es considerada por lo especulativo como un factor más a tener
en cuenta en el rédito esperado a corto, medio y largo plazo. Lo mismo
ocurre con su muerte. Aunque la muerte suele dispararse cuando la
población se encuentra, de golpe, en medio del desierto, ya sin el
espejismo de la nómina y el crédito ilimitado.
La desertización
no se produce tan solo mediante la retirada. Puede haber una
permanencia condicionada. Es evidente que la permanencia solo se produce
si hay beneficios a esperar. Ahora bien, la obtención de beneficios
pasa claramente por una devaluación de la población, de su trabajo, y de
sus condiciones de vida. En este sentido el desierto sería la
esclavitud, allá donde solo eres un cuerpo que ejecuta ordenes, veinte
horas al día, siete días a la semana. Pero la permanencia condicionada
depende de la connivencia de la clase política, la cual sanciona la
esclavitud y la legitima, en nombre de un sacrificio nacional que
finalmente nos devolverá a los buenos tiempos. Asimismo asegura por
derecho el desvío del dinero invertido en la población hacia la esfera
de lo especulativo, preferentemente en forma de deuda.
La
connivencia de la clase política con la esfera especulativa pone en
evidencia que la gestión de la crisis mediante la circulación del patrón
al que antes aludíamos, esta deviniendo en una economía sin política.
Una economía sin política en tanto que la población no tiene peso
decisorio y a cambio es determinada como un factor pasivo a la hora de
calcular los beneficios posibles, tal y como puede serlo el clima, la
plaga de langostas o el precio de la moneda. En este sentido nos estamos
enfrentando a un dominio total de la economía especulativa basado en la
amenaza de abandono y en el horizonte de esclavitud.
Ahora
bien, tanto la amenaza de abandono como el horizonte de esclavitud no
resultarían efectivos sin el altavoz de los medios de comunicación de
masas, en la medida en que el abandono es presentado como miedo a la
gran catástrofe, mientras que el horizonte de la esclavitud es
presentado como una apelación al sacrificio
, con el cual, además de evitar el abandono se regresará tarde o
temprano a los buenos tiempos. Así, aceptar el supuesto del miedo y el
supuesto del sacrificio significa por tanto aceptar el dominio total del
capital, la aceptación total de la plusvalía como única fuente de bien.
En este sentido cabe decir que es bueno si es rentable, es malo si no
lo es. Y es bueno a pesar de que la rentabilidad pasa por la
financiación de guerras o por el desahucio de miles de familias. Supone
aceptar la buena fortuna de un trabajo por horas tres días a la semana y
dependiente de una llamada los días que quedan por ocupar, con letras e
impuestos e iva´s e irpf´s con porcentajes que solo dejan para comer
pasta y con suerte una lata de salsa, y no te pongas enfermo, porque la
enfermedad solo es rentable si la puedes pagar y ya sabes cuál es el
precio de la gripe. Así, la población, bajo la deriva hacia el dominio
total de lo especulativo, se encuentra bajo la encrucijada del miedo y
de la esclavitud.
Pero, ¿no son el miedo y la esclavitud una catástrofe en sí mismos?
Juan José Colomer Grau
Rebelión
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