Ante la situación de crisis que vivimos en los últimos años,
repetitivamente nos ofrecen, como única y posible salida, los programas
de austeridad, que incluyen el objetivo de reducción a cualquier precio
del déficit y el pago de la deuda que crece día a día. Machaconamente,
los gobernantes de turno, nos dicen que no hay más opciones. Sin
embargo, nos mienten con cierta y descarada alevosía. Hagamos un somero
repaso de algunas alternativas posibles; no quiméricas, ni tan siquiera
utópicas, sino plenamente factibles hasta el punto de que se están
aplicando desde hace años en la mayoría de los casos.
En diferentes,
aunque minoritarios espacios, se habla en los últimos tiempos, de la
que podríamos denominar como “salida islandesa” a la crisis. La
situación que se produce en Islandia, en los momentos más álgidos de
ésta, se caracteriza básicamente por el desplome de la moneda, la
suspensión de la actividad bursátil y la quiebra de los bancos. Todo
esto lleva al país a declararse prácticamente en bancarrota y a la caída
vertiginosa de uno de los niveles de desarrollo humano más alto del
mundo hasta esas fechas. La respuesta de la población no se hace esperar
y se fuerza la dimisión del gobierno y la convocatoria de nuevas
elecciones. Otras medidas tomadas, pasan por la exigencia de
responsabilidades a las élites financieras y políticas del país
(incluyendo detenciones y encarcelamientos); la negativa a asumir la
enorme deuda contraída por esas élites gobernantes; y la investigación
profunda sobre las causas y responsables de la crisis. La banca es
nacionalizada y se establece el referéndum como mecanismo para
decisiones económicas cruciales, como ejercicio real de la democracia
participativa. Por último, y también en línea con lo anterior, se
redactará una nueva constitución política del estado bajo control
ciudadano. Con este protagonismo de la población, como sujeto político
que toma decisiones (democracia participativa) y en contra de la clase
política y económica tradicional que abocó al país a la bancarrota, hoy
Islandia está saliendo de la crisis política, institucional, social y
económica. Subrayamos el enorme interés de las clases políticas y
económicas tradicionales europeas, así como de los grandes medios de
comunicación, por ocultar esta vía islandesa.
Una segunda opción
sería la “salida americana”. Pero no nos referimos, como algunos puedan
suponer, a los EE.UU. (al famoso “american way of life” donde el
individualismo y los intereses del mercado están por encima de todo y de
todas/os), sino a la encarnada por un número importante de países
latinoamericanos. Históricamente, se ha despreciado desde un
convencimiento de superioridad y mucha prepotencia a este continente,
considerándolo como patio trasero de las antiguas y nuevas metrópolis,
ya hablemos del estado español o de los EE.UU. Desde esa actitud,
claramente reflejada por ejemplo en la mayoría de los medios de
comunicación españoles, se consideraba hace unos años que estos países,
presa del populismo y la demagogia e irresponsabilidad de los nuevos
caudillos, se hundirían rápidamente llevándose consigo la economía del
continente. Igual ocurriría con lo que denominaban como jóvenes
transiciones democráticas (según el modelo español) después de años de
dictaduras. Sin embargo, en los años posteriores y hasta el día de hoy,
precisamente las pruebas evidentes indican justo lo contrario. Los
índices de crecimiento económico se disparan en América Latina, mientras
se atrofian definitivamente en Europa. Pero lo mismo pasa con otros
índices que podríamos definir como políticos, sociales y culturales; la
ventaja de América aumenta ostensiblemente. En lo político se teorizan y
se ponen en práctica nuevas estructuras político-institucionales como
el estado plurinacional, avanzando en el reconocimiento de los derechos
colectivos de los pueblos; se profundiza desde las nuevas constituciones
en mecanismos que avanzan en la democracia participativa, donde la
población tenga más poder que el otorgado por la simple papeleta
electoral cada cuatro años. En lo social se revisan, en autocrítica
continua, los postulados racistas y patriarcales para alcanzar
sociedades más justas y equitativas y eliminar, entre otras, la
discriminación y violencias contra las mujeres u otros sectores. En lo
cultural se abren espacios para el reconocimiento de la diversidad (con
incidencia directa también en lo político y social), para nuevos caminos
en la expresión personal y artística.
En el campo económico,
los cambios en estos últimos años son radicales en su profundidad y
radicales igualmente en su diferencia con respecto a las medidas que se
toman en Europa frente a la crisis. El refortalecimiento del papel del
estado en la planificación es evidente y permite un mayor control sobre
las élites económico-financieras y sus actuaciones especulativas, además
de planes cuyos beneficios alcancen a mayor número de población. Se han
producido importantes nacionalizaciones de sectores estratégicos que
estaban en manos de capitales extranjeros y privados y que sus
beneficios no repercutían sobre la población. Este proceso ha permitido
aumentar los presupuestos del estado, eliminando el déficit y, sobre
todo, orientando y aumentando la inversión hacia los sectores sociales,
especialmente, la educación y sanidad. Esto está permitiendo avances que
no se habían producido nunca bajo las políticas neoliberales; al
contrario, con éstas es ahora en Europa donde estamos asistiendo a
recortes brutales que niegan ya el carácter universal de la educación y
salud que se había alcanzado en el viejo continente. En definitiva, en
América Latina los recortes se centran en los privilegios y no en los
derechos; en Europa las élites toman el camino contrario.
Por
otra parte, y sintiéndola más cercana, está la “salida griega y
portuguesa” a la crisis, impuesta por los poderes económico-financieros
europeos a estos países. Conocemos sus consecuencias inmediatas:
empobrecimiento acelerado de la población, precarización absoluta de la
vida, pérdida de derechos laborales, sociales y políticos y, proceso de
desaparición de la clase media que, mayoritariamente, va engrosando ya
la clase baja. Sociedades del bienestar que se habían creído alejadas de
las situaciones que este trasvase implica (aunque la clase baja nunca
desapareció), despiertan en la nueva pesadilla que empuja a cada vez más
capas sociales hacia condiciones de pobreza. Mientras, unos pocos
siguen aumentando exponencialmente sus ingresos y privilegios, y la
brecha con los anteriores es cada vez más parecida a un insaciable
precipicio. El estado, al servicio de bancos y grandes intereses
económico-financieros, se atrinchera en medidas de austeridad y de más y
más recortes con la disculpa de disminuir el déficit, pero con el
objetivo de acabar con todo lo que fue el llamado estado del bienestar y
los derechos en él conseguidos, aunque éste nunca supusiera un
verdadero estado de justicia e igualdad para todas las personas. Es
decir, lo descrito anteriormente, se traduce en medidas de ajuste
estructural, liberalización y privatización de los sectores
estratégicos, limitación y reducción de derechos laborales y sociales,
mayor desigualdad en el reparto de la riqueza, pérdida de capacidad de
decisión política como personas y como pueblo; todo ello, afectando a la
mayoría de la población y abocando a una parte, cada vez más grande de
ésta, a la precariedad, la pobreza y la miseria.
Entonces, si de
una parte, se conocen las causas, los responsables y los efectos y
consecuencias de la crisis y, de otra parte, se conocen otras
alternativas posibles, por qué la clase política tradicional sigue
optando por asumir la salida griega y portuguesa con sus graves
consecuencias para la mayoría de la población. Esa es la pregunta. La
respuesta, seguramente, tiene que ver con que no es la clase política la
que en realidad manda y su capacidad está supeditada (cordialmente
sumisa, con su acuerdo) a la élite económico-empresarial y financiera, a
los mercados (consejos de dirección y de administración de las grandes
empresas y de la banca). Articulan medidas que saben agravan la crisis
para que con la disculpa de ésta se puedan seguir eliminando derechos
adquiridos por la lucha de décadas. El recientemente fallecido
historiador británico Eric Hobsbawm definió en pocas palabras los
objetivos últimos que pretenden con “las salidas” a la crisis que están
articulando estas élites económicas y políticas. En sus palabras:
“Detrás de los distintos recortes que se sugieren en este momento, y que
tienen la justificación de librarse del déficit, claramente parece
haber una demanda ideológica sistemática de deconstruir, semiprivatizar,
los viejos acuerdos, ya se trate del sistema de pensiones, la
asistencia social, el sistema escolar o incluso el de la salud”.
Dicho
con otras palabras, también ya escuchadas en muchos espacios de
protesta, se pretende mantener la economía y la política al servicio de
los mercados y no al de las personas y pueblos. Por lo tanto, la otra
pregunta importante entonces es: ¿ante las salidas y alternativas
descritas para la crisis, cerraremos los ojos y permitiremos que nos
sigan imponiendo la “griega y portuguesa” o, por el contrario, tomaremos
consciencia de nuestras capacidades, derechos y poder, y articularemos
otras opciones, otros caminos propios, tal y como están haciendo
distintos pueblos en Islandia o en América Latina?
Jesus González Pazos. Miembro de Mugarik Gabe
Rebelión
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