En ocasiones, estos escándalos saltan a la luz por denuncias de la justicia, e incluso, por medios de comunicación. El problema es que, como decía el catedrático de Derecho Administrativo, Alejandro Nieto, en una conferencia impartida en la Universidad Complutense, cuando salta un escándalo como el de Marbella la gente dice que quién no sabía eso. Se sabe, se conoce, pero la cuestión es: ¿tiene suficientes medios la justicia para poder investigar tantos casos como puede haber? Seguramente no.
A veces la pregunta es, ante tantas instrucciones de casos como lleva el juez Garzón, ¿qué pasaría si este juez no estuviera? ¿Cuántos casos quedan sin descubrir? En fin, la corrupción vinculada a la construcción es tan elevada que se ha convertido en un verdadero tumor maligno de nuestro sistema democrático, que beneficia a unos cuantos y perjudica a la mayor parte de los ciudadanos, que compran pisos a precios excesivamente elevados y no sólo pagan las consecuencias, sino que financian vía precios todas las comisiones que parece que hay que pagar para obtener recalificaciones y licencias de construcción.
En el último caso que instruye el juez Garzón ha salido a la luz otra forma de corrupción. Es el caso de las empresas que se han creado a la sombra de amistades políticas para organizar eventos en las comunidades y ayuntamientos afines al partido político al que se pertenece. De pronto, en poco tiempo, vemos ante nosotros a personas que, procedentes de la clase media y algunos con ingresos altos dentro de esta amplia capa intermedia, se construyen casas grandes, compran viviendas en la costa y en la montaña, juegan al golf, van de caza con los ricos, compran coches caros y yates y viven a todo lujo. No hacen ocultación de la nueva riqueza, sino que por el contrario alardean de ella.
En el caso de concejales o cargos políticos se justifican diciendo que han heredado, que la mujer es rica, que han jugado en bolsa o que han ganado mucho en las épocas expansivas. Qué casualidad que todo ello les ha venido cuando ocupan cargos y no antes ni después.
En el caso de los “falsos empresarios” se señala que son unos linces para los negocios y que han sabido prosperar. No deja de llamar la atención que dirigentes políticos que hacen apología de la economía de mercado son los que dan cobertura a estos llamados empresarios que crecen a la luz del amiguismo, del favoritismo, y, desde luego, nunca en libre competencia en el mercado, sino del sector público o de los partidos políticos. Lo cierto es que no son empresarios, aunque se hacen pasar por tales, sino intermediarios, oportunistas, que asimismo premian a sus verdaderos benefactores.
No observamos ante estos casos escandalosos, que ocasionan un gran perjuicio a la democracia y al nivel de vida de la mayor parte de los ciudadanos, una reacción de protesta social como debería ser. Los partidos tratan de defenderse diciendo que el otro también tiene casos, y determinados ciudadanos no sólo no les penalizan cuando tienen gente imputada y, en consecuencia, sospechosa de haber cometido delito, sino que les premia votándoles.
La pérdida de valores y de ética resulta asombrosa. Estamos ante una sociedad enferma que no reacciona como debiera ante hechos penales. El crecimiento económico y las mejoras en el bienestar material han conducido a un sector considerable de la población a ser conformista y a venderse por un plato de lentejas.
Todo ello es grave desde el punto de vista moral, pero también por lo que afecta al modelo de crecimiento económico. Un país que ha basado en demasía su crecimiento en el sector inmobiliario y en la realización excesiva de eventos que no son verdadera cultura, sino que sirven también para el enriquecimiento propio y de amigos, no tiene ante sí un futuro como sociedad avanzada.
Aquí conviene recordar, para no confundir, el concepto de empresario que definió Schumpeter en el ya lejano 1912. Para Schumpeter el empresario se distinguía por ser innovador, y esta innovación hacía referencia fundamentalmente a cinco puntos: mejores técnicas en el proceso de trabajo, nuevos productos, búsqueda de nuevos mercados, nuevas fuentes de energía y nuevos sistemas de organización empresarial. Los dos primeros hacen referencia directa a la tecnología, tanto de la producción como en la aparición de nuevos productos. La tecnología desempeña un papel primordial en el desarrollo económico.
Por eso, tenemos que denunciar a esos que llamándose empresarios no lo son, en algunos casos son delincuentes. En otros, aunque tengan empresas y desempeñen su función honesta y legítimamente, no se ajustan a la consideración que hace Schumpeter. Según esto, no es empresario cualquier persona que tenga una empresa, sino quien realmente lleva a cabo procesos de innovación que se encuentran en la base del verdadero progreso material de las sociedades.
En España sobran especuladores y oportunistas, y faltan empresarios innovadores. Además, cuando se ubican aquí empresas multinacionales, por lo general no llevan a cabo los procesos de innovación en nuestro país. Seguimos padeciendo aún, a pesar de los avances logrados, demasiada dependencia tecnológica. Son males que se vienen sufriendo desde hace tiempo y han sido puestos de manifiesto por diversos economistas. Sin embargo los responsables políticos, encumbrados en la ola del bienestar social y con visiones a corto plazo, no han llevado a cabo las reformas estructurales necesarias para cambiar este modelo. Pagamos las consecuencias por ello. Hay que apostar por empresarios schumpeterianos y en esto el papel central deberá ser la educación, la investigación y la innovación. El sector público tiene que desempeñar un papel estratégico central.
Está claro que como hasta ahora no se puede seguir, pues cuando se produzca la recuperación, si es que tiene lugar, no podremos basarnos otra vez en la construcción.
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