Las cuentas correspondientes a los Presupuestos Generales del Estado
han supuesto, en resumen, un importante recorte en los servicios
públicos del Estado de Bienestar, así como en partidas de gasto que
jugaban un papel clave para la generación del poco empleo que el Estado
podía aún crear. Ya se anticipan cientos de miles de despidos, efectos
secundarios de estas medidas. La principal razón que se esgrime es el
cumplimiento de unas cifras de déficit público y deuda acordadas con los
demás países de la Zona Euro. Pero a casi nadie escapa ya que estas
decisiones, plazos y exigencias han venido marcados por el
comportamiento de lo que muchos denominan “los mercados”.
El mercado es una institución que explica parte de las revoluciones
burguesas e industriales de los siglos XVIII y XIX. En este lugar físico
se encuentran una oferta y una demanda libres que, obedeciendo a un
supuesto instinto egoísta del ser humano, se ponen automáticamente de
acuerdo para fijar los precios de los productos que allí se encuentran.
Por ejemplo, si tenemos cien patatas para dos compradores, el precio de
estas será muy bajo: es probable que muchos de los ausentes se hayan
retirado del lugar por el mal color y aspecto de estos tubérculos, por
lo que los pocos céntimos con los que se adquirirían vendrían a ser un
índice aproximado y cuantitativo de su calidad.
Algo así quieren hacernos creer con la economía española y con las
subastas de deuda en el mercado financiero: para muchos -sobre todo para
los que tienen participaciones o buen acceso a los principales medios
de comunicación-, la prima de riesgo es una especie de termómetro que
marca el nivel de gravedad de nuestra enfermedad económica; en este
sentido, los recortes que están teniendo lugar serían más que merecidos y
supondrían medidas dirigidas a restaurar en el menor tiempo posible la
confianza en los fundamentos de la economía española: medicamentos
amargos al gusto pero, a largo plazo, buenos para nuestra convalecencia.
Las arcadas sentidas al ingerirlos se parecerían al picor cuando una
herida empieza a curar: buenas señales.
No obstante, los termómetros pueden marcar lo que quieran si los
pegamos a una estufa y las heridas infectadas también escuecen: ¿qué
intereses están influyendo en el dictado de estos planes de
empobrecimiento? Los mercados se nos presentan por los medios de
comunicación social como una especie de ejercicio de democracia
financiera, según la cual el dinero de los ahorradores libres de todo el
mundo decide a dónde va y denota la fragilidad de los activos públicos o
bonos de los países que consiguen menos demanda. Pero la idea de
democracia financiera flaquea cuando quienes deciden qué es bueno o qué
es malo son un puñado de grandes entidades que, interconectadas con
infinidad de sociedades, compran y venden cientos de miles de millones
de euros a toda velocidad y con acuerdos mutuos previos. No estamos ante
un mecanismo de libre competencia, sino ante un conjunto de grandes
actores, en muchas ocasiones, con estrategias premeditadas.
¿Somos víctimas de una conspiración de grandes entidades? Es poco
probable: la deuda pública española asciende, aproximadamente, a un 65%
del PIB español -de la riqueza del país-, pero la privada -empresas,
banca y familias- se acerca al 300%, con lo que la suma de los dos
componentes nos acerca a cuatro veces lo que hemos sido capaces de
producir. Los inversores saben que la debilidad del Estado le llevará a
ir haciendo pública parte de la deuda privada (nacionalización de la
deuda), por lo que anticipan una posible quiebra futura. Pero la
actividad especulativa y los planes de empobrecimiento patrocinados por
Bruselas incrementan a su vez este riesgo. Llegados a este punto parece
que nos encontramos en una situación sin salida.
¿Por qué se están tomando medidas en nuestro país que incrementan el
riesgo de quiebra o depresión económica y social? Para acercarnos a la
comprensión de este fenómeno deberíamos partir de la hipótesis de que el
Estado y la política no están siendo del todo autónomos: la deuda
pública está siendo comprada, sobre todo, por los grandes bancos
españoles, que se hacen, de esta forma, poseedores de una buena parte de
la columna de ingresos -por préstamos- de los mencionados Presupuestos
Generales del Estado. De ahí que los que participan en la financiación de un país puedan tomar parte indirectamente en las decisiones sobre
en qué se va a gastar ese dinero: sobre todo, en devolver cuanto antes
los intereses que estas operaciones de préstamo generen. Si a esto
sumamos los altos cargos del Gobierno que proceden de bancos como el
Santander, el BBVA o Banesto, por el lado español, y otros como Barclays
o Lehman, extranjeros, podremos entender que las decisiones estatales
converjan en cierto modo con los intereses de las entidades acreedoras
de la nación -aunque enormemente endeudadas con otras entidades-.
Deberíamos partir de un conocimiento de datos de este tipo para
formular una definición alternativa de gobierno: nuestros actuales
dirigentes -y los anteriores- se encuentran cada vez más lejos de sus
programas políticos y de los intereses de los ciudadanos. Asistimos a rescates
diarios de las finanzas del Estado por unos poderes muy concentrados y
que influyen decisivamente en las políticas públicas que se van a
seguir adoptando. Los Presupuestos Generales de “los mercados” reflejan
que una democracia endeudada hasta tal punto no merece tal calificativo.
Todo parece indicar que no son solo los hombres y las mujeres del PP
los que están al timón del país. Y que sus compañeros de viaje llevan ya
mucho tiempo mandando: el mensaje del 15 de mayo de 2011 está más
vigente que nunca.
Economista e investigador en Ciencias Sociales por la Universidad de Málaga
Público
http://blogs.publico.es/dominiopublico/5097/los-presupuestos-generales-de-los-mercados/
No hay comentarios:
Publicar un comentario