En Europa, los ministros de Economía del Eurogrupo hacen el ridículo cuando son incapaces de convencer a los mercados de que van a actuar de modo conjunto para defender el euro, más allá de las palabras. Los ministros salen a la palestra y a continuación los mercados multiplican la especulación. Vuelven a hacer el ridículo cuando se incomodan con las agencias de calificación de riesgo, que solo ocupan el espacio que previamente esos ministros les han regalado. Y hace el ridículo Van Rompuy, presidente del Consejo Europeo, cuando no puede ejercer la autoridad para la que fue nombrado y tiene tantas dificultades para convocar a los líderes porque un país -aunque sea tan poderoso como el de la Merkel- se opone.
Esta sensación de suicidio consentido recuerda mucho al juego del gallina, de la película Rebelde sin causa, dirigida por Nicolas Ray y protagonizada por James Dean y Natalie Wood. Los dos adolescentes que se disputan el corral se citan con sus coches en un acantilado; se trata de conducirlos a toda velocidad. El primero en girar o detenerse, pierde. En el juego del gallina, el participante más irracional lleva las de ganar. James Dean logra detenerse en el límite, pero su contrincante cae al acantilado y se estrella.
Esta teoría de juegos sirve también para lo que está ocurriendo en la economía española. Sea cuando sea que se convoquen las elecciones generales, y dada la volatilidad diaria de los mercados y la permanente y larga falta de colaboración de la oposición con el Gobierno, ¿cómo se va a hacer la transición?, ¿cómo se van a defender los intereses generales relacionados con la prima de riesgo del Reino de España en la larga -o larguísima, según cuando sean los comicios- campaña electoral, y en el periodo que va entre la noche en la que se sabe quién es el ganador y el momento de constituir el nuevo Ejecutivo? No digamos si el resultado arrojase la necesidad de pactos poselectorales.
Alguien ha dicho que en el caso español, la escena de Rebelde sin causa sería un poco diferente: los dos adolescentes con problemas (ahora son dos talluditos de barba blanca) no irían en coches distintos, sino en el mismo vehículo, que trata de detenerse antes de caer al abismo. Si se estrella, lo hará sobre las cabezas de los ciudadanos que miran, atónitos, el espectáculo. Mientras, los hooligans siguen aplaudiendo la confrontación.
Joaquín Estefanía.
El País
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