La periferia europea, denominada como PIGS (Portugal, Italia, Grecia y 
España) por los medios financieros dominantes, sigue siendo objeto de la
 actualización del Consenso de Washington. Este consenso del 
neoliberalismo del siglo XXI, que bien podría llamarse Consenso de 
Frankfurt, apuesta por viejas recetas con resultados muy conocidos, 
sobretodo en América Latina. Más planes de (des)ajuste y 
(des)estabilización para la periferia europea dejando cada vez más 
nítido el rol de ésta para la nutrición de las transnacionales con sede 
en los países centrales de Europa. La (des)integración europea continúa 
por el camino fijado velando por la tasa de ganancia de unas cuantas 
empresas, caiga quien caiga. Las transeuropeas siguen obteniendo 
muchos beneficios a costa del nuevo mercado común, del ajuste laboral y 
del ajuste fiscal-financiero que permite reportar grandes dividendos a 
las empresas financieras acreedoras de la burbuja de la deuda. 
Durante este periplo, en España, el neoliberalismo del siglo XXI se cristalizó en una suerte de boomerang
 inmobiliario, acompañado de una política económica sin atención a la 
economía real. El sistema financiero se centró en obtener ganancias de 
un casino sin reglas definidas. La política financiera, de hecho, 
perseguía a ultranza objetivos de máxima rentabilidad sin hacer ningún 
esfuerzo por contribuir a objetivos de la desaparecida economía real. La
 política financiera no estaba dirigida al terreno productivo; no 
cumplía función social alguna ni tampoco económica. En medio de esta 
reorientación neoliberal de la política financiera, se rediseñó el 
sistema de caja de ahorros en España que ayudó a disponer de un sistema 
financiero más privatizado, menos social y económico, y mucho más 
oligopólico. 
La semana pasada aparecía un escándalo más dentro de
 un marco de crisis sistémica del capitalismo. Esta vez era la hora de 
Bankia, quien había sido fruto del proceso concentrador de fusiones de 
las cajas de ahorro en el estado español. Una auditoría interna pone de 
manifiesto la verdadera situación económico-financiera de la entidad con
 un agujero de 15.000 millones de euros. El sistema financiero español 
había engordado la cuenta de dividendos en base a una política de poseer
 activos inmobiliarios. Estos inmuebles se convirtieron en activos 
tóxicos porque ni se pueden vender, y mucho menos, a precios del boom. Siguen sobrevalorados contablemente, sin
 correspondencia aproximada a su valor real actual. El intervencionismo 
regresivo neoliberal, en los primeros años de los efectos de la crisis, 
se caracterizó por un salvataje bancario basado en préstamos a la banca 
con fondos públicos (Fondo de Reestructuración Ordenada Bancaria), a un 
tipo de interés muy bajo, y que después, éstos eran usados para prestar a
 interés alto, fundamentalmente para seguir incentivando un consumo 
eterno sin base productiva interna, provocando así mayor desequilibrio 
en la balanza comercial. El sistema financiero optó por ese callejón sin
 salida en aras de seguir incrementado beneficios y permitiendo 
remuneraciones millonarias a ejecutivos de bancos, como el 
vicepresidente del gobierno en la era Aznar, y ex director gerente del 
FMI, Rodrigo Rato que llegó a ser presidente de Bankia. De esta manera, 
la banca privada española dispone de un balance desequilibrado, con 
importantes activos tóxicos sobrevalorados y con pasivos a pagar. Dicho 
en palabras sencilla, quiebra técnica. 
Ante el riesgo de la 
quiebra real de Bankia, el presidente español Mariano Rajoy decide, 
contradiciéndose a sí mismo, que intervendrá inyectando dinero público a
 Bankia, convirtiendo el préstamo en activo, y “nacionalizándola” 
parcialmente. En un principio, desde fuentes del propio Gobierno se 
habla sobre que la intervención ascenderá a una cuantía cercana a los 
10.000 millones de euros. Esto ocurría cuando hacía justo un mes que el 
Gobierno español anunciaba un recorte con carácter “extraordinario” para
 la educación y la sanidad, curiosamente, de 10.000 millones de euros, 
alegando que era imposible sostener los niveles de endeudamiento del 
Estado español que satisficiera las exigencias de “Europa” (cabría 
preguntarse quién es Europa) en cuanto a los requerimientos sobre el 
déficit. 
Este suceso trajo consigo el clásico efecto dominó que 
seguimos empeñados en esconder con lenguaje eufemístico, y con 
instituciones anónimas que suelen tener dueños con nombres y apellidos. 
El efecto en cadena no se hizo esperar; Bankia ha perdido en 10 días 
2.400 millones en Bolsa, ha habido arrastre sobre resto de valores 
bursátiles, luego caída de la Bolsa española, y por último, tendencias 
negativas en el resto de bolsa europeas. Un día después, significativa 
subida de las acciones de Bankia, con subida del índice bursátil español
 (IBEX 35). Economía de la fortuna con ruleta trucada. Y como ya viene 
siendo habitual, no podía faltar la prima de riesgo, que bien se podría 
denominar tasa de ganancia para unos pocos bolsillos. Esta prima de 
riesgo se transforma en ganancia inmediata después de especular en la 
compra de deuda pública al cobrar más intereses. Paradójicamente, esta 
prima de riesgo no tiene riesgo alguno para esos pocos bolsillo porque 
el establishment dominante económico y financiero se asegura que 
la tasa de ganancia sea cada vez más alta y se pague cómo sea. El famoso
 “rescate” es ese; te presto dinero para que pagues a los acreedores de 
la bolsa a cambio de hundir a la mayoría de la población en desempleo, 
recesión económica, vulneración de derechos laborales y desposesión de 
derechos sociales mediante privatizaciones encubiertas en educación y 
sanidad. 
La periferia europea sigue sometiéndose a una suerte de primacracia
 que aboga por el desmontaje progresivo del sistema democrático. Dicho 
de otra manera, la economía real se prostituye al valor de la prima de 
riesgo, provocando así un encarecimiento de los intereses que el Estado 
español tiene que pagar por la deuda pública. En la subasta de deuda 
pública del día 17 de mayo, el Gobierno español logró colocar los 2.490 
millones de euros en bonos a tres y cuatro años que se había propuesto, 
pero claro, a unos tipos de interés mucho más altos que en las 
anteriores subastas. Concretamente en dos de los tres tipos de títulos 
subastados, el repunte de los tipos de interés fue superior a un punto 
porcentual. Y ¿quién paga estos mayores intereses de la deuda? ¿Son los 
accionistas de la banca privada? Claro que no. Se pagan con los 
impuestos de la mayoría de los ciudadanos y ciudadanas. 
El 
círculo es más vicioso cuando se observa detenidamente el caso concreto 
previamente citado: el saneamiento de la banca privada con ayuda 
pública. Esta desintoxicación de activos tóxicos de la banca privada se 
transforma en una intoxicación generalizada que afecta a la mayoría de 
los ciudadanos, los mismos que seguirán pagando impuestos para 
satisfacer la insaciable prima de riesgo que cubra la próxima emisión de
 deuda pública proveniente de estos fondos inyectados a la banca 
privada. Parece un trabalenguas pero no lo es. Léase con calma porque es
 así como la prima de riesgo no tiene riesgo para unos pocos, pero sí 
que lo tiene para la gran mayoría de la población. La primacracia actúa con subterfugios capaces de inocular a cualquier aparente sistema democrático. 
Alfredo Serrano Mancilla ( @alfreserramanci) es Doctor en Economía, Coordinador América Latina Fundación CEPS (España); Sergio Martín Carrillo 
 (@Sergio_MartinC) es Doctorando Español, Master Desarrollo Económico y 
Sostenibilidad, Universidad Pablo de Olavide de Sevilla. 
El Telégrafo
 

 
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