“Suponte que tú ofreces un empleo y sólo hay un tío que quiere
trabajar: Tienes que pagarle lo que pida. Pero supón que haya cien
hombres interesados en el empleo; que tengan hijos y estén hambrientos.
Que por diez miserables centavos puedan comprar una caja de gachas para
sus niños: Ofréceles cinco centavos y se matarán unos a otros por el
trabajo”. Este fragmento de Las uvas de la ira, de John
Steinbeck, simboliza la situación actual de muchos jóvenes europeos.
Trabajar sin contrato ni prestaciones sociales, en empleos temporales e,
incluso, sin cobrar. Un camino hacia la precariedad laboral, que resta
calidad a la vida y lleva a la frustración.
Según el estudio Crisis y contrato social: Los jóvenes en la sociedad del futuro,
cerca del 50% de los españoles entre 18 y 24 años aceptaría cualquier
trabajo, en cualquier lugar, a pesar de que el sueldo fuera muy bajo. De
hecho, un 85% de ellos considera muy probable tener que trabajar en lo
que sea, así como depender económicamente de sus familias en un futuro
próximo.
El miedo a la desocupación, condicionado por los elevados índices de
paro, es evidente: los que tienen trabajo, temen perderlo. Aquellos que
no lo tienen, temen no encontrarlo. Por eso muchos jóvenes aceptan
empleos bajo condiciones indignas, y en ocasiones también ilegales. Se
podía leer este anuncio en un portal de Internet: “Buscamos dependienta
para trabajar 2 meses, no remunerados (de prueba)”. De lunes a sábado, 8
horas al día con horario partido. “Después de los dos meses, si se
logra el nivel de ventas esperado, se la pagaría por día trabajado, cada
vez que la llamemos para que venga”, aclaran en la oferta. Algunas
empresas ven la crisis económica como una oportunidad y se aprovechan de
la debilidad de las personas. Prometen un posterior contrato que nunca
llega o atraen con el pretexto de mejorar el currículum.
Desde la Fundación de la Universidad Carlos III de Madrid aseguran
que, con la crisis, han aumentado las peticiones de becarios por parte
de las empresas. Así cubren puestos que antes ocupaban trabajadores en
nómina. “Son incontables las empresas en las que becarios que trabajan
por la voluntad sacan adelante múltiples tareas, mientras los jefes se
refugian en sus peceras”, denuncia el profesor universitario César
García. Los jóvenes que quieren trabajar, quieren que se valore su
trabajo. Una cosa son las prácticas universitarias reguladas que, con
independencia de la remuneración, tengan como objetivo ayudar a los
estudiantes en su formación y ofrecerles experiencia. Y otra muy
distinta son los contratos abusivos, que conviertan a los jóvenes con
ganas o necesidad de trabajar en víctimas de la inseguridad laboral. Sin
un empleo digno y de calidad, se fomenta la idea de fracaso y el
sentimiento de apatía. Es necesario recuperar ese principio para salir
de la recesión.
Explica Alberto González, gerente de conocimiento del grupo PRISA:
“Desde antes del inicio de la crisis, las políticas sociales para paliar
la pobreza no se estaban dirigiendo hacia el objetivo de erradicarla,
sino al propósito mucho menos exigente de reducir el número de personas
con derecho a prestaciones bajo esa condición. Es decir, ahorrar”. Con
medidas de parche, preocupadas por cuadrar los balances, se marginan a
los 980.000 menores de 25 años en paro -un 57% del total-. Pero el
Gobierno de España mantiene su discurso: “Estamos creando puestos de
trabajo”. Las estadísticas lo contradicen: Estamos a la cola de Europa.
Lo que caracteriza al precariado no es sólo su nivel
salarial, sino la falta de apoyo comunitario en tiempos de necesidad. Es
la opinión del economista británico Guy Standing, que analiza una nueva
clase social mayoritaria expuesta a los caprichos del mercado.
Pero algunos jóvenes indignados no se conforman con salir del paro
para entrar en la precariedad. “Trabajar gratis es un lujo que no me
puedo permitir. Tengo dos carreras, tres idiomas, seis años de
experiencia laboral y mucho sentido común que enciende la alarma al
escuchar una oferta salarial que roza el mínimo obligatorio”, dice
Elena. “Un sueldo que coarta mi libertad y me limita a un único estilo
de vida: el de la supervivencia”.
Laura Zamarriego Maestre
Periodista
Periodista
CCS (Centro de Colaboraciones Solidarias)
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