La mayoría de las personas interesadas en economía comparten una
creencia muy extendida: “el aumento de la oferta monetaria provoca
inflación” (es decir, que crear dinero aumenta el nivel de precios). Es
por esto que normalmente se rechaza que los bancos centrales (como el
Banco Central Europeo, responsable de la creación de dinero oficial)
cree dinero a través de cualquier tipo de mecanismo (como la compra de
deuda pública, que reduciría notablemente el coste de la misma),
alegando que ello provocaría un aumento de los precios que resultaría
muy perjudicial para la economía. Pues bien, en este post se ofrece una
explicación sencilla de por qué esa afirmación es radicalmente falsa. En
realidad, y como se comprobará, un aumento de la oferta monetaria no
tiene por qué provocar inflación. Que lo haga depende de determinados
factores que hoy por hoy no se dan en las economías occidentales, por lo
que se podrían crear elevadas cantidades de dinero sin que los precios
aumentasen (1).
La afirmación de que “crear dinero provoca inflación” proviene del
enfoque monetarista propio de la teoría neoclásica, y se basa en una
interpretación sesgada de la famosa teoría cuantitativa del dinero. En
este post se critica esa interpretación recurriendo a los planteamientos
de los economistas adscritos a la teoría monetaria moderna, y en
particular, de autores como John T. Harvey, Eric Tymoigne o Michael
Hudson.
La formulación básica de la teoría cuantitativa del dinero es
la siguiente: M x V = P x Y, donde “M” es la cantidad de dinero en
circulación, “V” es la velocidad de circulación del dinero (la
frecuencia con la que el dinero cambia de mano en mano), “P” es el nivel
promedio de precios, y “Y” es la producción real (la cantidad de bienes
y servicios vendidos). Con un ejemplo (2) se entenderá mejor la
identidad matemática: si se venden 10 productos por 1 euro cada uno, eso
quiere decir que los compradores se tuvieron que gastar 10 euros en
total. Pero si en la economía sólo hubiese 5 monedas de un euro, eso
quiere decir que cada moneda se tuvo que usar 2 veces. Llevando estos
números del ejemplo a la identidad matemática tenemos:
M x V = P x Y
5 x 2 = 1 x 10
5 x 2 = 1 x 10
(5 por las cinco monedas de un euro, 2 por el número de veces usado
cada moneda, 1 por el precio medio de los productos, y 10 el número de
productos vendidos. Como se puede comprobar, la ecuación se cumple
porque la parte situada a la izquierda del signo “=” coincide en su
valor con la parte situada a la derecha).
Ahora veamos qué ocurre con esta ecuación si se creara dinero oficial
(“M”), imaginando que se crean 5 monedas nuevas. Ahora “M” pasaría a
ser 10, porque hay 10 monedas de un euro en nuestra economía (el cambio
se refleja en letra negrita).
M x V = P x Y
10 x 2 > 1 x 10
10 x 2 > 1 x 10
Ahora la parte de la izquierda de la ecuación es mayor que la parte
de la derecha. Puesto que hablamos de una identidad matemática, la parte
de la izquierda debe ser necesariamente igual a la de la derecha, por
lo que algún elemento de nuestra ecuación debe cambiar. ¿Pero cuál? Hay
tres posibilidades.
A) Que “V” se reduzca, pasando de 2 a 1. En ese caso se cumpliría la igualdad (10 x 1 = 1 x 10). Esto significa que cada moneda se usaría una vez, y no dos veces como antes.
B) Que “P” aumente, pasando de 1 a 2. En ese caso se cumpliría la igualdad (10 x 2 = 2 x 10). Esto significa que el precio de cada producto aumentaría a 2 euros cada uno, en vez de a 1 euro como antes.
C) Que “Y” aumente, pasando de 10 a 20. En ese caso se cumpliría la igualdad (10 x 2= 1 x 20). Esto significaría que en vez de venderse 10 productos como antes, se venderían 20.
Por supuesto, también puede ocurrir que se dé una combinación de las
tres posibilidades, o de dos de ellas. Lo importante es que la igualdad
se cumpla.
El enfoque monetarista -responsable de la visión mayoritaria en la
actualidad- nos dice que inevitablemente se produce la opción B (aumento
de los precios), porque la opción A y la C es imposible que tengan
lugar. Según este enfoque, la opción A (que se reduzca la velocidad del
dinero) no puede ocurrir porque la velocidad es constante ya que la
gente tiene sus hábitos de compra y no los modifica, por lo que gastan
su dinero siempre con la misma frecuencia. Y la opción C (que se vendan
más productos) no puede tener lugar porque según este enfoque las
empresas producen siempre todo lo que pueden y venden siempre toda la
cantidad que producen, por lo que no tienen en almacén más productos
para vender ni pueden producir más unidades.
Trasladando todo esto a una explicación a nivel micro: según los
monetaristas, si se creara dinero nuevo y se repartiese entre la gente
(3), estas personas se gastarían ese dinero comprando productos, y
puesto que las tiendas se verían desbordadas por tanta demanda, los
vendedores pasarían a aumentar los precios de sus productos para
aprovecharse de la situación. Esto extendido a toda la economía tendría
como resultado un aumento de la inflación (un aumento generalizado del
nivel de precios).
Este planteamiento fue exitosamente difundido y es el responsable de
que hoy día la gente crea que un aumento de la oferta monetaria provoca
irremediablemente inflación (que la creación de dinero aumenta
irremediablemente el nivel de precios). De hecho, es lo que se enseña en
las facultades de economía a los estudiantes.
Pero seguro que llegados a este punto a algún lector le han asaltado
algunas dudas, y seguro que tienen que ver con las siguientes
consideraciones.
En primer lugar, ¿es cierto que la velocidad del dinero es constante,
aunque sea a corto plazo? La evidencia empírica nos dice que no lo es.
Todo el mundo sabe que en época de recesión, como la actual, la gente
consume mucho menos. Algunos porque no pueden consumir más, y otros
porque prefieren ahorrar dinero en un período de malas expectativas
económicas. En nuestro país, por ejemplo, la velocidad del dinero se ha
visto rápidamente reducida en cuestión de meses (el consumo ha caído a niveles muy reducidos),
debido precisamente a la mala coyuntura económica. Por lo tanto, la
evidencia empírica nos demuestra que la opción A sí sería posible. Es
decir, si se creara dinero nuevo no tendrían por qué aumentar los
precios porque la ecuación podría quedar igualada a través del descenso
de la velocidad del dinero (en nuestro ejemplo 10 x 1 = 1 x 10; el precio quedaría intacto a pesar del aumento de la masa monetaria).
En segundo lugar, ¿las empresas producen todo lo que pueden y venden
todo lo que han producido? Este supuesto es todavía más absurdo que el
anterior. Basta echar un vistazo a cualquier economía para descubrir que
no es así. La inmensa mayoría de empresas nunca producen todo lo que le
permiten sus instalaciones, ni venden todo lo que han producido. Las
economías capitalistas suelen tener un índice de utilización de su
capacidad instalada situado entre el 60% y 90%. Esto quiere decir que
las empresas podrían producir 100 pero lo hacen como mucho a 90 (la
explicación se encuentra en que no tienen tantos clientes como para
poner a pleno rendimiento todas sus máquinas y recursos, como queda
reflejado en el informe del BCE sobre las pequeñas y medianas empresas,
donde se constata que el mayor problema de las empresas es la falta de
clientes). Solamente en épocas de guerra, cuando las economías
estuvieron prácticamente dirigidas por el Estado, este índice estuvo
cercano a 100%. De hecho, en la actualidad este índice referido a la
industria en la economía española ronda un reducido 67%.
Esto quiere decir que si a las empresas españolas llegaran más clientes
no subirían los precios sino que producirían más productos para vender
más y obtener más beneficios. Pudiendo hacer eso no tendría sentido que
aumentaran el precio de sus productos porque podrían de esta forma
empujar a sus clientes potenciales a comprar en alguna empresa
competidora que tuviese los precios más bajos. Además, no poner en
funcionamiento sus máquinas y recursos tiene un alto coste, por lo que
sería más rentable ponerlos a producir. Es decir, que la opción C es
perfectamente factible y de hecho es la más probable que se diese en el
caso de un aumento de la masa monetaria. En otras palabras, si se creara
dinero nuevo no tendrían por qué aumentar los precios porque la
ecuación podría quedar igualada a través del aumento de la producción
(en nuestro ejemplo 10 x 2 = 1 x 20; el precio quedaría intacto a pesar del aumento de la masa monetaria).
Por todo ello, la explicación que resulta más realista es la
siguiente: si se creara dinero nuevo y se repartiera entre la gente,
muchas de estas personas guardarían ese dinero y no lo gastarían para
cubrirse en el futuro de cualquier imprevisto (rebaja del sueldo,
pérdida del empleo, subida del IVA, subida de la luz, etc). Otras muchas
personas sí se gastarían el dinero comprando productos: irían a las
tiendas y comprarían lo que quisiesen pero por el mismo precio al que
estaban los productos antes de que se hubiese creado el dinero, porque
los vendedores en vez de subir el precio lo que harían sería vender los
productos del almacén y producir más para satisfacer la nueva demanda.
No aumentarían precios porque ello les resultaría perjudicial ya que los
clientes podrían irse a comprar esos productos a otras tiendas más
baratas. Esto extendido a toda la economía tendría como resultado un
aumento de la producción real del país (“Y”), es decir, el PIB de la
economía. Y sin que el nivel de precios se viese afectado.
Concluyendo. En la actual situación de recesión en la que se
encuentra la economía española y en general las economías europeas, un
aumento de la oferta monetaria no sólo no provocaría inflación sino que
además estimularía la demanda y con ello el PIB. Es por esto que, por
ejemplo, resulta un error garrafal negarse a que el BCE aumente la masa
monetaria argumentando que esa acción causaría inflación, porque
acabamos de ver que eso no sería lo que ocurriría. Si el BCE permitiera
aumentar la cantidad de dinero para, por ejemplo, estimular programas de
gasto público que se tradujesen en un incremento de la demanda
agregada, aumentaría la producción de la economía (el PIB) y sin que se
elevara la inflación.
Eduardo Garzón
Saque de Esquina
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