JUAN ANTONIO MUÑOZ CANO MIEMBRO DE LAS COMUNIDADES CRISTIANAS DE BASE DE LA REGIÓN DE MURCIA
Entre las alternativas propuestas por economistas y pensadores como respuesta a la recesión económica, la más novedosa es la que apuesta por el decrecimiento económico, término que en principio suena mal, parece absurdo, pero a poco que profundicemos en el concepto veremos que no lo es. Es una teoría que intenta redefinir las nociones de progreso, desarrollo y calidad de vida con el objetivo de establecer una relación de equilibrio entre el ser humano y la naturaleza.
Para el capitalismo- sistema económico reciente en la historia de la humanidad- el crecimiento es la norma de conducta que requiere para su mantenimiento la explotación permanente de los recursos y de las personas: o crecer o morir. Se mide la riqueza solo por el PIB monetario, no cuenta la riqueza natural, la riqueza básica. La huella ecológica, un indicador mucho más real, consiste en el cálculo de la cantidad de agua y tierra requerida permanentemente para producir todos los bienes consumidos y para asimilar todos los residuos de una población. Como la huella crece y el capitalismo erosiona constantemente el suelo, la tierra disponible por habitante disminuyó en el siglo XX de 5,6 ha. a 1,5 ha. El Club de Roma demuestra que estamos más allá de los límites del desarrollo, lo que significa que en términos reales, no monetarios, somos cada día más pobres porque destruimos más de lo que producimos. Joan Surroca afirma "que se está produciendo un 'ecocidio' porque cada día desaparecen entre 50 y 200 especies de animales y vegetales. Mantener el actual ritmo de consumo implica extraer energía y materias primas en nuevos puntos del planeta provocando guerras y conflictos entre culturas". ¿Qué ocurrirá cuando países emergentes como China, India y Brasil alcancen nuestras cuotas de consumo? Previo a la cumbre de Copenhague se hablaba de que en el mejor de los casos hasta el año 2040 la Tierra no volvería a producir nuevamente por encima de la demanda. Lamentablemente fue una convención fallida y no se llegó a ningún acuerdo.
El consumo es una necesidad vital, por él accedemos a los bienes y servicios que nos son, o así los consideramos, necesarios para vivir. Consumir es una necesidad ineludible del ser humano. Lo que no es natural es la absolutización del consumo, rasgo determinante de nuestras sociedades occidentales, porque no es el consumo que requiere la vida sino un consumo desenfrenado al que nos conducen los poderes económicos: producir y consumir, producir y consumir… Este incremento de la producción y el consumo no implica que seamos más libres ni que los frutos del crecimiento sean distribuidos con justicia entre la población mundial. La globalización de las últimas décadas ha quedado reducida a la economía; la competencia ha sido el único regulador y las personas nos hemos convertido en meros consumidores compulsivos inducidos por una publicidad diabólica. Tiempo de desmesura, de adoración al dinero y, como no podía ser otro modo, estalló la crisis.
«La superación de la economía de mercado, argumenta Surroca, no implica que éste desaparezca. Pero cuando la sociedad 'con' mercado se convierte en la sociedad 'de' mercado es cuando aparece la especulación. La filosofía del decrecimiento desmitifica el mercado como proveedor de felicidad y desenmascara la inutilidad del Producto Interior Bruto como índice fiable para medir el grado de satisfacción de un determinado colectivo humano». Disminuir el horario de trabajo significaría repartirlo para erradicar el dualismo empleado-parado. Trabajando menos se posibilitaría repartir y asegurar empleos para todos, el tiempo libre ganado nos permitiría vivir más intensamente los valores familiares, creativos, lúdicos y espirituales. Cambio que necesariamente requeriría una preparación y un periodo de transición sin brusquedades.
El profesor de economía aplicada, Raúl García Durán, expone que «no hay nada más irracional que poner a las personas al servicio de la economía, y no al revés. El decrecimiento no es ir hacia atrás, al contrario el 'anar més lluny' de Luis Llach es hoy el paso necesario para nuestra realización como seres humanos. Decrecer económicamente no nos haría más pobres sino más ricos porque la verdadera riqueza no proviene del consumismo material. El desafío actual consiste en redefinir la idea de riqueza entendiéndola como satisfacción moral, intelectual, estética y como uso creativo del ocio». Pensar que más es mejor que menos resulta frustrante porque confunde cantidad de cosas con calidad de vida. Tener menos posesiones no tiene forzosamente que implicar privación, puede ser una liberación para el ocio y para convivir más con los otros. El secreto de este nuevo vivir radica en encontrar la satisfacción íntima del ser con uno mismo y con el otro, y no buscarlo en los ingresos. Pasaríamos así de consumidores esclavos a ciudadanos felices.
'Donde esté tu riqueza allí estará tu corazón' (Mt 6, 21). Estas palabras adquieren aquí un profundo significado que nos puede ayudar a sentir, decir, querer y hacer creíble otra manera de vivir.
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