Se avecinan cambios radicales. Gracias a las posibilidades de
participación no presencial en pocos años tendremos unas democracias
firmes y eficientes en cuyo contexto empezará a emerger el mundo que
anhelamos.
Para establecer desde ahora los posibles escenarios del mañana –la
anticipación es componente esencial de las cualidades que distinguen a
la especie humana- es necesario disponer de criterios muy claros y
precisos en relación a la “calidad de vida” en las distintas partes del
mundo, de tal modo que los diseños del futuro representen exactamente lo
que deseamos construir.
Y uno de los más falaces índices de crecimiento y de satisfacción de
las necesidades básicas es el PIB, porque refleja el crecimiento
económico conjunto pero no el bienestar de los ciudadanos.
Lo que interesa no es saber el “desarrollo” de un país sino cómo se
distribuye, en qué medida llega a cada ciudadano, cuánto beneficia a los
nativos, en qué se invierte…
El Banco Mundial indicó hace poco que Uganda y Ruanda están
incrementando notablemente el PIB, pero no dice que, en buena medida, se
debe al coltán que se explota en la región de los Kivu de la República
del Congo y que, sin beneficio alguno para quienes habitan esta región,
tan rica en este mineral superconductor, se explota y exporta a través
de Kampala y Kigali.
Unos cuantos grandes consorcios y todo el PIB en muy pocas manos…
Los ejemplos son múltiples: en América Latina hay países que han
alcanzado un crecimiento de casi el 10% del PIB… pero el impacto en el
pueblo es muy escaso.
La inflexión histórica que se acerca a pasos agigantados requiere
unos puntos de referencia transparentes y que proporcionen con exactitud
el beneficio social que comportan.
Federico Mayor Zaragoza
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