lunes, 4 de noviembre de 2013

La economía, una ciencia posmoderna

La ciencia siempre ha estado ligada al convencimiento de la posibilidad de alcanzar un conocimiento adecuado del mundo real; de la existencia de métodos de trabajo inmunes a las ideologías; de un cierto esfuerzo colectivo por depurar técnicas y descartar supersticiones, oscurantismos y percepciones incorrectas; de la capacidad de selección colectiva de las teorías más convincentes.

Ya se sabe que de la teoría a la práctica hay un trecho, que algunas ideologías siguen pesando en la cabeza de muchos científicos, que los grandes intereses económicos se inmiscuyen en su quehacer, etc. Pero, en general, el desarrollo de la mayor parte de las ciencias naturales refleja esta dinámica de diálogo intra e interdisciplinario que está en la base de su progreso. Cuando menos se suele reconocer que hay teorías verosímiles y teorías descartables. Este mismo año, por poner un ejemplo, el Nobel de Física ha ido a parar a dos científicos que han contribuido poderosamente a desarrollar la teoría del bosón, que para la inmensa mayoría de los físicos constituye un avance importante con vistas a entender el funcionamiento del mundo real.

La economía, esta disciplina que a diario nos venden como justificación de muchas de las medidas que condicionan nuestra vida cotidiana, es diferente. De hecho, la mayoría de los economistas han renunciado a mantener un diálogo interdisciplinario con otras ciencias y conocimientos (salvo con las matemáticas, quizá porque les permite dotarse de una cierta pátina científica). Son conocidas la ignorancia y el desprecio de gran parte de los economistas respecto de buena parte de las ciencias naturales y sus implicaciones ambientales. Aunque el modelo dominante parte del individuo, son escasos los teóricos que se preocupan del estudio de la psicología (que el hombre es un ser racional que busca la maximización es un axioma que no se discute). Y ni que decir tiene que los sociólogos, antropólogos y otras especies son vistos con desprecio o directamente ignorados por el corpus dominante. Por no ser científicos “normales”, la mayoría de los economistas ni siquiera han desarrollado métodos para descartar teorías. De hecho, se pueden encontrar pocos debates teóricos con conclusiones aceptadas. Y cuando alguna vez han tenido lugar, como fue el debate de Cambridge sobre la teoría del capital, como el resultado era altamente corrosivo para la ortodoxia dominante, simplemente fue aparcado y desapareció de la práctica totalidad de los planes educativos.

La economía es, pues, una ciencia posmoderna. En dos sentidos: admite sin rubor teorías alternativas siempre que estén planteadas con modelos formales aceptables y siempre que no cuestionen completamente el orden establecido. Este es el caso que ha motivado este comentario. El Nobel de este año ha premiado a un científico (Fama) que defiende que los mercados financieros son fundamentalmente eficientes y a otro (Schiller) que explica que los movimientos irracionales forman parte de la vida misma de los mercados financieros reales. En vista de lo ocurrido en los últimos años, no parece que este premio hubiera sido compartido por dos economistas si, en lugar de un sanedrín, el procedimiento se hubiera desarrollado de otra forma. La economía, además, mantiene muchas creencias que son incólumes al avance de otras ciencias. Y la academia practica de forma creciente una intransigente, burocrática e ideológica represión de las corrientes heterodoxas que, en muchos campos, tratan de generar explicaciones teóricas que discuten los axiomas de un quehacer profesional cada vez más parecido a una función de legitimación del orden social (y de mantenimiento del propio estatus) que a una indagación aséptica sobre las características y problemas de la vida económica real. Esto que hace tiempo sospechábamos muchas personas, quienes hemos experimentado en nuestras propias carnes (o en las de amigos y conocidos) los zarpazos de la ortoxia establecida en grados diversos, lo han documentado recientemente, para el caso británico, Francis Lee, Xuan Pham y Gyun Gu en “The UK Research Assessment Exercise and the Narrowing of UK Economics” (Cambridge Journal of Economics, n.º 37, 2013, pp. 693-717). Más que una ciencia es una iglesia. Por esto también es tan difícil que los movimientos sociales alternativos cuenten con una buena formación técnica y teórica que ayude a reforzar sus propuestas.

Albert Recio Andreu
Mientras Tanto

Albert Recio Andreu

Albert Recio Andreu
La ciencia siempre ha estado ligada al convencimiento de la posibilidad de alcanzar un conocimiento adecuado del mundo real; de la existencia de métodos de trabajo inmunes a las ideologías; de un cierto esfuerzo colectivo por depurar técnicas y descartar supersticiones, oscurantismos y percepciones incorrectas; de la capacidad de selección colectiva de las teorías más convincentes.
Ya se sabe que de la teoría a la práctica hay un trecho, que algunas ideologías siguen pesando en la cabeza de muchos científicos, que los grandes intereses económicos se inmiscuyen en su quehacer, etc. Pero, en general, el desarrollo de la mayor parte de las ciencias naturales refleja esta dinámica de diálogo intra e interdisciplinario que está en la base de su progreso. Cuando menos se suele reconocer que hay teorías verosímiles y teorías descartables. Este mismo año, por poner un ejemplo, el Nobel de Física ha ido a parar a dos científicos que han contribuido poderosamente a desarrollar la teoría del bosón, que para la inmensa mayoría de los físicos constituye un avance importante con vistas a entender el funcionamiento del mundo real.
La economía, esta disciplina que a diario nos venden como justificación de muchas de las medidas que condicionan nuestra vida cotidiana, es diferente. De hecho, la mayoría de los economistas han renunciado a mantener un diálogo interdisciplinario con otras ciencias y conocimientos (salvo con las matemáticas, quizá porque les permite dotarse de una cierta pátina científica). Son conocidas la ignorancia y el desprecio de gran parte de los economistas respecto de buena parte de las ciencias naturales y sus implicaciones ambientales. Aunque el modelo dominante parte del individuo, son escasos los teóricos que se preocupan del estudio de la psicología (que el hombre es un ser racional que busca la maximización es un axioma que no se discute). Y ni que decir tiene que los sociólogos, antropólogos y otras especies son vistos con desprecio o directamente ignorados por el corpus dominante. Por no ser científicos “normales”, la mayoría de los economistas ni siquiera han desarrollado métodos para descartar teorías. De hecho, se pueden encontrar pocos debates teóricos con conclusiones aceptadas. Y cuando alguna vez han tenido lugar, como fue el debate de Cambridge sobre la teoría del capital, como el resultado era altamente corrosivo para la ortodoxia dominante, simplemente fue aparcado y desapareció de la práctica totalidad de los planes educativos.
La economía es, pues, una ciencia posmoderna. En dos sentidos: admite sin rubor teorías alternativas siempre que estén planteadas con modelos formales aceptables y siempre que no cuestionen completamente el orden establecido. Este es el caso que ha motivado este comentario. El Nobel de este año ha premiado a un científico (Fama) que defiende que los mercados financieros son fundamentalmente eficientes y a otro (Schiller) que explica que los movimientos irracionales forman parte de la vida misma de los mercados financieros reales. En vista de lo ocurrido en los últimos años, no parece que este premio hubiera sido compartido por dos economistas si, en lugar de un sanedrín, el procedimiento se hubiera desarrollado de otra forma. La economía, además, mantiene muchas creencias que son incólumes al avance de otras ciencias. Y la academia practica de forma creciente una intransigente, burocrática e ideológica represión de las corrientes heterodoxas que, en muchos campos, tratan de generar explicaciones teóricas que discuten los axiomas de un quehacer profesional cada vez más parecido a una función de legitimación del orden social (y de mantenimiento del propio estatus) que a una indagación aséptica sobre las características y problemas de la vida económica real. Esto que hace tiempo sospechábamos muchas personas, quienes hemos experimentado en nuestras propias carnes (o en las de amigos y conocidos) los zarpazos de la ortoxia establecida en grados diversos, lo han documentado recientemente, para el caso británico, Francis Lee, Xuan Pham y Gyun Gu en “The UK Research Assessment Exercise and the Narrowing of UK Economics” (Cambridge Journal of Economics, n.º 37, 2013, pp. 693-717). Más que una ciencia es una iglesia. Por esto también es tan difícil que los movimientos sociales alternativos cuenten con una buena formación técnica y teórica que ayude a reforzar sus propuestas.
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