Dado el inevitable retroceso de la demanda doméstica que provocan las
políticas de austeridad, las autoridades comunitarias se reafirman en
la idea de que el sector exterior es el único motor del que dispone la
economía española para impulsar la reactivación y salir de la crisis. A
falta de cualquier otro razonamiento o propuesta, el Gobierno de Rajoy
ha hecho suyas esa idea y las medidas de recorte que de ella se derivan.
Aclaremos mínimamente el asunto. Se trata del actual sector
exportador tal y como está, sin cambios significativos en las actuales
especializaciones y sin que se hayan producido inversiones
significativas encaminadas a impulsar la innovación, modernizar la
oferta productiva o reforzar el progreso técnico (o la productividad
global de los factores). En la situación actual ni las empresas tienen
el menor incentivo para invertir, debido al retroceso generalizado de la
demanda, ni el Gobierno hace el más mínimo intento de mantener el
esfuerzo en educación, promover la cualificación de la población activa o
reforzar su actividad inversora, obsesionado como está en sumar
recortes a los recortes para cumplir con su compromiso de reducir el
déficit público y conseguir dejarlo en el 3% del PIB en 2014. Las
políticas de austeridad en vigor imposibilitan cualquier proyecto
inversor y así, lejos de impulsar un cambio modernizador, el tejido
económico y empresarial y el crecimiento potencial se degradan.
Los datos reflejan que la mejora de las exportaciones netas (o, lo
que es lo mismo, la diferencia entre exportaciones e importaciones de
bienes y servicios) favoreció el pequeño crecimiento real del PIB de
2011 (un 0,7%) y logró frenar el hundimiento del producto en los años
2009 (-3,7%), 2010 (-0,1%) y, previsiblemente, 2012 y 2013. Pero, más
allá de ese innegable papel positivo jugado por la demanda externa,
resulta pertinente interrogarse sobre la suposición que sustenta el
horizonte de reactivación económica que ansían las autoridades
económicas españolas y comunitarias. ¿Puede ser la demanda externa la
pieza esencial que permita recuperar el crecimiento?
Ya que el inevitable proceso de desendeudamiento de hogares y
empresas se va a prolongar durante años, que el recorte del gasto
público es una columna básica de la estrategia conservadora de salida de
la crisis y que las altas tasas de paro suponen una presión sobre los
salarios que se ha visto reforzada por las sucesivas reformas del
mercado laboral, ¿pueden crecer las ventas exteriores hasta el punto de
compensar el retroceso de la demanda doméstica?
Los datos muestran que, hasta ahora, no ha sido así. La mejora de las
exportaciones netas no ha sido suficiente para neutralizar el
hundimiento de la demanda doméstica ni para recortar en lo más mínimo
una deuda exterior bruta que desde el año 2010 se sitúa en torno a los
2,3 billones de euros y rebasa los máximos admisibles por los
acreedores. Todo parece indicar que en unos meses, quizá semanas, el
Gobierno de Rajoy se verá obligado a solicitar el rescate de la economía
española: los flujos de financiación externa que los mercados se niegan
a ofrecer o conceden con unos desorbitados e insoportables intereses
serán sustituidos por la ayuda financiera de nuestros socios de la
eurozona que inevitablemente estará asociada a una condicionalidad
estricta que implicará nuevas medidas de austeridad.
Aunque el buen desempeño de las exportaciones netas ha permitido
reducir significativamente el déficit exterior por cuenta corriente, no
ha generado un impulso de la actividad económica que permita cumplir con
las exigencias comunitarias de disminuir el déficit presupuestario en
la fecha y cuantía comprometidas. De hecho, tampoco ha permitido sortear
la nueva recesión.
Pero eso ya es pasado. Reformulemos la pregunta pensando en lo que
está por venir. ¿Podrá la reiterada e intensa presión adicional sobre
los costes laborales que lleva a cabo el Gobierno de Rajoy conseguir un
aumento de las exportaciones netas capaz de lograr que el producto
crezca? Una respuesta afirmativa a esa pregunta tendría un triple
interés para el Gobierno del PP y las fuerzas que lo respaldan: por una
parte, dotaría de legitimidad a las duras medidas de recorte
presupuestario que está aplicando; por otra, permitiría dar cierta
verosimilitud a la falsa creencia de que existe alguna relación entre la
austeridad que se practica y la reactivación que se pretende; y por
último, ofrecería una mínima apariencia de consistencia al intento de
equilibrar las cuentas públicas y la balanza por cuenta corriente en
plazos muy cortos y con medidas extremistas que, a falta de un milagro,
condenan de antemano tal pretensión al fracaso.
La existencia de poderosas fuerzas interesadas en obtener esa
respuesta positiva explica una parte de las categóricas manifestaciones
afirmativas realizadas por economistas conocedores de su oficio y
poseedores, se supone, de una inteligencia media similar a la que pueda
encontrarse en otros colectivos profesionales. Sin embargo, la respuesta
no puede ser terminante, ni en un sentido afirmativo ni negando toda
posibilidad a que las exportaciones netas acaben convirtiéndose en uno
de los motores de la reactivación económica.
La respuesta a la pregunta que nos ocupa debería ser negativa si las
tasas de interés a largo plazo continuaran en los altos niveles actuales
y obligaran a agentes económicos públicos y privados a cargar con unos
costes financieros insoportables. Tal situación supondría que la ya de
por sí difícil tarea de compensar la caída de la demanda doméstica con
un aumento muy superior de las ventas exteriores no tendría ninguna
posibilidad de ser culminada con éxito. Sin un cambio de rumbo en la
actuación de las instituciones de la UE, en primer lugar del BCE,
orientado a impedir de forma permanente que inversores y especuladores
determinen primas de riesgo tan dispares entre los miembros de la
eurozona y a reducir la actual dependencia de los mercados financieros a
la hora de proveer la imprescindible financiación externa, habría muy
escasas posibilidades de que el aumento de las exportaciones netas se
convirtiera en la puerta de salida de la crisis para la economía
española. Sin la intervención del BCE y sin la ayuda de los socios
comunitarios para reducir de forma sustancial y permanente los costes
financieros que soportan los países periféricos no hay motores que
valgan. El decrecimiento del producto se prolongaría.
Contemplemos escenarios más favorables. Supongamos, por un momento,
que las instituciones comunitarias facilitan a España la financiación
necesaria, a unas tasas de interés soportables y que tal ayuda está
disociada de un dogal de condiciones que hagan invivible la pertenencia a
la eurozona. Podría argüirse que tal escenario es, visto lo sucedido en
los dos últimos años, poco probable; pero al manejar esa hipótesis no
se pretende dar verosimilitud a la concesión de ayudas vinculadas a una
condicionalidad razonable; tampoco, negar las posibilidades de que se
produzca. Simplemente se intenta llevar un poco más lejos de lo que
resulta evidente la reflexión sobre la naturaleza de los problemas
estructurales específicos que debe afrontar y superar la economía
española. A efectos de lo que aquí nos interesa, podría tratarse o
bastaría con una actuación más activa y prudente del BCE destinada a
mantener los costes financieros en unos niveles asumibles e impedir que
los mercados estén sometidos de forma recurrente a presiones
especulativas. Y supongamos también, para despejar aún más las
incertidumbres, que se completa con éxito el proceso de reestructuración
y recapitalización del sistema bancario español apoyado en la ayuda de
100.000 millones de euros aprobada por el Eurogrupo.
Aparentemente, una vez apartados de ese escenario ideal los problemas
de financiación y altos intereses que sufren la deuda soberana de
España y los muy endeudados agentes económicos privados, la respuesta al
interrogante planteado se antoja fácil: menores costes laborales y
financieros permitirían ganancias de competitividad basadas en la
reducción de los precios que favorecerían el aumento de las ventas
exteriores y el retroceso de los bienes importados y, como consecuencia,
un aumento de la actividad económica y los empleos vinculados a las
mayores ventas, tanto en el mercado nacional como en los mercados
exteriores.
Sin embargo, en las relaciones económicas como en tantos otros
aspectos de las relaciones sociales, la solución de los problemas no es
tan simple como parece o nos quieren hacer creer. Hace falta añadir
algunas dosis de complejidad para sopesar algunas incógnitas sobre las
interrelaciones entre los diversos factores económicos en presencia y
sus potenciales resultados.
En primer lugar, los menores costes laborales no se convierten
automáticamente en menores precios. En segundo lugar, que esos menores
precios de los bienes y servicios puedan impulsar un incremento de las
exportaciones en volumen dependerá de hasta qué punto las exportaciones
españolas están condicionadas por los precios (o lo que es lo mismo,
hace falta saber la elasticidad demanda-precio de las exportaciones y si
existen otras características ajenas al precio que tengan mayor o igual
incidencia sobre la demanda externa). En tercer lugar, el crecimiento
de las exportaciones puede requerir un aumento significativo de las
importaciones que, dependiendo de su importancia, podría dejar el
déficit comercial en un nivel similar al que existía antes de reducir
los costes laborales. Y en cuarto lugar, para no hacer una lista
interminable de condicionantes, el crecimiento del comercio mundial o la
expansión de los mercados comunitarios no son acontecimientos seguros
ni procesos que afectan a todos los bienes y países por igual; hace
falta comprobar qué mercados exteriores están en condiciones o pueden
expandirse en el corto plazo, a qué bienes afectará esa mayor demanda y
qué países están en mejores condiciones de salir beneficiados de una
competencia que va a ser muy dura y que, inevitablemente, impactará de
forma negativa sobre las economías perdedoras.
Como se ve por lo apenas apuntado en las líneas anteriores, para
vincular la reducción de los salarios reales que comenzó a partir de
2009 con un imprevisible futuro en el que se concretaría el sueño de un
notable y suficiente crecimiento de las exportaciones netas hace falta
considerar unas oportunidades y restricciones que generan un relato algo
más racional y complejo que el cuento de la lechera en el que se ha
transformado el análisis económico para consumo de una opinión pública
que se quiere rendida y desinformada.
Incluso en el hipotético caso de que se solucionaran los problemas
financieros de los países de la periferia del euro y de sus sistemas
bancarios, para responder a la pregunta de si el sector exterior puede
sacar a España de la recesión, haría falta incorporar al análisis una
larga lista de condiciones no siempre fáciles de cumplir y de obstáculos
difíciles de superar. Sin perder de vista que hay otros socios que
están en parecidas condiciones, pretenden los mismos objetivos y van a
competir para lograrlos.
Tal situación nos remite a un hecho que suele pasar desapercibido,
pero que por su enorme trascendencia merece al menos ser mencionado. Más
allá de los problemas de inestabilidad financiera, desequilibrio en las
cuentas públicas, reducción de los flujos crediticios, primas de riesgo
y demás problemas financieros que son evidentes y que están en el día a
día de la agenda política y en el foco de las preocupaciones de la
opinión pública, resulta imprescindible abordar los problemas económicos
de igual o mayor calado que, pese a no disponer de tanta visibilidad,
afectan de forma tanto o más intensa a la eurozona y al conjunto de la
UE.
Uno de esos problemas económicos toma la forma de una grave fractura
que separa a los países del centro de la eurozona, con superávits en sus
balanzas comerciales y por cuenta corriente, de los países de la
periferia, afectados por déficits en sus cuentas exteriores de carácter
permanente que han elevado el endeudamiento de los agentes económicos
públicos y privados hasta cotas insoportables. Déficits que generan
problemas de falta de liquidez e insolvencia que no pueden resolverse
apelando exclusivamente a la mejora de la competitividad de las
economías periféricas por la vía de reducir los precios.
Los desequilibrios macroeconómicos que muestran las economías
periféricas son consecuencia, en parte, de las deficiencias productivas
acumuladas antes de su incorporación al proyecto comunitario; pero son
también el resultado del normal funcionamiento del mercado único y la
lógica económica asociada a la existencia del euro que han favorecido su
desindustrialización y una especialización productiva basada en
actividades y servicios de escasa densidad tecnológica y muy intensivos
en la utilización de fuerza de trabajo poco cualificada y mal
remunerada. Tras el estallido de la crisis, la pésima gestión realizada
por las instituciones europeas y la nefasta estrategia de salida de la
crisis que se obstinan en aplicar no han hecho sino agravar unas
deficiencias que requieren ser abordadas por las instituciones
comunitarias, además de por los países afectados, porque sólo desde una
intervención colectiva, solidaria y multilateral tienen solución.
Para que los países periféricos encuentren la puerta de salida de la
crisis no basta con resolver los problemas relacionados con la
inestabilidad financiera derivados de las debilidades e incoherencias
institucionales del actual diseño de la eurozona. Hay otras muchas
tareas, tanto o más importantes, que deben ser abordadas. Por ejemplo,
fortalecer y ampliar los, en general, menguados sectores manufactureros
de las economías periféricas. O impulsar un cambio en sus
especializaciones productivas y exportadoras que disminuya la
prominencia de los sectores, bienes y servicios que se caracterizan por
su bajo valor añadido y escasa cualificación laboral. Problemas
relacionados con el progreso técnico, la innovación, el esfuerzo
educativo, la cualificación de la fuerza de trabajo o la importancia de
la renovación del aparato productivo que no son el resultado exclusivo
de los errores o malas decisiones realizadas por autoridades y agentes
económicos de los países periféricos ni, menos aún, de una irresistible
inclinación a la corrupción, la pereza o la ostentación que deba ser
corregida mediante estrictas penitencias de austeridad y recortes. Antes
bien, esos graves problemas reales de las economías periféricas son
también el resultado lógico de compartir una moneda y un mercado único
que alentaron los flujos de financiación desde los países excedentarios
del norte de la eurozona a los países deficitarios del sur a la búsqueda
de mayores rentabilidades que en sus países de origen.
Los países acreedores nunca llegaron a considerar o no les importaban
los altos riesgos que estaban asumiendo, las burbujas especulativas que
generaban, los desequilibrios en las cuentas exteriores de los países
deudores que llevaron a cotas insostenibles, las graves fracturas que
incrementaban la heterogeneidad y las desigualdades económicas y
sociales entre los Estados miembros o las actividades y
especializaciones productivas y exportadoras que reforzaban en función
de las ventajas comparativas que ofrecían las economías periféricas.
La eurozona, tal y como está o como funciona, no puede poner en pie
un proyecto de unidad europea basado en la cooperación y la solidaridad
de todos los Estados miembros que permita un reparto equilibrado de
beneficios, costes y riesgos, promueva el bienestar social y la
convergencia productiva y reafirme el objetivo de impulsar de verdad la
cohesión social y territorial de todos sus componentes.
Tras esta incursión en las fracturas estructurales que afectan a la
eurozona y en sus graves consecuencias para el futuro del proyecto de
unidad europea, volvamos a retomar el hilo central de la argumentación a
propósito de las condiciones y los factores que deben tomarse en
consideración para sopesar las posibilidades de que la demanda externa
se convierta en motor principal de la reactivación económica:
Primero. La situación de la eurozona se ha
deteriorado en los últimos meses y está a punto de entrar en una nueva
recesión como consecuencia de la estrategia de austeridad extrema y
generalizada que se ha impuesto y la pésima gestión realizada por las
instituciones comunitarias. Las últimas estimaciones, publicadas en
agosto, indican que la eurozona podría entrar formalmente en recesión al
finalizar este tercer trimestre de 2012 y que la contracción del
producto se situaría al finalizar el año en el -0,3%, según el FMI, o en
el -0,1% que pronostica el BCE, con un posible abanico que sitúa entre
el 0,6% y el -0,2%. En el mejor de los casos, ese puntual y ligero
decrecimiento dará paso a un largo periodo de precario crecimiento hasta
poder considerar que la crisis ha finalizado. Acabar con la crisis
supone la recuperación de buena parte del empleo perdido, un
reequilibrio de los balances patrimoniales de los agentes económicos
privados (que presentan unos pasivos muy elevados y unos activos cuyo
proceso de desvalorización y deterioro dista mucho de haber acabado), la
reducción de los déficits públicos y por cuenta corriente y una
disminución progresiva de los niveles de la deuda externa neta, tanto de
la que corresponde al sector público como a los agentes económicos
privados. Cumplir esas condiciones y poner el punto final a esta crisis,
al estancamiento económico y a los desequilibrios macroeconómicos no
van a ser tareas fáciles ni cuestión de uno o dos años. No parece que
los mercados europeos, que son el principal destino de nuestras ventas
exteriores, puedan sostener un crecimiento suficiente de las
exportaciones españolas y, no se olvide, de los otros países periféricos
que pugnan también por incrementar sus cuotas en esos mercados.
Segundo. Las exportaciones españolas de bienes y
servicios suponen una cuantía próxima a la mitad del valor que alcanza
el gasto en consumo final de los hogares y en torno al 40% si se suma al
gasto de los hogares el de las Administraciones públicas (AAPP).
Cuantificar las consecuencias de ese dato, con un ejemplo muy simple,
permite calibrar el desafío: la reducción en un punto porcentual en la
demanda de los hogares debe ser compensada, para mantener el producto en
el nivel inicial, con un incremento de las exportaciones de más de dos
puntos porcentuales. Y eso sin tener en cuenta el gasto de las AAPP, que
también está en declive, ni el imprescindible incremento de las
importaciones que supondría cualquier aumento de las exportaciones, ya
que gran parte de los bienes que se venden en los mercados exteriores
incorporan bienes importados (especialmente productos energéticos, pero
también tecnología, componentes y bienes de equipo). Por ello, el
incremento de las exportaciones debe ser sustancialmente mayor que esos
dos puntos porcentuales para compensar la caída en un punto del gasto en
consumo final de hogares y AAPP. Tampoco esta tarea se antoja fácil.
Una restricción añadida es la fuerte dependencia que tiene el sector
exportador del acceso a la financiación exterior y del correcto
funcionamiento de unos mercados de crédito y seguros al que no
contribuyen en nada la inestabilidad financiera que sufre la eurozona,
las incertidumbres sobre el futuro del euro y los fracasos obtenidos por
la estrategia conservadora de salida de la crisis.
Tercero. A los diferentes procesos de
desindustrialización experimentados por la economía española desde
mediados de los años setenta, la crisis actual ha añadido una caída de
la producción industrial de alrededor del 20% en el periodo 2008-2011
que aún no puede darse por finalizada. El reducido tamaño de la
industria manufacturera española resultante de ese largo y heterogéneo
movimiento desindustrializador (el sector manufacturero supone
actualmente algo menos del 13% del empleo total; y en términos de valor
añadido, apenas aporta al PIB un porcentaje ligeramente inferior), hace
muy problemático que las posibles mejoras de productividad, innovación y
competitividad pudieran tener un impacto importante sobre el conjunto
de la economía. Haría falta un proceso previo o simultáneo de
reindustrialización y modernización de la estructura productiva, para
que el efecto del incremento del progreso técnico en un sector
manufacturero con mayor peso relativo que el actual pudiera tener una
influencia significativa en el equilibrio de las cuentas exteriores. Sin
ese mayor peso del sector manufacturero y sin su modernización, el
crecimiento de la economía española seguiría dependiendo en gran medida
de las importaciones de bienes de capital, tecnología y, por supuesto,
energía. Y, como consecuencia, seguiría presentando déficits por cuenta
corriente y dependiendo de la correspondiente financiación externa que,
con los actuales altos niveles de deuda exterior, le regatean o
directamente le niegan los mercados.
Cuarto. En los momentos iniciales del euro y durante
el periodo inmediatamente anterior al estallido de la crisis (entre el
año 2000 y el 2008), el nivel general de precios de la economía española
aumentó a un ritmo significativamente mayor que los precios de la
eurozona o la UE, sin que ni ese diferencial ni la importante
apreciación del euro en esos años impidieran un notable crecimiento de
las exportaciones españolas de bienes y servicios (que aumentaron casi
un 60% en valor y algo más del 30% en volumen), muy superior al de la
mayoría de nuestros socios y solo algo inferior al logrado por Alemania.
Lo mismo cabe decir del fuerte incremento de los costes laborales
unitarios en ese periodo, que tampoco supuso un obstáculo capaz de
impedir el fuerte avance de las exportaciones españolas. Tales hechos
indican que la demanda exterior de los bienes exportados por la economía
española ha sido tan poco sensible al incremento de los precios
domésticos o de exportación como dependiente del crecimiento de nuestros
socios comunitarios. Esa baja elasticidad-precio de las exportaciones
españolas (estudios empíricos sobre la evolución de los precios de
exportación y la exportaciones en los últimos años cuantifican en torno a
0,7 dicha elasticidad) puede deberse a muy diferentes causas. Pudiera
ser que el bajo nivel de costes laborales y precios de partida en la
economía española, respecto al de nuestros principales socios y
competidores comunitarios, permitía un amplio margen de subida de
precios y costes que debilitaba su incidencia negativa sobre las
exportaciones. También podría achacarse al aumento del número de
empresas exportadoras y a su buen hacer, ya que lograron diversificar
los mercados de destino, incrementar la propensión a exportar de las
empresas que ya estaban posicionadas en los mercados exteriores y
reforzar el peso relativo de las ventas de alta tecnología (sectores
aerospacial, química, maquinaria no eléctrica y armamento). El caso es
que las exportaciones españolas se mostraron parcialmente inmunes al
mayor crecimiento de los precios de exportación.
A partir del año 2008 se invierte el proceso y los precios españoles
crecen menos que los de la eurozona, especialmente en las fases de
recesión, es decir desde la segunda mitad de 2008 hasta finales de 2009 y
a partir del último trimestre de 2011 hasta el momento actual. Pese a
ello y a la mejora de la competitividad que conlleva el menor
crecimiento de los precios, el aumento de las exportaciones ha sido
escaso (aunque algo mayor que el de la mayoría de los países de la
eurozona) y el peso relativo de las exportaciones españolas en las
exportaciones mundiales retrocedió ligeramente en el periodo 2009-2010.
Tal evolución refuerza la hipótesis de la baja incidencia de los precios
en el desempeño de las exportaciones y, por el contrario, la
significativa repercusión de la intensidad del crecimiento o
decrecimiento de las economías que compran los bienes españoles.
Quinto. Tras el estallido de las burbujas
inmobiliaria y financiera, el exagerado peso que habían conseguido en la
economía española los sectores vinculados al ladrillo se ha reducido de
manera intensa y, en gran parte, irreversible. De igual forma se han
debilitado los sectores que ofrecen servicios a las personas y que se
caracterizan por su fuerte dependencia de unas rentas de los hogares que
han sufrido y sufren los impactos negativos del crecimiento del
desempleo, las políticas de austeridad y la reducción de los salarios.
Las altas tasas de desempleo y el impacto de los recortes del gasto
público sobre el empleo, los salarios de los trabajadores de las AAPP y
las rentas dinerarias que reciben pensionistas, parados y personas
acogidas a diversos programas de protección social están suponiendo una
merma muy significativa de los ingresos de los hogares que
necesariamente se traduce en una reducción de su demanda, que sigue
siendo, pese a su continua reducción desde el año 2008, el mayor
componente del PIB. A esos impactos hay que sumar la drástica reducción
de la inversión pública y privada (dada la atonía de la demanda y el
bajo nivel en la utilización de la capacidad productiva) y el necesario
desendeudamiento que deben proseguir haciendo los agentes económicos.
Sexto. Dado el todavía muy importante déficit por
cuenta corriente de la economía española y el notable nivel de
endeudamiento externo, los designios de la estrategia conservadora de
salida de la crisis establecen como requisito imprescindible e inmediato
que los países sometidos a mayores presiones financieras lleven a cabo
una depreciación real de la tasa de cambio que les permita recuperar la
competitividad perdida, porque presuponen que esa pérdida de
competitividad ha sido la causa esencial que ha generado los déficits
comerciales y corrientes. Como ya se ha mencionado, para conseguir esa
devaluación interna haría falta, como primera exigencia, la reducción de
los costes laborales; y como requisito paralelo que los menores costes
se convirtieran efectivamente en menores precios. El problema que se ha
planteado hasta ahora es que mientras los salarios nominales por
trabajador se estancan o experimentan un muy débil crecimiento desde el
año 2009, los precios muestran una imparable propensión a seguir
subiendo. El resultado de ese desacompasado discurrir de precios y
salarios es una notable degradación de los salarios reales sin que de
forma paralela se produzca una disminución de los precios. La rigidez de
los precios contribuye a que la lenta y precaria mejora de las
exportaciones, además de implicar importantes y crecientes costes
sociales y económicos, sea insuficiente para neutralizar la caída de la
demanda doméstica y no pueda evitar la recesión.
Resulta difícil creer que, con el cúmulo de condicionantes y
restricciones apenas entrevistos en los puntos anteriores, las
exportaciones puedan convertirse en el motor de la reactivación
económica y sean capaces de compensar la caída de la actividad económica
derivada del retroceso de la demanda doméstica. Lo más probable sigue
siendo, como en los últimos dos años, que la mejora de la demanda
externa neta siga siendo insuficiente y no permita una recuperación del
crecimiento y el empleo. Si fuera así, las políticas de austeridad
condenarían a la economía española a una larga travesía por el desierto
del estancamiento económico, los recortes y los sacrificios sociales que
de nada sirven y que no conducen a ninguna parte.
La salida de la crisis de la economía española requiere, en todo caso
y en cualquiera de los escenarios imaginables, solucionar también los
problemas de la economía real: superar la escasa innovación y el bajo
nivel educativo de una parte importante de la población activa; una
modernización productiva y un cambio sustancial de las especializaciones
exportadoras; una reforma fiscal progresista que obtenga los recursos
necesarios para hacer viable esa modernización; cambios sustanciales en
la estrategia de salida de la crisis que se ha impuesto y en las medidas
de recortes presupuestarios y retrocesos de los salarios que la
sustentan.
Mientras esa modernización de la oferta productiva no se produzca,
los aumentos de las exportaciones netas serán insuficientes y poco
duraderos. Peor aún, cualquier avance de las exportaciones tendría como
contrapartida la reducción de los derechos laborales y sociales, el
empeoramiento de los salarios y las condiciones de trabajo de la mayoría
y un incremento de las desigualdades sociales, la pobreza y la
exclusión. En condiciones de recuperación del crecimiento, la expansión
de las exportaciones ocasionaría un incremento paralelo de las
importaciones que anularía en gran parte sus potenciales efectos
positivos sobre el crecimiento del producto o terminaría ahogándolos.
Sin modernización de la oferta productiva, los logros exportadores
que pudieran conseguirse no permitirían recuperar los empleos y
actividades que se han perdido ni contribuirían a reducir hasta niveles
asumibles los desequilibrios de las cuentas exteriores. En definitiva,
no serían suficientes para salir de la crisis pero se bastarían para
empobrecer a la mayoría e incrementar las desigualdades sociales y
territoriales.
EconoNuestra
http://econonuestra.org/index.php?option=com_content&view=article&id=319:ipueden-las-exportaciones-sacarnos-de-la-crisis-&catid=50:a-fondo&Itemid=78
No hay comentarios:
Publicar un comentario