Lo que ha cambiado no ha sido, desde luego, el sistema monetario internacional, ni su capacidad de generar burbujas y activos tóxicos fuente de inestabilidad. El cambio de coyuntura se deriva sobre todo de las potentes inyecciones de liquidez y operaciones de “salvamento” practicadas desde entonces. Las políticas monetarias y presupuestarias expansivas alcanzaron dimensiones planetarias sin precedentes, encabezadas por EEUU. Y España no ha ido a la zaga en estas políticas, habilitando partidas presupuestarias adicionales de gastos por valor de 66.000 millones de euros y otorgando a la banca avales por valor de 100.000 millones de euros, lo que supone nada menos que el estímulo de forzar un gasto público efectivo directo del orden del 6% del PIB y un gasto potencial indirecto del 10%.
Semejantes transfusiones y euforizantes han tenido dos tipos de efectos. Por una parte, el mayor gasto público contribuyó a paliar las caídas del PIB y del empleo que se han venido observando hasta el momento. Por otro, la montaña de liquidez generada se canalizó hacia los mercados financieros y –con un tipo de interés por los suelos– favoreció el repunte de las bolsas y de los precios de las materias primas, pues se reprodujo la consabida espiral de compras y cotizaciones en alza que se apoyan mutuamente, algo característico de las “burbujas”. Y a la vez que nuestros políticos saludan las subidas bursátiles fruto de los propios euforizantes administrados, los analistas tratan de justificarlas aduciendo que los pobres resultados empresariales de este primer semestre de 2009 fueron “menos malos” de lo previsto. Sin embargo la caída de la demanda, que ha venido forzando a las empresas a salvar sus resultados recortando costes y despidiendo personal, desanima su inversión en plantas y equipos e incentiva su inversión especulativa en compra de empresas y productos financieros. Se divorcia, así, la nueva euforia financiera del continuado declive de la “economía real” (y aumento del paro) sobre todo en la economía española, que ha de purgar los excesos de su particular aquelarre inmobiliario.
Pero el desplome de los ingresos tributarios, con caídas del 30% anual arrastradas por el pinchazo de la burbuja inmobiliaria, amenaza con elevar el déficit presupuestario a niveles inaceptables en la UE y exige corregirlo, ya aumentando impuestos, eliminando desgravaciones y/o recortando el gasto público. El principal problema coyuntural estriba en que el desplome de la recaudación de impuestos ha enfriado la alegría del gasto público antes de que la “economía real” repunte y el paro decrezca, recordando que el saneamiento acentuará la fase depresiva del ciclo y que alguien tendrá que pagar todo esto.
José M. Naredo. Economista y estadístico
Fuente: Público
No hay comentarios:
Publicar un comentario