Los
ajustes estructurales que se vienen aplicando desde 2010 en nuestro país violan
los derechos humanos. No lo denuncian solo los movimientos y organizaciones sociales.
Lo ratifica el Centro por los
Derechos Económicos Sociales y Culturales en su informe de 2012 para
Naciones Unidas: “La crisis económica y las respuestas del gobierno han puesto
en peligro la capacidad de una gran parte de la población para ejercer sus
derechos, especialmente el derecho al trabajo y a unas condiciones laborales
decentes, el derecho a un nivel de vida adecuado y el derecho a una vivienda
asequible”. Lo corrobora también el comisario para los Derechos Humanos del
Consejo de Europa, Nils Muiznieks: “En
España, la austeridad tiene impacto negativo en los derechos humanos”.
Los
recortes en sanidad, educación, dependencia, vivienda, atención a las víctimas
de la violencia machista y otros derechos sociales se producen con la excusa
del déficit y en el marco de un proceso de creciente deuda pública. El pago de
los intereses previstos para 2014 es de 36.590 millones de euros, el 11% del
presupuesto, la segunda partida después de las pensiones. De 2008 a 2012
llevamos gastados 113.156 millones de euros tan solo en intereses. Al mismo
tiempo, los recortes en política sociales
superan los 120.000 millones, si contamos desde 2010 a 2013. La otra cara
de la moneda es el incremento de la pobreza y las desigualdades. La población
en riesgo de pobreza ha aumentado del 19,6% en 2007 al 21,1% en 2011 (cinco
millones de personas).
La
reforma de la Constitución pactada por el PP y PSOE en agosto de 2011 entra en
plena contradicción cuando contrastamos el nuevo artículo 135.3 (que garantiza
que el pago de la deuda y sus intereses gozarán de “prioridad
absoluta”) con los artículos de su Título Primero (De
los derechos y deberes fundamentales), en el que se recogen el derecho a la
educación, a la salud, a una vivienda y, en definitiva, a una vida digna, entre
muchos otros. El artículo 135.3 también establece que la deuda no podrá “ser
objeto de enmienda o modificación”.
Se
blinda así el pago de la deuda presentando los recortes en políticas sociales
como un mal necesario para “tranquilizar” a los mercados y a la comunidad
internacional (léase, la Troika) y “cumplir” con la constitución. Y de esta
forma se perpetúa la violación de los derechos humanos, incumpliendo con la
obligatoriedad de todo Estado de protegerlos y garantizarlos. La deuda se
vuelve entonces ilegítima y da incluso argumentos
jurídicos para no pagarla si hubiese voluntad política para hacerlo.
Esta
situación no es exclusiva del Estado español. El relator especial de Naciones
Unidas sobre la deuda externa y los derechos humanos afirmó en su informe de
mayo de 2013 que las condiciones de los rescates de la Troika a Grecia
estaban violando los derechos humanos. Y el Consejo de Derechos Humanos
adoptaba hace poco más de un año una “resolución”
en la que afirmaba que “la deuda de los países en desarrollo ha mermado su
capacidad para crear las condiciones que se requieren para el ejercicio de los
derechos humanos, en particular los derechos económicos, sociales y
culturales”.
La
conclusión es clara. Cinco años después del estallido de la crisis financiera,
el Gobierno español –junto al G20, la UE o el FMI- sigue promoviendo políticas
neoliberales injustas que ponen en peligro la garantía de los derechos humanos.
Para encontrar soluciones a la deuda que garanticen la justicia social
necesitamos un cambio de sistema. Respuestas a la crisis que pongan en el
centro el rescate a las personas y no a los bancos y a la industria financiera.
Una regulación estricta del sector financiero con pleno control democrático, de
manera que esté al servicio de la sociedad. Mecanismos que nos sirvan aquí y al
resto de pueblos del mundo que siguen viviendo bajo el yugo de deudas
ilegítimas que perpetúan diferentes formas de violencia y miseria para la
mayoría de la población mundial. Mecanismos que pasen por no pagar las deudas
ilegítimas.
Iolanda
Fresnillo y Tom Kucharz , miembros de la Plataforma
Auditoría Ciudadana de la Deuda ¡No Debemos! ¡No Pagamos!
El País
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