"La cuestión es si participaremos con la suficiente fuerza y convicción
como para tomar la iniciativa e impedir que las cosas cambien, sólo,
para que todo siga igual".
Corren tiempos de cambios que constituyen una
oportunidad para acometer reformas profundas en la manera en la que
queremos organizarnos como sociedad. Esta obvia e inocente reflexión se
encuentra con diversos obstáculos entre los que no pueden faltar los que
provienen de determinadas posturas radicales que priorizan la
individualidad. Esta preferencia y sus consecuencias, como han
demostrado estos últimos treinta años, no son en absoluto inocentes.
Evitar una reedición de la advertencia gatopardiana
está en nuestra mano y requerirá necesariamente acortar la distancia
que se nos ha impuesto respecto de los centros de poder y toma de
decisión. Este traslado, físico y mental, nos va a acercar a la economía
política, a la verdadera economía, la que (tampoco de forma
involuntaria) ha sido convenientemente troceada y sesgada dentro del
mundo académico en ese mismo periodo.
La tarea
implica una participación creciente de la sociedad, que haga posible
alcanzar la reclamada transparencia y que, desde diferentes ámbitos,
posibilite la articulación de los que consideramos unos necesarios
cambios socioeconómicos, tanto desde una perspectiva conceptual como en
el desarrollo efectivo de alternativas prácticas.
Entre los aspectos más importantes hacia los que, a nuestro entender,
hemos de dirigir nuestros esfuerzos están la construcción de una nueva
política fiscal, la necesaria revisión y regulación del sistema y los
mercados financieros y, en definitiva, la redefinición del modelo de
desarrollo que queremos para nuestras sociedades. En este sentido, no
podremos obviar la actual construcción política y los condicionantes que
impone a la hora de hacer política, pero además de que los
previsibles cambios bien pudieran afectar también a las actuales
instituciones supranacionales, consideramos necesario que una
perspectiva internacionalista guíe, en última instancia, cualquier
reflexión de este tipo. Pese a la complejidad que pueda suponer esta
pretensión, ello no puede servir de coartada para evitar el debate y no
impulsar la acción, a diferentes escalas, de una ciudadanía ya en
creciente participación.
En cuanto al primero de
ellos, el de la política fiscal, requiere desmontar paralelamente la
ideología que subyace en la construcción de un sistema regresivo,
implantado con el paso de los distintos Gobiernos de la democracia
española. Cada vez mayor número de la población es consciente de que el
descenso de la progresividad y la justicia impositiva, la ausencia de
voluntad en la lucha efectiva contra el fraude o el continuado descenso
de las rentas salariales, unido al fomento del endeudamiento, tanto como
única posible alternativa para lograr un nivel de consumo básico como
forma de impulsar el conveniente consumismo, han sido algunos de los elementos que han permitido construir el escenario en el que se justifiquen ahora políticas de recortes sociales y privatizaciones.
En cuanto al segundo de ellos, la regulación del sistema y los mercados
financieros, es necesario resaltar la política (des)regulatoria en esta
materia y la incidencia ya desde los años setenta en la priorización de
la economía especulativa, mucho más capacitada para mantener la tasa de
ganancia que exige el capital bajo este sistema que nos hemos
impuesto. Se desplazó a un segundo plano a la economía productiva, con
los conocidos efectos en términos de empleo y salarios. Es indispensable
un marco legislativo que reubique la función financiera como medio para
articular las actividades económicas de la sociedad y no como el fin en
sí mismo en que se ha convertido. En esta línea, aparecen propuestas
como las de una banca pública que bajo criterios éticos pueda garantizar
tal función, los controles a la libre circulación de capitales, la
verdadera denuncia y persecución de los paraísos fiscales y, en general,
el necesario debate acerca de la arquitectura financiera, económica y
social de la Europa en la que estamos enmarcados.
Sin embargo, conscientes de que el paradigma dominante de la producción y
el crecimiento indefinido, con nuestro planeta exhausto, no es un
camino a recorrer por más tiempo, una nueva concepción del desarrollo se
abre cada vez más paso como abanderada de un modelo alternativo. Una
forma de vida que tiene más que ver con nuestra interacción con el
medio, alejada del exagerado consumismo que exige el viejo
planteamiento. Teorías como la del decrecimiento frente al oxímoron del
desarrollo sostenible, propuestas como la renta básica frente a la
competitividad salarial e infinitud de reivindicaciones e iniciativas
ciudadanas como el mercado o la moneda social, se abren paso a
diferentes escalas como verdaderas alternativas ante la evidencia de un
sistema y un planeta agotados.
Una nueva concepción
de la sociedad y del ser humano, la reflexión profunda acerca del
sentido de nuestra existencia, así como la asunción de nuestros derechos
y responsabilidades en cuanto a cómo queremos que ésta transcurra, son
cuestiones que no podemos aplazar por más tiempo. Porque, en cualquier
caso, los cambios se producirán. La cuestión es si participaremos con la
suficiente fuerza y convicción como para tomar la iniciativa e impedir
que las cosas cambien, sólo, para que todo siga igual.
De todos estos temas hablaremos los próximos días 15 y 16 de noviembre, en el encuentro internacional #Otra Economía Está En Marcha
que, organizado por Economistas sin Fronteras, con la colaboración de
la Plataforma 2015 y más, EconoNuestra, Fuhem Ecosocial y MediaLab
Prado, tendrá lugar en Madrid: una oportunidad para que la sociedad
civil tome la palabra, explique y conozca alternativas reales que
demuestran que existe otra manera de "hacer economía".
Este artículo refleja exclusivamente la opinión de su autor.
Daniel Rodríguez (Economistas sin fronteras)
El diario.es
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