Las crisis del
capitalismo son como el cambio de piel de una serpiente. Cuando el
animal ha crecido, la vieja piel que estorba debe ser abandonada. En los
ofidios, la capa córnea de la epidermis es abandonada como un manto
viejo que conserva la forma de su último ocupante. Pero la operación es
regulada por cambios hormonales endógenos. La vieja camisa queda atrás
como vestigio de una etapa de crecimiento mientras, emerge un animal
revestido de una nueva y más eficaz envoltura.
El capital tiene una gran capacidad de adaptación que le permite
abandonar las obsoletas estructuras epidérmicas cuando ya no le son
funcionales. Por ejemplo, durante los años dorados de expansión
capitalista (1945-1975) el capital no tuvo problema en adaptarse a una
situación de bonanza para la clase asalariada. El aumento de salarios
que acompañó al incremento de productividad sustentó el dinamismo de la
demanda agregada. La inversión tuvo incentivos robustos porque la
demanda se anunciaba estable y fiel. Pero al mismo tiempo el metabolismo
profundo del capital llevó la tasa de ganancia al estancamiento y
después al decrecimiento.
En la década de los años setenta se presentan todas las condiciones
que exigen una muda de piel. El estancamiento en esos años se acompañó
de un proceso inflacionario que el capital identificó como la peor
amenaza. La coyuntura fue aprovechada para transformar el régimen de
acumulación de la posguerra porque el capital ya lo percibía como
obsoleto e incluso peligroso. El objetivo aparente fue terminar con la
inflación, pero la intención era más profunda.
El trabajo es el contrario del capital. Pero mientras el capital
encuentre espacios de rentabilidad adecuados en un esquema de
acumulación apuntalado por una demanda agregada sólida, tolerar al
contrario con salarios al alza no le representó mayor problema. Todo
cambió cuando la tasa de ganancia decreció entre 1966 y 1978. En un
contexto en el que las ganancias sufren, el capital no tuvo empacho en
desmantelar el régimen de acumulación anterior. Para cuando la tasa de
ganancias se recuperó en los años ochenta la serpiente ya ostentaba otra
envoltura.
El explosivo aumento en las tasas de interés decretado por la Reserva
Federal (bajo la dirección de Paul Volcker) en 1979 estuvo dirigido
inicialmente a frenar las presiones inflacionarias. Pero el brutal
incremento en los tipos de interés desencadenó una recesión mundial y
provocó la crisis de la deuda de los años ochenta. Dicha crisis fue
aprovechada para comenzar a cambiar las prioridades de política
macroeconómica y para desmantelar las instituciones que habían sido
funcionales en la posguerra. Muy pronto el capital se percató de que
podía despojarse de la piel que había servido en la posguerra y que
ahora era un estorbo.
La destrucción del estado de bienestar es la muda de piel que
desemboca en el neoliberalismo. El proceso es complejo y ha sido
distinto en cada país y ha estado marcado por las características de su
historia. Por ejemplo, en México la destrucción arranca puntualmente en
1982 al declararse la insolvencia. La destrucción de las instituciones
del Estado mexicano continúa hasta nuestros días. En Estados Unidos se
dejaron en pie muchas instituciones ligadas al régimen de acumulación de
la posguerra pero a partir de 1973 se frenó el aumento de los salarios.
A partir de 1975 el endeudamiento de las familias se convirtió en uno
de los pilares para sostener la demanda agregada y el salario dejó de
ser el referente central para la reproducción de la fuerza de trabajo.
En Europa el proceso arranca en los años noventa. El Tratado de
Maastricht no sólo convirtió a la Comunidad Económica Europea en Unión,
sino que entronizó las prioridades neoliberales en la política
macroeconómica. En 1999 se establece la unión monetaria y se consolida
la victoria del capital financiero. Hoy el afianzamiento neoliberal es
tan completo que puede imponer una gran falsificación histórica: la
crisis financiera del sector privado es presentada hoy como una crisis
de endeudamiento público. Los datos desmienten esta torcida visión de
las cosas, pero los medios moldean la opinión pública a su antojo.
El cambio de piel le permite a la serpiente sobrevivir y crecer. Es
igual con el capital. Pero ¿qué clase de criatura emerge de esta muda de
piel? Por el momento parece ser que el capital financiero seguirá
marcando el derrotero de la política económica. Sus prioridades han
moldeado la respuesta a la crisis. Por un lado la austeridad y la
consolidación fiscal profundizaron la recesión y el desempleo. Por el
otro, la llamada flexibilidad monetaria sólo ha beneficiado a los
bancos, al impedir que se desplome el sistema de pagos con dinero
emitido por los bancos.
El capitalismo mundial en su nuevo ropaje enfrenta grandes desafíos.
Pero entre sus tareas pendientes no se encuentra eliminar la
desigualdad, ni abrir nuevas oportunidades a los desposeídos. Las clases
trabajadoras tendrán que arrancarle al capital las condiciones para
alcanzar esos objetivos.
Alejandro Nadal
La Jornada
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