Cuando un país vende productos o servicios a otro país (exporta),
registra una entrada de dinero. Cuando compra productos o servicios a
otro país (importa), registra una salida de dinero. Si las exportaciones
son superiores a las importaciones, entrará al país más dinero del que
saldrá, y por lo tanto tendrá un efecto positivo en términos económicos.
Ésta es una de las estrategias más utilizadas para aumentar la renta
nacional (PIB) de una economía (1). Durante los últimos años, y
especialmente a raíz de la crisis económica, este tipo de estrategia ha
cobrado mucha fuerza en el ámbito europeo. Países como Alemania,
Finlandia, Países Bajos o Austria basan buena parte de su crecimiento
económico en el fomento de las exportaciones.
Existen diversas formas de llevar a cabo esta estrategia exportadora.
Sin embargo, debido a una serie de razones que no voy a explicar aquí,
la opción preferida de los gobernantes actuales es la de bajar salarios
de los trabajadores que producen los bienes exportables, con la
intención de reducir costes y así poder vender el producto más barato en
el extranjero. Esta estrategia es conocida como “devaluación interna”, y
es precisamente la que se recomienda para países como Grecia, España o
Portugal.
Sin embargo, aquellos economistas, gobernantes y contertulios que
defienden esta estrategia de devaluación salarial para fomentar las
exportaciones siempre se olvidan de una cosa: España no es un país
exportador y difícilmente lo podrá ser.
España no es un país exportador porque sólo el 4,35% de las empresas
españolas exportan bienes y servicios al extranjero. Atendiendo a los
datos del Instituto Nacional de Estadística, a 1 de enero de 2013 en España había 3.146.570 empresas. Los datos del Instituto Español de Comercio Exterior
(ICEX) revelan que durante 2012 hubo en España 136.973 empresas
exportadoras. Esto hace que la proporción de empresas que exportaron en
2012 sobre el total no supere el 4,35%. Y si sólo contásemos las
empresas que exportan de manera regular (llevan al menos cuatro años
exportando), esta proporción caería hasta el 1,21%.
Esto quiere decir que por mucho que bajen los salarios a los
trabajadores españoles, los efectos en términos de exportaciones serán
muy limitados. Disminuir el salario de trabajadores que producen bienes
que no se pueden exportar (como trabajadores públicos, informáticos,
arquitectos, panaderos, ingenieros, etc) no tendrá absolutamente ningún
efecto positivo en cuanto a exportaciones. Es más, el efecto agregado
será muy negativo porque reduce la capacidad adquisitiva de la población
y con ella el consumo, que es verdaderamente el principal problema de
las empresas españolas según un reciente informe del Banco Central Europeo.
Los datos de este estudio revelan que los costes salariales no suponen
un problema importante para las pequeñas y medianas empresas, que son
las que generan el 62,9% de todo el empleo en España. Los principales problemas se derivan de la necesidad de encontrar clientes y del acceso a la financiación.
Algo parecido ocurre con las grandes empresas de la zona euro: su
principal problema también es encontrar clientes, y no tener que pagar
salarios elevados (aunque éste sería el segundo problema principal y no
el cuarto como en el caso de las pymes españolas).
Ahora bien, el sector turístico es al fin y al cabo una exportación
de servicios (se prestan servicios a extranjeros, aunque en territorio
nacional) y ello no viene recogido en las estadísticas de empresas
exportadoras. Esta constatación podría ser esgrimida por alguien que
defendiera la reducción salarial como medio para potenciar el
crecimiento económico. Sin embargo, su argumento pierde todo el sentido
cuando comprobamos que el sector de la hostelería es el que presenta los
salarios más bajos
de todos los sectores económicos. La inmensa mayoría de trabajadores
del sector turístico sufren desde hace tiempo unos salarios muy
reducidos. Disminuirlos más, como defienden algunos, no sólo es una
opción limitada al no disponer de mucho más margen, sino que además
resulta absurdo porque los precios en este sector ya son suficientemente
atractivos para los extranjeros. El turismo en España sigue funcionando
bastante bien y si no mejora más su situación no es por culpa de que
existan salarios elevados.
Cabe además echar un vistazo a la distribución geográfica de las
empresas exportadoras, porque no en todas las regiones existe el mismo
perfil exportador. En el siguiente gráfico podemos ver, para cada una de
las comunidades autónomas, la proporción de empresas exportadoras sobre
el total de empresas.
Cataluña es, con diferencia, la comunidad autónoma que más empresas
exportadoras tiene en relación al total de empresas que existen en su
territorio. La Rioja, Navarra, Canarias, País Vasco y la Comunitat
Valenciana también se sitúan por encima de la media. Murcia, Madrid y
Aragón presentan valores inferiores a la media española pero no muy
distanciados de la misma. En cambio, el indicador es muy inferior para
el resto de comunidades. En última posición se encuentra Extremadura,
donde sólo exportan el 1,92% de todas sus empresas.
Por lo tanto, si ya el hecho de reducir los salarios tiene un efecto muy reducido sobre las exportaciones para el caso de la economía española en su conjunto, menor efecto tiene sobre las comunidades que están en las últimas posiciones del gráfico.
Por último, y no por ello menos importante, los bienes que produce (y
que por lo tanto puede exportar) la economía española se caracterizan
por una densidad tecnológica reducida. Los productos de alta tecnología
presentan una proporción muy pequeña (6,82%), mientras que los de rama
tecnológica media-baja y baja alcanzan cotas muy significativas (32,41% y
34,44%, respectivamente).
Puesto que estos productos de bajo componente tecnológico son
precisamente los más fáciles de producir y exportar por otros países, la
economía española se ve obligada a competir con otras muchas economías
del mundo y además fundamentalmente vía precios, y no vía calidad como
ocurre con los bienes de alta tecnología. El resultado es que los
productos españoles son más difíciles de vender en el extranjero que
–por ejemplo– los productos alemanes, caracterizados por una densidad
tecnológica más elevada.
La industria española podría modernizarse y comenzar a especializarse
en productos de mayor gama tecnológica, pero ello supondría una
transformación de gran calado que no sólo requeriría mucho tiempo sino
también un gran esfuerzo por parte del gobierno. Un esfuerzo que, a
tenor de la política económica del actual gobierno, parece imposible que
se vaya a materializar.
Por todo lo presentado estamos en condiciones de afirmar que España
no es un país exportador y que además difícilmente lo podrá ser. En
consecuencia, perseguir el crecimiento económico a través del fomento de
las exportaciones (vía reducción salarial) no es más que una estrategia
suicida que está causando un perjuicio económico-social de gran
envergadura y totalmente innecesario.
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(1): En términos macroeconómicos se visualiza a través de la
siguiente identidad: Y ? C + I + X – M; donde Y es la renta nacional, C
es el consumo, I la inversión, X las exportaciones y M las
importaciones. Como podemos ver, las exportaciones (X) aparecen con
signo positivo, por lo que un aumento de las mismas aumentará la renta
nacional (Y). En cambio, un aumento de las importaciones (M) reducirá la
renta nacional porque aparece en la identidad con signo negativo.
Eduardo Garzón
La Marea
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