Las razones que se están dando para argumentar esa opinión son variados. Se afirma que los multimillonarios planes de gasto de Obama no pueden tardar en espolear de nuevo al consumo y con él a las ventas y a la rentabilidad empresarial. También argumenta que los bancos comienzan a mostrar más actividad y resultados positivos, lo que definitivamente podría reavivar el crédito. Y, por supuesto, se piensa que con tipos de interés tan extraordinariamente bajos la recuperación no puede tardar en aparecer gracias a las mayores facilidades que representan para el consumo y la inversión.
Otros argumentos son bastantes más forzados. Algunos mantienen que la coyuntura cambiará de signo en este momento porque, si no, la recesión sería tan larga como la que más, algo que no se sabe bien por qué se considera que no pueda ocurrir. O incluso se dice que no llegará a ser tan grave como la Gran Depresión del 29 porque ahora, a diferencia de entonces, no se ha reducido la oferta monetaria sino que se ha estado inyectando liquidez casi sin descanso. Gracias, se dice, a que la Reserva Federal de Estados Unidos está dirigida por un académico que pasa por ser un gran experto en el análisis de aquella crisis.
Algunos datos podrían avalar efectivamente este cambio de tendencia. Los indicadores de ventas de algunos tipos de viviendas en Estados Unidos y la cartera de pedidos en algunas industrias parece que han comenzado a detener su caída, las encuestas de confianza a directivos y consumidores reflejan una cierta mejoría e incluso se podría interpretar que la caída del consumo se hubiera detenido.
¿Es suficiente todo ello para pensar que salimos de la oscuridad del túnel? Yo comprendo que un elemento esencial para salir de esta crisis es devolver la confianza a consumidores y empresarios y que decir que se está acabando puede contribuir a ello. Pero eso es una cosa y otra es confundir el deseo con la realidad, incluso cuando también hay que evitar el resaltar siempre y sobre todo los aspectos negativos de la situación.
Es verdad que los planes de gasto que han puesto en marcha las administraciones, y especialmente en Estados Unidos, han evitado que se produzca un colapso generalizado de la actividad económica, aunque en algunas industrias y sectores en realidad se haya estado y se esté muy, muy cerca de ello. Y lógicamente, eso ha repercutido en la mejoría relativa que se contempla en algunos indicadores. Otra cosa es que sea seguro que eso sea suficiente y sostenible en los próximos meses. Cuando ahora se analizan en la distancia otros episodios recesivos se contemplan siempre en su desarrollo momentos de alzas momentáneas como pueden ser los que ahora estemos coyunturalmente viviendo dentro de un proceso inacabado de empeoramiento. No bastaría, pues, con una simple mejora sino que sería preciso que esta se sostuviera y se hiciera mucho más patente y generalizada en todos los sectores económicos.
El que fue Secretario de Trabajo con Clinton Robert Reich, comentaba hace poco que es posible que en Estados Unidos los consumidores estén disponiendo de algo más de liquidez gracias a los planes de Obama o incluso de los bajos tipos de interés, pero que eso no garantizaba mucho porque lo más probable es que las familias estén más preocupados que otra cosa por la evolución tan negativa del empleo y, por tanto, que el estímulo no se traduzca tan rápida o efectivamente como se está deseando en el la marcha general de la economía.
De hecho, me parece que al mismo tiempo es bastante evidente todo ese gasto no ha sido capaz hasta el momento de reactivar la vida económica suficientemente como indica, sobre todo, el constante aumento del paro y el aumento en el ahorro familiar.
Por otro lado, la teoría económica más elemental podría justificar la idea de que los tipos de interés tan bajos como los actuales necesariamente han de dinamizar el consumo y la inversión pero es que las cosas no funcionan como a veces se diseña en los manuales o en las cabezas de los dirigentes políticos. La realidad es que los tipos que están bajos son los oficiales pero en la práctica, cuando los empresarios o los consumidores van a las sucursales bancarias, lo que se encuentran son ofertas de crédito por las nubes: en España, los bancos estaban cobrando en enero una media del 11,58% en los préstamos al consumo y las cajas del 13,18%.
Lo que puede estar ocurriendo seguramente es que los bancos están salvando, aunque a esos precios muy altos, a sus clientes preferenciales y eso de alguna manera reactiva la situación pero no es realista pensar que esa sea una manera de dar oxígeno que a medio plazo resuelva la situación. Sólo las empresas y consumidores más potentes pueden seguir funcionando con esos costes financieros y, en general, con el racionamiento del crédito todavía existente.
Por otro lado, la mejora en los balances bancarios que se interpreta como el origen de un definitivo incremento de la financiación que se necesita no es del todo real. Se trata de beneficios forzados y probablemente momentáneos. Son expresión de esos márgenes que proporcionan los diferenciales de tipos entre el capital que reciben y el que prestan, ahora en niveles extraordinarios, de la masiva entrada de capital público y de los arreglos contables de los balances.
Después de haber hablado tanto de la necesaria independencia de los bancos centrales, ahora la Reserva Federal se está convirtiendo en la práctica en un instrumento fiscal más en manos de la política gubernamental y eso está permitiendo que los bancos aumenten su disponibilidad de capital pero de ninguna manera eso se está traduciendo en el incremento efectivo de la financiación. Entre otras razones, porque por muy elevada que está siendo es insuficiente si se tiene en cuenta que se estima que las pérdidas bancarias que habría que compensar sólo en Estados Unidos tendrían un valor entre 1,3 y 1,5 billones de dólares.
Por otro lado, lo que está ocurriendo es que se están eliminando principios contables como el llamado “market-to-market” que obligaba a reflejar el valor de mercado actual de los activos y pasivos y gracias a lo cual los bancos pueden estar difiriendo o sencillamente ocultando su situación patrimonial.
Dentro de unos días se conocerá el “examen” que están pasando los bancos estadounidenses, ya después del maquillaje, y será el momento de saber hasta qué punto el “stress” que sufren es grave o no, aunque hasta el momento, y salvando el maquillaje contable, nada hace pensar que haya podido desaparecer la situación de insolvencia generalizada que paraliza la financiación de la actividad económica y que provoca la crisis.
Por otro lado, si fuera verdad que la economía estadounidense está cambiando de tónica, habría que tener en cuenta que ahora es cuando la crisis está afectando a nuevos países, como en América Latina y Europa del este, de modo que para que la economía mundial retomara la marcha no sería suficiente con un cierto despegue norteamericano sino que haría falta un impulso mucho más decidido, efectivo y dinámico.
En definitiva, yo creo que se puede afirmar que sí es cierto que se ha evitado el colapso pero que siguen latentes los problemas estructurales que dieron lugar a la crisis. No se ha avanzado prácticamente en nada en relación con la regulación financiera, la capitalización de los bancos se ha realizado a costa de una carga fiscal para los ciudadanos impresionante y si salvar definitivamente la insolvencia bancaria de partida y los diablos de la especulación y la continua generación de burbujas no han desaparecido del horizonte por muy disimulados que estén. Y para colmo, sabemos los peligros que conlleva tratar de buscar la reactivación a través de dinero muy barato cuando no se pone coto a los movimientos especulativos del capital.
Si no se toman medidas más contundentes, y no sólo en Estados Unidos, hablar de recuperación será una simple engañifa que se verá desmentida más pronto que tarde por nuevos episodios de inestabilidad y por un incremento continuado del paro y de las quiebras empresariales.
Juan Torres López - Consejo Científico de ATTAC España.
Fuente: Sistema Digital.
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