sábado, 15 de febrero de 2014

Precariado

“Suponte que tú ofreces un empleo y sólo hay un tío que quiere trabajar: Tienes que pagarle lo que pida. Pero supón que haya cien hombres interesados en el empleo; que tengan hijos y estén hambrientos. Que por diez miserables centavos puedan comprar una caja de gachas para sus niños: Ofréceles cinco centavos y se matarán unos a otros por el trabajo”. Este fragmento de Las uvas de la ira, de John Steinbeck, simboliza la situación actual de muchos jóvenes europeos. Trabajar sin contrato ni prestaciones sociales, en empleos temporales e, incluso, sin cobrar. Un camino hacia la precariedad laboral, que resta calidad a la vida y lleva a la frustración.

Según el estudio Crisis y contrato social: Los jóvenes en la sociedad del futuro, cerca del 50% de los españoles entre 18 y 24 años aceptaría cualquier trabajo, en cualquier lugar, a pesar de que el sueldo fuera muy bajo. De hecho, un 85% de ellos considera muy probable tener que trabajar en lo que sea, así como depender económicamente de sus familias en un futuro próximo.

El miedo a la desocupación, condicionado por los elevados índices de paro, es evidente: los que tienen trabajo, temen perderlo. Aquellos que no lo tienen, temen no encontrarlo. Por eso muchos jóvenes aceptan empleos bajo condiciones indignas, y en ocasiones también ilegales. Se podía leer este anuncio en un portal de Internet: “Buscamos dependienta para trabajar 2 meses, no remunerados (de prueba)”. De lunes a sábado, 8 horas al día con horario partido. “Después de los dos meses, si se logra el nivel de ventas esperado, se la pagaría por día trabajado, cada vez que la llamemos para que venga”, aclaran en la oferta. Algunas empresas ven la crisis económica como una oportunidad y se aprovechan de la debilidad de las personas. Prometen un posterior contrato que nunca llega o atraen con el pretexto de mejorar el currículum.

Desde la Fundación de la Universidad Carlos III de Madrid aseguran que, con la crisis, han aumentado las peticiones de becarios por parte de las empresas. Así cubren puestos que antes ocupaban trabajadores en nómina. “Son incontables las empresas en las que becarios que trabajan por la voluntad sacan adelante múltiples tareas, mientras los jefes se refugian en sus peceras”, denuncia el profesor universitario César García. Los jóvenes que quieren trabajar, quieren que se valore su trabajo. Una cosa son las prácticas universitarias reguladas que, con independencia de la remuneración, tengan como objetivo ayudar a los estudiantes en su formación y ofrecerles experiencia. Y otra muy distinta son los contratos abusivos, que conviertan a los jóvenes con ganas o necesidad de trabajar en víctimas de la inseguridad laboral. Sin un empleo digno y de calidad, se fomenta la idea de fracaso y el sentimiento de apatía. Es necesario recuperar ese principio para salir de la recesión.

Explica Alberto González, gerente de conocimiento del grupo PRISA: “Desde antes del inicio de la crisis, las políticas sociales para paliar la pobreza no se estaban dirigiendo hacia el objetivo de erradicarla, sino al propósito mucho menos exigente de reducir el número de personas con derecho a prestaciones bajo esa condición. Es decir, ahorrar”. Con medidas de parche, preocupadas por cuadrar los balances, se marginan a los 980.000 menores de 25 años en paro -un 57% del total-. Pero el Gobierno de España mantiene su discurso: “Estamos creando puestos de trabajo”. Las estadísticas lo contradicen: Estamos a la cola de Europa.

Lo que caracteriza al precariado no es sólo su nivel salarial, sino la falta de apoyo comunitario en tiempos de necesidad. Es la opinión del economista británico Guy Standing, que analiza una nueva clase social mayoritaria expuesta a los caprichos del mercado.

Pero algunos jóvenes indignados no se conforman con salir del paro para entrar en la precariedad. “Trabajar gratis es un lujo que no me puedo permitir. Tengo dos carreras, tres idiomas, seis años de experiencia laboral y mucho sentido común que enciende la alarma al escuchar una oferta salarial que roza el mínimo obligatorio”, dice Elena. “Un sueldo que coarta mi libertad y me limita a un único estilo de vida: el de la supervivencia”.

Laura Zamarriego Maestre
Periodista
CCS (Centro de Colaboraciones Solidarias)

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