La ausencia de empleo se ha asociado, generalmente, a la pobreza y a
la exclusión social ya que, para aquellos que necesitan trabajar por
cuenta de terceros, el hecho de no ganar un salario puede convertirse en
un suceso nefasto, especialmente, para quienes aquél constituye la
única fuente de ingresos. A su vez, estar en paro no sólo significa no
tener empleo, sino que comporta, entre otras cosas, la pérdida de las
cualificaciones de la persona desocupada conforme transcurre el tiempo
que tarda en volver a la ocupación, además de que se tiende a enfermar
en mayor proporción que los que tienen empleo continuado (Recio, 1997)
Por el contrario, tener empleo, no sólo es ganar un salario, es
también tener una posición social, una identidad profesional,
autoestima, relaciones sociales con terceras personas en el centro de
trabajo, etc. Ahora bien, que no exista paro o éste sea mínimo no
implica que no exista pobreza o exclusión social. El caso de EE.UU. es
paradigmático en este sentido.
Hoy en día, no hay ningún medio de comunicación ni conversación en el
espacio público que, directa o indirectamente, no haga referencia a la
situación de desempleo en la que se encuentran muchas personas en
España. En la actualidad, el paro ha alcanzado unos niveles absolutos y
relativos sin precedentes en la historia reciente de España desde que en
1976 se iniciara el cómputo de las cifras del paro.
Se mire como se mire (desde la EPA, desde la Seguridad Social o desde
el INEM), las cifras de parados en España han superado todos los
límites registrados hasta ahora. Según datos de la EPA (que es la única
fuente de referencia para comparar los datos del empleo en Europa), a
finales de diciembre de 2012 habían casi seis millones de parados en
España (5.965.000), mientras que en ese mismo mes de 2007, esa cifra no
llegaba a los dos millones (1.950.000).
Que España tuviera, según Eurostat, las tasas de paro global y
juvenil más alta de todos los países de la Unión Europea y de la OCDE
—26,04 y 50,1, respectivamente, a inicios de 2013— no es novedoso pues
hace ya muchos años que encabeza el "honor" de ser el país con el mayor
porcentaje de desocupados dentro de estas organizaciones internacional.
Lo inédito es que el número de parados registrados por el INEM nunca
antes había alcanzado los 5 millones de personas.
Entonces, ¿qué pasaría en España si todos los que trabajan parcial o
totalmente en la economía sumergida, decidieran "darse de alta" como
nuevos parados?, ¿qué sucedería si todos los mayores de 16 años que
están en situación de inactividad (y, por tanto, no computan como
parados), se pusieran de golpe a buscar trabajo porque, por ejemplo, el
"colchón" que financiaba su vida cotidiana hasta ahora, desapareciera
también de golpe?
Estas y otras preguntas no parecen suscitar demasiado interés entre
los tertulianos y los mismos servicios de información de los medios de
comunicación más importantes los cuales, junto a otras fuentes de
socialización, son corresponsables de crear una opinión pública negativa
del parado.
En la actualidad, es muy común que estos agentes privados o públicos
sólo se dediquen a discutir —a menudo, con formas vulgares que son,
según parece, las que proporcionan mayor audiencia y, por tanto, mayor
negocio vía publicidad— aspectos nimios o dramáticos de las
consecuencias del paro, pero sin profundizar en las graves consecuencias
objetivas y subjetivas de la existencia de esta lacra social y, menos
aún, de las causas que explican la existencia de ese estrago social.
Parece como si ya nos hubiéramos acostumbrado a convivir,
irremediablemente, con la ausencia de empleo para una gran parte de la
sociedad, sin otra alternativa para encontrar ingresos que no sea la de
recurrir al autoempleo o, como ya sucede últimamente, volviendo a
emigrar a otros países con una estructura económica más sólida que la
nuestra. Autoempleo, en forma de autónomo o, como hace ya unos años se
viene diciendo, en forma de "emprendedor". Eufemismo éste que parecería
esconder, quizás, una mala imagen del término centenario de empresario
—¿por sus connotaciones de responsable de la explotación de los
asalariados?— como si los empresarios de antes no hubieran sido
emprendedores o, peor aún, como si los denominados emprendedores de
ahora fueran innovadores de por sí y distintos a aquellos, porque el
ánimo de lucro no sería su objetivo principal sino uno más, quedando
subsumido a otros de "calado superior".
Llegados aquí, sería necesario aclarar qué dimensiones tiene el paro
en la sociedad española actual y, sobre todo, qué causas y consecuencias
pueden explicar las consecuencias de tal situación. Para ello sería
pertinente empezar por definir qué se entiende por paro o desempleo o,
mejor aún, por parado, para pasar luego a apuntar las posibles causas
que explicarían el paro.
El concepto de parado no se desarrolla hasta principios del siglo XX
en algunos países occidentales y se consolidará tras la Segunda Guerra
Mundial. Hasta entonces los que no tenían empleo, simplemente, o eran
pobres de solemnidad (“el ejército de reserva” que diría Marx), o eran
considerados vagos, despreciables o, incluso, delincuentes.
Tras el largo período del fordismo en los países occidentales y hasta
la llegada de la crisis económica de 1973, el paro era, prácticamente,
inexistente y las pocas personas que padecían el desempleo era,
básicamente, de tipo friccional —tiempo que se tardaba en salir de una
empresa para entrar en otra— para, a partir de mediados de los setenta,
iniciar una trayectoria de carácter estructural, hasta ahora,
irreversible. Es decir, desde esas fechas, el paro en España comenzó a
alcanzar tasas elevadas de forma permanente, con aumentos y descensos en
función del ciclo económico, para llegar a principios del siglo XXI a
unos niveles hasta ahora nunca habidos desde la implantación de la
democracia.
Causas del paro
El número de puestos de trabajo en una economía capitalista depende,
directamente, de la productividad de esa economía, es decir, del valor
de lo que se produce en esa economía dividido por el valor de lo que
cuesta esa producción, algo que, generalmente, se simplifica
calculándolo, únicamente, a partir del coste del factor trabajo. Por
tanto, lo primero que se podría deducir es que, a mayor productividad
menos necesidad del factor trabajo ocupado, a no ser que ese sobrante
ocupacional se pueda contrarrestar con una reubicación en otras
actividades o, caso de no ser posible, creando nuevos puestos de trabajo
ajustados a las características de las personas excedentarias. Cuando
esa compensación no se produce aparece un aumento del paro más o menos
coyuntural, en función de la oferta de trabajo existente en el mercado
de trabajo.
Según la teoría económica neoclásica (aún hoy de hegemónica
impartición en gran parte de las facultades de economía, en comparación
con otras perspectivas de la economía), las causas de la aparición del
paro están relacionadas, fundamentalmente, con dos argumentos:
a) si hay paro es porque las
reivindicaciones salariales de los sindicatos no se compensan con
iguales aumentos de productividad, es decir, se elevan los costes de
producción mientras que la productividad no crece al mismo ritmo. Esto,
si sucede, sólo podría ser, relativamente, plausible en los sectores con
productos sometidos a una elevada competitividad en el mercado. Se
trata de empresas que no siempre pueden trasladar la totalidad de esos
costes a los precios de venta de sus bienes o servicios. Ahora bien, son
cada vez menos las empresas que están sometidas a esta lógica de
competencia, además de que, cada vez, son menos también las
reivindicaciones sindicales que consiguen elevar los salarios por encima
de la inflación real y, por tanto, que sean los sindicatos los únicos
responsables de la erosión a la baja de la productividad.
De hecho, los costes salariales reales han
oscilado durante los últimos decenios, según se han comportado una serie
de variables (expansión económica, existencia de acuerdos generales
entre los agentes sociales, presión sindical, inflación, etc.), no
obstante, en su cómputo final, han tendido hacia la baja, en razón a un
descenso continuado del incremento real de los salarios respecto el
aumento de la inflación. Más aún, el paro ha sido mayor en los países
europeos con salarios más bajos, lo cual podría indicar que, tanto las
decisiones de inversión de los empresarios como la competencia
internacional se rigen por factores que van más allá de los costes
salariales (Juan, 2011).
b) la segunda argumentación es
que, si hay paro, es porque los desocupados no aceptan las ofertas de
trabajo que presentan los empresarios. Y eso porque no son
suficientemente flexibles para admitir las condiciones de trabajo y
salariales que se ofrecen, o no ponen el interés necesario para buscar
empleo. Una vez más, si bien pueden existir personas que puedan
permitirse desestimar algunas ofertas de empleo, lo cierto es que la
gran mayoría de los desocupados necesitan dinero para vivir y, por
tanto, trabajar (sólo hay que ir a las colas del INEM para ver la
cantidad de individuos que cada día esperan encontrar un empleo).
También es cierto que hay personas que desisten de buscar empleo porque
se han cansado de buscarlo, a veces durante años, por lo que, al no
encontrarlo, han decidido abandonar esa búsqueda hasta el punto de que
—y cada vez más— han pasado a formar parte del creciente ejército de
personas que mendigan algo que comer en todas las ciudades de España,
suceso éste, que a algunos les recuerda épocas pretéritas de incrédula
reaparición.
Ahora bien, ante esos dos argumentos es necesario recordar que, por
encima de todo, si existen personas en paro, es porque no se crea el
suficiente número de puestos de trabajo para cubrir una determinada
demanda de empleo, por lo que, como sólo crean empleo el Estado y los
empresarios, los principales responsables de que exista paro no reside
en los trabajadores que no encuentran empleo, sino que, en todo caso,
recae sobre esos dos agentes sociales.
Si el paro es masivo es porque ambos agentes son incapaces de crear
el empleo suficiente para cubrir la demanda. Quienes gobiernan el
Estado, porque se niegan a desarrollar políticas expansivas de demanda y
empleo aunque eso implicara elevar el déficit público o la inflación.
Los empresarios, porque sólo crean empleo si creen firmemente que el
riesgo de mantener o, en su caso, ampliar, la inversión productiva
existente y, por tanto, la plantilla correspondiente, supera el
beneficio que obtendrían si invirtieran el mismo capital en otras
inversiones (por ejemplo, en productos financieros), con réditos
equivalentes con un riesgo parecido al de mantener o ampliar la citada
inversión productiva.
Y es que, no lo olvidemos, el ideal de un empresario capitalista
estándar es depender el mínimo imprescindible del trabajo humano. Si
contrata a personas para que trabajen en su empresa es porque, a priori,
espera que su valor aportado le proporcione más beneficios de los que
habría ganado si no las hubiera contratado. Por tanto, en cuanto
aparecen coyunturas económicas que no permiten compensar los costes con
los ingresos, el despido aparece como una alternativa para solucionar,
temporal o definitivamente, las pérdidas en las que incurre ese
empresario. Otra cosa sería juzgar si esa lógica —la de contratar a las
personas cuando gana el empresario y despedirlas cuando no gana lo que
esperaba o, incluso, si pierde; es decir, que no cubre ni los gastos
generales— es moralmente justa o no. Lo único que se puede decir es que
el "juego" de la oferta y la demanda en el mercado capitalista de
trabajo funciona así.
Tampoco esta teoría tiene en cuenta otras causas que han contribuido y
siguen contribuyendo, tanto o más que las anteriores, a que el paro
siga siendo masivo en España. Además de la crisis de ventas y de
reorganización productiva de los sectores con mayor ocupación e
intensivos en trabajo desde la década de los ochenta, debido al cambio
tecnológico y al aumento constante de la competitividad internacional,
especialmente, en la industria y en algunos servicios como, por ejemplo,
los seguros o, más recientemente, la construcción y los servicios
financieros; existen otros factores que, igualmente, inciden a la baja
en la productividad de un país y causan el aumento del paro, pero que no
suelen aparecer en los manuales tradicionales de economía y, a menudo,
en los medios de comunicación.
Para empezar, no se puede olvidar que algunos errores de los
empresarios en la toma de decisiones sobre los productos o servicios a
producir (que luego demostraron que carecían de la demanda esperada), o
que algunas de las inversiones efectuadas en la compra de materias
primas a precios no competitivos, o que la financiación externa ha
resultado ser mucho más costosa de lo que se había calculado de
antemano, o que la compra de equipos y tecnologías no ha resultado ser
lo eficiente que se previó en el momento de su compra (averías
continuas, inexistencia de ergonomía, infrautilización de las
prestaciones, etc.), pueden haber tenido gran trascendencia para que
ciertas empresas hayan tenido que cerrar, sin que, generalmente, los
trabajadores hayan podido intervenir en tales decisiones erróneas.
Asimismo, la inexistente o escasa previsión del impacto negativo para
la empresa de la competencia (leal o desleal; interna o externa) de
terceras empresas o de multinacionales puede haber sido otro factor que
haya conducido a otras empresas a tener que cerrar.
Pero dentro de la propia empresa, determinadas ineficiencias en la
gestión de los recursos humanos como ciertos “fichajes estrella”,
selección de ejecutivos con salarios muy elevados (con repercusión
desproporcionada en los costes de producción, pero también la
inexistencia o escasa formación continua de los trabajadores, de un
nivel tecnológico bajo, de políticas comerciales inadecuadas, etc., han
podido contribuir también a que otras empresas no pudieran hacer frente a
los costes y, por tanto, tener que cerrar.
Todo lo anterior, en un país donde los salarios y la presión fiscal
se sitúan, significativamente, por debajo de la media europea. Por
ejemplo, según datos de la OCDE para 2011, España tenía una presión
fiscal del 32,4% sobre el PIB, por debajo de países como Checoslovaquia
(34,5%), Portugal (36,1%), Hungría (40,2%), Italia (42,8), etc., por no
hablar de Dinamarca (48,6) o de Suecia (44,9).
Por tanto, el argumento históricamente aducido por la patronal
española contra una supuesta carga fiscal excesiva no parece que pueda
sostenerse como causa del paro tan elevado. Ni tampoco se sostiene el
exceso de demandantes de empleo extranjeros en el actual mercado de
trabajo pues, si a alguien le interesó la entrada masiva de inmigrantes
fue, precisamente, a los empresarios al ver en ellos una potencial
fuente de negocio al entender que, procediendo de países más pobres, con
salarios más bajos, cubrirían la demanda de trabajo empresarial de
media y baja cualificación en ciertos sectores como la construcción y la
hostelería a un coste inferior, aunque fuera a costa del despido de los
autóctonos, normalmente adheridos a convenios que garantizaban salarios
y condiciones de trabajo superiores.
En definitiva, estar en el paro, sobre todo si es de larga duración
(más de un año, según el INEM) en la sociedad capitalista, no sólo tiene
repercusiones materiales (descenso del consumo, además de que el
subsidio dura, cada vez, menos tiempo y siempre es menor que el salario
que se cobraba cuando se estaba en activo), sino que no es una situación
deseada y que se alarga a voluntad del sujeto —como insinúan ciertos
políticos y economistas neoliberales, cuando difunden públicamente ese
mensaje a través de determinados medios de comunicación controlados por
empresarios afines a esa ideología— además de que tiene consecuencias
socio-psicológicas (desánimo y autoculpabilización, como resultado de la
exclusión social que se sufre, pero también, por sentirse responsable
de los conflictos familiares que suelen generarse por no traer ingresos
al hogar, etc.), sin olvidar las consecuencias de orden profesional
(obsolescencia de las cualificaciones conforme transcurre el tiempo de
desocupación, pérdida de oportunidades de promoción en la empresa y en
la propia sociedad, etc.).
Bibliografía
JUAN ALBALATE, JOAQUÍN (2011), Sociología del trabajo y de las relaciones laborales, Barcelona: Edicions UB.
OECD (2012), Tax Income in OECD Countries.
RECIO, ALBERT (1997), "Paro y mercado laboral: formas de mirar y preguntas por contestar", en Recio, A. et al., El paro y el empleo: enfoques alternativos, Valencia: Germania.
[Joaquín Juan Albalate y Jesús Matamala son profesores de Sociología de la Universidad de Barcelona]
Mientras Tanto