lunes, 7 de mayo de 2012

Austeridad, desigualdad y ajuste

A la hora de justificar sus decisiones, los políticos y los técnicos de alto nivel apelan siempre a los aspectos colectivos. Las políticas se hacen en beneficio del país, de la Unión Europea, de la economía mundial. Como si las colectividades fueran homogéneas, cohesionadas y participativas, y estuviera claro que los intereses del conjunto son también los de cada cual.

Esto es especialmente relevante cuando se trata de aplicar “sacrificios” en forma de recortes de rentas, cambios en la jornada laboral, aumentos de impuestos o cualquier otra medida que afecta a las condiciones de vida cotidiana de la gente. Pero sabemos que en ningún nivel de colectividad (desde la familia a la comunidad mundial) existe igualdad entre sus miembros. Y también podemos observar que pocas veces las medidas afectan por igual a todos.

Es posible que, en determinados momentos, las colectividades deban realizar esfuerzos de austeridad, bien porque su comportamiento anterior ha sido equivocado, bien porque deben hacer frente a una fuerza externa que las obliga a ello. Si consideramos el impacto ecológico del modelo de vida occidental, es evidente que estamos abocados, en un plazo de tiempo más o menos corto, a realizar cambios importantes en nuestra forma de vida que podemos asociar a la idea de austeridad. Si consideramos la actual estructura de poder económico mundial, parece difícil que muchos países puedan evitar recortes en su nivel de vida, aunque en bastantes casos se trate de una imposición injusta.

Cualquier política seria de austeridad debe cumplir una serie de requisitos para observar su compromiso de “emergencia colectiva”. En primer lugar, la de preocuparse por la situación de las personas que están en peor situación. En segundo lugar, la de ser equitativa en los efectos individuales. En tercer lugar, la de centrar el peso de la carga en aquellos comportamientos que tienen más responsabilidad a la hora de generar el problema. En cuarto lugar, la de sentar las bases para desarrollar un modelo de vida viable en el futuro. En quinto lugar, la de ser eficiente en las respuestas. Y en sexto lugar, la de minimizar los daños. 

Parece claro que, aplicando estos criterios, los actuales planes de ajuste resultan manifiestamente inicuos y estériles. Las reformas adoptadas en materia laboral, sanitaria, educativa y de rentas están aumentando las desigualdades sociales (en un país que ya en 2009 era el segundo con mayores desigualdades de la Unión Europea, con un nivel de desigualdad un 40% superior al de la media, ya de por sí obscena). Algunos de los recortes, como los del copago sanitario o los experimentados en las rentas de inserción, atentan directamente contra las condiciones de vida de los más desfavorecidos, y son completamente contradictorios con el propio discurso oficial, que cifra en la educación y la investigación las posibilidades de salida de la situación actual, mientras ambas partidas experimentan recortes sustanciales. Asimismo, es evidente que eximir de impuestos a los defraudadores, seguir permitiendo que los directivos de bancos quebrados se autoconcedan generosos “bonus” o abogar por la creación de un nuevo sistema de “castas” universitarias bajo el pretexto de que hay que premiar el talento, nada tiene que ver con un sacrificio colectivo. Es el viejo trágala de imponer a la mayoría sacrificios para mantener los privilegios de las elites.

Un mundo más austero sólo es tolerable si es más igualitario; si la actividad humana se centra en alcanzar las condiciones esenciales de bienestar y elude el despilfarro; si el menor consumo tiene una contrapartida en una forma de vida y trabajo más rica en participación social. Una participación que permite, además, debatir racionalmente sobre prioridades, límites y opciones. Los planes de ajuste actuales no sólo no incluyen estos aspectos, sino que introducen reformas que los hacen imposibles.

Frente a la desigualdad y el padecimiento que generan los nuevos planes, es el momento de empezar a elaborar propuestas que apuesten por otro modelo de austeridad, el de una sociedad ecológicamente responsable, socialmente justa y participativa. Debemos ser capaces de construir una propuesta de austeridad alternativa basada en propugnar una jerarquía de necesidades que satisfacer, la penalización fiscal de las actividades de lujo o lesivas (por ejemplo, impuestos diferenciados a consumos inadecuados, fiscalidad ecológica, etc.), esquemas retributivos más igualitarios (incluyendo garantías básicas de renta), formas de organización laboral más equilibradas y un reparto equitativo de los costes del ajuste (no se pueden salvar bancos cuando no se salva a las personas endeudadas injustamente). Debemos convertir la consigna de la austeridad en un boomerang contra los verdaderos promotores del despilfarro.

Dos preguntas sobre la tasa de paro en España
Participar en charlas y debates sirve para que a uno le planteen preguntas insidiosas a las que es difícil responder a bote pronto de modo taxativo. Esta pequeña nota tiene por finalidad intentar matizar lo que les dije en su momento a mis interlocutores y, de paso, tratar de participar en una discusión más amplia.

I
La primera de estas preguntas me la lanzó mi amigo Agustí Colom durante un seminario sobre la crisis que celebramos en la Facultad de Económicas de la Universidad de Barcelona. En él yo trataba de explicar que las causas del elevado desempleo español en la crisis actual se encuentran en la particular estructura económica del país (fruto de su particular forma de inserción en la economía mundial), más que en la regulación del mercado laboral. Su pregunta directa fue cómo se explica, en todo caso, que incluso durante los mejores momentos del auge económico el paro no bajara de 2 millones de personas. De hecho, la cifra era algo menor (1,74 millones de personas en el segundo trimestre del 2007), pero igualmente considerable. La figura se volvía más moderada cuando de las cifras absolutas pasábamos a la tasa de paro, que se situó algo por debajo del 8%, en cualquier caso superior a la de muchos otros países.

A un nivel de desempleo se llega por muchas vías. Pero creo que hay una serie de cuestiones que deben considerarse a la hora de explicar este mayor desempleo español incluso comparándolo con otros países mediterráneos. En primer lugar, hay factores que tienen que ver con el modelo productivo y su variabilidad estacional. La economía española no sólo se caracteriza por la importancia de actividades claramente estacionales (especialmente el turismo) o actividades que generan entradas y salidas cortas del empleo (como la construcción en el momento del auge), sino por que en las fórmulas de organización adoptadas por muchas empresas en años recientes existen sistemas de ajuste temporal de la producción (just in time) que también provocan una elevada variabilidad del empleo. Ello nos lleva a tener que considerar un segundo elemento: posiblemente, la economía española ha experimentado en las últimas décadas un proceso más intenso de “modernización” que otras economías próximas, y ello, paradójicamente, ha minado la importancia de actividades que tradicionalmente han constituido “reservas de empleo o subempleo”. No me refiero sólo a la agricultura, un sector relativamente residual en lo tocante a la creación de empleo, sino especialmente a la intensa modificación de las redes comerciales, hoteleras, etc., así como a la intensa “racionalización” de lo que queda de actividad industrial; una modernización que combina una intensificación laboral y un mayor recurso a los sistemas de ajuste temporal ya mencionados. Y, en tercer lugar, en el hecho de que la fase de crecimiento viniera acompañada de un intenso proceso inmigratorio —la movilización de un colosal ejército de reserva transnacional—, que contribuyó a la creación de un mayor excedente de fuerza de trabajo. De hecho, en el momento de mayor auge, la tasa de desempleo de los “nativos” había experimentado una caída notable y la de los recién llegados se situaba 4,5 puntos por encima (un 7,2% para los de nacionalidad española frente a un 11,7% para los extranjeros, según cálculos a partir de la EPA del segundo trimestre de 2007). La combinación de estos tres elementos —paro friccional ligado a la estacionalidad y a la variación de la actividad productiva, modernización acelerada y crecimiento del ejército de reserva vía inmigración— explica, a mi entender, parte de nuestro diferencial de desempleo. Básicamente, son los problemas de un país que podríamos considerar que ha experimentado una modernización “truncada” porque no ha desarrollado nuevos sectores de actividad con la misma intensidad que las naciones centrales. Y hay que considerar, además, el insuficiente desarrollo del sector público (fruto también de este mismo truncamiento, en gran medida debido a la insuficiente fiscalidad y al hecho de que el Estado del bienestar se empezó a consolidar justo cuando imperaban políticas neoliberales), que ha frenado la creación de empleo.

Es posible que a todo ello se sumen problemas de funcionamiento del mercado laboral: que, en la época de auge, una parte de la población combinara activamente empleos poco deseables con la percepción del desempleo (aunque vale la pena recordar que para percibir el seguro de desempleo hace falta haber cotizado al menos doce meses), o que el uso excesivo de la contratación temporal por parte de las empresas haya generado un mayor desempleo. Aun así, creo que su papel en la historia es menor. Que el ineficiente sistema de formación profesional y la insuficiencia de los sistemas de orientación laboral son parte del problema. Y que, en todo caso, forma parte de un mismo modelo productivo inadecuado y que ha tenido poca preocupación por generar condiciones aceptables de empleo. Cuando menos, considero que estas cuestiones deben ser tenidas en cuenta a la hora de discutir sobre las razones de nuestras abultadas y persistentes cifras de paro. 

La explicación de la situación actual es más simple: el hundimiento de la construcción explica una parte sustancial (el 50% de manera directa y el 75% si contabilizamos sus efectos en otros sectores) de la destrucción de empleo. La incapacidad para encontrar vías alternativas, el conocido efecto multiplicador (la destrucción de unos empleos genera un efecto en cadena al caer el consumo y la inversión) y la aplicación de ajustes en el gasto público, visibles en 2011, han hecho el resto. 

II
La segunda cuestión me la planteó Rosa M.ª Artal en la presentación del libro colectivo Actúa (disculpad la autopublicidad). La pregunta era simple y directa: ¿a qué cifra de paro llegaremos? Más allá de la osadía de ofrecer una evaluación “experta” —que casi siempre resulta fallida—, lo que conviene entender es que la cifra estadística puede ser mayor o menor no sólo en función de la profundidad de la crisis del empleo, sino también de la forma que tome el mismo.

La cifra de desempleo es el resultado estadístico de aplicar unos criterios de clasificación a las respuestas que ofrecen las personas sobre su situación personal. En concreto, se contabiliza como desempleada cualquier persona que declare estar buscando empleo y no tenerlo. El criterio de tener empleo es simple: se considera ocupada a cualquier persona que la semana en que se efectúe la encuesta diga haber dedicado al menos una hora semanal a una actividad remunerada. El criterio de estar buscando empleo no sólo exige que la persona diga que lo está haciendo, sino que especifique que ha realizado alguna acción concreta en este sentido (entrevista de trabajo, sesión de orientación, curso formativo, etc.).

El primer criterio, el de la ocupación, está sujeto a múltiples distorsiones, especialmente por la existencia de diversas situaciones de subempleo, como trabajos de pocas horas, actividades informales para sacar unos cuartos, etc. Cualquier actividad de este tipo que el encuestado declare hace bajar el desempleo y aumentar la ocupación. Sabemos que mucho de ello ocurre en países en desarrollo donde el empleo informal está normalizado y en muchos países desarrollados donde el empleo a tiempo parcial es habitual para muchas mujeres. La misma Alemania ha conseguido maquillar sus estadísticas con la proliferación de microempleos a los que ha sido condenada una parte de su población. De hecho, si alguna de las personas que encontramos recogiendo cartones del contenedor declara al ser preguntado que ha estado trabajando como reciclador informal y obtenido por ello algunos ingresos, puede ser perfectamente considerada como “ocupada”. Cuando el desempleo se enquista, es habitual que prolifere este tipo de informalidad marginal y que finalmente ello sirva, entre otras cosas, para maquillar la ocupación. Sólo hay que ver las cifras de desempleo que lucen algunos países donde la informalidad impera por doquier.

Los resultados del segundo criterio dependen de la forma en que respondan los parados. Al fin y al cabo, la búsqueda de empleo (como la de setas) depende de las expectativas de encontrarlo. Cuando el sujeto que “busca” ve defraudadas sus esperanzas de hallarlo, la intensidad de su búsqueda decrece (al igual que cuando vamos a buscar setas al bosque y constatamos que no se dan las condiciones climatológicas adecuadas, o cuando consideramos que la cola para acceder a un espectáculo es excesiva y no confiamos en que “nos toque”). Cuando el paro es muy elevado y las posibilidades de encontrar empleo son pequeñas, una parte de la gente deja de buscar (los “desanimados”), y en lugar de ser contabilizados como parados se los considera inactivos. La evolución reciente del paro español ilustra este fenómeno. Entre principios de 2008 y el segundo semestre de 2011, se incorporaron unas 700.000 mujeres adultas a la búsqueda de empleo, empujadas por la situación económica familiar y alentadas por la expectativa de que podrían encontrar empleo (de hecho, en esta fase preliminar de la crisis se crearon unos 275.000 empleos ocupados por mujeres). Esta entrada de mujeres contribuyó a elevar las cifras absolutas de desempleo. A partir del segundo semestre de 2011 las cosas cambiaron, se dejaron de crear empleos y algunas mujeres están desalentadas por una búsqueda infructuosa. El resultado es que la EPA refleja una reducción de la tasa de actividad femenina, en la misma línea que antes lo hicieron las de los menores de veinte años y las de los hombres de edad elevada. Si la situación se mantiene, es bastante probable que prosiga esta tendencia al abandono de la búsqueda. El resultado es que la inactividad camuflaría las cifras del desempleo. Y el mismo efecto tienen la salida de inmigrantes o la emigración española al exterior.

El resultado de esta historia es que la cifra de paro no sólo depende de cuánto empleo se crea o se destruye, sino también de lo que se considere un empleo o de la intensidad de la búsqueda. Por todo ello, creo que en el futuro inmediato el desempleo seguirá creciendo, pero puede que las cifras se moderen si la persistencia de la crisis provoca la proliferación de subempleos diversos o desalienta los procesos de búsqueda. Sin embargo, más que en una cifra concreta, en lo que nos tenemos que centrar es en la variedad de víctimas que genera la situación, ya sean parados “pata negra”, inactivos forzosos o supervivientes informales; una realidad plural bien definida por el concepto “ejército de reserva”.

Albert Recio Andreu
Mientra Tanto

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