Hemos pasado de rozar el Estado de Bienestar (EB) a tener un Estado
de Bienestar Basura (EBB). El ciclo se cerrará cuando haya, simplemente,
un Estado Basura (EB, también: pero olvidemos las siglas, para evitar
equívocos y no darle ideas al Diablo).
Cuando estudiaba prefería los mensajes contundentes: el Estado cumple
una doble función de acumulación y legitimación. Aunque también me
gustaban las trilogías: el Estado contribuye a mejorar la estabilidad,
la asignación de recursos y la redistribución de la renta. Pronto me di
cuenta de que las cosas no son tan simples: el Estado ejerce la
violencia legal (apropiándose de una parte de nuestros ingresos,
privando de libertad a algunas personas, declarando la guerra…), pero lo
hace por el bien de todos (mantener el orden, estimular la eficiencia,
favorecer la equidad…).
El asunto se complicó cuando constaté que algunos Estados habían
compaginado con éxito sus funciones de acumulación y legitimación.
Curiosamente, eran los de mayor nivel de desarrollo, además de contar
con más legitimidad democrática y ejercer una más amplia regulación
sobre sus sistemas económicos y sociales. Por extrapolación, pensé que
el tamaño del Estado sí importa. Al menos en términos de bienestar,
puesto que en esos casos se había logrado un equilibrio satisfactorio
entre eficiencia y equidad.
Luego me entró la inquietud empírica. Comprobé que no sólo en los
países desarrollados el Estado es importante. Lo ha sido, y mucho, en
los países de Europa, América Latina y Asia que han avanzado desde
niveles bajos de desarrollo hasta convertirse en economías emergentes e
incluso en potencias mundiales in pectore. Asimismo, comparé los
niveles de desarrollo social, no sólo en los países capitalistas, y
llegué de nuevo a la conclusión de que el tamaño del Estado sí que
importa, cuando se busca favorecer el bienestar económico y social. Y al
contrario: los países más pobres carecen, entre otros aspectos, de
estructuras fiscales avanzadas.
Pero me choqué contra un muro cuando la crisis actual devaluó el
nivel de exigencias y de satisfacciones. Entonces estalló la guerra
contra el Estado. La guerra para reducir el tamaño del Estado, sus
gastos y sus ingresos, sus políticas y sus acciones, y, de esa forma,
aumentar el marco de actuación del sector privado de la economía. Aunque
el pensamiento binario no se ajuste fácilmente a una realidad tan
compleja, cualquiera lo entiende en términos estáticos: las
privatizaciones contribuyen a mejorar las condiciones para la
acumulación capitalista, aunque empeoren los niveles de legitimación
social. Otra cuestión distinta es formular ese análisis en términos
dinámicos, dado que las transferencias de renta entre los agentes
económicos tienen efectos multiplicadores muy diversos, y ni el Estado,
ni los poderes oligopólicos, ni el entorno internacional permanecen
ajenos a esos efectos. Tampoco son neutrales los procesos de
desregulación y liberalización que han fagocitado las políticas públicas
y se han instalado en epicentro de la economía mundial, de la mano del
neoliberalismo.
Por eso ahora, cuando nos dicen que el Estado de bienestar se ha
convertido en insostenible, incluso en los países con más amplia
tradición, como Holanda, se me caen los argumentos y se me levanta el
ánimo de rebelión. Pienso que no es posible hacer las cosas tan mal: en
algo nos están engañando y estafando, cuando los impuestos que pagamos
no cumplen la función para la que están diseñados. Claro que se puede y
se debe mejorar la recaudación fiscal y su uso, pero la sensación actual
es que no basta con eso para mantener un nivel digno de políticas
públicas. La fórmula que barajan las autoridades holandesas es bien
conocida: recortes en las políticas sociales, apagón del Estado,
degradación de la ciudadanía, y que la solidaridad o la caridad corran
como hilos de agua por donde puedan.
Ante tal panorama, sacar a relucir el caso de España es tan necesario
como poco alentador. Nuestro Estado de bienestar no llegó a nacer por
completo. Veamos sintéticamente la situación en cada uno de sus ámbitos.
Primero, se han logrado niveles muy satisfactorios en sanidad pública,
pero la regresión neoliberal quiere apropiarse los beneficios actuales y
futuros. Segundo, hemos alcanzado niveles de prestaciones por desempleo
dignos, aunque la elevada tasa de paro muestra que ese paliativo es
insuficiente. Tercero, ha habido progresos, aunque muy lentos, en
educación y formación, pero el deterioro social actual nos hace volver
de nuevo la vista al pasado. Cuarto, el sistema de pensiones ha
funcionado adecuadamente, hasta que la gestión de esta crisis parece
obligar a recortarlo también. Finalmente, el último pilar del bienestar
fue un espejismo: la Ley de Dependencia ideada por los socialistas, que
entre otros aspectos podría haber contribuido a crear puestos de
trabajo, ha desaparecido del mapa.
Por eso insisto en explicar a mis amigos y a mis alumnos que esta
Gran Recesión tiene causas muy profundas (véanse para su análisis los
trabajos publicados y citados por econoNuestra), pero una de sus
consecuencias está clara: “nos encaminamos hacia el Estado basura.”
La crisis puede entenderse como una guerra contra el Estado, porque
ha primado con intensidad creciente la función de acumulación, en
particular la protagonizada por el sector financiero. Por el contrario,
la legitimidad ante los ciudadanos parece no ser prioritaria. ¿Por qué
será? ¿Porque los ciudadanos sólo importan para votar y pagar impuestos?
¿Porque hay que definir un nuevo concepto de Estado (descentralizado e
internacionalizado)? ¿Porque el futuro que nos espera es de mayores
desigualdades y podemos acabar clasificados entre ciudadanos de primera
categoría (muy pocos), de segunda (empobrecidos) y de tercera
(inmigrantes)? ¿O porque hay que dar un puñetazo en la mesa, cuando
antes mejor, para llenar entre todos de contenido el concepto de
ciudadanía que tanto echamos de menos?
José Antonio Nieto
Profesor titular de Economía Aplicada en la Universidad Complutense de Madrid
Profesor titular de Economía Aplicada en la Universidad Complutense de Madrid
EconoNuestra.
Público.es
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