En realidad, a partir de 1971, año en que EEUU abolió unilateralmente la convertibilidad del dólar con el oro y con ello se desmoronó el Sistema Monetario Internacional creado en Bretton Woods, el Fondo perdió su razón de ser. Pero las instituciones internacionales se asemejan al camaleón, tienen una capacidad increíble para trasformarse y el FMI supo adaptarse a las nuevas circunstancias. Se convirtió en el ariete de los países ricos, especialmente de EEUU, para imponer sus políticas a los pobres.
En todos estos años de neoliberalismo rabioso, pobre del país que reclamase la ayuda del Fondo. Este ciertamente le echaba una mano, pero al cuello. Los préstamos se concedían con la condición de implementar tales medidas de ajuste que empobrecían a la mayoría de la población hasta niveles insoportables. No es de extrañar que las operaciones financieras con el FMI fuesen acompañadas siempre de toda clase de protestas y revueltas sociales, así como que en América Latina se acuñase el término “tumulto-fondo”. Se daba la paradoja de que los recursos que se proporcionaban a los países en condiciones tan onerosas, en muchos casos apenas pasaban por sus manos, pues iban directamente a cancelar deudas contraídas por mandatarios corruptos con acreedores internacionales que se habían aprovechado de la inmoralidad reinante.
Al tiempo que los países subdesarrollados iban abjurando del neoliberalismo económico y se hacían conscientes de las perniciosas consecuencias que para ellos había tenido su aplicación, fueron renegando del Fondo y de sus “caritativos” préstamos, de manera que poco a poco este se fue quedando sin clientes y, lo que es peor, sin presupuesto. Tras la devolución de los préstamos de Brasil y Argentina, tan sólo Turquía continuaba ligada financieramente con el FMI. Y este organismo, que tantas reconversiones laborales había aconsejado, se vio obligado a hacer la suya propia: casi una quinta parte de la plantilla, aunque, eso sí, en condiciones muy distintas de las que recomendaba a los países visitados. Las indemnizaciones de sus funcionarios no las encontraba altas, seis mensualidades, pero de honorarios cuantiosos, tal como son en los organismos internacionales.
Cuando se pensaba que el FMI era ya una institución amortizada, he aquí que al G-20 se le ocurre encargarle vigilar y regular el futuro sistema financiero internacional –precisamente a un organismo que se había caracterizado por la defensa de la desregulación de los mercados–, y se le dota de fondos adicionales para que contrate de nuevo funcionarios y preste a aquellos países económicamente débiles, cuyos Estados carecen de recursos para realizar un política expansiva, totalmente contraria a las medidas que esta institución siempre había aconsejado. ¿Será capaz de reconvertirse? Lo dudo.
Juan Francisco Martín Seco es Economista
Fuente: Público
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