jueves, 21 de junio de 2012

¿Activos tóxicos o economistas tóxicos?

Es que no para. La ha vuelto a decir. Otra vez la ha vuelto a decir. Una vez más ha dicho la misma estupidez y, como es habitual en él, cada vez que la dice la justifica o arropa aludiendo a su sensatez, a que es lo que dicta el "sentido común". ¿Cuántas veces le hemos oído decir que de lo que se trata a la hora de gestionar los asuntos económicos del Estado es comportarse igual que lo hace con las finanzas de su hogar una ama de casa sensata (y ¡mira que le gusta este calificativo!) como las que pueblan las aldeas de su Galicia natal. ¿Pero es que nadie le callará nunca la boca al señor Rajoy cuando se lanza a repetir una y otra vez "la gran estupidez"?.

Pero, ¿de qué estupidez se trata? Pues de de ésa que dice que no podemos gastar los que no tenemos. Es tan estúpida, es tan tonta que sólo un tonto radical puede enunciarla. Y no afirmo nada que nadie haya que no sepa pues desde que hay créditos y deudas, la inmensa mayoría de los ciudadanos y empresas en algún momento de sus vidas gastan lo que no tienen. Es de lo más normal y hasta natural. Lo hacen los estudiantes cuando piden un crédito para pagar sus estudios, lo hacen las parejas recién casadas que se meten en una hipoteca, lo hacen quienes acuden a una financiera para comprase un coche, lo hacen todos esos millones de personas que exprimen sus tarjetas de crédito, lo hacen día tras día las empresas a la hora de gestionar su liquidez. La inmensa mayoría de los agentes en cualquier economía, de vez en cuando y obviamente no todos a la vez, gastan los que no tienen. Y esto sí que es de sentido común, al igual que lo es el que - como cualquiera que sepa algo de Economía elemental sabe- a nivel agregado, en una economía tomada en su conjunto, y (por usar una formulación prestada del gran economista Michal Kalecki) sus ciudadanos, colectivamente, ganan o tienen lo que gastan, Los gastos de unos son los ingresos de otros. Esa es la lógica esencial de las economías de mercado, es la lógica basada en el juego de la deuda y el crédito que la que posibilita el crecimiento económico, es la lógica subyacente al flujo circular de la renta. Sí podemos gastar lo que aún no tenemos si nos lo prestan. Y, claro está, nos lo prestarán si demostramos que somos capaces de pagar las deudas en que incurrimos, es decir, si en vez de hacer todo lo posible para que nuestra economía se contraiga, hacemos todo lo posible para expandirla. Es de sentido común, ¿no?

Y, entonces, si Rajoy repite una y otra vez la gran estupidez, ésa que está amargando tanto la vida de sus conciudadanos, es que o bien es un estúpido sin paliativos, o bien es que alguien a quien respete debe haberle convencido de que no es una estupidez. Aunque no tengo mucha esperanza en que la primera de las opciones no sea la real, aquí por delicadeza (que ya se sabe que es aquello que lleva a equivocarse sistemáticamente en la vida) sostendré la segunda, si bien puede suceder como es lo más probable que ambas se den simultáneamente, o sea que la estupidez de Rajoy haya encontrado el más adecuado consejero. Pues es el caso que cada vez estoy más convencido que una de las causas de la sucesión de crisis que esta asolando EE.UU. y a Europa desde hace cuatro años no habría que ponerla en unos supuestos activos tóxicos, sino en un conjunto de economistas -ellos sí- auténticamente tóxicos, que influyen en las decisiones de los políticos con un peso como ningún consejero de ningún decisor político habría tenido en la Historia.

Me explicaré. A la hora de buscar la causa de algún fenómeno tendemos a olvidar las lecciones de Aristóteles y pretendemos encontrar LA CAUSA. La única, simple y explicativa causa que, como motor primario, desencadenaría una más o menos enmarañada red de conexiones secundarias que explicarían la complejidad de las crisis reales. Al proceder así nos equivocamos de medio a medio. Por decirlo de modo sencillo, para Aristóteles no había una causa única y simple a la hora de explicar un fenómeno de la realidad, como por ejemplo la existencia de una casa, de un inmueble. Aristóteles distinguía entre su causa material (el cemento y los ladrillos de que está hecha), su causa eficiente (el proceso de construirla), su causa formal(el diseño del arquitecto) y su causa final (la creación de un lugar donde vivir). Conocemos bien las causas material y eficiente de la presente depresión económica, sabemos bien el proceso que ha llevado a que una burbuja inmobiliaria en EE.UU. y en otros países se convirtiera en una crisis financiera y cómo ésta, en Europa, se ha transmutado en una crisis de la deuda soberana en los países del sur, crisis que se ha llevado por delante un montón de puestos de trabajo y un buen pedazo de los niveles de vida de las gentes del común en esos países. Debatímos sin cesar acerca de la causa final de todo este lío, y se habla y no para de los excesos de ahorro a nivel mundial, la desigualdad en la distribución de la renta, la propensión psicológica al despilfarro de los latinos y demás...y no voy a meterme aquí en ello. Pero hay una tendencia a olvidarnos de la causa formal de la presente crisis.

En efecto, si usamos de la analogía del cuerpo económico con el cuerpo físico, lo que quiero decir es que la crisis actual puede verse como una enfermedad del cuerpo económico de la sociedad. Sabemos de sus síntomas y de su evolución, especulamos acerca de su etiología, la cuestión de a qué se debe ese mal que afecta al paciente, pero nos olvidamos del papel de los médicos. O sea, del papel de los economistas que, cercanos a los centros de decisión, han aconsejado las políticas, es decir, los tratamientos a seguir por los aquejados pacientes. Poca duda puede haber que la causa formal de nuestra presente crisis, esta que día a día nos aflige, radica en los tratamientos que los sedicentes mejores y más expertos economistas han aconsejado instrumentar a los políticos. Que les han hecho caso ciegamente por la sencilla y curiosa razón de que, al haberse envuelto en el ropaje externo del lenguaje científico, esos economistas han logrado engañar a todo el mundo haciéndoles creer que la Economía es una ciencia como las demás, que hay una Ciencia Económica que es la que se imparte en la Academia de modo mayoritario y que, puesto que domina allí salvo por algunos heterodoxos partidarios de Economías Alternativas, es la única a la que recurrir en casos como el actual, aunque curiosamente esa misma Economía Dominante sea incapaz de explicar la causa final de la crisis en la medida que siempre supone que el sistema de mercado si se le deja solo se ajusta rápida e inexorablemente ante cualquier perturbación.

No, el hábito no hace al monje, como bien dice el refrán. La Economía no es una ciencia como la Física, la Química o la Medicina. Ahora que, si los economistas cercanos a los políticos pretenden que sí lo es para así aumentar su influencia, poder y remuneraciones, pues bien, no estaría mal que así sea. Pero en justa contrapartida habría que exigirles algo. Y es que si si a los médicos, arquitectos y otros profesionales que hacen pifias se les persigue judicialmente por sus negligencias, lo cual encontraría justificación en el hecho de que sus errores se deberían a su mala praxis en la medida que sus conocimientos son científicos, sería ya hora que los economistas que tanto se envanecen de serlo sean asimismo responsables de sus consejos, decisiones y prescripciones de política económica. ¿Es o no un poco vergonzoso que los economistas académicos que van de científicos despreciando cuanto ignoran tengan la patente para decir e influir en las decisiones sin arrostrar las consecuencias de las mismas?. Creo que su majestad la reina del Reino Unido, doña Isabel II, pensaba algo semejante cuando en una visita en noviembre de 2008 a la prestigiosísima London School of Economics preguntó don Luis Garicano, economista de FEDEA y a la sazón profesor allí, el que porqué nadie de entre reputadísimo elenco de los mejores académicos del mundo entero había previsto lo que estaba sucediendo, o sea, los primeros pasos de la crisis financiera. Creo que un sistema de castigos por los malos consejos económicos de los economistas disminuirían en mucho el riesgo moral que les hace tan proclives a enarbolar en nombre de la ciencia las banderas de la estupidez.

Es frecuente hablar de los activos "tóxicos" inmobiliarios al hablar de las causas eficientes y materiales de la crisis, pues su desvalorización ha puesto en jaque al sistema financiero lo que ha arrastrado al sector público y al resto del sector privado a las dificultades de financiación y al inevitable ajuste recesivo. Pero al usar de esa curiosa forma de calificar a los activos que los hace semejante a las infecciones nos olvidamos que esa "toxicidad" no es absoluta sino relativa, no es una característica en sí u objetiva de los inmuebles salvo en el caso de algunos ejemplos espectaculares y anecdóticos. El valor de los activos inmobiliarios hoy depende de sus rendimientos en el tiempo actualizados, o sea que depende de los tipos de interés futuros y del valor de mercado en el futuro del uso o rendimiento de esos activos, el cual depende de su demanda, que a su vez depende de la evolución demográfica y de las tasas de crecimiento económico y de las tendencias en la distribución personal de la renta. En consecuencia se tiene que la toxicidad actual de esos activos depende muy mucho de la política económica que se siga. Una política de austeridad fiscal que defiende también la redistribución de la renta en contra de los perceptores de salarios y que sostiene la imperiosa necesidad de un ajuste con evidentes repercusiones demográficas negativas para lograr recuperar los "equilibrios" fundamentales es, obviamente, una política que aumenta la toxicidad presente de los activos inmobiliarios. Dicho de otra manera, son los economistas que defienden ese tipo de políticas los que intoxican esos activos. Son, por decirlo en términos aristotélicos, la causa formal de la crisis. Y economistas tóxicos los hay a montones. Dominan los medios de comunicación y los medios académicos. Son los más respetados como "médicos" de la economía, si bien sus diagnósticos suelen ser tardíos e incorrectos y sus prescripciones terapéuticas adolecen de una curiosa inefectividad. Corren por Internet listados de "grandes" economistas españoles que no se percataron en lo más mínimo de la famosa burbuja inmobiliaria mientras estaba cebándose, y no es difícil hallar en las hemerotecas apasionadas y "científicas" defensas de la entrada en el euro de la economía española como solución de todos los problemas históricos de la economía española. Suelen estos economistas "tóxicos", una vez detectan una "enfermedad" económica, sea cual sea, acudir siempre a la misma receta y tratamiento: ajuste del sector público y reforma laboral. Uno no puede aquí sino recordar al esperpéntico coro de médicos, cirujanos y boticarios médico de El enfermo imaginario de Moliere que, fuera cual fuere la enfermedad que aquejaba a un paciente, recomendaba siempre el mismo tratamiento: Clysterium donare, postea seignere, ensuita purgare (primero un enema, luego sangrar y en seguida purgar)…y así hasta matar al paciente. El mismo mismito tratamiento que los más afamados médico-economistas recomiendan hoy a las pachuchas economías europeas, como la nuestra, sólo que en vez de sangrías, enemas y purgaciones, el tratamiento recibe el pomposo título de "consolidación fiscal expansiva". El coro de médicos-economistas promete a sus pacientes la misma recuperación que el coro de fantoches matasanos de Moliere. Y, de nuevo, los creyentes les creen aunque históricamente ninguna consolidación fiscal ha sido expansiva por sí sola y si la economía sobre la que se le aplicaba estaba ya en recesión.

Citaré un nombre propio para acabar. No por nada, sino porque guardo constatación de una de sus intervenciones públicas que no tiene el más mínimo desperdicio pues expresa en pocas palabras y con claridad meridiana el tratamiento terapéutico defendido mayoritariamente por los economistas para hacer frente a la crisis. Se trata de don David Taguas que fuera director de la privilegiada oficina de asesores económicos de Zapatero en la misma Moncloa, y siéndolo no parece que detectara o le preocupara lo que estaba sucediendo en el sector inmobiliario español. El mismo que tras abandonar su cargo acabó recalando (¡qué curioso! en la presidencia de Seopán, la asociación de empresas de la construcción). Pues bien, el señor Taguas en un artículo publicado en el diario El País (Economía) el día 16 de mayo de 2010 con el título "Ajuste fiscal, competitividad y desempleo", tras hacer una narrativa de las causas material y eficiente de la crisis ya entonces desatada en toda su crudeza, se planteaba la gran pregunta y con científica seguridad ofrecía la respuesta:

"¿Cómo abordar simultáneamente la solución de los problemas de desempleo, déficit público y competitividad sin dañar la recuperación económica recién iniciada? El plan de ajuste fiscal presentado recientemente por el Gobierno constituye el marco adecuado. Y ello por varias razones fundamentales. En primer lugar, el ajuste consiste mayoritariamente en una reducción del gasto no productivo, lo que eleva muy significativamente la probabilidad de éxito del mismo, como muestran la literatura y la evidencia sobre consolidaciones fiscales. Segundo, en contra de lo que alguna corriente de opinión sostiene, el ajuste fiscal impulsa la inversión, el empleo y la actividad por varios mecanismos: 1) la reducción de la incertidumbre respecto a la situación presupuestaria del Gobierno en el medio plazo, que disminuye el deseo de ahorro por precaución e impulsa, por ello, la demanda privada; 2) reduce la prima de riesgo de la economía y, por tanto, la impulsa la inversión privada; 3) por los denominados efectos no keynesianos de las consolidaciones fiscales que se generan por un cambio en las expectativas sobre los impuestos futuros que impulsan el consumo y la inversión presente; y 4) por el efecto demostración sobre los salarios privados, que debería presionar estos a la baja y reducir significativamente los incrementos salariales acordados y, con ello, impulsar el empleo y la actividad. Y tercero, porque el ajuste fiscal, cuyo componente principal es la reducción de los salarios públicos, junto con la subida del IVA, configuran una devaluación selectiva que permitirá recuperar competitividad a las empresas españolas"

Leído lo anterior quizás habría que dejar así las cosas sin dejarse llevar por esa tendencia excesiva a opinar que nos domina. Pero no puedo evitar hacer dos comentarios. Primero, la consistencia temporal del tratamiento prescrito para la economía española, pues resulta evidente que desde mayo de 2010 en que los economistas-videntes ya veían los famosos "brotes verdes" ("la recuperación recién iniciada" dice uno de ellos, el señor Taguas) que hoy se han transmutado en "rayos de esperanza" (¡la virgen! ¡qué extraño que los economistas se conviertan en (malos) poetas!), las sucesivas políticas que se han instrumentado sucesivamente y se prevé van a instrumentarse han sido calcos exactos de esa primera, lo que apunta a que "el equipo habitual" de médicos-economistas se mantiene al margen de cambios de gobierno. Segundo, qué menos que recalcar otra vez la más que absoluta contraproductividad de esa “terapia”. Me pregunto, como cualquiera lo haría, qué pensará el señor Taguas a la vista de la evolución de la actividad productiva, el empleo, la prima de riesgo y la inversión en estos últimos dos años. ¿Habrá cambiado algo su opinión acerca de esa "alguna corriente de opinión" que se enfrentaba a la suya? Me imagino que no. Que seguramente, como el resto de economistas que dominan la Academia seguirá sosteniendo lo mismo. Quizá la prueba del algodón de los economistas tóxicos sea la idea de que nunca se debe dejar que la realidad afee la armoniosa belleza del modelo macroeconómico neoclásico, de modo que si la realidad no sigue las predicciones del modelo, pues peor para la realidad. El modelo es perfecto, la realidad la imperfecta. Basta -para ellos- con unos pequeños arreglos de cirugía estética econométrica para construir una "pseudorealidad" que sea consistente con el modelo. Con eso consiguen lo que se quiere, o sea, que los "denominados efectos no keynesianos" de los ajustes fiscales que la realidad real no muestra, aparezcan como reales aunque sólo sea en el sueño (aunque algunos llaman a esa ensoñación "predicción") que la econometría ofrece hoy de la "realidad futura".

Y, finalmente, ¿qué conexión hay entre "la literatura y la evidencia sobre las consolidaciones fiscales" que defiende la llamada austeridad expansiva y que elaboran los más afamados economistas académicos y la estupidez del señor Rajoy? Pues que son la misma y sola cosa. Son, una vez más, formas de la vieja Ley de Say que Keynes y Kalecki tiraron por tierra hace más de setenta años. No sé si será verdad que los hombres en general tropiezan siempre en la misma piedra, pero lo que sí parece claro que los economistas sí lo hacen.

Fernando Esteve Mora
EconoNuestra

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