El documento de trabajo con el que se pretende cerrar la cumbre es, por ahora, un borrador de Declaración Final que asigna a la Asamblea General un papel capital como marco para coordinar y regular el nuevo sistema financiero y económico mundial. Especial relieve tiene, sobre todo, la propuesta de crear un Consejo Económico Mundial - una especie de Organización Mundial de la Salud de la economía -, vinculado a la ONU, con la misión de coordinar y conciliar los intereses de las distintas economías del planeta.
En suma, como se deduce de la información disponible, la ONU ha estado, por esta vez, a la altura de las circunstancias. ¿Pero podía, acaso, permanecer de brazos cruzados cuando la crisis arroja al desempleo y a la pobreza a millones de personas en todo el mundo? ¿Podía contemplar con indiferencia como el compromiso adquirido de alcanzar en el año 2015 los Objetivos de Desarrollo del Milenio se convertía simplemente en papel mojado? Habría incurrido en una falta imperdonable frente a los 172 países que no forman parte del G-20 o a los 185 que tampoco están en el G-7.
En definitiva, la Conferencia de junio de la Asamblea General de las Naciones Unidas, o del G-192, como también se podría llamar, es un acontecimiento de singular importancia, insuficientemente destacado y valorado por los medios de comunicación occidentales, cuestión que, por si sola, ya merecería alguna consideración. Sin embargo, su éxito o su fracaso serán, en realidad, el del conjunto de la comunidad internacional. De ahí que los insidiosos esfuerzos de algunos países ricos y / o poderosos por minimizar o ningunear (evitando, por ejemplo, la presencia de los Jefes de Estado y de Gobierno) el papel de la Asamblea General de la ONU en beneficio del G-7 que, por cierto, no se ha disuelto, o del G-20, puedan constituir una irresponsabilidad histórica de imposible justificación. Esperemos que no suceda así.
Francisco Morote - ATTAC Canarias
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