Después de varios años de crisis, y a pesar de que se trate siempre
de ocultar sus responsabilidades, me parece que la inmensa mayoría de la
gente sabe que sus causantes más directos han sido los banqueros.
Gracias
a su enorme poder político fueron imponiendo en los últimos treinta
años condiciones muy favorables para su negocio pero que al mismo tiempo
generaban los peligros que traían consigo su autodestrucción.
A
lo largo de los años cincuenta, sesenta y setenta se habían acumulado
grandes volúmenes de liquidez (por la existencia de dólares "sobrantes"
que dejaban de ser tan atractivos como años antes, cuando las demás
monedas estaban muy debilitadas; por las enormes ganancias de las
multinacionales; o por la gran circulación de petrodólares).
Tanta
liquidez en manos de los bancos les llevaba a proporcionar créditos por
todo el mundo, aunque para eso tuvieran que corromper a gobiernos y
empresarios para hacerlos deudores aunque no los necesitaran. Y así se
larvó lo que luego, cuando subieron los tipos de interés, sería una
gigantesca explosión de la deuda.
Cuando se generalizaron las
nuevas tecnologías de la información la situación cambió: entonces ya se
podía mover el dinero de un lugar a otro sin apenas dificultad y
obteniendo grandes beneficios. Eso llevó a los banqueros a reclamar y a
conseguir que se eliminaran cualquier tipo de barrera a los movimientos
de capitales y que cambiaran las leyes que hasta entonces vigilaban el
destino de los recursos financieros para evitar el peligro que siempre
lleva consigo su volatilidad.
Cuando comenzaron a comprobar que
en los nuevos flujos financieros se podía invertir a gran velocidad (hoy
día a 250.000 dólares por segundo), la inversión especulativa se
incentivó extraordinariamente y los bancos se dedicaron a destinar los
recursos de los ahorradores a esos fines, en lugar de aplicarlos a la
actividad productiva, mucho menos rentable.
Con una legislación
cada vez más laxa, con autoridades que los banqueros conseguían que
miraran siempre a otro lado y con un ansia ilimitada de ganar cada vez
más dinero, los bancos creaban continuamente nuevos productos
financieros cada vez más sofisticados y rentables (aunque también
peligrosos), muchos de ellos envueltos en engaños y fraudes de mil tipos
(como las hipotecas basura, las preferentes, los swaps, etc., que
terminaron arruinando a millones de personas).
Y para ampliar
continuamente el negocio multiplicaban la deuda, lo que permitía que la
especulación financiera se alimentase a sí misma, a costa, claro está,
de un apalancamiento financiero elevadísimo de las empresas y de las
familias de mayores ingresos.
Así se fue creando la burbuja que
todos conocemos y que descapitalizó prácticamente por completo a la
banca internacional, dejándola de facto en situación de máxima
insolvencia o de quiebra.
Aunque casi todo el mundo reconoce que
esto es lo que ha sucedido, las interpretaciones del por qué ha podido
ocurrir algo así son muy diversas. Los liberales afirman que la culpa es
lo de los bancos centrales y de los gobiernos que dejaron hacer. Y la
verdad es que no les falta algo de razón, aunque olvidan que los estados
y gobiernos no son entes abstractos sino que reflejan el poder
dominante en la sociedad y que lo que han hecho en realidad ha sido
servir de instrumentos a los banqueros. La mayoría de las personas, por
el contrario, piensa que han sido los bancos los auténticos culpables de
todo ello, pero lo suelen achacar a la avaricia, a su gran
irresponsabilidad y a la impunidad con que han podido cometer auténtico
crímenes financieros. También es una explicación razonable pero
igualmente limitada.
En mi opinión, la causa última de todo lo
que ha ocurrido está en otro factor al que apenas se hace referencia: el
privilegio que tiene la banca privada para crear dinero gracias al
llamado sistema de reservas fraccionarias (Vicenç Navarro y yo hemos explicado claramente la naturaleza y las consecuencias de este sistema en nuestro libro Los amos del mundo. Las armas del terrorismo financiero. Espasa, Madrid 2012)
La
gente normal y corriente suele creer que el dinero lo crea el Estado
pero eso no es así. Hoy día, los estados, a través de los Bancos
centrales, no crean sino más o menos un 5% del total del dinero que
circula en la economía. Prácticamente todo el resto lo crean los bancos.
Y lo crean de la nada, cada vez que dan un crédito.
Y puesto que
dar créditos a partir de la nada les proporciona beneficio y poder, es
lógico que su interés principal y constante sea el de aumentar sin cesar
su volumen, haciendo así que crezca indefinidamente la deuda global de
las economías.
Ese privilegio, llevado al extremo en los últimos
treinta años y ejercido en un contexto de casi total ausencia de
supervisión, con plena libertad de movimientos de capital y con inmenso
poder político, es lo que ha llevado a la situación en la que nos
encontramos.
Es verdad que la creación de dinero por los bancos
viene de lejos. Pero se producía en mucha menor medida y sin estar
vinculada la difusión de productos financieros tan peligrosos como los
actuales derivados financieros. Cuando comenzó a darse, allá por el
siglo XVII y hasta mucho después, los bancos reservaban más o menos la
mitad de los depósitos y prestaban con el resto, lo que les permitía
crear dinero en dos veces más cantidad que sus depósitos. Pero en los
últimos años los grandes bancos globales como Goldman Sach, JP Morgan,
Citigroup o Bank of America han venido manteniendo un coeficiente de reservas del
0,5%, lo que permite crear 200 veces más dinero del que se tiene en
depósito. E incluso alguno de ellos ha mantenido en los años de plena
burbuja un coeficiente del 0,001%, lo que quiere decir que creaban 1.000
millones de dólares por cada millón en depósito.
Este sistema de
reservas fraccionarias es lo que genera el combustible con el que
periódicamente arde el sistema financiero en crisis cíclicas y el que
alimenta las burbujas y la destrucción de actividad productiva, el que
ha convertido a la economía mundial en un gran casino, donde los
productos derivados que crean los bancos a base de deuda tienen ya un
valor casi 70 veces mayor que el del PIB mundial. Una barbaridad que
amenaza que puede destruir el orden económico y social del planeta.
Tanto
es así, que incluso el propio Fondo Monetario Internacional está dando
alas a la difusión de análisis y propuestas alternativas orientadas a
poner fin o a limitar este privilegio. La mayoría de ellas tiene ya un
largo recorrido en la literatura económica pero han sido
convenientemente sepultadas por los economistas del establishment.
Una de las más recientes es la que han hecho Jaromir Benes y Michael Kumhof en su texto The Chicago Plan Revisited (IMF Working Paper. Research Departmen. versión pdf en: http://www.imf.org/external/pubs/ft/wp/2012/wp12202.pdf ).
En su trabajo retoman las propuestas que se hicieron en los años
treinta del pasado siglo para lograr que los bancos actuaran manteniendo
un 100% de sus depósitos. Un procedimiento que, en opinión Irving
Fisher, permitiría cuatro cosas principales: evitar las quiebras
bancarias, tener un mayor control del ciclo del crédito y, por tanto,
también del económico general; que la creación de dinero no estuviese
vinculada a la generación de deuda privada; y, por último, que los
gobiernos se pudiesen financiar a coste cero, lo que disminuiría
extraordinariamente el peso de las deuda pública.
No hay que ser
un lince para darse cuenta de que, con estas propuestas y otras
similares, tenemos a nuestro alcance acabar con la esclavitud y sinrazón
que nos obliga a soportar crisis continuas y cada vez más deuda sin
necesidad.
A muchas personas, e incluso a economistas
inteligentes, les asusta ponerlas sobre la mesa porque no se hacen a la
idea de que pueda haber una sociedad sin los bancos tal y como hoy los
conocemos. Los sorprendente es que no se planteen que mantener mucho
tiempo a los bancos actuales implica que desaparezcan empresas,
escuelas, universidades, centros de investigación u hospitales. A mí me
resulta muy claro qué es lo peor.
Juan Torres López
Sistema Digital