No se sostiene el empeño de magnificar la trascendencia histórica de la reunión equiparándola con la de Bretton Wood, que sentó las bases del vigente sistema monetario internacional, en la postguerra mundial. La última reunión del G-20 no ha sentado las bases institucionales de ningún nuevo sistema, sino que ha tratado de revitalizar el antiguo. No ha creado nuevas instituciones, sino potenciado las ya existentes. Lo único verdaderamente histórico de esa reunión es el astronómico importe de las ayudas públicas comprometidas para favorecer, caiga quien caiga, el repunte de la actividad económica.
Jamás se había coordinado un plan de salvamento tan intenso, en el que el G-20 sumó un billón de dólares de dinero público a los cuatro millones ya comprometidos por distintos países. Esta decisión fuerte y resolutiva, se aderezó con otras más débiles e imprecisas de cara a la galería. Se echó carnaza a la opinión pública amagando, sin golpear, sobre dos temas altamente impopulares: las elevadas retribuciones de los ejecutivos y la existencia de los paraísos fiscales. A la vez que se prometía aumentar la regulación y la transparencia de los instrumentos, los mercados y las entidades financieras “de importancia sistémica”, encargando y reforzando para ello a las dos entidades que habían fracasado hasta ahora en hacer realidad esta promesa: el Fondo Monetario internacional y el Foro (ahora llamado Consejo) para la Estabilidad Financiera, otorgando al discurso internacional sobre las medidas de fondo un tono más ceremonial que real.
Con todo, la pasada Cumbre ha aclarado sin pretenderlo varios aspectos. El hecho de que el propio documento del G-20 afirme la voluntad de “regular y vigilar… por primera vez, los fondos especulativos de importancia sistémica”, tiene la virtud de aclarar que antes ¡¡¡no se regulaban ni vigilaban!!!, a la vez que surge la duda de lo que se entenderá por “importancia sistémica”. Por otra parte, la dureza de la represión policial de los movimientos alternativos evidencia la naturaleza exclusiva, no inclusiva, del propio G-20. Este grupo informal resultó de incorporar al elitista G-7 algunos de los países que habían ganado en poder y peso económico, que han conseguido ahora mayor presencia en los foros financieros internacionales.
El nuevo sistema no podría salir del G-7 y tampoco del G-20, pese a haberse sentado en él a Rodríguez Zapatero. La creación de un nuevo sistema monetario internacional tendría que surgir de un foro mucho más amplio e integrador y no de un foro que excluye la presencia de los desfavorecidos y críticos del sistema actual. La inhibición de las Naciones Unidas en estos temas y el protagonismo del G-20 apuntan más, como decimos, a reanimar que a cambiar el capitalismo financiero imperante.
José Manuel Naredo.
Fuente: Público
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