Por muchas vueltas que se le de, el indicador más certero de la
profundidad y del daño que está causando una crisis económica es la
desaparición de empresas. No cabe duda de que el aumento del desempleo
es terrible pero incluso éste puede ser temporal y si está protegido no
conlleva grandes caídas subsiguientes en la demanda. Pero cuando
desaparece una empresa no solo se pierde empleo en ese momento sino que
además salta por los aires una fuente futura de creación de puestos de
trabajo, se pierden quizá para siempre recursos físicos, financieros y
humanos y se desperdicia en la mayoría de las ocasiones el esfuerzo de
muchos años y de muchas vidas.
Sean de propiedad privada, social o pública (porque no hay mayor
error que confundirlas con el capitalismo) las empresas son
organizaciones vitales para la satisfacción de las necesidades humanas y
sin las cuales es imposible resolver los asuntos más básicos de nuestra
vida cotidiana.
Por eso, la desaparición en España de más de 200.000 empresas desde
2008 no puede calificarse sino como de auténtica tragedia económica a la
que habría que poner freno cuanto antes si no queremos hundirnos en la
depresión económica y en el empobrecimiento continuado durante muchos
años.
Sin embargo, y a pesar de que todo el mundo se llena la boca de
defensas a la empresa o a los puestos de trabajo, lo cierto es que no
hay institución social más incomprendida ni que reciba más agresiones
por todos lados. Quienes está defendiendo y aplicando las políticas de
austeridad y de recorte de rentas confunden los intereses del conjunto
de las empresas con los de las más grandes, y quienes desde sindicatos u
organizaciones de izquierdas ponen el énfasis en la defensa del empleo
no se suelen dar cuenta de que eso es hoy día imposible sin la
contribución de los miles de pequeños y medianos empresarios que lo
crean en su gran mayoría.
Los gobiernos y la patronal están en manos de las grandes empresas y
de los bancos que están imponiendo políticas que les vienen bien a ellos
pero que literalmente fulminan a las pequeñas y medianas.
A diferencia de lo que ocurre en otros lugares, como en Estados
Unidos, las grandes empresas europeas o están muy desentendidas del
mercado interior o bien tienen un gran poder de mercado (como es el caso
de las que suministran servicios básicos). Son empresas globales que
obtienen la mayor parte de sus beneficios fuera de Europa o que los
tienen garantizados aquí porque disponen de clientes cautivos, que no se
pueden desentender fácilmente de ellas y tienen que aguantar sin
rechistar los precios que imponen. En ambos casos, sus beneficios no
dependen del poder adquisitivo de los europeos y por eso prefieren
políticas que aquí simplemente garanticen los costes laborales e
impuestos más bajos posibles.
Esa es la razón por la que están imponiendo las políticas de
austeridad que se vienen aplicando. Unas políticas (que los economistas
llamamos deflacionarias) que en realidad se viene aplicando en Europa
desde hace muchos años y que son la causa de que aquí haya habido menos
crecimiento y más desempleo que en otros lugares, pero que en los
momentos de crisis actuales es cuando se muestran mucho más dañinas y
contraproducentes.
Las pequeñas y medianas empresas (que en el conjunto de Europa, como
en España, son las que han venido creando más o menos el 80% de nuevo
empleo) no tienen a su alcance el colchón del mercado global, ni tampoco
clientes tan cautivos como las que suministran telefonía, luz, energía u
otros servicios básicos. En su inmensa mayoría viven, por el contrario,
del mercado interno y cuando éste se viene abajo ellas van detrás
enseguida. Muy pocas pueden internacionalizarse porque su negocio es el
que es, atender a la demanda interna.
No quiero decir que no interese fomentar la internacionalización de
las pymes españolas. Simplemente me refiero a que eso no se debe
confundir, como se viene haciendo, con dos errores fatales. El primero,
creer que solo serán competitivas en el exterior las pequeñas y medianas
empresas que operen con trabajadores peor pagados. El segundo, pensar
que a todas las empresas les conviene orientarse al mercado exterior o
que todas van a poder hacerlo para salir de la crisis.
Normalmente, los pequeños y medianos empresarios viven de lo que
gastan sus vecinos o empresas colindantes y si éstos tienen cada vez
menos renta es cuando venden menos y cuando se ven condenadas a cerrar.
Por eso, las políticas que imponen las grandes empresas y los bancos y
que se están traduciendo en un descenso continuado de los ingresos de la
mayoría de la población les resultan fatales.
Si queremos salir de verdad de la crisis sin destruir la economía y
sin empobrecer para muchos años a la sociedad española tenemos que
salvar a las pymes (y me atrevería a decir que, muy en particular, a
las que son propiedad o están dirigidas por mujeres porque tienen
mayores problemas aún), y no a los bancos, a Telefónica, a Repsol y al
resto de las grandes corporaciones que dominan el discurso, las
instituciones políticas y las organizaciones patronales.
No hay nada más perjudicial para los pequeños y medianos empresarios
(además, naturalmente, de para los propios trabajadores) y para el
conjunto de la economía española que propuestas como las que acaba de
hacer la patronal de Ikea, El Corte Inglés, Cortefiel, C&A, Alcampo,
Leroy Merlin y otras grandes empresas de rebajar aún más los salarios.
Responden a un razonamiento económico ciego y troglodita que aumentará
sus beneficios a corto plazo pero que a la postre solo llevará consigo
la desaparición de otros miles más de empresas y la pérdida de muchos
más empleos.
Las pequeñas y medianas empresas que han cerrado en España lo han
hecho por carecer de dos cosas fundamentales: crédito y clientes. No
disponen de financiación porque los bancos que podrían dárselo están
quebrados y utilizan la liquidez y ayudas sin límite que le dan el Banco
Central Europeo y el gobierno para salvar sus muebles y sus beneficios.
Y pierden la clientela porque los trabajadores, y la mayoría de la
sociedad que gasta casi todos sus ingresos en consumo, disponen cada vez
de menos rentas por los recortes que hace el gobierno.
Por eso, para salvar a las empresas que pueden crear empleo (y no
destruirlo como viene haciendo las grandes que imponen las políticas de
austeridad) lo que hay que hacer es lo contrario de lo que se viene
haciendo. Si la banca privada no puede proporcionar crédito porque está
quebrada o usando sus recursos para desendeudarse, el Estado tendría que
garantizarlo como un auténtico servicio público esencial. ¿Se imaginan
lo que hubieran podido hacer los miles de empresarios que han cerrado
con la liquidez y ayudas que se le ha dado a los bancos para que la
desperdicien?
Y para que recuperen sus ventas y el empleo, lo que debe hacerse es
elevar la renta de la población que en lugar de ahorrar y dedicar la
mayor parte de sus ingresos a la especulación financiera los dedica al
consumo. Eso se puede conseguir, por ejemplo, con moratorias en el pago
de hipotecas, con ayudas directas a las familias de menor renta y, en
general, llegando a un pacto de rentas que impida la concentración tan
grande de ingresos que se está dando en los niveles de mayor riqueza.
Entender que la desigualdad creciente es el principal enemigo de los
pequeños y medianos empresarios y de sus negocios no es algo de derechas
o de izquierdas sino de sentido común a la vista de lo que está
pasando.
Quizá no baste solo con eso. Es imprescindible también que la
sociedad entera entienda que los pequeños y medianos empresarios no son
los malos de la película, lo que posiblemente requiera que estos
también comprendan que sus intereses no tienen nada que ver con los de
los grandes oligopolistas que dicen representarlos. La creación de
riqueza orientada a satisfacer nuestras auténticas necesidades y que no
destroce a la naturaleza que necesitamos para vivir es algo bastante más
complejo que lo que refleja la dialéctica maniquea de buenos y malos al
uso. Solo si superamos esta limitación y diseñamos un proyecto social,
económico y político que ponga en primer plano los intereses reales de
la inmensa mayoría de la sociedad y no solo los de quienes están en la
cima podremos alumbrar un camino menos frustrante y más enriquecedor
para todos.
Juan Torres López
Público.es
http://blogs.publico.es/juantorres/2013/01/22/hay-que-salvar-a-la-pequena-y-mediana-empresa/
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