¿Cuál es la diferencia entre el libre comercio y el Comercio
Justo? Se nos suele decir constantemente que el libre comercio es bueno
para todo el mundo, que contribuye al crecimiento económico y que crea
empleo. Esto puede que fuese cierto en el siglo XVIII, pero hoy vivimos
en un mundo completamente diferente y lo que entendemos por “libre
comercio” se parece poco a lo que el término pretende insinuar.
Tras más de una década de negociaciones infructuosas en el marco dela
Organización Mundial del Comercio (OMC), hoy ya nadie duda del fracaso
dela Ronda de Doha. Y sin embargo, este fracaso no ha hecho más que
estimular el impulso de una mayor liberalización comercial. A comienzos
de 2013 unos 550 acuerdos comerciales bilaterales y regionales ya se
habían firmado o estaban en proceso de negociación, sin contar los 350
en vigor desde años atrás.
Estos acuerdos suelen denominarse “OMC Plus” dado que van mucho más
allá de la normativa dela OMC y se adaptan a las necesidades de las
empresas transnacionales. Los países empobrecidos objeto de estos
acuerdos, con capacidades de negociación infinitamente menores que las
grandes potencias comerciales, no siempre son conscientes de lo que
implica su firma. En ocasiones sus propios gobernantes encargados de las
negociaciones están corrompidos por intereses privados ajenos a las
demandas de la mayoría de la población, aceptando acuerdos perjudiciales
para estas. Pero independientemente del motivo, la desesperación por
atraer inversiones extranjeras lleva a estos gobiernos a renunciar a un
buen número de derechos ante las empresas transnacionales.
Prácticamente todos los acuerdos bilaterales o multilaterales
actualmente en vigor incluyen cláusulas que permiten a las empresas
transnacionales exigir reparaciones a los gobiernos en caso de que estos
aprobasen cualquier ley o normativa que pudiese limitar sus beneficios
presentes o incluso los “esperados”. Tal y como contemplan estos
acuerdos comerciales, si una empresa transnacional quiere demostrar que
una medida gubernamental está perjudicando sus intereses privados, puede
llevar a ese gobierno ante un tribunal especial de arbitraje, donde
conocidos abogados especializados contratados por estas mismas empresas
ganan sistemáticamente la mayoría de los litigios. Estas demandas
conllevan el pago de reparaciones por parte de los gobiernos, que en
ocasiones ascienden a miles de millones de dólares. Pagos que forman
parte de un mismo sistema globalizado que responde a una misma lógica y
consecuencia: la concentración de la riqueza cada vez en menos manos.
Estos acuerdos comerciales también obligan a los gobiernos a reducir e
incluso eliminar sus aranceles, sometiendo así a sus propios
productores locales a la presión de la competencia extranjera. Sus
industrias aún incipientes no pueden hacer frente a las más avanzadas y
sofisticadas empresas transnacionales. Sus agricultores simplemente
terminan desistiendo y abandonando sus cultivos ante la imposibilidad de
competir con importaciones masivas de alimentos baratos que les obligan
a malvender sus productos locales.
En otras palabras, el “libre comercio”, especialmente entre los países enriquecidos y empobrecidos, no es otra cosa que la libertad del zorro en el gallinero: la implantación planetaria de feroces normas de negocios que, en la práctica, se asemeja a una manada de depredadores al acecho de sus presas.
Estas medidas draconianas y la creciente proliferación
de acuerdos comerciales regionales durante los últimos años son razones
adicionales que demuestran hasta qué punto el Comercio Justo es aún más
importante y necesario hoy en día que cuando se originó hace varias
décadas. El Comercio Justo es conocido principalmente por trabajar con
pequeños productores procedentes de zonas tropicales. Pero hay muchas
razones para ampliar su papel, lo cual no significa únicamente incluir
nuevos productos procedentes de estas comunidades, sino también usar
esta experiencia para apoyar a las y los agricultores empobrecidos más
cercanos a nuestra realidad -en este caso, España-, favoreciendo sus
cultivos y, ya de paso, contribuyendo a que las y los desempleados
urbanos españoles superen la crisis sin dejar de comer alimentos sanos y
nutritivos.
¿Por qué no plantearnos la cooperación entre grupos de artesanos y
cooperativas industriales tanto del Norte como del Sur para buscar así
nuevas oportunidades, ya sea para la exportación o para la creación de
empleo a nivel local? Ya sea dentro o fuera de España, contribuir al
acercamiento entre productores y consumidores sin pasar por el filtro de
las empresas transnacionales es de por sí una meta valiosa. De hecho,
cualquier estrategia que ayude a liberar a un país y a su gente de las
garras de las empresas transnacionales y de los bancos es una buena
estrategia. Y cualquier herramienta que ayude a construir economía
social, tanto en el Norte como en el Sur, es una buena herramienta.
Lejos de mitigarse, los asuntos y desafíos ligados al comercio van a
seguir creciendo en importancia a medida que las empresas
transnacionales sigan ampliando su alcance mundial y sigan evitando
pagar impuestos por su actividad.
Los movimientos sociales que se oponen a que el llamado “1%” –o mejor
dicho el 0,1%- más rico de la población mundial compre al por mayor el
planeta lo conforman personas de diferentes países, de diferentes
procedencias y con intereses diferentes, pero que tienen todas una cosa
en común: un mismo adversario.
Y para derrotar a ese adversario en común se necesitan estrategias comunes y organizaciones comunes. Evidentemente, deseo que el movimiento por el Comercio Justo en España y en otros países continúe su espléndido trabajo en favor de las y los pequeños productores de cualquier lugar.
Pero más allá de eso, espero que el Comercio Justo sepa
mirar más allá de sus fronteras y se encuentre con otros espacios en el
creciente movimiento internacional que busca salidas alternativas a la
actual crisis, combatiendo conjuntamente a este 1% y construyendo una
economía social y solidaria más fuerte.
Susan George, presidenta del Transnational Institute y presidenta honorífica de ATTAC-Francia.
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