El título de esta contribución puede parecer a algunos extraño, pues no
creo que la palabra "teología" se haya unido con frecuencia a la palabra
economía en el marco de estas charlas, para otros puede resultar
incluso irritante, pues "con la que está cayendo" resulta casi una
provocación dedicarse a estas abstracciones. Sin embargo, la crítica de
la economía que hoy proponemos tiene mucho que ver con formas de crítica
práctica del orden existente como la que han protagonizado Juan Manuel
Sánchez Gordillo y otros compañeros del SAT en estos últimos días y con
todas las demás formas de apropiación de los comunes por parte de la
multitud que se han sucedido últimamente. La crítica de la economía
capitalista es efectivamente una crítica de la propiedad, no sólo de la
propiedad privada, sino de la propiedad en general, incluida la
propiedad pública estatal. Ahora bien, una crítica general de la
propiedad en el marco de nuestra civilización es algo sencillamente
inadmisible. El capitalismo se basa en el individualismo posesivo, es un
orden social basado en la existencia de individuos aislados que sólo se
relacionan entre ellos a través del intercambio de propiedades. En ese
tipo de sociedad el individuo lleva, según sostenía Marx, sus relaciones
sociales "en el bolsillo" pues sus relaciones con los demás siempre
están mediadas por ese instrumento del intercambio por excelencia que es
el dinero. Vivimos en una sociedad que el poder existente intenta
constituir como una sociedad de individuos aislados y propietarios. En
este tipo de sociedad basada en la propiedad muchos consideran "una
barbaridad" que un grupo de personas expropie alimentos en los
supermercados para entregárselos a personas necesitadas. Es también esta
sociedad la que nos hace ver como una evidencia incontrovertible que
"hay que pagar sus deudas", por mucho que ello suponga la pérdida de la
libertad, la hacienda y la dignidad. Una sociedad de individuos aislados
es una sociedad basada en el intercambio, en la cancelación de toda
deuda mediante la entrega de un equivalente. Ahora bien, es eso
realmente una sociedad? Cuando se salda una deuda, se acabó toda
obligación hacia el otro, en último término, se acabó el vínculo social.
En cierto modo, una sociedad de mercado es lo contrario de una
sociedad.
En este tipo de sociedad, a todos nos parece evidente que existe una esfera económica, incluso que la economía es la instancia que determina el conjunto de la vida social. Esta concepción suele incluso -erróneamente- asociarse al marxismo, ignorando que la obra de Marx es una crítica de la economía política y no una versión mejorada de esta. La ideología dominante del capitalismo queda excelentemente expresada en la famosa frase del presidente Clinton con la que pretendió justificar el abandono de su política social: "It"s economy, stupid!" (¡Es la economía, estúpidos!).
En este tipo de sociedad, a todos nos parece evidente que existe una esfera económica, incluso que la economía es la instancia que determina el conjunto de la vida social. Esta concepción suele incluso -erróneamente- asociarse al marxismo, ignorando que la obra de Marx es una crítica de la economía política y no una versión mejorada de esta. La ideología dominante del capitalismo queda excelentemente expresada en la famosa frase del presidente Clinton con la que pretendió justificar el abandono de su política social: "It"s economy, stupid!" (¡Es la economía, estúpidos!).
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Sin embargo, la idea de una economía en el sentido moderno, como
instancia auto-regulada de la vida social diferenciada de la política o
de la ideología, sólo aparece muy tardíamente, en el siglo XVIII. La
mayoría de los periodos históricos anteriores nunca pensaron la economía
en este sentido. El propio término "economía" tiene una historia
peculiar: en la Grecia antigua se refiere a la gestión de la casa y de
la familia como unidad de producción y de consumo, pero también en todos
sus demás aspectos como la buena gestión de los esclavos, los niños,
las mujeres etc. A diferencia de la economía actual que tiene una
dimensión social, la economía antigua es una realidad privada. La
economía no es un elemento ni un objeto de la política, sino la base que
permite a un individuo ser ciudadano. La política no trata de
cuestiones "económicas", pues estas son exclusivamente privadas: la
expresión "economía política" en la Grecia antigua, habría sido
percibida como intrínsecamente contradictoria. Este significado del
término "economía" desaparece junto con el régimen social de la ciudad
antigua, pero permanece como término técnico de la teología. La
economía, en este sentido, guarda relación con el misterio de la
salvación: su momento central es la encarnación de Dios en el hombre que
es Jesucristo y que Gregorio de Nisa presenta como un auténtico ardid
de pescador: "la divinidad, a fin de ofrecer una presa fácil a quien
buscaba su ventaja en el rescate que exigía a cambio de nosotros, se
escondió en el envoltorio de nuestra naturaleza de modo que, tal como
ocurre con los peces voraces, el anzuelo de la divinidad fuese tragado
junto con la carne que servía de cebo; de este modo, al ir a
establecerse la vida en la muerte y al ir la luz a brillar en las
tinieblas, desaparezca lo que se considera opuesto a la vida y a la luz"
(Gr. de Nisa, Discurso catequético, XXIV, SC 453). La economía
es la progresiva revelación de Dios en la historia de la humanidad,
revelación a la que se opone la presencia en el mundo del mal y del
pecado. Como afirma Juan Crisóstomo "el diablo pone un empeño
encarnizado en destruir esta fe entre los hombres, pues sabe que si
dstruye la fe en la economía, la mayoría de las realidades que nos
conciernen desaparecerá" (Juan Cris. Sobre la Igualdad del Padre y del Hijo).
Hay una economía de Dios que nada tiene que ver con la gestión de una
hacienda privada, sino con el gobierno del universo y de los hombres
orientado a la realización de un plan de salvación. La economía divina
no es un gobierno directo mediante una revelación de la voluntad y de la
ley del creador que actuaría como soberano del universo, sino un
gobierno indirecto que se apoya en el deseo y las pasiones de los
hombres y se sirve incluso del mal como medio de realización de la
salvación en un mundo dominado por el pecado. Los padres de la Iglesia
que desarrollaron esta teoría de la economía se refirieron con cierta
frecuencia a la acción de Dios como a la de "una mano invisible" que
consigue sus objetivos por vías indirectas y secretas en un mundo donde
los hombres, movidos por su deseo y sus pasiones, creen ser enteramente
libres y artífices de su destino. Así, Agustín de Hipona afirmará en la Ciudad de Dios
(XII, 23) que "La mano de Dios es la potencia de Dios capaz de realizar
lo visible de una forma invisible." La economía ha pervivido en la
teología bajo el nombre de teodicea o justificación de Dios: gracias al
concepto de economía era posible explicar a la vez la omnipotencia
divina y la existencia necesaria del mal, pues el mal se presentaba como
un instrumento de la salvación.
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Esta concepción resucitará en el siglo XVIII en un contexto que no se
presenta ya como teológico. Se trata del momento en que el Estado
absolutista se ve ante la necesidad de tomar en consideración las nuevas
realidades de una sociedad comercial desplegada en su territorio. Ante
la complejidad de una población que ya no está mayoritariamente sometida
al orden feudal y, cada vez más se ve integrada en relaciones
mercantiles, se plantea el problema de su gobierno. Dos modelos
contrapuestos se propusieron como solución: o bien un desarrollo
ilimitado del poder legal del soberano, que gobernaría la complejidad
mediante una gran profusión de normas y de procedimientos destinados a
hacerlas cumplir, o bien un gobierno indirecto de esta nueva realidad
basado en el conocimiento de sus mecanismos de funcionamiento, en el
desarrollo de un saber sobre la población, sus deseos, sus ambiciones y
el modo en que estos se materializan en relación con la riqueza, su
producción y su distribución y reparto. Ante el gobernante absolutista
se presentan, pues, dos modelos: por un lado, el Estado policial (Polizeistaat) y la ciencia que lo acompaña, la "Polizeiwissenschaft"
o ciencia de la policía, por otro, un modelo basado en el conocimiento
por parte del soberano de las leyes de la economía y la consiguiente
restricción de su acción de gobierno directo. Para los fisiócratas, los
primeros economistas políticos, la economía se presenta como un
"gobierno natural", un gobierno de la naturaleza contrapuesto al
gobierno legal del soberano y al que el propio soberano debe plegarse.
Por otra parte, el soberano que conoce estas leyes puede y debe legislar
para imponer su respeto. El despotismo del monarca absoluto se
convierte en un despotismo basado en la "verdad", en la "evidencia". La
economía es la base de un despotismo donde el poder se oculta y se
presenta a sí mismo como un saber. Lo que cabe destacar aquí es que el
término "despotismo" que adquirirá posteriormente una connotación
negativa es reivindicado por estos autores en un sentido positivo. Su
modelo es China, la sociedad de mercado que, en el siglo XVIII había
conocido una "revolución industriosa", una revolución industrial de base
familiar y comunitaria sin expropiación masiva de los trabajadores.
Quesnay, el fundador de la escuela fisiocrática escribirá un elogio del
Despotismo de China caracterizando el gobierno de ese país como un
gobierno moral basado en la "ley natural".
La expresión "mano invisible" aparece en el liberalismo clásico en la obra de Adam Smith para quien el bien moral se abre paso a través de las pasiones humanas. Como afirma en su Teoría de los sentiemientos morales: "una mano invisible parece forzar a los ricos a concurrir a la misma distribución de las cosas necesarias para la vida que habría tenido lugar si la tierra hubiera sido entregada en la misma proporción a todos sus habitantes; de este modo, sin tener intención de hacerlo, sin saberlo siquiera, el rico sirve al interés social y a la multiplicación de la especie humana" (Teoría de los sentimientos morales). Esta temática regeresará en la Riqueza de las naciones: "No esperamos obtener nuestra cena merced a la benevolencia del carnicero, del tendero o del panadero, sino del cuidado que prestan a sus propios intereses. No nos dirigimos a su humanidad, sino a su egoismo, y nunca les hablamos de nuestras necesidades, sino siempre de su beneficio." Podemos hoy apreciar en qué medida este planteamiento resulta perfectamente utópico cuando se nos dice que un aumento del beneficio del capital financiero a costa de las necesidades materiales de la mayoría social redundará en interés del conjunto de la sociedad....
La expresión "mano invisible" aparece en el liberalismo clásico en la obra de Adam Smith para quien el bien moral se abre paso a través de las pasiones humanas. Como afirma en su Teoría de los sentiemientos morales: "una mano invisible parece forzar a los ricos a concurrir a la misma distribución de las cosas necesarias para la vida que habría tenido lugar si la tierra hubiera sido entregada en la misma proporción a todos sus habitantes; de este modo, sin tener intención de hacerlo, sin saberlo siquiera, el rico sirve al interés social y a la multiplicación de la especie humana" (Teoría de los sentimientos morales). Esta temática regeresará en la Riqueza de las naciones: "No esperamos obtener nuestra cena merced a la benevolencia del carnicero, del tendero o del panadero, sino del cuidado que prestan a sus propios intereses. No nos dirigimos a su humanidad, sino a su egoismo, y nunca les hablamos de nuestras necesidades, sino siempre de su beneficio." Podemos hoy apreciar en qué medida este planteamiento resulta perfectamente utópico cuando se nos dice que un aumento del beneficio del capital financiero a costa de las necesidades materiales de la mayoría social redundará en interés del conjunto de la sociedad....
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Esta idea de una realidad económica "natural" que se impone a la
decisión política y que el gobernante debe hacer respetar sobrevive en
el liberalismo. El liberalismo, a través de las distintas teorías de la
autorregulación y de la mano invisible, nos presenta la economía como un
poder natural que prima sobre el poder legal. Del mismo modo que el
poder soberano de Dios quedaba, en los Padres de la Iglesia,
invisibilizado en favor de un proceso complejo regido de manera
indirecta, el poder del monarca absolutista también desaparece en parte
en favor de una economía que se gobierna a sí misma y que determina los
límites y el contenido de la acción legislativa del soberano. El poder
soberano queda así reducido, en teoría, a un papel mínimo, de mero
vigilante de un proceso que no requiere de su intervención. Sin embargo,
el mercado generalizado, aquél en el que no sólo se intercambian
mercancías materiales sino también esa mercancía muy peculiar que es la
capacidad física e intelectual humana de trabajar, la fuerza de trabajo,
ha requerido y requiere a diario una constante intervención del poder
soberano que garantice la reproducción de las condiciones de existencia
de este mercado: 1) disponibilidad de capitales libres, 2) trabajadores
libres (expropiados), 3) condiciones de libertad y seguridad jurídicas
(libertad, igualdad, propiedad).
La aparente "naturalidad" de las relaciones económicas es así el resultado de una creación permanente de sus condiciones de existencia por el poder estatal. Estado y mercado no se oponen, como sostiene la corriente aún mayoritaria del pensamiento de la izquierda, sino que constituyen el par complementario de la dominación política moderna. El Estado constituye y reproduce, en último término mediante la violencia, las condiciones de funcionamiento del mercado como institución central de la "autorregulación" de la economía. El Estado crea y reproduce violentamente la existencia de trabajadores libres y de capitales con libertad de circulación. En el primer caso, mantiene mediante un entramado legal y represivo la separación de los trabajadores respecto de los medios de producción, en otros términos, su separación respecto de los comunes productivos. En el segundo caso, permite la convertibilidad del dinero en cualquier tipo de mercancía, incluida la mercancía fuerza de trabajo que permite producir valor añadido, plusvalía. Gracias a esta libre convertibilidad del dinero en mercancías diversas combinadas entre sí como componentes del capital, es posible que las condiciones de trabajo y de existencia de los trabajadores se les lleguen a presentar a estos como una realidad enteramente exterior que los domina. La autorreproducción del capital es así la base de la concepción de una esfera económica que se autorregula y determina las demás instancias de la vida social.
La aparente "naturalidad" de las relaciones económicas es así el resultado de una creación permanente de sus condiciones de existencia por el poder estatal. Estado y mercado no se oponen, como sostiene la corriente aún mayoritaria del pensamiento de la izquierda, sino que constituyen el par complementario de la dominación política moderna. El Estado constituye y reproduce, en último término mediante la violencia, las condiciones de funcionamiento del mercado como institución central de la "autorregulación" de la economía. El Estado crea y reproduce violentamente la existencia de trabajadores libres y de capitales con libertad de circulación. En el primer caso, mantiene mediante un entramado legal y represivo la separación de los trabajadores respecto de los medios de producción, en otros términos, su separación respecto de los comunes productivos. En el segundo caso, permite la convertibilidad del dinero en cualquier tipo de mercancía, incluida la mercancía fuerza de trabajo que permite producir valor añadido, plusvalía. Gracias a esta libre convertibilidad del dinero en mercancías diversas combinadas entre sí como componentes del capital, es posible que las condiciones de trabajo y de existencia de los trabajadores se les lleguen a presentar a estos como una realidad enteramente exterior que los domina. La autorreproducción del capital es así la base de la concepción de una esfera económica que se autorregula y determina las demás instancias de la vida social.
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Una crítica coherente del capitalismo no puede consistir en una defensa
del Estado frente al mercado, sino en la afirmación de lo que tanto el
mercado como el Estado ignoran y procuran liquidar: la esfera de los
comunes o, en otros términos, de una relación social permanente que no
se reduzca al intercambio. Los comunes productivos son todos aquellos
recursos necesarios para la reproducción de la vida humana y de sus
condiciones que se encuentran disponibles para todos: el lenguaje, la
capacidad comunicativa y afectiva, el conocimiento, pero también los
recursos naturales como el agua, el aire, la tierra, el mar. Se trata de
realidades esenciales para la producción material e inmaterial que no
pueden sin deterioro ser objeto de propiedad. La propiedad es un ius utendi atque abutendi,
un derecho exclusivo de usar y abusar, un derecho por consiguiente de
destruir la cosa y de privar a otros de su acceso a ella. Si se someten a
derechos de propiedad los comunes, estos se atrofian. Su uso colectivo
basado en el libre acceso no sólo permite impedir esta posible
destrucción, sino incluso aumentarlos y desarrollarlos. Nada aumenta más
el conocimiento que el libre acceso a este por parte del mayor número y
nada ha destruido más eficazmente los entornos naturales que su
conversión en propiedad privada. Y es que los comunes no nos
pertenecen: el libre acceso a ellos se basa más bien en el hecho de que
pertenecemos a los comunes, que la vida humana existe en un marco social
y natural mínimo del que no puede separarse. Los comunes como tales
están más allá de la propiedad, pero no sólo de la privada, sino también
de la pública. Hoy, los Estados que deberían tutelar bienes comunes
como la salud y la educación, la comunicación y el transporte, tratan a
estos como una propiedad privada. Esto se debe a que la propiedad
pública estatal también es una forma de expropiación de los comunes por
la cual lo que es de todos se presenta como algo que no es de nadie. La
propiedad pública estatal puede impedir el acceso a los comunes tanto
como cualquier propiedad privada; puede incluso convertirse en un medio
de expropiación de los comunes. Es lo que se vio en los labores del
capitalismo con la desamortización de las tierras "baldías" o comunales o
lo que hace pocos años se pudo presenciar en la liquidación del
socialismo yugoslavo cuando los Estados tuvieron que nacionalizar los
bienes de las cooperativas autogestionadas para privatizarlos
inmediatamente después.
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La economía que se nos presenta como una fuerza gigantesca y ajena, como
un límite permanente a nuestra libertad no es la única posible: es
posible pensar y practicar una economía en la cual la dimensión
colectiva no nos sea algo ajeno en manos de un patrón privado o de un
Estado, sino aquello que constituye la condición indispensable de
nuestra capacidad de producir. Es necesario pensar una nueva economía
libre de las raíces teológicas de la disciplina e integrada en la
historia real para salir de la conjunción poder soberano/economía, en
otras palabras, del laberinto liberal en el que la izquierda está presa.
Todo esto requiere toda una serie de cambios muy profundos, un
auténtico proceso constituyente capaz de crear auténticas instituciones
de lo común y una democracia que no se presente como un modo de
organización de un poder separado, de un poder de Estado.
John Brown
Iohannes Maurus
Domingos de economía en El Retiro (12 de agosto)
Vídeo completo de la intervención: http://vimeo.com/47463282
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