La estructura impositiva de España (la forma a través de la cual el
Estado obtiene ingresos) es profundamente injusta. A pesar de que el
sistema tributario español fue diseñado para respetar los principios de
justicia y equidad, las reformas legislativas de los últimos años y
otras particularidades propias de la globalización económica han
deteriorado ampliamente el procedimiento por el que los agentes
económicos pagan sus impuestos hasta dejarnos un sistema fiscal
altamente injusto e ineficaz. Mientras que sobre el papel consta que
disfrutamos de un Estado que recauda impuestos de manera justa y
adecuada (esto es, de forma que los que más tienen más paguen), en la
práctica esos atributos están muy lejos de cumplirse. Veamos ahora por
qué ocurre esto.
Comencemos analizando los diferentes tipos de impuestos que existen y
su importancia en cuanto a recaudación. En el siguiente gráfico se
muestra el peso de los distintos impuestos sobre el total recaudado.
El impuesto más importante y del que más dependen los ingresos es el Impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas (IRPF),
que supone el 40% de todos los ingresos del Estado. Éste es un impuesto
en teoría progresivo (es decir: justo, porque pagan más los que más
renta tienen), pero que en la práctica -por una serie de características
que enseguida comentaremos- no presenta los requisitos de progresividad
que lo habrían de convertir en un impuesto justo y adecuado.
El segundo impuesto con más peso es el Impuesto sobre el Valor Añadido (IVA),
que recauda el 22% de los ingresos al Estado. Este impuesto se basa en
el consumo y es profundamente regresivo (injusto), porque paga lo mismo
un multimillonario que una persona sin ingresos. Exactamente lo mismo
ocurre con los Impuestos Especiales, que suponen el 12%
de todos los ingresos. Los impuestos especiales son impuestos al
consumo para determinados productos (como alcohol, tabaco, carburantes,
etc), y son tan regresivos como el IVA porque todos los consumidores
pagan lo mismo independientemente de su renta.
El tercer impuesto en peso es el Impuesto de Sociedades,
que grava los beneficios de las empresas y que conforma el 13% de todos
los ingresos. Este porcentaje es menor del que debería ser, puesto que a
pesar de que las grandes empresas deberían pagar el 30% de sus
beneficios y las pequeñas y medianas empresas el 25%, Hacienda solo ingresa el 9,9% de las ganancias empresariales. Esto es así porque las empresas (principalmente las grandes) encuentran numerosas vías legales (y también ilegales) para evadir impuestos.
Ahora detengámonos un poco en el impuesto que tiene más peso: el
IRPF. Éste grava la rentaobtenida por las personas físicasresidentes en
España, y recoge tres formas diferentes de obtener renta: 1)
Rendimientos del trabajo, que es la renta obtenida por los asalariados;
2) Rendimientos de capital, tanto mobiliario (por ejemplo los dividendos
de unas acciones) como inmobiliario (renta obtenida por alquilar un
bien inmueble); y 3) Rendimientos de actividades económicas, que es la
renta obtenida por los pequeños empresarios, autónomos y profesiones
liberales.
Pues bien, tal y como se puede observar en el gráfico siguiente, el
85% de toda la recaudación del IRPF se basa sobre las rentas del trabajo
(es decir, la población que trabaja y está en nómina), mientras que las
rentas del capital y de actividades económicas aportan solo el 15%.
Lo anterior quiere decir que la cuantía recaudada por el IRPF en
España queda explicada casi en su totalidad por los impuestos que pagan
los trabajadores asalariados. Y esto no se justifica solo porque el
número de asalariados sea mayor que el número de personas que tienen
rentas del capital (que lo es), sino porque los rendimientos del trabajo
tributan a tipos superiores a los de la renta del capital. En efecto,
las rentas derivadas del capital tributan
en la práctica solo el 10%, mucho menos que el promedio de lo que pagan
las rentas del trabajo (entre un 28% y un 32%). La explicación a este
fenómeno la encontramos atendiendo a dos particularidades: por un lado,
los legisladores españoles consideran que los asalariados deben pagar
más por su renta que aquellos que tienen rendimientos del capital, y eso
les ha llevado a incrementar durante los últimos años la diferencia
entre ambos tipos de renta: entre 2000 y 2009 los impuestos que pagan
las rentas del trabajo han aumentado
un 5,4%, mientras que los que pagan las rentas que obtienen los
capitalistas han disminuido en un 15,9%. Por otro lado, las rentas del
capital son mucho más flexibles que las del trabajo, por lo que sus
poseedores pueden acogerse a numerosas artimañas fiscales para tributar
en menor cuantía; algo que resulta imposible para los asalariados.
Esta distinción de tipos impositivos obviamente beneficia a las
personas que obtienen rentas de capital, ya que acaban pagando menos
impuestos –proporcionalmente- que los trabajadores por cuenta ajena. Y
curiosamente (o no) estas personas son las más adineradas: la mayor
parte de los ingresos que declaran las rentas altas en el IRPF procede
de rentas del capital y solo el 28% del trabajo. En otras palabras, el
dinero que obtienen las personas más ricas proviene fundamentalmente de
las actividades de capital (que tributan mucho menos que las actividades
laborales). Y al contrario, las personas con menor renta ganan dinero
fundamentalmente a través del rendimiento de su trabajo (que tributa
mucho más que la renta del capital). Como consecuencia, de todos los
declarantes del IRPF los más ricos terminan pagando menos impuestos -en
proporción- que los de renta media.
Es tan absurdo este sistema que se da el caso de que en España las
personas que cobran más de 600.000 euros pagan en la práctica el 27′4%
de lo que ganan y los que cobran 120.000 euros pagan el 30′2%. Es decir,
los primeros pagan menos proporcionalmente que los segundos a pesar de
ganar muchísimo más dinero. Y este fenómeno ha sido intensificado
durante los últimos años: lo que pagan realmente las clases medias ha disminuido en los últimos 15 años un 2,3%, frente a la rebaja del 37,6% para las rentas más altas.
Todo ello hace que el IRPF no sea un impuesto progresivo, a pesar de
haber sido diseñado para serlo. La realidad no se corresponde con la
teoría: el IRPF no es el impuesto justo que debería ser.
Recapitulemos. El estado español tiene un sistema impositivo injusto principalmente por las tres razones siguientes:
1) Un 34% de todo lo recaudado proviene de impuestos muy regresivos
(un 22% de IVA y un 12% de Impuestos Especiales), por el que los
consumidores pagan lo mismo independientemente de su renta. No es justo
que un multimillonario pague lo mismo que una persona sin recursos.
2) Un 44% de todo lo recaudado proviene del IRPF, que a pesar de ser
un impuesto teóricamente progresivo, en la práctica no lo es. No es
justo que una persona de renta alta pague menos proporcionalmente que
uno de renta media.
3) Solo un 13% de todo lo recaudado proviene del Impuesto de
Sociedades. No es justo que las 10 mayores empresas del IBEX, que
obtienen desorbitados beneficios, terminen pagando en torno a un triste 17% mientras las pequeñas y medianas empresas pagan aproximadamente el 23%.
En España las grandes fortunas y las grandes empresas pagan
proporcionalmente menos impuestos que las clases medias, y así seguirá
ocurriendo mientras este sistema impositivo no se vea profundamente
modificado.
Eduardo Garzón
Saque de Esquina
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